Hoy traemos una receta que ha tenido un éxito tremendo con los niños... Y con los adultos. Además, es facilísima.
Necesitamos:
- Patatas
- Un poco de pimentón dulce
- Un poco de pimienta negra
- Aceite de oliva
- Mozzarella rallada de Arla Finello
- Beicon en trocitos
Suena bien ¿eh?
Cuando ya tenemos todos los ingredientes sobre la mesa, llamamos a los cocineros y al que acuda a la llamada lo reclutamos para empezar a cocinar. En esta ocasión, sólo se presentó voluntario Daniel, aunque el más peque se pasaba de vez en cuando para picar algo.
Le di al mayor patatas peladas y cortadas por la mitad para que les hiciera unos pequeños cortecitos por la parte plana. Al principio probamos con un cuchillo de plástico, pero resultaba imposible hacer las muescas, así que, no sé cómo, terminó convenciéndome de que él era ya muy mayor y podía usar un cuchillo de adultos sin cortarse. La verdad es que lo hizo fenomenal.
Cuando todas las patatas estuvieron marcadas, puso un poco de aceite en una bandeja de horno cubierta con papel plata y las colocó en el orden que mejor le pareció.
Entonces le pedí que pusiera un poco de pimentón y un poco de pimienta en cada una. Lo cierto es que el reparto no fue nada homogéneo, pero así cada comensal eligió a su gusto según el sabor era más o menos fuerte.
Acto seguido volvió a coger la brocha para pasar un poco de aceite sobre las patatas y las metimos una media hora al horno a 180 grados. Cuando vi que estaban doraditas, las saqué, las puse en un plato y le pedí al chiquillo que colocara el beicon y el queso mozzarella a su gusto. Recargó bastante, pero es que es muy tragoncete este chiquillo y yo ya le veía relamerse.
Lo ideal es gratinar el queso, pero mis chicos no quisieron esperar ni un segundo más para degustar el plato. En unos minutos habían desaparecido las patatas. Y los filetes de pollo que había hecho como plato principal seguían intactos sobre la mesa.
Me hubiera gustado sacar una foto mientras devoraban las patatas, pero es que si me descuido me quedo sin probarlas.
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viernes, 31 de julio de 2015
jueves, 30 de julio de 2015
Educar en la era de la dispersión digital
Tablets, Ipads, consolas, móviles... Y nuestros hijos en medio absorbiéndolo todo. Las reglas del juego han cambiado y las necesidades de los niños también. Uno de los temas que más incertidumbre me crea es el relativo a las nuevas tecnologías y sus efectos sobre los peques. Mi chicos de tres y cinco años ya saben más que yo sobre mi móvil. Al mayor lo dejo cinco minutos sólo frente al ordenador y cuando vuelvo se ha metido en el juego que le interesaba él sólo... ¡y sin saber leer! ¿Cómo lo hace? ¿Cómo sabe lo que tiene que hacer sin leer las instrucciones o dónde tiene que clickear para empezar el juego? Para mí es un gran misterio. Ahora tengo entre mis manos un libro que me ha abierto los ojos con respecto a este tema: "Educar en la era de la dispersión digital", de la editorial Alba.
Los más peligroso de la tecnología no es que los niños enciendan el dispositivo, sino que no sepan apagarlo. Tienen que ser conscientes de que hay un tiempo para cada cosa y que el éxito de todo está en el equilibrio. ¿Las nuevas tecnologías son el demonio? ¿O son una oportunidad increíble para ampliar las capacidades y conocimientos de los niños? Hay que buscar el equilibrio entre estos dos extremos y educar a nuestros hijos para que sean conscientes de las promesas y riesgos de los dispositivos tecnológicos.
La clave está en la atención. ¿Sabías que existen dos clases y que trabajan conjuntamente, aunque siempre domina una sobre la otra en según qué momentos? La atención involuntaria, cuando vemos la televisión, por ejemplo, y la voluntaria, cuando leemos un libro o estudiamos. La diferencia radica en el esfuerzo. La segunda exige que nos esforcemos y la primera no. Por eso es tan fácil para los peques seguir la serie de turno, pero les cuesta horrores atender unas directrices tan sencillas como vístete o recoge ese juguete. ¿Y que tenemos que hacer los padres? Lo primero de todo ser conscientes de esta realidad y preguntarnos a nosotros mismos: "¿Qué no estoy haciendo ahora? ¿Qué no estoy viendo?" y luego cargarnos de paciencia para, sin perder la calma, guiar los cerebros inmaduros de nuestros hijos con el fin de que cultiven la atención voluntaria como es debido y darles herramientas para actuar de forma consciente usando el sentido común y la responsabilidad, además de ayudarles a enfrentar el miedo al fracaso. Suena difícil y lo es. Pero eso no quita que no sea imprescindible para prepararlos con vistas al futuro.
