En el parque de Valdebernardo

Aprovechando que Daniel había tenido un cumple esa mañana por la zona y que hacía un día impresionante nos fuimos al parque de Valdebernardo. Es un sitio muy grande y lleno de zonas con grandes posibilidades para unos exploradores como mis chicos.

Como no podía ser de otro modo, empezamos por el laberinto de setos. Los setos no eran nada altos y habían huecos enormes por los que hacer trampa, pero todo eso no hizo más que sumarle emoción al juego. Así que los niños se pusieron a recorrerlo a gran velocidad dando gritos jubilosos. Algo así es un triunfo seguro para los niños. Así que allí nos quedamos muchísimo rato.

De allí no fuimos directos a la montaña. Lo que les puede gustar a los peques saltar y correr por su ladera y por el camino de madera. Una vez arriba las vistas son estupendas, pero no sé si estos niños, que viven tan deprisa, se pararon a disfrutar de ellas.

En la bajada hicimos un descubrimiento maravilloso. Debajo de las tablas de nuestro camino viven conejitos. Cómo tenían hambre salían a por la hierba, pero si te acercabas demasiado volvían a su refugio raudos y veloces. Estuvimos un buen rato observándoles fascinados.

Tras encontrarse con toda una familia de peluditos de orejas largas, los patos no nos causaron la emoción de siempre. Casi no les hicieron ni caso y siguieron corriendo hasta los columpios. Tardaron cinco minutos en cambiarlos por la zona de ejercicios para mayores, que, curiosamente estaba llena de chiquillos.

Pensábamos seguir el paseo un rato más para ver que más sorpresas encierra este parque, pero mis hijos tuvieron claro que querían agotar las últimas horas de sol de la tarde en los aparatos de gimnasia, así que les dimos el gusto. Cuando empezó a hacer frío recogimos bártulos y nos fuimos a casa muy sonrientes.