Un cumpleaños en fiestas

El viernes pasado cumplía años el primogénito de esta casa y tanta ilusión le hacía que a las siete de la mañana pegó un brinco y fue a buscarnos a la cama para que le diéramos su regalo. Cualquiera le dice que no. Antes de que pudiéramos reaccionar despertó a su hermano al grito de "¡¡¡Iváaaaan!!! Si te levantas comparto contigo mi regalo". Me pareció un gesto precioso. Y a su hermano también porque le faltó tiempo para despegar el ojo.

Le entregamos una gran paquete que abrió sin contemplaciones. "¡¡¡El cuartel general de los Mutand Busters!!!" exclamaron los dos emocionados. Enseguida la habitación de los juguetes se llenó de risas y aventuras porque el papá se dio prisa en montarlo y les dio tiempo a jugar un ratito antes de sentarse a desayunar, vestirse e irse al cole.

Mi niño mayor iba pegando botes entusiasmado. Cuando volvió le esperábamos con una tarta de chocolate y velas. Cantamos el cumpleaños feliz de mil maneras, le aplaudimos cuando sopló su velita... Y poco más, porque enseguida se nos escaparon los dos para jugar con los bichos feos que le habíamos regalado a Daniel esa mañana.

Mientras, Raúl y yo ultimábamos detalles para salir pitando hacia Covarrubias: Fiestas y el cumpleaños de Daniel. Iba a ser un fin de semana increíble.

Nada más llegar, Daniel nos suplicó que le diéramos el regalo que su tía Silvia o su abuela Matilde le habían comprado desde la distancia. Nos hicimos un poco los duros porque pensábamos dárselos durante la comida del sábado, pero sólo se cumplen seis años una vez, así que claudicamos y le entregamos otro jugoso paquete. Tras desenvolverlo con ansia aparecieron ante sus ojos seis muñecos Minecraft con sus cuadraditos y complementos. ¡Todo un tesoro para mis dos retoños! Se los repartieron y se pusieron a jugar. De vez en cuando tenían alguna escaramuza por uno u otro muñeco, pero en general jugaron muy a gusto.

Nos costó un montón convencerles para ir a dar una vuelta, pero al final lo conseguimos. Nada más llegar a la plaza lo vieron: El castillo hinchable. Por supuesto fue imposible de esquivar y acabaron los dos dando botes dentro. Menudo castañazo se dieron en uno de sus saltos. Iván se puso a berrear como un poseso y Daniel se hizo el loco para poder saltar un rato más. Calmé al más pequeño con unos mimitos en la puerta del castillo y volvió a la carga con una sonrisa velada por las recientes lagrimitas.

Acabamos el paseo en los columpios donde saltaron y corrieron un poco más. Totalmente sudorosos los trajimos de vuelta a casa. Tuvimos que aguantar a Daniel pidiendo el regalo de abuela Matilde durante toooodo el camino de vuelta.

Al final, se lo dimos antes de la cena y también fue un acierto total. Una guitarra molona para rockanrolear. Esa noche tuvimos concierto en el patio. El mayor pegando gritos, el pequeño poniendo posturitas rockeras y... Hasta Raúl se animó a darle a las teclas. Con tantas emociones y juguetes nuevos nos costó muchísimo convencerles de que el día había acabado y que se tenían que ir a la cama para seguir pasándolo bien al día siguiente.