Entre las páginas del libro de Lucy Jo Palladino hay mucho, mucho más: explicaciones sencillas para comprender por qué nuestros hijos tienen ciertos comportamientos, pautas para educarlos y desarrollar su atención voluntaria, consejos, ejemplos... A mí me ha cambiado totalmente la forma de entender cómo debo educar a mis hijos con respecto a las nuevas tecnologías y me ha ayudado a entender muchas de las situaciones a las que me enfrento diariamente con ellos.
Lo recomiendo sin miedo a equivocarme.
Los más peligroso de la tecnología no es que los niños enciendan el dispositivo, sino que no sepan apagarlo. Tienen que ser conscientes de que hay un tiempo para cada cosa y que el éxito de todo está en el equilibrio. ¿Las nuevas tecnologías son el demonio? ¿O son una oportunidad increíble para ampliar las capacidades y conocimientos de los niños? Hay que buscar el equilibrio entre estos dos extremos y educar a nuestros hijos para que sean conscientes de las promesas y riesgos de los dispositivos tecnológicos.
La clave está en la atención. ¿Sabías que existen dos clases y que trabajan conjuntamente, aunque siempre domina una sobre la otra en según qué momentos? La atención involuntaria, cuando vemos la televisión, por ejemplo, y la voluntaria, cuando leemos un libro o estudiamos. La diferencia radica en el esfuerzo. La segunda exige que nos esforcemos y la primera no. Por eso es tan fácil para los peques seguir la serie de turno, pero les cuesta horrores atender unas directrices tan sencillas como vístete o recoge ese juguete. ¿Y que tenemos que hacer los padres? Lo primero de todo ser conscientes de esta realidad y preguntarnos a nosotros mismos: "¿Qué no estoy haciendo ahora? ¿Qué no estoy viendo?" y luego cargarnos de paciencia para, sin perder la calma, guiar los cerebros inmaduros de nuestros hijos con el fin de que cultiven la atención voluntaria como es debido y darles herramientas para actuar de forma consciente usando el sentido común y la responsabilidad, además de ayudarles a enfrentar el miedo al fracaso. Suena difícil y lo es. Pero eso no quita que no sea imprescindible para prepararlos con vistas al futuro.
Entre las páginas del libro de Lucy Jo Palladino hay mucho, mucho más: explicaciones sencillas para comprender por qué nuestros hijos tienen ciertos comportamientos, pautas para educarlos y desarrollar su atención voluntaria, consejos, ejemplos... A mí me ha cambiado totalmente la forma de entender cómo debo educar a mis hijos con respecto a las nuevas tecnologías y me ha ayudado a entender muchas de las situaciones a las que me enfrento diariamente con ellos.
Lo recomiendo sin miedo a equivocarme.
miércoles, 29 de julio de 2015
Dos minions se colaron en mi casa
Desde que leí el post de El Revolero Mundo de Rukkia sobre manualidades Minion me enamoré de unas camisetas ideales. Parecían tan sencillas de hacer... Y tan originales... No tardé en hacerme con dos camisetas amarillas a muy buen precio. Con tan buena suerte que también encontré los pantalones a juego. Yujuuuu. Ya no había excusa.
Los peques enseguida se olieron que algo tramaba y se acercaron a investigar. Qué ilusión les hizo saber lo que estaba haciendo. les pedí que eligieran la forma de la boca o si los querían con uno o dos ojos. El más pequeño aseguró que él lo quería con tres, pero le hice ver que, al menos por ahora, no existían Minion con tres ojos, así que cambió de opinión y se quedó sólo con dos. Pegar, coser y pintar bajo la presión de sus ojitos, comentarios y sus "¿Has terminado yaaaaaa? ¿Te puedo ayudaaaaar?" fue demasiado para mí. Así que les saqué un juego de "coser" que le imprimí al mayor hace mucho tiempo.
Se lo pasaron genial pasando el palito afilado por los agujeritos y bordeando las figuras de los animales. mientras yo seguía con mi labor enfrentando como pude mil interrupciones. Al final tuve que esperar a que se acostaran para acabar el trabajo. me dio la una de la madrugada cuando por fin daba la última puntada.
Bastante satisfecha con el resultado pasé una noche casi en vela sin poder esperar a ver las caras de los niños al día siguiente. ¡¡¡Le encantó!!!
Me costó tres días quitarles el conjunto de encima ya roñoso perdido. Y muchos lloros porque pensaban que si lo lavaba se estropearía irremediablemente. No contaban con que lo lavaría a mano, con mucho cuidadito y agua fría. Les estropeo su tesoro y me matan.
Los peques enseguida se olieron que algo tramaba y se acercaron a investigar. Qué ilusión les hizo saber lo que estaba haciendo. les pedí que eligieran la forma de la boca o si los querían con uno o dos ojos. El más pequeño aseguró que él lo quería con tres, pero le hice ver que, al menos por ahora, no existían Minion con tres ojos, así que cambió de opinión y se quedó sólo con dos. Pegar, coser y pintar bajo la presión de sus ojitos, comentarios y sus "¿Has terminado yaaaaaa? ¿Te puedo ayudaaaaar?" fue demasiado para mí. Así que les saqué un juego de "coser" que le imprimí al mayor hace mucho tiempo.
