Treinta grados en el Parque Europa

El domingo nos levantamos tempranito y, cómo el día prometía tanto como el del sábado, nos encaminamos al Parque Europa de Torrejón, que siempre es un valor seguro para que los niños se diviertan.

Nada más llegar nos dimos un pequeño susto: ¡Estaba cerrado! Ni el del parking, ni la policía sabía el por qué. Los policías fueron muy amables e incluso intentaron bromear con Daniel, pero a éste le dio un ataque de vergüenza y se alejó corriendo. "No te creas lo que te digan tu padres" le pidió uno "La policía es buena". Roja de la vergüenza yo también, le expliqué a la autoridad que mis hijos sabían que la policía era buena. Tanto que había que ir en su busca si se daba el caso de que se perdieran. El policía estuvo de acuerdo en que mi proceder era el correcto y no insistió en llamar la atención de mi primogénito.

La familia nos acercamos al campo de enfrente a decidir si poníamos en práctica una plan B o esperábamos a ver si abrían. En estas estábamos cuando abrieron la puerta y pudimos entrar por fin. Nosotros queríamos dar una vuelta para ver los monumentos, pero los chiquillos se subieron a los molinos holandeses y no se querían mover de allí. Sólo logramos convencerles con la promesa de unos columpios. Llegamos a los del futuro, llenos de cohetes, y después no acercamos a los del pasado, con castillos. Los dos encantaron a los chiquillos. Los monumentos por los que pasábamos también le llamaban mucho la atención: la puerta de Brandemburgo, la de Alcalá, la plaza Mayor de Madrid, el Atomic, El puente de Londres,  la torre de Belem... Cuando nos dieron las doce buscamos una mesa a la sombra para comer porque el día se estaba poniendo al rojo vivo y nos comimos unos sandwiches (el bebé su puré) y unos bizcochos tan a gusto.

Habíamos quedado con una amiga y su familia que llamó justo en ese momento para decirnos que habían llegado. Afortunadamente teníamos unas cascada justo al lado del merendero y allí los esperamos a salvo del tórrido calor.

Tras otra sesión achicharrante de columpios nos sentamos a la sombrita y de allí ya no hubo manera de movernos hasta que llegó la hora de marcharnos. Los peques se lo pasaron genial corriendo, chillando, recogiendo flores y hojas, jugando...

En realidad, nuestros amigos se quedaron un rato más y nosotros nos tuvimos que ir porque se nos rompió el carrito. Demasiado trote le habíamos dado al pobre.