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lunes, 19 de marzo de 2012

Los bisabuelos conocen a Iván

Nos hemos liado la manta a la cabeza y en una decisión de última hora hemos hecho las maletas, subido a los niños al coche y hemos puesto rumbo a Elda para que los bisabuelos conozcan a Iván. En mi trabajo puedo aprovechar muy pocos días de fiesta porque los trabajamos por turnos, así que no podía dejar pasar este fin de semana largo gracias al lunes festivo.

Mis abuelos estaban deseando ver al bebé, más aún tras conocer su dolencia cardíaca. Aunque también querían volver a disfrutar del mayor, que los tiene enamorados. Ya me habían dicho y repetido que les hiciera una visita, pero es que está lo suficientemente lejos como para que me de pereza preparar toda la infraestructura que requiere el viaje con dos enanos. Además de que no había tenido oportunidad.

El viaje fue horroroso. A la hora de salir sólo habíamos recorrido treinta kilómetros. Nos habíamos olvidado de las fallas de Valencia y que con el tiempo tan bueno que hacía todo Madrid querría bañarse en las playas de Alicante. Salimos a las cinco de la guardería rumbo la casa de mi abuelos y llegamos a nuestro destino a las doce menos cuarto de la noche. ¡Un palizón! Paramos una horita para cenar y para que los peques descansaran de tanto coche.

Me senté detrás entre la maxicosi y el sillón de Daniel. Para entrar tuve que hacer malabares desde el asiento delantero y no fue fácil encajar mi voluminoso trasero, pero lo logré y allí estaba yo con todo mi repertorio de los Cantajuegos y moviendo las manos de uno a otro retoño. Menos mal que el último tramo lo hicieron dormidos, porque acabé agotada.

Una vez en casa de mis abuelos los dos chiquillos se despejaron. Daniel gimoteaba sin saber ni donde estaba. Quisimos acostarlo lo antes posible, pero para cuando estuvo preparada su cama ya tenía los ojos abiertos como un buho y jugaba con mi abuelo tan feliz. Mi abuela nos preparó tres camas en una habitación y allí mismo montó Raúl la cuna de viaje. Huelga decir que me dieron una noche infernal.

Mis abuelos estuvieron encantados con los dos biznietos aunque acabaron agotados. Daniel jugaba con ellos, les daba besos y trepaba hasta sus brazos. Para tener 94 años se defendían bastante bien con el terremoto de mi hijo. A Iván lo cogieron en brazos y los achucharon muchas veces. Tanto por la mañana, como por la tarde sacábamos a las fieras a pasear para que pudieran descansar.

Cuando llegó la hora de la despedida estaban muy triste de tener que separarse de los dos diablillos. El camino de vuelta fue bastante mejor porque no cogimos tanta caravana. Salimos el lunes por la mañana en vez de por la tarde para no pillar la hora punta. Llegamos en cinco horas parando para comer.

Los cuatro estábamos agotados, pero mis hijos aun tenían mecha para jugar. Son incansables.

2 comentarios:

  1. que bien que losn bisas puedan ver a sus nietos,no todos los niños son tan afortunados,la verdad que es un viaje largo pero merece la pena

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  2. Sí que mereció la pena. Los bisas estaban encantados con los niños.

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