En nuestro camino recorriendo Gran Canaria hicimos una parada para visitar el Museo Cueva Pintada de Gáldar, un lugar fascinante para visitar con niños y empaparse de la historia de la isla.
En el centro urbano encontró la cueva que da nombre al Museo. En ese momento no se dio mucha importancia al suceso y eso dio pie a la destrucción y pérdida de muchos hallazgos preciosos. No fue hasta 1970 cuando comenzaron las labores de recuperación y restauración de la cueva y del poblado prehispánico que se fue descubriendo a su alrededor.
Todavía en la actualidad siguen encontrando retazos de historia en el yacimiento. El día anterior mismo habían encontrado restos de una vasija que aún no estaba en exposición porque la estaban restaurando. Y les era imposible sacar a la luz el poblado completo por el trazado actual de la ciudad. Habría que tirar abajo algunos edificios.
Así nos lo contó nuestra guía, una chica encantadora que le daba mucha bolilla a los niños y que tuvo una paciencia infinita con Daniel y sus interminables aportaciones (este niño cuando se arranca a preguntar, opinar y exponer no tiene medida).
Tras una breve introducción sobre la vida cotidiana de los aborígenes, su forma de hacer vasijas, costumbres o el significado de las famosas pintaderas (sellos), nos sentamos ante una pantalla que nos narró de forma amena la historia de lo que aconteció en las ruinas del yacimiento antes, durante y después de la conquista hispánica. Estaba tan bien presentado que los peques no se aburrieron en ningún momento.
Luego nos dieron paso al yacimiento en sí, que es impresionante. No es difícil imaginarlo en sus mejores días, pero para los que tengan menos imaginación tienen unas recreaciones de cómo serían las casas cuando aún se alzaban en pie que llama mucho la atención de los más pequeños.
La verdad es que veníamos cansados de estar todo el día trotando y aún así la visita se nos hizo muy amena y divertida. Este museo nos ha gustado mucho a toda la familia.
Páginas
▼
jueves, 31 de agosto de 2017
miércoles, 30 de agosto de 2017
Paisajes de Gran Canaria
En esta ocasión hemos recorrido bastantes kilómetros por la costa de Gran Canaria y nos hemos encontrado con unos paisajes preciosos.
Montañas rocosas y volcánicas, malpaís, palmeras mezcladas con tabaibas y chumberas, retazos de mar alucinantes... Hicimos dos rutas en coche parando en miradores y lugares emblemáticos preciosas.
Una de Las Palmas de Gran Canaria a Maspalomas, pasando por Arteara y Fataga, y otra de Las Palmas de Gran Canaria al parque Natural de Tamadaba, pasando por Agaete y Galdar.
Hacía mucho tiempo que no pasaba por esos lugares. En algunos casos, no recuerdo haber ido nunca. Seguramente volveremos a alquilar coche estas Navidades para seguir explorando.
Montañas rocosas y volcánicas, malpaís, palmeras mezcladas con tabaibas y chumberas, retazos de mar alucinantes... Hicimos dos rutas en coche parando en miradores y lugares emblemáticos preciosas.
Una de Las Palmas de Gran Canaria a Maspalomas, pasando por Arteara y Fataga, y otra de Las Palmas de Gran Canaria al parque Natural de Tamadaba, pasando por Agaete y Galdar.
Hacía mucho tiempo que no pasaba por esos lugares. En algunos casos, no recuerdo haber ido nunca. Seguramente volveremos a alquilar coche estas Navidades para seguir explorando.
lunes, 28 de agosto de 2017
Días de Playa y mucho calor
Cuando llegamos a Las Palmas de Gran Canaria un calor inusual nos atacó sin piedad. Sobre el cielo de la ciudad no había ni rastro de la tradicional "panza de burro", las nubes bajas que encapotan todos los veranos de los edificios de la capital grancanaria y dan un respiro muy refrescante.
Con tantos grados la mejor opción ha sido el agua del mar, así que han sido unas vacaciones llenas de arena, sol y olas. De esto último han disfrutado muchísimo mis dos gamberretes, que se montaban una batallas navales de órdago en las que sólo podían perder, pero aún así se tiraban en plan kamikaze contra los elementos. Más de una voltereta dieron, pero eso no les amilanó.
