Covarrubias bajo la lluvia

La predicción del tiempo no era muy halagüeña para este puente de mayo, pero eso no le quitó a Raúl la idea fija de que teníamos que ir al pueblo sí o sí. Yo en cambio me las prometía en los madriles con unos planes tan chulos como las pequejornadas de Arkania, pero el tema familiar pueblo le pesó más a mi maridín, así que me llevó a Covarrubias con los morros más largos que un elefante trompudo. Y eso que le encantaron las primeras pequejornadas a las que fuimos. Las cuartas no nos las podemos perder. No hay excusa.

El caso es que tiramos para el pueblo con dos churumbeles dando saltos de la alegría en el asiento trasero (les encanta). Por el camino nos cayeron una par de trompas de agua, pero al llegar vimos que en el pueblo no había llovido. Nos frotábamos las manos pensando en el paseito que no íbamos a dar cuando cayeron las primeras gotas, seguidas por muchas más. Muchas, muchas, muchas más. ¡Vamos que estuvo lloviendo todo el día! Y toda la noche. Menos mal que venía preparada. Les saqué la artillería pesada en juguetes: el castillo de Wiplii, de las que os voy a hablar en otro post porque lo merece (¡una pasada!). Y así pasamos esa tarde la mar de entretenidos.

Pero al día siguiente, los peques ya no perdonaron el paseo y les dio igual que lloviera como si no. Cogimos los paraguas y nos echamos a las calles empedradas. El fallo gordo fue no traer las botas, pero los chiquillos esquivaron bastante bien los charcos y las playeras se secaron con un poquito de radiador.

Lo cierto es que el pueblo está precioso hasta debajo de un diluvio. La piedra mojada tiene un brillo especial y disfrutamos mucho del paseo. Sobre todo los niños, que no paraban de correr con el paraguas de cualquier manera y mojándose la cabeza a pesar de nuestros berridos. Ellos lo viven todo de otra manera.

Menos mal que al llegar a casa siempre les espera ropa seca y más juegos.