Fin de semana sin niños en Olmedo

Este fin de semana nos hemos ido de bodorrio a Valladolid. Hemos dejado a Atila y Godzilla con su sufrida abuela madrileña y hemos partido ligeros como el aire a una casa rural que era un verdadero tesoro.

Se llama Casa La Olma y es la vivienda habitual de los dueños, por eso tiene tanto mimo en todos sus detalles. Es espectacular en todos los sentidos. Cuando la alquilan se van a otro piso. La familia es encantadora. Nos trataron como personas cercanas y nos ayudaron muchísimo. Hay que ver la alegría que me entró cuando vi el bizcocho casero que nos habían dejado en el merendero para el desayuno entre otros muchos detalles.


Como llegamos los primeros nos quedamos con la mejor habitación. ¡La que tenía baño! Y ducha con hidromasaje . ¡Un lujazo!

No perdí la oportunidad de darme un bañito tardío. Dentro de la piscina se estaba muy a gusto, pero fuera el viento me hizo sufrir un poco. La cena de panceta, chorizos y pinchitos morunos regados con vino y cerveza nos sentó de maravilla. Aunque, confieso que me dio un poco de bajón cuando llamé a mi suegra y Daniel me pidió que fuera a Madrid ya. Estaba muy a gusto con su abuela, pero no entendía porqué no podía estar también con sus padres.

Al día siguiente se celebraba la boda. Los novios estaban guapísimos y la celebración fue espectacular. No les faltó ni un detalle. Incluso probamos una nueva costumbre basada en levantarse un par de veces de la mesa entre plato y plato para tomar un chupito y mover un poco le cuerpo. A los chicos de nuestra mesa se les ocurrió ir dándole billetes en pequeñas dosis en vez del típico sobre de mil maneras diferentes. Cinco euros fueron al canalillo de la novio, otros tantos llegaron dentro de una pajita, veinte en una de las botellas de vino, bastantes billetes volaron en forma de avión hacia la mesa de los novios, una de las chicas logró que los niños de la celebración se pusieran en fila y le dieran un billete cada uno a los novios... Y así durante toda la celebración. Las risas estaban aseguradas.

Bebimos, comimos de forma exagerada y bailamos muchísimo... Tanto, que acabé con una ampolla en uno delos pies y sentada a mi pesar.

Al día siguiente, la edad me pasó factura y me quedé en la cama toda la mañana, mientras el resto preparaban una paella espectacular.

Lo pasamos tan bien que todos dijimos de repetir la experiencia aunque no hubiera bodorrio de por medio.

Eso sí, yo estaba deseando abrazar a mis peques. No estaba tranquila teniéndolos tan lejos. Al final el reencuentro fue bastante agridulce porque se portaron fatal y... ¡acabaron castigados y con papá y mamá de morros!