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viernes, 30 de julio de 2010

En la cama con los papis

Vaya polémica que hay montada alrededor de la conveniencia o no de meter a tu hijo en la cama contigo. En mi opinión la situación sólo depende de una cosa: el grado de desesperación. Si el niño se acurruca en su cunita tan feliz, cierra sus ojitos y se pone a roncar alegremente.... ¡Felicidades! Puedes disfrutar de tu cama para ti y sólo tendrás que lidiar con tu pareja para no perder tu espacio. Si en cambio, el niño se comporta como si en vez de haberlo metido en una cuna lo hubieras introducido en una olla de aceite hirviendo sólo queda armarse de paciencia e insistir hasta que se caiga de cansancio. Si el que se cae de cansancio eres tú ya sólo queda una opción. Meterlo en la cama contigo y rezar para que se duerma lo antes posible mientras intentas acomodarte lo mejor posible.

Daniel se recorre la cama de palmo a palmo antes de caer rendido y tú tienes que perseguirle y adoptar las posturas más incómodas e inverosímiles para evitar que en un descuido tu bebé dé con su cabecita en el suelo. Cuando por fin se ha dormido hay que esperar un poco a que entre en la fase rem, no se vaya a despertar nada más tocarlo. Así que hay que aguantar en la posturita de turno un ratito. No es raro que me acabe durmiendo con el enano pegado al costado. La energía que gasto con el bebé me pasa una factura que ríase de la de la luz.


La mayoría de las veces Raúl nos sorprende roncando al unísono y es el que se encarga de llevar al pequeñajo a la cuna. Entonces es cuando llega el momento de estirarse a gusto y dormir sin miedo a aplastar a Daniel, o que te despistes y se caiga por el borde de la cama, o que se remueva y te vaya empujando sin piedad (tan pequeño y con tanta fuerza). Ahí es cuando empiezas a disfrutar de verdad del descanso. Aunque, cuando tienes a tu pequeñín abrazado a ti se te suele caer la baba, e incluso, aunque se te estén cerrando los párpados, pierdes unos minutos contemplando como duerme. Y lo más asombroso es que no te aburres de mirarle.

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