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viernes, 8 de noviembre de 2019

Gimkanóptica, un impresionante taller del Instituto de Óptica en la Semana de la Ciencia

La verdad es que me enteré un poco tarde de que había salido ya la oferta de talleres, charlas, exposiciones y coloquios de la Semana de la Ciencia. Cuando quise apuntar a los peques a algo ya casi no quedaba nada. De 10 ó 15 cosas a las que les intenté apuntar, sólo logré plaza para una y porque me escribieron que en ese grupo ya no había plaza, pero sí en el anterior. ¡Menos mal! 

Fueron supermajos. Bueno, todos en general, que me escribieron muy amablemente aunque fuera para decirme que no teníamos plaza, pero nos metían en lista de espera. La hora me venía un pelín mal, porque empezaban a las 16.30, los niños salían del cole a las 16 y tenía más de media hora de camino hasta el Instituto de Óptica, que era dónde se organizaba este taller. 

Porque aún no he dicho que nos apuntamos a Gimkanóptica, una pedazo de actividad en la que los niños iban rotando por diferentes espacios en los que les explicaban de forma muy visual y participativa conceptos como la fibra óptica, la luminiscencia y la fluorescencia, el espectro, la vista, etc... Completísimo.

El caso es que no dudé en sacarles una hora antes del cole para disfrutar de unas jornadas en las que pensaba que iban a aprender muchísimo. Y no me equivoqué. Los niños estaban totalmente fascinados por todo lo que les estaban contando. Preguntaban, comentaban, experimentaban... Me encanta cuando muestran tanto interés. 

Gran parte del mérito era de los profesores de lujo que tuvieron, que se lo curraron mucho para hacer muy amenas las actividades y atender todas las dudas y requerimientos de los peques. Porque los niños, como es natural, querían tocarlo todo, hacer ellos los experimentos, comprobar los efectos, buscar soluciones...

Encima, les dieron un pasaporte en el que iban sellando los talleres por los que iban pasando para motivarles, aunque no hizo falta porque ya estaban más que interesados en todo lo que les presentaban. 

También les regalaron un monedero de doble cremallera, un bolígrafo cuatricolor superchulo, caramelos, una regla flexible, un lápiz, una libreta, una pulsera luminosa, un acetato con la forma de la pirámide invertida para que se monten su propio proyector de imágenes en 3D... Mis chicos estaban alucinando con tanto tesoro.

Como broche final nos bajaron al laboratorio para recorrer un pasillo lleno de lásers, que teníamos que atravesar sin tocar las finas líneas de luz. Ponían humo para que pudiéramos verlos, pero aún así era muy difícil. Cuando rozábamos uno saltaba una alarma. Nos reímos muchísimo. Yo los toqué todos, cargada como iba con los abrigos y la mochila.

Y ahí se acabó el taller. Valió la pena saltarse la última clase y llegar hasta el lugar, que también fue un reto, porque para una persona con tan poca orientación como yo no fue fácil ni siguiendo las instrucciones de Google maps.

Ahora los peques quieren un kit de pulseras fluorescentes y otro de lentes y lasers para Navidad. ¡A ver dónde se encuentra eso!


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