Se lo pasaron genial pasando el palito afilado por los agujeritos y bordeando las figuras de los animales. mientras yo seguía con mi labor enfrentando como pude mil interrupciones. Al final tuve que esperar a que se acostaran para acabar el trabajo. me dio la una de la madrugada cuando por fin daba la última puntada.
Bastante satisfecha con el resultado pasé una noche casi en vela sin poder esperar a ver las caras de los niños al día siguiente. ¡¡¡Le encantó!!!
Me costó tres días quitarles el conjunto de encima ya roñoso perdido. Y muchos lloros porque pensaban que si lo lavaba se estropearía irremediablemente. No contaban con que lo lavaría a mano, con mucho cuidadito y agua fría. Les estropeo su tesoro y me matan.
martes, 28 de julio de 2015
Gel de arnica cura golpes y chichones
Todos sabemos que la mejor medicina para los golpes son los besos de mamá (¡y que nadie lo ponga en duda!), pero ha caído en mis manos una cremita fresca y gustosa que también puede ayudar a secar las lagrimitas de nuestros peques. Se trata del gel de Arnica, que calma el dolor de golpes y moratones.
El mismo día que llegó a mis casa, mi niño mayor estampó su cabeza contra el marco de un puerta haciendo equilibrios no sé ni cómo. Le oí llorar desde el pasillo y corrí a su encuentro para evaluar los daños. Un coscorrón sin importancia.
"Me dueeele aquíiii" berreaba el chiquillo señalándose la sien. Ni corte ni perezosa, le hice saber que tenía el remedio a sus males. Fui a buscar el gel de Arnica y se lo puse en la zona afectada con un suave masaje. "¿Se te ha pasado ya?" le pregunté atenta, "Mami" me contestó muy serio "Las cosas no funcionan así. Hay que esperar un poco. Tú lo que quieres es un milagro". Alucinada me dejó. Por lo menos había dejado de llorar y reanudó su juego tan pancho. Al rato le volví a preguntar y me aseguró que ya no le dolía nada.
Poco después al que oí llorar fue al pequeño. Tras muchos hipidos logré entender que se había pillado el dedito con la puerta de la mesita de noche. Volví a acudir al gel de Arnica. Le puse un poquito con suavidad y el chiquitín me aseguro con una sonrisa velada por los antiguos lagrimones que ya no le dolía. ¡Anda! Pues con éste sí que había sido un remedio milagroso. "¿Qué es eso, mami? ¿Magia?..." Me encanta la ilusión que le ponen a todo...
El mismo día que llegó a mis casa, mi niño mayor estampó su cabeza contra el marco de un puerta haciendo equilibrios no sé ni cómo. Le oí llorar desde el pasillo y corrí a su encuentro para evaluar los daños. Un coscorrón sin importancia.
"Me dueeele aquíiii" berreaba el chiquillo señalándose la sien. Ni corte ni perezosa, le hice saber que tenía el remedio a sus males. Fui a buscar el gel de Arnica y se lo puse en la zona afectada con un suave masaje. "¿Se te ha pasado ya?" le pregunté atenta, "Mami" me contestó muy serio "Las cosas no funcionan así. Hay que esperar un poco. Tú lo que quieres es un milagro". Alucinada me dejó. Por lo menos había dejado de llorar y reanudó su juego tan pancho. Al rato le volví a preguntar y me aseguró que ya no le dolía nada.
Poco después al que oí llorar fue al pequeño. Tras muchos hipidos logré entender que se había pillado el dedito con la puerta de la mesita de noche. Volví a acudir al gel de Arnica. Le puse un poquito con suavidad y el chiquitín me aseguro con una sonrisa velada por los antiguos lagrimones que ya no le dolía. ¡Anda! Pues con éste sí que había sido un remedio milagroso. "¿Qué es eso, mami? ¿Magia?..." Me encanta la ilusión que le ponen a todo...
lunes, 27 de julio de 2015
Un campamento en el salón
Un día de estos en el que los niños no son capaces de entretenerse solos y que tenía una interminable lista de tareas que cumplir casi llego al límite de la desesperación. "Mamaaaa, me aburrooooo", "Mamaaaaaa, juega conmigo", "Mamaaaa, ¿que hago?", "Mamaaaaa, mamaaaaaaa, mamaaaaa"...
"¡Aaaaaah! Y yo que sé, y yo que sé. Friega, lava, pon lavadoras, recoge, haz las camas.... ¡¡¡Yo que sé!!!" Y de repente se hizo la luz en mi cerebro. Me acordé de una propuesta de El Blog de Bombones muy chula. Cogí una colcha, la pasé por encima de la mesa del comedor y ¡tachan! una tienda de campamento perfecta. Le sumamos unos peluches, unos cacharritos, una mesita plegable, dos sillitas, una bolsa de basura a modo de lago con tortuga de plástico incluida, los juguetes de los gatos como cañas de pescar... y listo: hijos emocionados jugando a ser indios y a los que no volví a oír en todo el día de tan entretenidos como estaban con su juego.
Un rato después encontré papel charol naranja y el birrete de la graduación del mayor mientras recogía, así que sumé al conjunto una hoguera muy resultona que les encantó.
