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sábado, 27 de octubre de 2012

El Borril Diputación de Toledo

Cuando mi amiga de la universidad, Patricia, me llamó para invitarme a una visita guiada por su centro de trabajo, una reserva de fauna y flora de Toledo, nunca me imaginé lo que me iba a encontrar allí. Estaba deseando que llegara el día para verla, porque hacía años que no quedábamos. Tenía una hijo de un año y medio y yo no lo conocía aún.

Daniel estaba muy ilusionado con la excursión, aunque su madre no había sabido explicarle mucho. Sólo que habrían animalitos y que podría hablarles y darles de comer. Les abrigué todo lo que pudo pensando en que en Toledo haría un frío de espanto, pero nos pilló un día estupendo y nos hizo hasta calor, así que los abrigos se quedaron en el coche.

Éramos un grupo reducido y lleno de niños: Ideal. Nos olvidamos de llevar la mochila portabebés y tuvimos que cargar con Iván por los tramos difíciles, pero al final no estuvo mal el desliz porque así lo pudimos soltar cada dos por tres para que hiciera el locuelo a sus anchas.

La visita empezó por el zorro. Los niños estaban emocionados por poder ver uno tan cerca. Patricia nos explicaba cosas acerca de cada animal, pero yo me perdí la mitad de su discurso por estar pendiente de mis fierecillas. Raúl y yo nos turnábamos para cargar con Iván y frenar a un Daniel totalmente descontrolado. Nuestra guía nos enseñaba cráneos, huellas, heces, piel de algunos animales... Y se los iba pasando a los chiquitines para que lo vivieran al máximo.

Los ciervos fueron la siguiente parada. Los peques disfrutaron al máximo de dar de comer a "Blanquita" y de observar al resto de la manada que pastaba a sus anchas. El pobre Iván tuvo un desafortunado encuentro con las ortigas gracias a un empujón desafortunado de su hermano, pero se pudo arreglar todo con un poco de agua fresca en las zonas afectadas.

El recinto era completísimo. Tenía una zona de animales salvajes con los ya nombrados y con jabalíes, ginetas, un gran lago con patos, panales de abejas (todo muy seguro para evitar picaduras dolorosas), perdices... Por otro lado, tenían la granja: con vacas, caballos, burros, gallos y gallinas, pollitos, cabras, ovejas, pavos, cerdos... Y un maravilloso tractos, que, me temo, fue lo que más le gustó a Daniel de toda la visita. Cuando Patricia le dio permiso para montar se le iluminaron los ojillos. Nos costó mucho convencerle para que se bajara del vehículo. También tenían un lugar acondicionado para lagartijas, serpientes y sapos. Un centro de la naturaleza completísimo.

Entre el mundo salvaje y la granja tuvimos un descanso para comer y que los niños jugaran un poco a sus anchas. Aprovechamos para descansar un poquito.

A los niños les dejaron disfrazarse con trajes de apicultor. A Iván no le interesó nada el asunto y se buscó su propia diversión con dos tapacubos rojos de plástico.

Cuando terminamos el recorrido Daniel aseguraba que no quería irse nunca de allí. Patricia y Pepe, su marido, regalaron a todos los visitantes miel de sus abejas y un libro de actividades chulísimo que pienso usar con mi niño mayor.

Nos encantó la visita. Esperamos volver de nuevo porque nos lo pasamos muy bien todos, aunque acabamos agotados. Los niños se quedaron dormidos nada más subir al coche.














2 comentarios:

  1. Que sitio más chulo...Yo en lugares así disfruto muchísimo! Seguro que fue genial para los peques!
    Muas!

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  2. Sí que lo fue. Y original. Algo distinto al típico zoo, a los que también acudo como una niña más porque me encantan, aunque los animales me suelen dar penilla :(

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