Les enseñamos que para enfrentar olas, lo mejor es pasar por debajo buceando. En su defecto, por arriba dejándote llevar. Pero ellos siguieron empeñados en estallar al contacto. Tremendo espectáculo.
Fuimos a las Canteras, con la marea baja y las aguas cristalinas y tranquilas gracias a la barra. Y también, otro día, a la zona donde la barra protege menos y las olas chocan furiosas contra la costa. Los pasamos genial haciendo hoyos y castillos de arena que luego pisaban mis godzillas.
Aunque, me ha llamado la atención que, este año ha tenido más éxito el mar que la arena. Otras veces se pueden pasar horas haciendo figuras en la orilla, pero en esta ocasión parecían pececitos.
También visitamos las Dunas de Maspalomas, entre las que mis hijos se tiran rodando a lo loco muertos de la risa y llenándose de arena hasta el blanco del ojo. ¡Con lo que quema no sé cómo se atreven a tirarse! Pero ellos ruedan y ruedan hasta quedar agotados.
Luego, sólo hace falta un baño reparador y un heladito para reponer fuerzas. Tienen pilas para rato.
Por variar, nos acercamos un día a las piscinas naturales de Agaete. No habíamos estado nunca y la verdad es que me sorprendieron por su belleza. Era un lujo nadar allí. La sal se te pegaba a la piel sin piedad. Daniel hasta se dio algún lametón a si mismo cuando pensaba que no miraba. Debía de estar muy rico.
Lo malo es que el suelo pinchaba que daba gusto y no se nos había ocurrido llevar las chanclas de río. En realidad, todos allí iban con el pie desnudo tan tranquilos. Debemos ser muy urbanitas nosotros, pero hasta nos llevamos algún que otro cortecito en la piel. Eso sí, las disfrutamos a tope.
Tanta playa nos pasó factura porque nos quemamos los cuatro a pesar de las cremas solares de factores altísimos que gastamos generosamente. Menos mal que fue algo ligero y nos pusimos unos cuantos litros de aftersun a tiempo. Ni siquiera se nos cayó la piel a cachos como me pasó alguna vez a mí cuando era joven e inconsciente.
Con tantos grados la mejor opción ha sido el agua del mar, así que han sido unas vacaciones llenas de arena, sol y olas. De esto último han disfrutado muchísimo mis dos gamberretes, que se montaban una batallas navales de órdago en las que sólo podían perder, pero aún así se tiraban en plan kamikaze contra los elementos. Más de una voltereta dieron, pero eso no les amilanó.
Les enseñamos que para enfrentar olas, lo mejor es pasar por debajo buceando. En su defecto, por arriba dejándote llevar. Pero ellos siguieron empeñados en estallar al contacto. Tremendo espectáculo.
Fuimos a las Canteras, con la marea baja y las aguas cristalinas y tranquilas gracias a la barra. Y también, otro día, a la zona donde la barra protege menos y las olas chocan furiosas contra la costa. Los pasamos genial haciendo hoyos y castillos de arena que luego pisaban mis godzillas.
Aunque, me ha llamado la atención que, este año ha tenido más éxito el mar que la arena. Otras veces se pueden pasar horas haciendo figuras en la orilla, pero en esta ocasión parecían pececitos.
También visitamos las Dunas de Maspalomas, entre las que mis hijos se tiran rodando a lo loco muertos de la risa y llenándose de arena hasta el blanco del ojo. ¡Con lo que quema no sé cómo se atreven a tirarse! Pero ellos ruedan y ruedan hasta quedar agotados.
Luego, sólo hace falta un baño reparador y un heladito para reponer fuerzas. Tienen pilas para rato.
Por variar, nos acercamos un día a las piscinas naturales de Agaete. No habíamos estado nunca y la verdad es que me sorprendieron por su belleza. Era un lujo nadar allí. La sal se te pegaba a la piel sin piedad. Daniel hasta se dio algún lametón a si mismo cuando pensaba que no miraba. Debía de estar muy rico.
Lo malo es que el suelo pinchaba que daba gusto y no se nos había ocurrido llevar las chanclas de río. En realidad, todos allí iban con el pie desnudo tan tranquilos. Debemos ser muy urbanitas nosotros, pero hasta nos llevamos algún que otro cortecito en la piel. Eso sí, las disfrutamos a tope.