Al poco tenía a Daniel a mi lado pidiéndome pegatinas para hacer medallas a diferentes méritos. También quedaron muy graciosas.
A la hora de comer tuve que improvisar con mesitas auxiliares el comedor en el salón y cuando quise recoger el chiringuito para cenar se opusieron firmemente a mi decisión, así que otra vez a comer en las mesa auxiliares. Alrededor de la "hoguera" contamos el cuento de esa noche... "De miedo mami, queremos uno de miedo" me rogaron con ojitos brillantes. ¡Ni loca! Que luego tiene pesadillas. Les conté el de Juan sin miedo que me parece muy simpático. Me escucharon con los ojos como platos todo el rato que duró la historia del valiente niño que se enfrenta a murciélagos, brujas y fantasmas sin pestañear y muerto de la risa.
"Queremos asar malavaviscos", me soltaron de repente. Uuuuy, de donde han sacado esooooo. Cuanto daño está haciendo Peppa Pig a la cultura española. En fin, me maté buscando nubes, pero, como se nos habían acabado, se tuvieron que conformar con unas bolas de chocolate, parecidas a los Maltesser, pinchadas en palos de brochetas. Ellos encantados.
Tras degustar nuestras chocolateadas brochetas, Daniel repartió las medallas al mérito. A mí me tocó una por beber más de diez vasos de agua en un día, a Iván una de pescar, otra de puntería y otra de la naturaleza. El mayor se plantó una de cada clase que para eso era él que repartía.
Al final se empeñaron en dormir en la improvisada caseta. Como ahí no cabía un colchón ni con toda mi buena intención les tiré todos los edredones que encontré por la casa para hacerlo más confortable. Les di el besito de buenas noche y ya me iba a mi colchón de lujo cuando me llamaron los dos ansiosos. ¡Que pensaba que me iba a la cama! Que ilusa. El calor que hacía debajo de la mesa, con tres personas respirando a la vez, apelotonadas, revueltas y muertas de la risa era sofocante. Para sobrevivir invitamos a un pequeño ventilador a acompañarnos. La temperatura ambiente mejoró, pero el ruido que hacía el cacharro no invitaba a dormir. Tras muchos jijijis, jajajas, Venga, dormiros ya, que me voy ¿eeeeh?... Al final el mayor se quedó frito, pero el pequeño no dejaba de dar vueltas y más vueltas incomodísimo. Ya rozaba la madrugada cuando le convencí de que en su cama iba a estar mil veces mejor. Y no me equivoqué. Se tapó feliz con su sabanita y se quedó dormido al segundo. Yo aproveché para meterme en mi cama. Al poco oí llorar al mayor. Se había despertado y no sabía ni donde estaba. Lo cargué como pude y también terminó cómodamente despatarrado en su camita.
El campamento estuvo montado toda la semana y, aunque no volvimos pasar una noche allí por mucho que Daniel lo pidió, dio mucho juego.
Lo desmantelé en cuanto el pater volvió de su viaje de trabajo de una semana de duración por dos razones obvias: una de higiene y otra porque lo de comer en mesas auxiliares malamente no iba a hacerle mucha ilusión a mi media naranja, así que el comedor tenía que volver a cumplir su función original.
"¡Aaaaaah! Y yo que sé, y yo que sé. Friega, lava, pon lavadoras, recoge, haz las camas.... ¡¡¡Yo que sé!!!" Y de repente se hizo la luz en mi cerebro. Me acordé de una propuesta de El Blog de Bombones muy chula. Cogí una colcha, la pasé por encima de la mesa del comedor y ¡tachan! una tienda de campamento perfecta. Le sumamos unos peluches, unos cacharritos, una mesita plegable, dos sillitas, una bolsa de basura a modo de lago con tortuga de plástico incluida, los juguetes de los gatos como cañas de pescar... y listo: hijos emocionados jugando a ser indios y a los que no volví a oír en todo el día de tan entretenidos como estaban con su juego.
Un rato después encontré papel charol naranja y el birrete de la graduación del mayor mientras recogía, así que sumé al conjunto una hoguera muy resultona que les encantó.
Al poco tenía a Daniel a mi lado pidiéndome pegatinas para hacer medallas a diferentes méritos. También quedaron muy graciosas.
A la hora de comer tuve que improvisar con mesitas auxiliares el comedor en el salón y cuando quise recoger el chiringuito para cenar se opusieron firmemente a mi decisión, así que otra vez a comer en las mesa auxiliares. Alrededor de la "hoguera" contamos el cuento de esa noche... "De miedo mami, queremos uno de miedo" me rogaron con ojitos brillantes. ¡Ni loca! Que luego tiene pesadillas. Les conté el de Juan sin miedo que me parece muy simpático. Me escucharon con los ojos como platos todo el rato que duró la historia del valiente niño que se enfrenta a murciélagos, brujas y fantasmas sin pestañear y muerto de la risa.
