Daniel me acompaña a vacunar a Iván contra los refriados

El viernes hicieron  puente en el colegio de Daniel y Raúl trabajaba, así que no me quedó más remedio que llevarme a mi chico mayor al hospital para que le pusieran la vacuna de los resfriados al bebé. A mí no me hacía mucha gracia, pero el peque estaba encantado con la idea de ir al hospital a ver cómo le inyectaban "caballeros buenos" a su hermano.

Para colmo de males el día amaneció lluvioso, así que nos hicimos el cuarto de hora largo de camino en más de media hora y muertos de frío. Una vez allí, me di cuenta de que me había dejado la tarjeta de vacunación en casa. maldiciendo mi cabeza le di las explicaciones necesarias a la enfermera que me miró meneando la cabeza, pero aceptó la situación resignada. Me anotó toda la información en un papelito y me conminó a apuntarlo en la tarjeta nada más llegar a casa (Aún no lo he hecho. ¡Que desastre!).  ¿Más de dos horas tuvimos esperar! Iván se recorrió todo lo recorrible e intento liarla mil veces. Daniel fue Hulk, el Hombre de Hierro, Spiderman, Batman y un simpático pintor que iba pintando todo lo que pillaba con ayuda de un pincel y un cubo apilable que había llevado para que jugaran.

Afortunadamente, mi chico mayor se portó muy bien y estuvo a mi vista todo el tiempo que estuve persiguiendo al incombustible Iván.

Por fin nos tocó entrar a la consulta y Daniel se empeñó en repintarle todo a la enfermera que se prestó el juego gustosa. Cuando llegó la hora de pincharle los muslitos a su hermano se tapó los oídos cómo le había dicho y cerró los ojos. Aún así, le pareció que el chiquitín había gritado mucho.

Salimos del hospital hartos y agotados. Iván no tardó en quedarse dormido. Menos mal que les había llevado algo para hincar el diente mientras esperábamos. Ya me sé el cuento.