Tanta playa nos pasó factura porque nos quemamos los cuatro a pesar de las cremas solares de factores altísimos que gastamos generosamente. Menos mal que fue algo ligero y nos pusimos unos cuantos litros de aftersun a tiempo. Ni siquiera se nos cayó la piel a cachos como me pasó alguna vez a mí cuando era joven e inconsciente.
martes, 22 de agosto de 2017
Historias roleras
Alucino con la capacidad de mis hijos de montarte una partida de rol sólo con la imaginación. No necesitan ni dados.
Daniel lleva desde los cinco años masterizando aventuras exprés que surgen en cualquier ocasión: un viaje en coche, la consulta del médico... Incluso en una tarde de parque en la que no se lo estuviera pasando especialmente bien.
Iván ha comenzado este año aunque antes ya hacía sus pinitos, pero no llegaba al nivel del hermano. Ahora ha aprendido del maestro y son dos cracks de las aventuras cuento interactivas.
Lo mejor de todo es que pueden jugar todos los que quieran y lo peor es que las disputas y desaveniencias suelen surgir desde el minuto uno si muchos de los jugadores son niños. Un consejo: nunca enfades al máster o acabarás abrasado en un bola de fuego... o algo peor.
En una de esas aventuras, Iván me propuso ser una guerrera en busca de tesoros (estilo Conan supongo). Iba por un camino y encontraba una puerta en un muro. "¿Qué haces?". Pues entrar, ¿qué iba a hacer? Y estuvo bien porque me encontré un jardín muy bonito con una espada escondida en las raíces de un árbol, un pico entre las ramas de un arbusto y un arco en un agujero. Investigar y buscar es muy productivo. Excepto si te encuentras una estatua con un botón. Nunca lo pulses.
Lo pulsé.
La estatua cobró vida y empezó a machacarme. De nada me servían los mandobles que le asestaba con la espada. Para el bicho de piedra eran cosquillitas. Me quitó dos de los tres puntos de vida que tenía, así que Iván se vio en la obligación de ayudarme. "Veeenga, mamíiii. Recuerda lo que has encontrado en el jardín. Acuérdate. Algo que rompe la piedra" ¡Y yo que sé! Ainss. Que acabo de empezar la aventura y ya voy a morirrrrr.
"El pico", me chivó el mayor. "¡El pico! ¡Saco el pico!" casi grité agonizando. "Síiiii" me contestó alborozado el máster. "Con el pico le machacas en tres golpes y la conviertes en piedritas".
"¡Juego!", se animó Daniel. Su hermano le metió en la aventura, pero nos advirtió que entonces subía el nivel de peligrosidad, pero que nosotros seguíamos con personajes de nivel uno (jaaaarl). Enseguida nos topamos con una mago peligrosísimo que nos las hizo pasar canutas, pero con ayuda de mi primogénito conseguimos escapar con vida y con un aliado.
Debajo de una roca encontramos un libro de magia que no sabíamos leer, de una cárcel liberamos a un mago bueno al que le habían quitado los poderes y que no podía ayudarnos en la lucha, contrarrestamos un hechizo de fuego con el agua de un pozo, vencimos al golem de piedra disparandole flechas a las gemas que hacían de ojos (lo descubrió Daniel desde el minuto cero. ¡Cómo podía saberloooo!) y devolvimos su poder al mago bueno rompiendo una botella sospechosa. Así que pudimos derrotar al malvado por los pelos. Menos mal que había encontrado un elixir curativo que me daba dos vidas antes de la batalla.
Y yo ahí abandoné la aventura porque tenía que volver a centrarme en mis tareas, pero ellos siguieron. Por supuesto, todo acabó en una gran pelea titánica en la que juraron no volver a jugar juntos nunca más. ¡Vamos! Lo de siempre.
Y así andamos todo el día entre bosques épicos, mundos agonizantes, niveles de videojuegos, imperios submarinos... Y he de decir que estos chicos me dan mil vueltas a la hora de proponer y resolver situaciones. Alucino con ellos. Yo a su edad sólo inventaba cuentos.
Daniel lleva desde los cinco años masterizando aventuras exprés que surgen en cualquier ocasión: un viaje en coche, la consulta del médico... Incluso en una tarde de parque en la que no se lo estuviera pasando especialmente bien.
