El Mago de Oz, la más bella historia de amor jamás contada

El viernes me dieron una gran alegría desde Ocio para peques. Había ganado dos entradas para El Mago de Oz de La Maquineta. ¡Anda que no le tenía ganas a este musical! Y la explicación es sencilla: Iván es un fan absoluto e incondicional de esta historia. Nos habremos visto al película 500 veces por lo menos. A Daniel también le gusta mucho, pero no es la obsesión del pequeño.

Así que nos presentamos en el Tearo Príncipe Gran Vía con dos niños muy ilusionados. desde que se alzó el telón Daniel cayó bajo los influjos de la música, los brillos, los bailes y la puesta en escena, pero Iván se giraba de vez en cuando hacia nosotros y nos soltaba muy serio: "Os habéis equivocado. Esto no es el mago de Oz". Yo le aseguraba que sí y que sí y que pronto viajaría Dorothy al país de Oz y lo podría comprobar, pero el peque fruncía el ceño cada vez más y más.

El principio llama la atención de los peques por muchas cosas, pero no por la historia, porque me parece un poco complicada para ellos. De hecho, los míos no se enteraron de nada. Aunque los chiquillos (no tan puristas como el mío) estaban encantados con el ritmo de las canciones y los vestuarios de los actores.

Hasta que no empezó el tornado, mi hijo pequeño no se relajó en el asiento. Y a partir de ahí disfrutó más que nadie. Se le salían los ojos con la aparición de cada nuevo personaje. ¡Por fin estaban en el País de Oz! El mayor ya se había enganchado a la historia desde mucho antes.

Se partieron con los chistes, que luego repitieron una y otra vez todo el fin de semana. Se asustaron con la malvada bruja. Se enternecieron con el monito alado. Saltaron en la butaca con cada nueva sorpresa. Lo cierto es que la puesta en escena estaba fenomenal y los actores cantan y bailan extraordinariamente bien.

Nos dio pena que llegara a su fin y eso que es bastante larga. A la salida, como viene siendo habitual, nos encontramos con los mismísimos protagonistas. A los peques les hizo mucha gracia verlos tan de cerca. Iván incluso se acercó a acariciar al león. Pero se negaron a hacerse fotos con ellos. Supongo que tanta gente y las colas les quitaron las ganas. Lo que sí hicieron fue apuntarse al club infantil de La Maquineta tal y como nos había aconsejado el espantapájaros. Al hacerlo te regalaban un poster de la obra, que ya tenemos colgado de una de las paredes de casa. Si no lo cuelgo inmediatamente a Iván le da un ataque.

Ya en casa tocó ver de nuevo la película. Como ya digo, el más pequeño de la casa es un fan incondicional de esta preciosa historia...