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sábado, 15 de mayo de 2010

Lagrimitas en los ojos

Raúl está hasta las narices de mi. Y con razón. Soy peor que la típica madre pesada. No puedo dejar de preocuparme por cualquier cosa que tenga que ver con el niño. A mi entender todo lo que le rodea encierra un peligro letal para el bebé (excepto mis dos gordos peludos, que son unos peluches excepcionales).

Cuando estoy en el trabajo a veces me sorprendo pensando que le ha podido pasar algo al niño en la guardería. He de confesar que mucho malos pensamientos me vienen después de haber leído una noticia negativa sobre niños en los periódicos (mi trabajo consiste, esencialmente, en seleccionar y codificar noticias).

Después, llego a casa con la cabeza llena de malos pensamientos y pasa lo que pasa: "Raúl ¿Tu crees que esa respiración es normal?", "¿Y este arañazo? ¡Pero si casi se arranca la piel!", "Ummmmmm, ¿no crees que este niño tiene los ojos un poquito irritados?", "¡Dios mío! ¡Se ha atragantado! ¡Se asfixia! ¡Que se asfixiaaaaaaa!". Raúl suspira resigando e intenta calmarme con explicaciones lógicas según la situación. Un día me soltó "No hagas como si cualquier cosa que pase pudiera matar al niño, por favor". Creo que le estreso un poco con mi actitud. Pero es que no lo puedo evitar. A veces hasta me pongo a llorar como una magdalena por una tontería. De vez en cuando, Raúl llega a casa, suelta un alegre "¡Hola familia! y se encuentra con que dos pares de ojos acuosos se clavan en él. Respira hondo y se prepara para lidiar con hijo lloroso y una madre histérica.

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