Iván ha comenzado este año aunque antes ya hacía sus pinitos, pero no llegaba al nivel del hermano. Ahora ha aprendido del maestro y son dos cracks de las aventuras cuento interactivas.
Lo mejor de todo es que pueden jugar todos los que quieran y lo peor es que las disputas y desaveniencias suelen surgir desde el minuto uno si muchos de los jugadores son niños. Un consejo: nunca enfades al máster o acabarás abrasado en un bola de fuego... o algo peor.
En una de esas aventuras, Iván me propuso ser una guerrera en busca de tesoros (estilo Conan supongo). Iba por un camino y encontraba una puerta en un muro. "¿Qué haces?". Pues entrar, ¿qué iba a hacer? Y estuvo bien porque me encontré un jardín muy bonito con una espada escondida en las raíces de un árbol, un pico entre las ramas de un arbusto y un arco en un agujero. Investigar y buscar es muy productivo. Excepto si te encuentras una estatua con un botón. Nunca lo pulses.
Lo pulsé.
La estatua cobró vida y empezó a machacarme. De nada me servían los mandobles que le asestaba con la espada. Para el bicho de piedra eran cosquillitas. Me quitó dos de los tres puntos de vida que tenía, así que Iván se vio en la obligación de ayudarme. "Veeenga, mamíiii. Recuerda lo que has encontrado en el jardín. Acuérdate. Algo que rompe la piedra" ¡Y yo que sé! Ainss. Que acabo de empezar la aventura y ya voy a morirrrrr.
"El pico", me chivó el mayor. "¡El pico! ¡Saco el pico!" casi grité agonizando. "Síiiii" me contestó alborozado el máster. "Con el pico le machacas en tres golpes y la conviertes en piedritas".
"¡Juego!", se animó Daniel. Su hermano le metió en la aventura, pero nos advirtió que entonces subía el nivel de peligrosidad, pero que nosotros seguíamos con personajes de nivel uno (jaaaarl). Enseguida nos topamos con una mago peligrosísimo que nos las hizo pasar canutas, pero con ayuda de mi primogénito conseguimos escapar con vida y con un aliado.
Debajo de una roca encontramos un libro de magia que no sabíamos leer, de una cárcel liberamos a un mago bueno al que le habían quitado los poderes y que no podía ayudarnos en la lucha, contrarrestamos un hechizo de fuego con el agua de un pozo, vencimos al golem de piedra disparandole flechas a las gemas que hacían de ojos (lo descubrió Daniel desde el minuto cero. ¡Cómo podía saberloooo!) y devolvimos su poder al mago bueno rompiendo una botella sospechosa. Así que pudimos derrotar al malvado por los pelos. Menos mal que había encontrado un elixir curativo que me daba dos vidas antes de la batalla.
Y yo ahí abandoné la aventura porque tenía que volver a centrarme en mis tareas, pero ellos siguieron. Por supuesto, todo acabó en una gran pelea titánica en la que juraron no volver a jugar juntos nunca más. ¡Vamos! Lo de siempre.
Y así andamos todo el día entre bosques épicos, mundos agonizantes, niveles de videojuegos, imperios submarinos... Y he de decir que estos chicos me dan mil vueltas a la hora de proponer y resolver situaciones. Alucino con ellos. Yo a su edad sólo inventaba cuentos.
lunes, 21 de agosto de 2017
Parque de Fauna Silvestre Collado del Almendral y Charca del Aceite
Por recomendación de una familia del camping nos plantamos en el Parque de Fauna Silvestre Collado del Almendral para coger el trenecito turístico. Nos habían comentado que era ideal para niños. La entrada nos pareció una pastón, pero ya que estábamos allí la pagamos y nos acoplamos en un tren que estaba a punto de salir.
Craso error. Aviso que si vais y os toca sentaros en las ventanas de la izquierda esperéis al siguiente porque poco vais a ver de lo animales. A pesar de que fuimos por la tardecita para que no hiciera calor, las cabras no se quisieron dejar ver y sólo los sentados a la derecha tuvieron la suerte de verlas a lo lejos. El conductor se bajó y se cansó de enseñarles comida para que acudieran. Deberían estar bien hartas de los otros viajes anteriores porque se quedaron donde estaban tan anchas.
