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martes, 2 de febrero de 2010

Promesas sin cumplir

Recuerdo cuando yo no era madre como algo muy lejano (y eso que sólo han pasado cuatro meses y unos días). Decía cosas como: “yo nunca metería a un bebé a dormir conmigo. Es peligroso”. No sabía hasta qué grado de desesperación puede llegar una madre cuando su hijo tiene problemillas para coger el sueño. Tampoco sabía que era capaz de estar tantas horas sin dormir. Ese tipo de afirmaciones que se hacen sin conocer el tema son las que me estoy tragando ahora sin sal y a palo seco.
Al principio me resistí a meterlo conmigo, al poco tiempo me quedaba dormida dándole de mamar, con lo que ya dormía conmigo en la cama en contra de mi voluntad y con gran dolor de mi espalda por la mala postura. No pasaron muchos más días hasta que decidí en favor a mi salud mental que eso de dormir con tu hijo en la misma cama era algo del todo aconsejable a la par que entrañable. Qué mejor manera de estrechar lazos con el bebé y al mismo tiempo descansar un poco por fin. ¡Vamos! Que o lo metía en mi cama o me podía despedir de pegar ojo en toda la noche.

Otra gran afirmación: “los niños de hoy se pasan todo el día viendo la tele en vez de jugando y estimulando su imaginación. Los míos sólo verán los vídeos que yo crea conveniente para su edad y jugarán mucho”. Teniendo en cuenta que a los dos meses Daniel ya era un teleadicto… Y no creáis que ve Pocoyó. Ve el telediario y lo que pongan en ese momento con tal de que me dure unos minutos tranquilito en la cuna. Calmo mi conciencia diciéndome que todavía no se entera de lo que ve, pero será mejor que me enteré pronto de a qué edad empiezan a discernir.

Y la mejor de todas: “Yo a mi hijo le dejaré llorar que es bueno para los pulmones e imprime carácter”. En cuanto el niño berrea a Dácil se le encoge el estómago, se le saltan las lagrimitas de ver sufrir a su hijito y hace el pino si hace falta para que vuelva a sonreír. Si es que para criar a un niño hay que tener una voluntad de hierro. Y ya me puedo poner las pilas si no quiero ser esclava de un pigmeo mandón.

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