Jugando con arroz de colores

Cuando vi la idea de jugar con arroz de colores en el blog de La jirafa me encantó. Encima nos decía que era una actividad ideal para relajar los ánimo. ¡Ni que pintada para mis dos fieras! Esperando que nos contara la técnica para teñir el arroz me encontré con que Seoane de Pensamiento Divergente también lo había hecho y contaba el proceso, así que nos pusimos manos a la obra.

A los peques les encantó manipular el arroz para meterlo en bolsitas transparentes, meter el colorante alimentario según les convenía y derramarme el alcohol sin piedad. En vez de unas gotitas pusieron un buen chorro, pero los vi tan emocionados que les hice hacer. Eso sí, con mi estricta supervisión para que no terminaran haciendo locuras.

El proceso de mezclar todos los elementos de la bolsa les encantó. El pequeño en vez de amasar golpeaba las bolsas con ahínco. Mezclar, lo que se dice mezclar, no mezclaba, pero se lo pasaba pipa. Yo, en cambio, sufrí bastante al pensar que el contenido podía acabar desperdigado por mi cocina. Al final no ocurrió nada. Amasé yo las bolsas del peque y listo. Como se nos había acabado el color amarillo, eché mano al colorante de paella. ¡Error! Ese sí que mancha, aun después de haberse secado. Luego me tocó limpiar a fondo la habitación de juegos, la mesa, los utensilios, los juguetes que tocaron y a ellos mismos.

El caso es que sacamos el arroz de las bolsas y las puse en una bandeja y un tupper enorme para que se secaran. Puse papel de cocina transparente para que no me mancharan mucho los recipientes. Al final dio un poco igual porque tuve la tonta idea de meter la bandeja en al lavavajillas y de todas formas pasó a mejor vida.

Daniel no podía esperar para echarle mano al arroz. Estuvo los dos días que lo dejamos secar preguntando si ya había llegado el momento. Y al final cedí, aunque eso tenía pinta de no estar del todo listo. Les preparé su mesa de juegos con utensilios, vasos y los recipientes con el arroz y les llamé. Se lo pasaron genial mezclando los granos, pasándolos de un cuenco a otro, recogiéndolo con la cuchara... Al principio, cada uno iba a lo suyo, pero al rato empezó a ser un juego colaborativo. Cuando se cansaron les enseñé a hacer dibujos con los dedos y a jugar a esconder juguetes pequeños entre el arroz. Ahí fue cuando les dejé a su libre albedrío y yo me metí en la cama a dormir una pequeña siesta y recuperarme de las dos terribles noches que me habían dado mis niños.

Cuando me levanté, le pregunté a mi marido si sabía a qué habían jugado los niños con el arroz y me contestó que creía haberles oído decir que iban a hacer un jardín zen. ¡Y desde luego que lo hicieron! No dejaron ni un rincón de la habitación libre del arroz de colorines. Eso debe significar que se lo pasaron bomba con él.

Yo me pegué bastante tiempo limpiando y ordenando para dejar todo como estaba antes de la actividad.