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jueves, 7 de diciembre de 2017

El gran desmadre, madres versus Navidad

Las madres podríamos contar miles de anécdotas sobre nuestras experiencias en las fechas más terroríficas y estresantes del año. No, no me refiero a Halloween. ¿Sabéis de esos días en los que reina la paz y la armonía? Pues es una mentira ¡y muy gorda! Ni paz, ni armonía. Más bien carreras a todo trapo; horas en la cocina quemándonos, cortándonos y dándonos golpes tontos; largas sesiones de tortura de infantiles “quiero, quiero, quierooooo”; empacho a café y azúcar para aguantar el ritmo con deformación grave de la cinturita (dónde quedó ella); entrenamiento Tetris para esconder regalos; máster en diplomacia para esquivar las grandes broncas familiares; expertas en cuadrar horarios y en encaje de bolillos para hacer frente a las larguísimas vacaciones escolares… Sí, ya sé que me dejo muchas cosas en el tintero, pero no quiero acabar con depresión prenavideña.

Que narices. De pre nada. La Navidad ya está aquí. ¡Oh my god! Pero antes de morir de agobio y estrés, mejor desconectar un rato con las desventuras de tres madres, que ya conocemos por su lucha en Malas madres para hacer ver que las mamás somos humanas y necesitamos nuestro espacio. Y no por ello queremos menos a nuestros hijos.

Amy, Kiki y Carla vuelven para enfrentarse a una de las épocas más complicadas del año más complicadas para una madre, La Navidad, en El gran desmadre. Si te gustó la primera, seguro que esta también te hace gracia porque copian la misma fórmula aunque ahora orientada a la difícil relación de las protagonistas con sus madres. Tres señoras de armas tomar. 

La de Amy es criticona y perfeccionista al extremo, hace perder los nervios a cualquiera. La de Kiki es una aprovechada, manipuladora y psicópata obsesionada con su única hija, da miedo. La de Carla es un clon de ella misma, aunque más egoísta y no duda en aprovecharse de su hija en cuanto tiene ocasión. ¡Vaya cóctel explosivo! Ideal para la avalancha de chistes y situaciones surrealistas que se suceden durante la hora y tres cuartos que dura la película. También hay hueco para los momentos emotivos y de lágrima fácil.


Al principio hay una introducción en la que explican por qué Amy es una madre tan desastre con la Navidad con la que no he logrado empatizar. Para mí, es un poco difícil identificarme con la forma de entender la Navidad de los Estadounidenses. Por lo visto, para ellos es vital decorar las casas hasta el mínimo detalle tanto en el interior como el exterior, cosa que en España depende del espíritu navideño de cada uno. En mi humilde hogar les damos carta blanca a los peques y así nos va, que esto parece una zona catastrófica, pero ¡y lo que nos reímos, qué! Tampoco damos nada de importancia al papel regalo. ¡Si no va a durar un minuto puesto! Mis hijos no sabrían describirme los motivos de los que envolvían sus regalos si yo les pidiera una descripción de los mismos después de abrirlos. De hecho, mi lucha con mi marido es ponerles los juguetes sin papel y así somos más ecológicos y les ahorramos un paso. Pero, nada, Raúl sigue erre que erre con el tema del papel de regalo. En las cenas y comidas navideñas he llegado a estar en pijama (yo confieso). Y así con todos los puntos que se enumeran en la presentación, que a mí no son los que más me agobian de estas fiestas. ¡Ah! Y por favor, que alguien me explique cómo hacen para irse de parranda las tres protagonistas tan tranquilas aparcando hijos cuando les viene en gana, más que nada para cuadrar horarios laborales y escolares con tanta facilidad.

Si las véis, os echaréis unas risas sin necesidad de pensar demasiado en lo que estáis viendo, pero, en mi opinión, han perdido el espíritu de malas madres de la primera, o a mí no me ha llegado, por abusar de alusiones al sexo y de las escenas en las que se emborrachan. Cuando a mí me superan las cosas nunca me ha dado por el alcohol. La verdad.

Lo mejor de mi escapada de malamadre fue pasar un rato divertidísimo con Olga, Cuéntamelo bajito, Keka y la preciosísima y sonriente Tigrilla, Mamá se escribe con K.

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