Otra vez embarazada. Y parece que estoy teniendo la misma suerte que la primera vez. Ni naúseas, ni vómitos, ni mareos. Ya son cuatro meses engordando barriga con el hermanito o hermanita de Daniel. Aún no sabemos si será niño o niña.
Esta vez el sueño no me ha ha golpeado como un mazazo. Cómo lo llevo de serie desde que nació Daniel, no he notado gran diferencia. Eso sí, no me puedo permitir el lujo de echarme un ratito como cuando llevaba a mi primogénito en la tripota. Ahora tengo que ocuparme del pequeñajo todas las tardes, excepto alguna en la que me toca trabajar. Así que no hay tiempo para vaguear ni para lamentarse por alguna molestia o dolorcillo.
Lo que me tiene muy preocupada es que mi chiquillo es muy activo y me mete unas palizas tremendas. Además, tengo que agarrarlo o cogerlo cada dos por tres porque no tiene una idea buena o se me escapa al galope del parque. Espero que el nuevo aguante el tute porque es algo que no se puede evitar.
Cuando lo que quiere el pequeño son mimos, lo siento en mis rodillas y le doy todos los abrazos y besos que me pide sin aguantar su peso... Por mucho que se empeñe en que le sostenga en vilo. Pero con las perretas es otro cantar. En ese momento hay que agarrarlo como sea y llevarlo a donde toque, ya sea meterlo en casa a la fuerza porque quiere seguir callejeando, sacarlo de la bañera en volandas porque quiere seguir jugando o embutirlo en la ropa sin dejar que se escape como dios le trajo al mundo a corretear por toda la casa. Arrastrarlo hasta su camita tampoco es fácil.
Cada vez que el tocólogo me dice que evite hacer esfuerzos me entra la risa, pero no una amable sino mas bien histérica. ¡Cómo puedo evitarlo si tengo que cuidar a un niño de un año y medio! En el resto de aspectos de mi vida intento tomarme las cosas con calma, pero tengo que ir a comprar al supermercado o agacharme para recoger juguetes, entre otras mil cosas.
Lo cierto es que el segundo embarazo no tiene nada que ver con el primero. Ya me lo decían otras madres que han pasado por esta experiencia. No hay tiempo de contemplarse la barriga. Y cuando nace debe ser un shock. De repente dos pequeñajos a tu cargo. Mejor no me paro a pensarlo hasta que llegue el momento.
Daniel todavía no se da mucha cuenta de lo que pasa. Aunque le llama la atención el barrigón de su madre. Me da besitos y me hace pedorretas cerca del ombligo. Le he enseñado que ahi dentro está el hermano, aunque seguro que no se entera de lo que le digo. Le pregunto: "Daniel ¿dónde está el hermanito?" y me señala muy contento la tripa. Me temo que cuando llegue el momento va a coger unos celos terribles. Intentaré implicarle en el cuidado del nuevo, pero con dos añitos recien cumplidos, que tendrá por entonces, no va a ser tarea fácil. Todo sea porque dentro de unos años jueguen juntos y se tengan el uno al otro. Aunque me imagino que las peleas van a ser sonadas.
Las dos primeras fotos son de Carlos Martínez (
http://www.cmtz.es/).