"Queremos asar malavaviscos", me soltaron de repente. Uuuuy, de donde han sacado esooooo. Cuanto daño está haciendo Peppa Pig a la cultura española. En fin, me maté buscando nubes, pero, como se nos habían acabado, se tuvieron que conformar con unas bolas de chocolate, parecidas a los Maltesser, pinchadas en palos de brochetas. Ellos encantados.
Tras degustar nuestras chocolateadas brochetas, Daniel repartió las medallas al mérito. A mí me tocó una por beber más de diez vasos de agua en un día, a Iván una de pescar, otra de puntería y otra de la naturaleza. El mayor se plantó una de cada clase que para eso era él que repartía.
Al final se empeñaron en dormir en la improvisada caseta. Como ahí no cabía un colchón ni con toda mi buena intención les tiré todos los edredones que encontré por la casa para hacerlo más confortable. Les di el besito de buenas noche y ya me iba a mi colchón de lujo cuando me llamaron los dos ansiosos. ¡Que pensaba que me iba a la cama! Que ilusa. El calor que hacía debajo de la mesa, con tres personas respirando a la vez, apelotonadas, revueltas y muertas de la risa era sofocante. Para sobrevivir invitamos a un pequeño ventilador a acompañarnos. La temperatura ambiente mejoró, pero el ruido que hacía el cacharro no invitaba a dormir. Tras muchos jijijis, jajajas, Venga, dormiros ya, que me voy ¿eeeeh?... Al final el mayor se quedó frito, pero el pequeño no dejaba de dar vueltas y más vueltas incomodísimo. Ya rozaba la madrugada cuando le convencí de que en su cama iba a estar mil veces mejor. Y no me equivoqué. Se tapó feliz con su sabanita y se quedó dormido al segundo. Yo aproveché para meterme en mi cama. Al poco oí llorar al mayor. Se había despertado y no sabía ni donde estaba. Lo cargué como pude y también terminó cómodamente despatarrado en su camita.
El campamento estuvo montado toda la semana y, aunque no volvimos pasar una noche allí por mucho que Daniel lo pidió, dio mucho juego.
Lo desmantelé en cuanto el pater volvió de su viaje de trabajo de una semana de duración por dos razones obvias: una de higiene y otra porque lo de comer en mesas auxiliares malamente no iba a hacerle mucha ilusión a mi media naranja, así que el comedor tenía que volver a cumplir su función original.
domingo, 26 de julio de 2015
Premio amigos blogger
Mi querida amiga Piruli me ha regalado un premio precioso. Se los agradezco muchísimo. Ella sabe que estos premios me hacen una ilusión tremenda porque significa que alguien se ha acordado de mí. Y en este caso ha sido esta maravillosa bloguera que llama al pan pan y al vino vino sin edulcorar las cosas. En su pequeño espacio nos cuenta sus reflexiones, ilusiones, planes, chascos... ¡vamos! un poco de todo y de una forma muy amena e interesante.
El premio consiste en:
- Ver los blogs que recomiendo y seguirlos (seguro que querreís seguirlos en cuanto los conozcáis jajaja)
- Hacer una entrada similar a esta y recomendar otros tres blogs (Ahora mismito)
- Avisar a esos blogs de esta iniciativa (Entonces no sería una sorpresa)
Y mis recomendados son tachán tachán
Attempra
Como siempre me quedo corta porque hay tantos tantísimos en la lista de blogs excelentes...
Como siempre me quedo corta porque hay tantos tantísimos en la lista de blogs excelentes...
sábado, 25 de julio de 2015
El monstruo espantamonstruos
Un día, Iván se acercó a mi con carita triste. "¿Qué te pasa?" le pregunté preocupada. "Que quiero 'juntá' estoooo y no puedooooo" me explicó alargándome unas piezas de juguetes que cuando soltaba se caían cada una para un lado. Y que no haremos por nuestros chiquitines las madres. Le prometía que eso lo arreglaba en un periquete y volvió a sonreir muy ilusionado. Fui a buscar la masilla con la que pego sus dibujos a la pared y compusimos la figura sin problemas. El chiquillo estaba eufórico.
"Ya está, ya está" chillaba aplaudiendo, "Ya tenemos un 'monstro espantamonstros'" aseguró feliz llevandose el muñeco a su habitación, "Ahora no van a entrar nunca".
Pusimos la figura en una estantería y el peque se fue a jugar con otras cosas tan tranquilos. Ahora muchas noches lo mira y sonríe.
¡Me parece increíble que haga estas cosas con tres años!
"Ya está, ya está" chillaba aplaudiendo, "Ya tenemos un 'monstro espantamonstros'" aseguró feliz llevandose el muñeco a su habitación, "Ahora no van a entrar nunca".
Pusimos la figura en una estantería y el peque se fue a jugar con otras cosas tan tranquilos. Ahora muchas noches lo mira y sonríe.
