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lunes, 7 de diciembre de 2009

En el hospital

Una vez arreglado el niño me lo enchufaron conmigo en la cama-camilla y vuelta a Dilatación a esperar que se quedara libre una habitación en planta. La familia política había llegado hacía horas a pesar de que Raúl les había dicho que aún quedaba un rato para que Daniel asomara su cabecita coniforme. Mientras esperábamos el feliz acontecimiento entraban de uno en uno para darme ánimos, pero una vez expulsado el enano se congregaron todos en la mini habitación. A todos le pareció muy guapo el niño, lo que demuestra su mal gusto o lo bien que se les dan las mentiras piadosas porque el pequeñazo parecía sacado de la serie “Alien nation”. Eso sí, desde su primer minuto de vida ya le encontraba yo una gracia especial. No porque sea mío, noooooooo. Es que la tiene. Ejem, ejem.

Los únicos que se acordaron de la pobre madre en ese momento fueron mis cuñaditos Luis y Marta que aparecieron con una caja de lenguas de gato. Ummmmm, chocolaaaaaaaaaate. Puntualizaré que he sido una triste embarazada diabética, aunque he de confesar que a partir del 13 de agosto, mi boda, pequé, pequé y pequé repetidas veces. Es que la Luna de miel la pasamos en Portugal y que dulces, bollos y repostería varia encuentras allí, de cinco estrellas, para chuparse los dedos, slurp, slurp. No hay palabras.

Una matrona entró y me enchufó el niño en el pecho. Oye, no se lo pensó dos veces y me estrujó el pezón con ahínco. Se podía oir perfectamente como succionaba. Impresionante y un pelín doloroso.

Por fin me dieron habitación y hasta la cuarta planta que nos llevó el celador. Pero una vez allí nos quedamos en el pasillo. Nos habían anunciado la vacante de forma precipitada, así que la enfermera le ordenó displicente al celador que nos dejara en el pasillo o de nuevo donde nos había recogido. Al celador se le hincharon las narices y le espetó que en el pasillo iba a dejar a su madre. Con lo cual se enzarzaron en una incómoda discusión que presenciamos madre, hijo y familia política mientras disimulábamos que no iba con nosotros. Finalmente el celador cogió las riendas de la camilla de nuevo y me devolvió a Dilatación despotricando contra las enfermeras de la cuarta planta. Así es la Seguridad Social. Así y, a veces, peor. Al rato, otra vez para arriba. Ahora sí. Ya tenía habitación y Daniel cunita.

Las habitaciones eran compartidas. La chica que nos tocó al lado también era primeriza, pero se la veía muy ducha en estas lides. Su marido era un huevón que no hacía nada de nada. Solo estar. Afortunadamente, en mi caso Raúl se hizo cargo de la situación rápidamente, porque los efectos de la anestesia comenzaban a disiparse y el dolor se hacía notar. Me costaba moverme un mundo. Teniendo en cuenta qaue la chica de al lado se movía sin problemas y lo orgullosa que soy yo, me estaba entrando la depresión posparto.

Nuestro vecinito bebé se llamaba Hugo y no hacía más que llorar. Más tarde nos enteramos que lo que tenía el pobre era hambre. Le dieron un poquito de leche y le cambió la cara de demonio berreante a angelito durmiente. Parecía un milagro.

La primera noche la pasé muy bien. Estaba tan cansada que dormí casi del tirón. La verdad es que me costó hasta oir llorar a mi hijo. Aunque finalmente me desperté y lo enchufé al pecho. Mi niño, pobrecito. En cambio Raúl tenía una versión muy diferente de su primera noche y sus grandes ojeras le sirvieron de testigo. "El niño Hugo berreando, el marido roncando, estuvieron con una tele portatil hasta las mil grrrr, grrrr. El suelo estaba duro y frío...¡Mi espaldaaaaaaaa!".

Menos mal que al día siguiente venía mi madre al hospital y él se pudo ir para ducharse y descansar. A pesar de todo le costó despegarse de su hijito. Casi le tuvimos que echar a patadas.

Por la tarde nos concentramos un grupo más numeroso en la habitación. La enfermera cogió a Daniel y le quitó la venda del a cabeza. Se hizo un silencio sepulcral. Vaya pepino que tenía por cabeza. "Eso se arregla", "En un mes ya tiene la cabeza redondita", "Aun así es guapo".

Al principio el comentario era unánime: "¡Este niño es un santo!" "Nunca llora" "¡Angelito!". No sabía la que me esperaba luego.

El trato en el hospital fue bueno en general, pero todavía no entiendo por qué casi me voy con la vía a casa. Me cansé de pedir a las enfermeras que me la quitaran y nunca tenían tiempo porque, según ellas, estaban superadas. Poco antes de dejar el hospital, 48 horas después del nacimiento, una de ellas me la quitó en un minuto. ¡¡En un minutoooooooooo!!! Y hasta entonces cuidadito al moverme, cuidadito al ducharme, ay ay me dí en la vía y se me ha movido la aguja. ¡Qué grima!

El caso es que no veía el momento de irme a mi casa y cuando por fin me dieron el alta empezaron a venir familiares, Raúl se fue a buscar el coche, tardó una eternidad...El caso es que parecía que no me podían sacar de la habitación ni con aceite hirviendo y eso que hubo mucha presión por parte de las enfermeras. "¿¿¡¡Todavía aquí!!?? Pero al final nos fuimos, rumbo a lo desconocido.

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