Páginas

miércoles, 6 de marzo de 2019

Los cuentajuegos de Iván

El más pequeño de la casa es extremadamente aficionado a montarme aventuras de la nada cada vez que salimos a la calle. Mientras su hermano mayor se mete en su mundo y se dedica a dar saltos, patadas y golpes de kárate al aire, Iván comienza su juego hablado. Puede comenzar uno nuevo o seguir por dónde los habíamos dejado, lo que requiere un ejercicio de memoria bastante importante: Tienes que recordar en qué punto de la misión estás, los objetos y poderes que has ganado anteriormente, los amigos que te acompañan...

A veces es divertido, pero otras no tengo la cabeza para tanto entrenamiento mental. Pero cualquiera le dice que no a este peque. Así que cada vez que salimos a la calle me convierto en nigromante, ninja, guerrero, domador de gatos...

La última fue general de un ejército mercenario y costaba mucho esfuerzo seguirle los pasos a este peque. Admito que tiene más cabeza que yo para estas cosas. La cosa consistía en que yo tenía que ir desbloqueando tipos de tropas luchando en batallas de diferentes niveles: aldeanos, gladiadores, murciélagos, momias, golems, cañones, escopeteros... Esas tropas tienen cada una un ataque, una defensa y un coste diferente. Antes de cada lucha se me asigna un presupuesto para hacer mi ejército. Cada nivel tienen tres batallas con distintos niveles de dificultad que puede venir dado por la fuerza del enemigo o por lo ajustado del dinero con el que cuentas. Así que a veces tienes 3.000 euros para gastar pero un enemigo terrorífico que capitanea a horrendas criaturas y otras te dan 500 euros y allá te las apañes, pero el enemigo es mucho menos feroz.

La historia es que jugué cuatro mundos con sus correspondientes tres niveles y al final tenía tanto bicho con precios diferente que era tremendo acordarse. Encima tenía que estar haciendo cálculos mentales todo el rato para optimizar el dinero que me daba. Tuve que poner una norma: los precios sólo podían ser múltiplos de 25. Porque cuando empezó con cifras como 178 o 443 mi cerebro hizo sonar las alarmas de peligro de sobrecarga. ¡Jolín! Que soy de letras.

Lo bueno es que ambos repasamos mates y reforzamos la memoria, porque él tenía que estar muy atento para que no le hiciera trampa con mis compras (en realidad no eran trampas, que eran simples errores de cálculo, pero quedo mejor si digo contrario. Todos tenemos nuestro orgullo.

Cuando por fin llegamos a casa, mi cabeza echaba humo. Admito que a cada batalla aceleraba un poco el paso ainss

4 comentarios:

  1. Desde luego, a imaginación no los gana nadie... Y está genial lo de repasar mates como quien no quiere la cosa!!
    Muas!

    ResponderEliminar
  2. Me he agobiado según te iba leyendo...¡¡¡menuda imaginación!!!

    ResponderEliminar
  3. Yo me agobio en cuanto le oigo decir: Mami, ¿JUgamos a un juego? jajaja
    Es que hay que exprimirse mucho el cerebro...

    ResponderEliminar

Me encanta saber lo que piensas.