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viernes, 14 de enero de 2011

Fiebre

He ido a recoger el pequeñín a la guardería y me he dado de bruces contra la mala noticia. Daniel tiene fiebre. "Mañana sería mejor que no lo trajeras" me ha soltado tan tranquila una de sus cuidadoras. ¡Qué fácil! y quien me lo cuida. Porque yo tengo que ir a trabajar, Raúl también... Y mi suegra también. Aquí no se libra nadie.

Saqué el móvil para llamar a mi jefa y decirle que mañana no iba.No se lo tomó muy mal, pero estaba segura de que me iba a tocar recuperar las horas este fin de semana, que me tocaba trabajar ya de por si.

El niño me miraba febril desde su sillita. Sólo parecía enfermo por el brillo de sus ojos y la rojez de sus mofletes, por lo demás estaba muy activo. "Eso es bueno" pensé. A pesar del buen tiempo me lo llevé directo a casa. Allí jugó feliz con sus juguetes toda la tarde y se fue a dormir sin protestar. Estaba agotado.
Y entonces empezó a notarse de forma salvaje que estaba malito. No me dejó pegar ojo en toda la noche. Gemía, iba yo, le daba agua, le ponía el chupete, se giraba, se quedaba tranquilito y a los diez o quince minutos volvía a gemir. Ni el Apiretal ni el Dalsy pudieron salvar la noche. Al día siguiente estaba agotado, pero seguía muy activo. La que estaba hecha polvo era yo. Que mal enfermo es este chiquillo, que se resiste a pasar la fiebre en la camita como todo el mundo.

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