En cambio, los ciervos sí que se acercaron a zampar. Eso sí, en la parte derecha se apelotonaron un montón a los que los visitantes más afortunados pudieron tocar y por nuestra parte se asomaron unos pocos y lejos. Con lo que Iván se cogió la perreta del siglo.
El trecho que recorre el trenecito es bastante corto, pero luego hay un paseo muy bonito en el recinto. con una par de miradores. Nosotros sólo pudimos llegar al primero porque los niños estaban muy mosqueados con el fiasco del tren y no tenían intención de darnos el gusto con la caminata.
Demasiado nos costó llegar al primer mirador, en el que nos esperaba un entrenador de aves rapaces para contarnos curiosidades de las que allí tienen. El mini zoológico de aves rapaces les llamó mucho la atención a los chiquillos, pero no fue suficiente para mitigar el mal humor del más pequeña. Ya se sabe que siempre que pasa algo que no nos gusta es culpa de papá o de mamá. ¿Que llueve y queríamos ir al parque? Evidentemente, la culpa es de los progenitores. ¿Que estamos resfriados y queremos bañarnos en la piscina? La culpa es de mamá o papá. ¿Que los ciervos no se acercan ni de lejos a mi ventana? Pues lo dicho, a hacérselo pagar a los papis.
Ante ese panorama infantil, decidimos pasar nuestro último día de estancia allí sin salir del camping. Los críos se lo pasan mejor allí dentro que explorando nuevos horizontes. Es la triste realidad.
Pero ese día lo aprovechamos a tope y, después del Parque de Fauna Silvestre Collado del Almendral aprovechamos para saltar con el coche de sitio chulo a sitio chula hasta que se hiciera la hora de cenar. De todos los que vimos, la Charca del Aceite no pareció especialmente chulo.
También hubo perreta porque no habíamos llevado los bañadores y prometía ser una pasada bañarse allí. Ni siquiera nos paramos a tomar algo en la estupenda cafetería bar, porque ya teníamos planeado ir a un restaurante que se llama El Kiosco del Jabalí y que estaba a unos quince minutos del parking. Nos lo habían recomendado porque mientras los adultos cenan tranquilamente, los niños se entretienen alimentando a los Jabalís que acuden al restaurante locos de felicidad y gula. Lo cierto es que comimos genial. Lo mejor, la trucha y la carne de caza.
Así acabamos el día más agotador de esa semana en el parque natural de Cazorla.
Craso error. Aviso que si vais y os toca sentaros en las ventanas de la izquierda esperéis al siguiente porque poco vais a ver de lo animales. A pesar de que fuimos por la tardecita para que no hiciera calor, las cabras no se quisieron dejar ver y sólo los sentados a la derecha tuvieron la suerte de verlas a lo lejos. El conductor se bajó y se cansó de enseñarles comida para que acudieran. Deberían estar bien hartas de los otros viajes anteriores porque se quedaron donde estaban tan anchas.
En cambio, los ciervos sí que se acercaron a zampar. Eso sí, en la parte derecha se apelotonaron un montón a los que los visitantes más afortunados pudieron tocar y por nuestra parte se asomaron unos pocos y lejos. Con lo que Iván se cogió la perreta del siglo.
El trecho que recorre el trenecito es bastante corto, pero luego hay un paseo muy bonito en el recinto. con una par de miradores. Nosotros sólo pudimos llegar al primero porque los niños estaban muy mosqueados con el fiasco del tren y no tenían intención de darnos el gusto con la caminata.
Demasiado nos costó llegar al primer mirador, en el que nos esperaba un entrenador de aves rapaces para contarnos curiosidades de las que allí tienen. El mini zoológico de aves rapaces les llamó mucho la atención a los chiquillos, pero no fue suficiente para mitigar el mal humor del más pequeña. Ya se sabe que siempre que pasa algo que no nos gusta es culpa de papá o de mamá. ¿Que llueve y queríamos ir al parque? Evidentemente, la culpa es de los progenitores. ¿Que estamos resfriados y queremos bañarnos en la piscina? La culpa es de mamá o papá. ¿Que los ciervos no se acercan ni de lejos a mi ventana? Pues lo dicho, a hacérselo pagar a los papis.
Ante ese panorama infantil, decidimos pasar nuestro último día de estancia allí sin salir del camping. Los críos se lo pasan mejor allí dentro que explorando nuevos horizontes. Es la triste realidad.
