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lunes, 31 de octubre de 2022

Un bosque tenebroso y unas necrópolis medievales

El puente de Todos los Santos acabamos en Covarrubias. La verdad es que el único que quería venir en estas fechas era Raúl porque el resto teníamos nuestros propios planes de Halloween en Madrid, que tuvimos que abandonar mientras el coche se alejaba de la gran ciudad para llevarnos a uno de los pueblos más bonitos de España. Y no lo digo yo, que tienen un reconocimiento oficial que lo acredita.

El caso es que atrás quedaron los planes de fiestas lúdicas, eventos chulos y quedadas siniestras... pero se habrían otros horizontes igual de chulos. No negaré que me sentí un poco decepción por el cambio de planes en un principio, pero no lo podía sacar a traslucir porque tenía que dar ejemplo con lo peques. Ellos sí que tenían un inmenso enfado encima con el plan de Halloween y de Todos los Santos que se les había impuesto. Sobre todo el mayor, que ya había quedado con los amigos y tuvo que cancelar casi todo. El viernes pudo darse una vuelta y pasarse por la fiesta del cole de su hermano, que hay que ver cómo destacaban los gansos de segundo de la ESO entre tanto monstruito de primaria. Además, sospecho que no todos los del grupo eran antiguos alumnos, pero daba igual porque estuvieron la mar de comedidos.

Ninguno de los dos se quiso disfrazar esa tarde y fueron a la fiesta de ellos mismos, que si lo piensas bien, ir de genios del mal es bastante aterrador (¡eso es lo que son 365 días al año!).

El sábado madrugamos para no coger atasco y pasamos un día muy tranquilo en el pueblo. Al día siguiente, a pesar de la amenaza de lluvia, cogimos el coge y nos fuimos a las Lagunas de Neila, un lugar impresionante y con aires tenebrosos ideal para una excursión con mucho espíritu de Halloween. 

Además, la zona estaba plagada de Necrópolis medievales con pequeñas tumbas abiertas cuyos huesudos habitantes habían desaparecido misteriosamente... bueno, en realidad estarán en museos y laboratorios arqueológicos, pero no me estropeéis el ambiente.

Primero fuimos a una ruta bastante difícil que rodeaba las lagunas de Neila y que incluía atravesar un bosque tenebroso lleno de los colores del otoño y que de noche debía ser terrorífico seguro. Con el montón de huellas de animales que encontramos en nuestro camino seguro que se llenaba de ruidos y apariciones inquietantes.

Nudosos árboles, retorcidos y llenos de ramas angulosas alimentaban la sensación de bosque maldito. Además, encontramos un montón de troncos caídos que alimentaban nuestra exaltada imaginación. A menos la mía.

Pero lo más aterrador de todo era el altísimo trol que nos acompañó durante todo el camino liándola parda. Atendía al nombre de Daniel y se lo pasó genial poniéndose en peligro y quitándole años de vida a su madre. ¡Es un niño o una cabra! Menos mal que su hermano decidió portarse como un angelito en esta ocasión y se dedicó a disfrutar de la excusión.

Mientras tanto el espíritu malvado de Daniel intentaba envenenar nuestras almas soltando perlitas ofensivas y cizañeras durante todo el camino. Realmente consiguió hacerme perder la paciencia y llevarse una serie de castigos más que merecidos. De hecho, me quedé corta. Tiene unos padres que no se merece.

Culminar la ruta nos llevó cuatro horas y fue agotadora, aunque también maravillosa. Menudas setas más enorme y bonitas, vaya vistas, que paisajes de cuento, menudos rincones mágicos...  Lo aconsejo al cien por en aunque sólo para familias con resistencia. Yo acabé con agujetas y dolores por todo el cuerpo.

Hasta nos metimos en una cueva llena de historia, en la que, por lo visto, se escondió el cura Merino,  sacerdote y líder guerrillero español durante la Guerra de la Independencia Española, y sus belicosos seguidores. Desde luego, que tuvieron que estar muy apretados porque por dentro era bastante pequeña.

Cuando volvimos al parking dónde habíamos dejado el coche ya era la hora de comer, así que nos dirigimos a un restaurante muy chulo, que se llamaba Arlanza y estaba cerca de un camping con su mismo nombre. Estaba bastante lleno, pero nos hicieron un hueco y pudimos disfrutar de su menú. A mí la sopa de ajo con torreznos me revolvió la vida. El día estaba bastante fresquito y ese chute calentito y contundente me vino de perlas. 

La camarera que nos atendió era un amor de persona. Tanto que cuando nos pidió, tras el delicioso postre y con gran vergüenza, si podíamos dejar libre la mesa para otros comensales, lo hicimos con una gran sonrisa. Nos invitó a seguir disfrutando de la sobremesa en el bar o en una de las mesas de la terraza (en la que no hay servicio de mesa) pero preferimos seguir nuestro camino. No sin antes pasarnos por el parque de ejercicios a petición de infantil. La verdad es que tienen una zona muy agradable para que los niños jueguen mientras los adultos comen o simplemente se toman algo. Nos gustó mucho el sitio.

Los niños ya habían tenido suficiente, pero el padre me tentó con visitar las necrópolis y unas huellas de dinosaurios y no me pude resistir. ¡Claro que quería parar a verlos todo! Algo que fue imposible con los dos gremlins tocando las narices. A la tercera parada se negaron a salir del coche y logré convencer al padre de que estaban agotados y lo mejor era dejar el resto para otra visita.

Pero antes de que lograran fastidiarnos el plan pudimos visitar la necrópolis de Cuyacabras, unas huellas de dinosaurios (que por algo llaman a la zona Tierra de Dinosaurios) y una necrópolis ubicada en el pueblo de Regumiel de la Sierra, un pueblo laberíntico muy bonito.

La necrópolis de Cuyacabras está en mitad del campo y es una pasada. Tiene un montón de tumbas escavadas en roca que rodean la planta de lo que había sido una pequeña iglesia. Como bien dijo Iván, un escenario perfecto para jugar e inventar historias. La de Regumiel de la Sierra está en una de las calles del pueblo y cuentan que los lugareños las asaltaron buscando tesoros y pensando que eran moras. Mas tarde se descubrió que no lo eran y que fueron reutilizadas la baja edad media. Que significa justo lo que creéis. Sacaron cadáveres para meter otros cadáveres, algunos embutidos malamente porque no cabían en nichos tan pequeños. Y hasta lograron rellenar huequitos con anillos, amuletos, cuentas de collar...

La visita a las huellas de dinosaurios no la hicieron sufrir bastante los peques con su cantinela de que no podían ser de verdad y que falso todo, que falso todo. De nada sirvió la explicación de cómo esas huellas habían salido a la luz tan bien conservadas. Siguieron en sus trece con el tema del montaje para engañarnos.

Sólo por no oírlos más (y porque los veía realmente agotados) dimos por terminada la excursión y nos volvimos a Covarrubias. Esperamos que solos. A saber si hemos pisado alguna de esas tumbas y nos hemos traído a alguno de los espíritus que la habitan con nosotros...






























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