¡Me parece increíble que haga estas cosas con tres años!
viernes, 24 de julio de 2015
El juego de las campanillas
Cuando era pequeña e iba al campo con mi familia de excursión, casi siempre encontrábamos el mismo tipo de flora en nuestros camino. Y la verdad es que nos daban mucho juego. Estaba la flor que arrancábamos para chupar su ácido tallo, las que insertábamos unas en otras para hacer collares, las flores de hibisco que desojábamos para ponernos una de sus partes, que era muy pegajosa, en la nariz y jugar a pinocho... Y lo que llamábamos campanillas, unas flores con una forma muy peculiar que la hacía parecer una carita. Si aprietas por los lados abre y cierra la boca y da lugar a muchos juegos.
No veáis la ilusión que me hizo cuando mi niño mayor encontró una en una parada que hicimos camino a Covarrubias y me la enseñó. "Toma mai, te regalo una flor". Enseguida le enseñé el juego. Fue todo un triunfo. Tanto que el más pequeño también quiso tener su campanilla. Daniel, muy solicito le buscó otra y estuvieron jugando un buen rato a hacer hablar a la flor. Desde luego, amenizó lo que nos quedaba de trayecto en el coche.
No veáis la ilusión que me hizo cuando mi niño mayor encontró una en una parada que hicimos camino a Covarrubias y me la enseñó. "Toma mai, te regalo una flor". Enseguida le enseñé el juego. Fue todo un triunfo. Tanto que el más pequeño también quiso tener su campanilla. Daniel, muy solicito le buscó otra y estuvieron jugando un buen rato a hacer hablar a la flor. Desde luego, amenizó lo que nos quedaba de trayecto en el coche.
jueves, 23 de julio de 2015
Río, gymkana y pesca de ranas en Covarrubias
Fin de semana en el pueblo, fin de semana de felicidad y emociones para los niños. Y es que Covarrubias siempre están organizando algo. En esta ocasión se montaron una gymkana infantil espectacular. Y ya tienes a todos los peques buscando pistas por el pueblo: Que si tienes que buscar una boina, que si quien construyó el Torreón... El nombre del equipo lo eligió Daniel. Se llamaron Los Dientes Fuertes. No me preguntéis por qué, porque no tengo ni idea. Además, mientras el papá y los niños se recorrían las calles, mami se iba de tiendas que tengo muchos cumples a la vista y las tiendas estaban llenas de cosas preciosas. Cuando me reuní con ellos habían superado cinco pruebas y enarbolaban emocionados sus bolsas de chuches por haber participado. Tuvimos que dejarles devorarlas mientas nosotros disfrutábamos de cervezas y sidras en una terraza en muy buena compañía. Pensamos que luego no comerías, pero estos tiene el estomago enorme y les cabe todo. Sobre todo si les espera un delicioso arroz.
Durante la Gymkana vieron un lugar perfecto para la caza de ranas, sobre todo porque había una bandada de niños red en mano en busca y captura de los pobres anfibios.
Así que mis peques, que se apuntan a un bombardeo, fueron a por sus redes y se pusieron también a ello esa misma tarde.
Logramos coger una gracias a la pericia de papá. La pusimos en el cubo con una piedra, con araña incluida, para que estuviera más cómoda.
Tras un buen rato de intentos infructuosos, llegó el momento de la suelta de la ranita. Tras observara con curiosidad un ratito, la dejamos libre de nuevo y nos fuimos a refrescarnos al río.
El río fue el lugar estrella este fin de semana. Nos íbamos al pueblo huyendo del calor, pero está en todas partes. Eso sí, nada que ver con el asfixiante de Madrid. El de Cova es mucho más llevadero. En el río nos bañamos en un agua fría, mucho menos fría que otros años, saltamos de piedra en piedra, jugamos con la arena...
Daniel pescó un cangrejo (aunque yo sospecho que se lo regaló un niño) y lo estuvo paseando en su red casi toda la jornada. De chiripa se le coló un pez yhabía que ver la cara de sorpresa y alegría del chiquillo. Le pedí que lo soltara, pero se negó en redondo, así que le obligué a llevar la red dentro del agua para que el pobre bicho no se ahogara. De nada sirvió porque el cangrejo con el que convivía lo mató de un certero golpe de pinza y se disponía a comérselo tan feliz cuando Daniel muy enfadado se lo regaló a otro niño y se quedó con su pez en la mano. Le pedí que lo soltara por ahí, pero él me contestó muy tranquilo que lo quería para investigar y se fue a un lugar tranquilo para diseccionarlo a gusto. ¡Que asco!
La nota graciosa la pusieron los patos que se acercaban a los bañistas sin disimulo por si caía algún trozo de pan. Desde luego, no extrañan en absoluto la presencia humana.
Cuando llegábamos a casa tras nuestras aventuras fluviales, tocaba ir derechitos al patio para el manguerazo de rigor que nos quitara el polvo del camino. Era un momento que adoraban los peques porque siempre había tiempo para jugar una rato con el agua.
Tampoco faltó la noche de las estrellas. Hicimos una chuletada en la casa y tras la opípara cena, salimos todos al patio a verlas con la app de Raúl. Para mí que se veían muy bien. Sobre todo, si lo comparamos con el cielo de Madrid, pero Raúl se empeñó en ir a un sitio más oscuro. Iván y yo nos rajamos porque estábamos ya muy cansados, así que se fue con Daniel y unos amigos a seguir trasnochando. Por lo que contaron fue una excursión nocturna muy divertida.
