No nos podemos quejar, hemos aprovechado muy bien el tiempo en la isla canaria. Además de la playa, llevamos a los niños al parque Doramas, que es una preciosidad y siempre se o pasan bien admirando los enormes peces del estanque y jugando en los columpios. Hemos salido con las bicis que han heredado de su prima por una plaza enorme porque si no a Iván le daba algo. "Bichi, bichi, bichiiiiii" chillaba cada vez que pasábamos por el garage y las veía aparcadas.
Hemos visitado la exposición de belenes del ejército en el que se presentaba también el de la unidad de mi hermano. El año pasado lo hicieron con figuras de papiroflexia y éste de clics, ¡una chulada!
Disfrutamos de la piscina de la casa de mi hermana, en la que nos sumergimos a pesar de que el agua estaba congelada para agradar a los pequeños, que no parecían notar el frío y a los que tuvimos que sacar a rastras para que no cogieran una pulmonía. El contraste entre fuera y dentro era increíble.
Nos dimos un salto al jardín botánico, que es alucinante. Allí aprovechó Raúl para sacar fotos que luego subiría a su red social sobre la naturaleza. Desayunamos en un rincón encantador y luego nos dedicamos a explorarlo para alegría de los niños. ¡Hasta una tumba encontramos! La de su fundador, que estaba escondida en la maleza. Suerte que mi hermano se conoce muy bien el jardín y les guió hasta ella. Para los adultos puede resultar un poco macabro, pero los niños alucinaban con el hallazgo de su tío.
Desayunamos chocolate con churros en casa de mi hermana. Nos tomamos un helado en Triana mientras paseábamos por su ancha calle. Era un antojo que tuvieron los chiquillos nada más pisar la tierra grancanaria y no se lo negamos. En realidad, no nos hemos privado de nada. Las vacaciones hay que disfrutarlas a tope.
Mi madre no me ha permitido hacer nada de la casa para que descansara y nos ha tenido a cuerpo de rey. Supongo que va a necesitar toda una semana para recuperarse de nuestra visita.
Incluso, hemos tenido un poco de tiempo en pareja Raúl y yo. Una noche le dejamos los niños a la abuela Matilde y nos fuimos a cenar a un restaurante encantador con muchas sorpresas culinarias. Fue un soplo de aire fresco para nuestra relación y siempre viene bien recordar que dentro de la familia seguimos siendo una pareja.
Y esta tarde, se fueron Raúl y Daniel a ver pasar la cabalgata de Reyes. Yo me quedé en casa con el más pequeño porque se nos había quedado torrado en el coche tras la sesión de piscina en casa de mi hermana. Preferimos dejarle descansar que meterlo de lleno en la multitud. Su hermano se lo pasó en grande viendo a sus majestades y gritándoles que estamos en Las Palmas y no en Madrid para que no se olvidaran de traerle los regalos aquí. Llegó a casa tardísimo, agotado y contando que había visto muchos romanos.
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