Pero ese día lo aprovechamos a tope y, después del Parque de Fauna Silvestre Collado del Almendral aprovechamos para saltar con el coche de sitio chulo a sitio chula hasta que se hiciera la hora de cenar. De todos los que vimos, la Charca del Aceite no pareció especialmente chulo.
También hubo perreta porque no habíamos llevado los bañadores y prometía ser una pasada bañarse allí. Ni siquiera nos paramos a tomar algo en la estupenda cafetería bar, porque ya teníamos planeado ir a un restaurante que se llama El Kiosco del Jabalí y que estaba a unos quince minutos del parking. Nos lo habían recomendado porque mientras los adultos cenan tranquilamente, los niños se entretienen alimentando a los Jabalís que acuden al restaurante locos de felicidad y gula. Lo cierto es que comimos genial. Lo mejor, la trucha y la carne de caza.
Así acabamos el día más agotador de esa semana en el parque natural de Cazorla.
viernes, 18 de agosto de 2017
El Jardín Botánico del Parque de Cazorla y la Torre del Vinagre
Otro día llevamos a los niños al Jardín del parque. Queríamos conocer las especies autóctonas y aprender curiosidades del entorno, pero mis hijos pusieron mucha resistencia al plan. Estuvieron boicoteando la visita desde el minuto cero.
El jardín es precioso, pero ellos parecían inmunes a su belleza y seguían liándola: Que si vaya rollo, que si uno se iba por un lado y el otro por otro, que si malas caras... Yo ya estaba al límite de mi paciencia.
Supongo que era el calor, pero estos chiquillos estaban inaguantables al cien por cien. El caso es que, siempre que volvíamos de las excursiones, ellos aseguraban que se lo habían pasado bien y parecían recordar sólo las partes buenas, mientras que yo tenía las partes malas muy arraigadas en el cerebro, junto con los castigos correspondientes (por cierto que tienen toda una semana sin videojuegos de ningún tipo.
Curiosamente, cuando yo llego al summum de mi cabreo, es cuando ellos se empiezan a animar con las excursiones y visita. Y así sucedió en al jardín botánico. de repente se empezaron a interesar por las hierbas medicinales, las plantas extrañas, los frutos de los árboles...
El castigo más gordo fue cuando leyeron mal "cambrones" y "de la miera". Ellos juran y perjuran que lo hicieron sin querer, pero nadie se cree eso.
Tras el accidentado paseo por el jardín botánico, cruzamos las carretera y accedimos a la Torre del Vinagre, que está justo enfrente, y que alberga una pequeña exposición interactiva y otra de animales disecados que les flipó. También les impresionó el paseo de las secuoyas en las que estuvimos un buena rato.
Al final volvimos al campamento con una mami muy quemada y dos niños muy felices.
El jardín es precioso, pero ellos parecían inmunes a su belleza y seguían liándola: Que si vaya rollo, que si uno se iba por un lado y el otro por otro, que si malas caras... Yo ya estaba al límite de mi paciencia.
Supongo que era el calor, pero estos chiquillos estaban inaguantables al cien por cien. El caso es que, siempre que volvíamos de las excursiones, ellos aseguraban que se lo habían pasado bien y parecían recordar sólo las partes buenas, mientras que yo tenía las partes malas muy arraigadas en el cerebro, junto con los castigos correspondientes (por cierto que tienen toda una semana sin videojuegos de ningún tipo.
Curiosamente, cuando yo llego al summum de mi cabreo, es cuando ellos se empiezan a animar con las excursiones y visita. Y así sucedió en al jardín botánico. de repente se empezaron a interesar por las hierbas medicinales, las plantas extrañas, los frutos de los árboles...
El castigo más gordo fue cuando leyeron mal "cambrones" y "de la miera". Ellos juran y perjuran que lo hicieron sin querer, pero nadie se cree eso.
Tras el accidentado paseo por el jardín botánico, cruzamos las carretera y accedimos a la Torre del Vinagre, que está justo enfrente, y que alberga una pequeña exposición interactiva y otra de animales disecados que les flipó. También les impresionó el paseo de las secuoyas en las que estuvimos un buena rato.
Al final volvimos al campamento con una mami muy quemada y dos niños muy felices.