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miércoles, 9 de abril de 2014

Fin de semana de frío, llovizna y un final lleno de luz

Este fin de semana nos trasladamos a Covarrubias. Nada más llegar los niños corrieron en busca de sus abuelas, pero no nos habían podido acompañar así que se quedaron un poco desilusionados. Las echaron muchísimo de menos cada minuto que pasamos allí.

Pero Raúl y Daniel se morían de ganas de ir al pueblo y no pudimos retrasarlo más. Llegamos acompañados de una llovizna que se empeñó en acompañarnos hasta el sábado. No fue impedimento para salir a recorrer las calles empedradas, saludar a los caballitos y las cabras y llenarnos de barro hasta las orejas. El paraíso para los peques.

La factura la vamos a pagar porque Iván a comenzado con una tos muy fea que me temo que derive en algún día en cama, pero ¡que le quiten lo bailao! Tampoco me extrañaría que Daniel lo siguiera en breve.

De repente llegó el domingo, y con él la luz y el calor. ¡Ya podía haber venido antes el sol! Pero de nada sirven las lamentaciones, así que no perdimos ni un segundo en salir con las bicis. Mi riñones aún se están quejando, pero los niños disfrutaron al máximo. En el camino, encontramos un viejo carro en proceso de desintegración. Los niños se subieron a él entusiasmados, imaginando caballerescas aventuras. En un principio iba a obligarles a bajar, con la cabeza llena de los posibles accidentes catastróficos, pero, de repente, y sin poder evitarlo, vino a mi memoria mis tiempos de niñas. Y recordé mis juegos en el campo, explorando, encontrando tesoros, jugando con lo que encontrábamos... En una época en la que los padres no estaban tan encima de los hijos... O que yo ya era más mayor, no sé. El caso es que les dejé hacer bajo mi estricta supervisión. Como buena madre gallina iba sacando de la ecuación los elementos más peligrosos de la escena. Hasta el mayor se hizo notar en una ocasión que me había dejado un madero con clavos sin esconder. Se lo agradecí en el alma.

Cuando se cansaron de bicis y aventuras medievales fijaron sus ojillos en mi y manifestaron el deseo que les venía rondando desde el viernes: ¡Queremos ir a los columpios!

Deseo cumplido. Los juegos infantiles estaban secos y se podían usar por fin. Fue un placer efímero porque, papá, que se había quedado trabajando en la casa, vino a buscarnos pronto. Aún quedaba mucho por hacer antes de tomar rumbo a Madrid de nuevo: la comida, recoger, hacer las maletas...

Los niños protestaron mucho, pero no les quedó más remedio que ocupar sus asientos y resignarse a la vuelta. Eso sí, con la promesa de que pronto volveríamos.




9 comentarios:

  1. Hiciste bien en dejar a tus churumbeles explayarse a gusto (bajo supervisión), eres una mamá molona, jajajaja! ;)
    Muas!

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  2. Jeje a veces hay que dejarles un poquito de libertad baja supervision pero libertad para que aprendan y descubran :)
    Me alegro que disfrutarais del finde

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    1. Ellos siempre le encuentran el lado divertido a todo: llueva, nieve o haga sol. Debe ir de serie con ser niño :D

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  3. Que sitio más bonito!! anda que no se lo pasan bien corriendo por las calles verdad?

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    1. Es que los pueblos son un paraíso para los niños. De pequeña yo adoraba el mío :D

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  4. Si es que al final siempre sale el sol. Sólo hay que tener un poco de paciencia. Jajaja. Besotes!!!

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  5. Se ve que es un pueblo muy bonito, es lo que tiene el encanto de los pueblos.

    Un abrazo!

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