Con tantas emociones no me extraña que cuando llegó el momento de partir de nuevo a casa los niños no quisieran volver. Se metieron en el coche de morros y con la promesa de que pronto volveríamos.
Durante la Gymkana vieron un lugar perfecto para la caza de ranas, sobre todo porque había una bandada de niños red en mano en busca y captura de los pobres anfibios.
Así que mis peques, que se apuntan a un bombardeo, fueron a por sus redes y se pusieron también a ello esa misma tarde.
Logramos coger una gracias a la pericia de papá. La pusimos en el cubo con una piedra, con araña incluida, para que estuviera más cómoda.
Tras un buen rato de intentos infructuosos, llegó el momento de la suelta de la ranita. Tras observara con curiosidad un ratito, la dejamos libre de nuevo y nos fuimos a refrescarnos al río.
El río fue el lugar estrella este fin de semana. Nos íbamos al pueblo huyendo del calor, pero está en todas partes. Eso sí, nada que ver con el asfixiante de Madrid. El de Cova es mucho más llevadero. En el río nos bañamos en un agua fría, mucho menos fría que otros años, saltamos de piedra en piedra, jugamos con la arena...
Daniel pescó un cangrejo (aunque yo sospecho que se lo regaló un niño) y lo estuvo paseando en su red casi toda la jornada. De chiripa se le coló un pez yhabía que ver la cara de sorpresa y alegría del chiquillo. Le pedí que lo soltara, pero se negó en redondo, así que le obligué a llevar la red dentro del agua para que el pobre bicho no se ahogara. De nada sirvió porque el cangrejo con el que convivía lo mató de un certero golpe de pinza y se disponía a comérselo tan feliz cuando Daniel muy enfadado se lo regaló a otro niño y se quedó con su pez en la mano. Le pedí que lo soltara por ahí, pero él me contestó muy tranquilo que lo quería para investigar y se fue a un lugar tranquilo para diseccionarlo a gusto. ¡Que asco!
La nota graciosa la pusieron los patos que se acercaban a los bañistas sin disimulo por si caía algún trozo de pan. Desde luego, no extrañan en absoluto la presencia humana.
Cuando llegábamos a casa tras nuestras aventuras fluviales, tocaba ir derechitos al patio para el manguerazo de rigor que nos quitara el polvo del camino. Era un momento que adoraban los peques porque siempre había tiempo para jugar una rato con el agua.
Tampoco faltó la noche de las estrellas. Hicimos una chuletada en la casa y tras la opípara cena, salimos todos al patio a verlas con la app de Raúl. Para mí que se veían muy bien. Sobre todo, si lo comparamos con el cielo de Madrid, pero Raúl se empeñó en ir a un sitio más oscuro. Iván y yo nos rajamos porque estábamos ya muy cansados, así que se fue con Daniel y unos amigos a seguir trasnochando. Por lo que contaron fue una excursión nocturna muy divertida.
Con tantas emociones no me extraña que cuando llegó el momento de partir de nuevo a casa los niños no quisieran volver. Se metieron en el coche de morros y con la promesa de que pronto volveríamos.
miércoles, 22 de julio de 2015
El ojo morado
De repente oí un golpe seco seguido de un llanto desconsolado. Salí de mi sueño bruscamente y de un salto me planté en la habitación de los niños. Daniel berreaba en el suelo. Lo levanté como pude, porque el chiquillo ya pesa lo suyo, e intenté consolarlo. No había manera. Que le dolía, que le dolía. Repetía una y otra vez. Yo le preguntaba si se había dado un golpe muy fuerte, que dónde le dolía, pero no lograba sacarle de su lamento monótono. Poco a poco, dejó de llorar y gemir. Lo coloqué en su cama, le tapé, le di un beso y pareció adormilarse.
Me fui a la cama pensando que había sido como otras veces. Se arrima tanto al borde que en alguna u otra ocasión, muy raramente, acaba con sus huesos en el suelo. A veces ni se entera que se ha caído y sigue roncando apaciblemente hasta que le encuentro y le vuelvo a subir al colchón.
A la mañana siguiente vimos la gravedad del asunto. Se había dado con el pico de la mesilla de noche y se había puesto un ojo morado. ¡Menos mal que no se lo había sacado! Que susto.
Ahora le tumbo más abajo para evitar otro accidente parecido. Así, aunque se cayera de nuevo, no coincide con la peligrosa mesilla.
Afortunadamente, lo raro es que se caiga, pero como empiece a ser algo habitual tendremos que ponerle un barrera al chiquillo.
Me fui a la cama pensando que había sido como otras veces. Se arrima tanto al borde que en alguna u otra ocasión, muy raramente, acaba con sus huesos en el suelo. A veces ni se entera que se ha caído y sigue roncando apaciblemente hasta que le encuentro y le vuelvo a subir al colchón.
