El libro de las letras

Mi peque salió entusiasmado de clase un día. Y no era para menos porque cargaba con el ¡libro de las letras! El libro viajero como lo llama él. En sus páginas los niños tiene que poner dibujos, pegatinas, poesías, canciones... Y todo lo que se les ocurra con el protagonismo de la letra de turno y con la ayuda de los padres porque aún son pequeños. A nosotros nos tocó la letra A y mi niño ya tenía en mente lo que quería hacer.

De nada valieron mis sugerencias y opiniones, él quería escribir la canción del "Pinocho fue a pescar" resaltando las aes de alguna manera. Al final, tras un duro debate, decidió que las quería de fieltro naranja para hacerlas peluditas.

Se puso a trabajar con ahínco. Decía una sílaba y me consultaba si se escribía como él pensaba o de otra manera. A veces dudaba de cómo era una letra y yo se la escribía en un papel aparte para que la copiara. La verdad que aluciné con lo bien que escribe este chiquillo para su edad. Le recorté las aes y él las iba identificando en la canción y pegaba el trozo de fieltro en el lugar correspondiente cuando tocaba. No podía estar más orgullosa de mi peque.

Cuando terminó se podía leer perfectamente:
 "Pinocho fue a pescar
al río Guadalquivir
Se le cayó la caña
y pescó con la nariz"

El peque la quería escribir entera, pero le hice ver que con esa letra tan grande no cabía en una sola página. Al final se conformó con lo que teníamos. "¿Por qué no dibujas a Pinocho pescando?" le animé, pero mi niño me dijo que no quería nada de dibujos, sólo letras. Y tampoco estaba dispuesto a que yo metiera mano en SU libro.

Tanto insistí en hacer algo más que accedió a pegar unos cuando gomets dorados con forma de círculo. Muy sonriente se lo fue a enseñar muy orgulloso a su padre y a su hermano, que fliparon tanto como yo de los bien que escribe Iván.

Mi benjamín casi no podía esperar al día siguiente para mostrar su página a su profesora y compañeros. Esa noche leímos el libro de las letras en la hora del cuento. Nos gustó mucho, pero puedo jurar que el noventa por ciento de lo allí expuesto es obra de los padres.

Iván se levanto de un salto a la mañana siguiente y se fue al colegio la mar de feliz canturreando sobre las aes peluditas naranjas todo el camino.

Pues bien, cuando lo recogí no me dijo nada porque teníamos que volar hasta el polideportivo para llegar a su clase de piscina, que le encanta. Pero a la salida de la extraescolar me contó muy triste que a su profesora no le había gustado nada su página. Le había pedido que me dijera a mí que había que poner palabras que contengan la A acompañados de dibujos y, lo que más me dolió, que las cosas que se hacen deprisa y mal en cinco minutos no valen, que había que esforzarse más.

Muy seria le respondí, que esa era la opinión personal de la profesora, pero que la mía y la de toda su familia era que su página era la más currada de todo el libro. Le expliqué que no se puede agradar a todo el mundo y que cada uno tiene gustos diferentes y en esta ocasión no había acertado el de su maestra, pero que eso no quiere decir que su página estuviera mal ni de lejos. Al contrario, y pongo la mano en el fuego con que el esfuerzo invertido por mi hijo supera con creces el de otros niños a los que se lo hicieron sus madres casi íntegramente. Con ello no critico a esas madres. No es fácil compatibilizar casa, trabajo, compromisos, maridos, niños, estudios... ¡y encima deberes de clase!

Si la página del libro de las letras la tenía que haber hecho yo, en vez del niño, eso es algo que esa maestra tiene que explicar a sus alumnos antes de entregárselo para que no vayan a casa ilusionados por poner su granito de arena y nos digan directamente "Toma mamá, dice la profe que rellenes tú una página".