Ojala se estuviera quieto un ratito para poder hacerle mimitos con tranquilidad, pero... ¡que va! El se retuerce como un energúmeno y se agarra con todas sus fuerzas para escapar de tus brazos y arrastrarse a hacer perrerías. Si lo dejas en el suelo tampoco hay paz porque va directo a los rincones más peligrosos, a tirarle la comida a los pobres gatos, a ponerse de pie justo enfrente del pico de un mesa... ¡Quién dijo miedo! Desde luego Danielito no.
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