A la mañana siguiente vimos la gravedad del asunto. Se había dado con el pico de la mesilla de noche y se había puesto un ojo morado. ¡Menos mal que no se lo había sacado! Que susto.
Ahora le tumbo más abajo para evitar otro accidente parecido. Así, aunque se cayera de nuevo, no coincide con la peligrosa mesilla.
Afortunadamente, lo raro es que se caiga, pero como empiece a ser algo habitual tendremos que ponerle un barrera al chiquillo.
martes, 21 de julio de 2015
Cocinando con Arla: Cruasanes de queso y pavo
Hace poco me llegó desde Arla un cargamento de todo tipo de productos de queso: en láminas, para untar, para ensaladas... Me apunté a su bloggerzone y ahora estoy deseando compartir nuestras recetas. Los niños encantados de participar porque todo lo que sea trastear y pringosear les atrae sobremanera. ¡Otra cosa es limpiar y recoger tras a faena!
Les puse los ingredientes sobre la mesa y les conté el plan. Estaban deseando comenzar. Tan sólo necesitamos:
- Pasta de hojaldre redonda
- Queso Havarti en lonchas
- Lonchas de pavo
- Un huevo
En primer lugar les pedí que cortaran la masa de hojaldre formando triángulos con el cortapizas. Les quedó mucho mejor de lo que esperaba.
Estos chicos se están convirtiendo en verdaderos chef. También se les dio bien cortar las lonchas de pavo y queso para depositar encima de los triángulos de hojaldre.
El siguiente paso fue enrollar los triángulos y darles formas de cruasán... O de lo que a ellos más les guste. ¡Viva la creatividad! En nuestros caso, Daniel no quería formar cruasanes, sino cajitas. E Iván acabó haciendo figuras estilo libre.
En cuanto terminamos se pusieron a batir el huevo a duo muy alegremente. Cuando empezaron con la lucha de tenedores el peligro de que el huevo acabara sobre sus cabezas se hizo inminente, así que les di el pincel y les pedí que pintaran los cruasanes por turnos. Empezó el mayor. Mientras Iván decidió darse una vuelta y volvió con otro pincel que usamos para manualidades tan feliz. Le expliqué que ese no servía porque tenía restos de pintura, pero no pasaba nada porque ya le tocaba el turno a él. Tant pusieron que pensé que al final haríamos cruasanes de tortilla, pero nada de eso. Salieron deliciosos tras una media hora a 180 grados en el horno, aproximadamente.
Estaban tan buenos que hasta el padre nos preguntó cuando volvíamos a hacerlos cuando se los zampó.
¡Ya estoy pensando en la siguiente receta que vamos a hacer!
lunes, 20 de julio de 2015
Pintando al ritmo de la música
Otra de las actividades de Pedalogía y Beloart que me encantó y hemos puesto en marcha en casa unía dos elementos magníficos: la pintura y la música.
Saqué las acuarelas, unos pósters que guardo para los pinten por detrás y puse en el móvil Pedro y el Lobo. Los chiquillos se pusieron a pintar enseguida. Les dije que se inspiraran en la música, aunque no sé si me llegaron a hacer mucho caso.
Después de un rato, Daniel me dijo que esa música le aburría. En cambio, Iván me aseguró que a él le gustaba mucho. "¿Qué os parece si buscamos una que os guste a los dos?" les propuse. Me quedé pensando un ratito y se me ocurrió buscar la de Inmortales de la película "Hero 6". Cuando la vieron me hicieron rebobinar mil veces la letras finales. Era un éxito seguro.
Y así fue. El único problema es que con tanta marcha que tiene la canción se les quitaron las ganas de pintar y se pusieron a bailar. "¿Jugamos a las estatuas musicales?" sugirió Iván con una gran sonrisa. Y eso hicimos. ¡Que bien nos lo pasamos!
Y cuando nos cansamos de bailar se empeñaron en que colgara sus obras de arte. Pero como se tenían que secar tuvieron que esperar bastante para ver realizado sus deseos de artistas.
Saqué las acuarelas, unos pósters que guardo para los pinten por detrás y puse en el móvil Pedro y el Lobo. Los chiquillos se pusieron a pintar enseguida. Les dije que se inspiraran en la música, aunque no sé si me llegaron a hacer mucho caso.
Después de un rato, Daniel me dijo que esa música le aburría. En cambio, Iván me aseguró que a él le gustaba mucho. "¿Qué os parece si buscamos una que os guste a los dos?" les propuse. Me quedé pensando un ratito y se me ocurrió buscar la de Inmortales de la película "Hero 6". Cuando la vieron me hicieron rebobinar mil veces la letras finales. Era un éxito seguro.
Y así fue. El único problema es que con tanta marcha que tiene la canción se les quitaron las ganas de pintar y se pusieron a bailar. "¿Jugamos a las estatuas musicales?" sugirió Iván con una gran sonrisa. Y eso hicimos. ¡Que bien nos lo pasamos!
Y cuando nos cansamos de bailar se empeñaron en que colgara sus obras de arte. Pero como se tenían que secar tuvieron que esperar bastante para ver realizado sus deseos de artistas.