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viernes, 29 de julio de 2011

El niño que rebota contra las paredes

Raúl se ha empeñado en llevar a Daniel a una barbacoa que organizaba un amigo suyo en la terraza de su duplex. A mí no me hacía mucha gracia, pero me da cosa estar siempre con el no en la boca para el inconsciente del padre. Así que he decidido darle el gusto. No me gusta que el niño cambie sus horarios, pero me temo que ahora que se tiene que ir con sus abuelas unos días al pueblo (ya está de vacaciones y nosotros no) se los va a saltar constantemente.

Así que me cargué de pañales, cambiador, juguetitos, comida por si acaso, agua, gorra, crema solar (soy un poco exagerada con este tema)... y nos dirigimos a la reunión de amigos. Por el camino le pregunté a Raúl si sus amigos llevarían también a sus hijos. "¡Pero si son casi todos estudiantes de doctorado! No va ningún niño". ¡Ay, ay, ay! pensé yo. Y lo confirmé al llegar. Era todos estudiantes sin preocupaciones con ganas de juerga. Vamos, algo parecido a mí hace diez años.

Le expliqué a Raúl que a lo mejor no era el lugar apropiado para que un bebé se lo pasara bien, pero mi marido me derrotó con un "Me hacía ilusión traerle y que le conocieran". Eso significa que está orguillosísimo de su hijo. Cómo podía yo interponerme ante ese sentimiento.

Y en una cosa me equivocaba de pe a pa. El niño se lo pasó en grande. Se recorrió el duplex como si fuera Atila. Todo lo quería tocar, le encantó subir y bajar por las peligrosísimas escaleras, se metió en el baño y la cocina a investigar... Todo con el beneplácito del anfitrión que no hacía más que reirle las gracias. El problema empezó de verdad cuando le dio por saltar en el sofá, subirse a las mesas y las sillas, aporrear la tele... Yo le reñía, por supuesto, pero el resto de la gente allí congregada se reía y así no había manera. El enano se envalentonada cada vez más. Volaba en manos de algunos de los amigos de Raúl y pedía más. Hubo que hacer un cordón policial alrededor de la barbacoa en llamas porque desplegó todas sus estrategias de anguililla para poder acercarse a límites insospechados. A mí el estres me podía.

Finalmente señaló la puerta y dijo un contundente y lloroso "!Allíiiiiiiii!". Mi chiquitín estaba agotado. El anfitrión le cedió a Rapidito (un camello de peluche que dijo que era la mascota de la casa y que vete tú  a saber de donde lo habían sacado. Noche de juerga seguro. Eso sí, era un muñeco graciosísimo y hacía ruido si se le apretada la chepa). Daniel se acurrucó con el bicho en el sofá, pero no se dormía. Con lo cotillita que es era imposible teniendo en cuenta el montón de cosas interesantes que había a su alrededor.

Convencí a su padre de que era hosa de marchar al hogar y que esas son las consecuencias de salir con un bebé. Milagosamente no me puso ningua pega, anque me hizo esperar un poco porque estaba dando buena cuenta de una ración de alitas. Le dijimos a Daniel que diera besos y ¡Lo hizo! Yo creo que todos se llevaron uno. El pequeñajo corría de un brazo a otro de los invitados con la intenció de babearles la mejilla a gusto. Y los chicos lo recibían encantados.

Una vez en el coche le dije a Daniel que no se preocupara, que ahora mismo nos íbamos a dormir. El pequeñín hizo el gesto de apoyar la cabeza en una almohada a la vez que decía "¿Mir? Zzzzzzzzzzz. No, no, no, y no" esto último los acompañó con unos expresivos gestos con la cabeza y las manitas. Y, efectivamente, intentó escapar de la habitación cuando ya lo teníamos con el pijama y el perrito de peluche. ¡Pero que juergas es este chico! Cada día se parece más a su padre.

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