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domingo, 11 de abril de 2010

Fiesta de globos




A Raúl le dio por comprar globos para que su pequeñín se lo pasara bien. Supongo que es uno de esos arrebatos que de repente nos dan a los padres y que nos suelen hacer más ilusión a nosostros mismos que al pequeñajo.

El caso es que me llenó la casa de globos (que yo luego arrojé por la ventana en una incontrolable ataque de ira, pero eso es otra historia). A Daniel se le salían los ojitos cuando los vió. Agarró con fuerza el que le alcanzó su padre y ¡Ale! A la boca. Como no podía ser de otra manera.
El problema es que es más difícil cortarle las uñas a Daniel que a los gatos. Se retuerce como una fiera y al tercer dedito que caso le arrancas con las supuestamente "nada peligrosas" tijeritas de bebés desistes en el intento.
Así que, cómo es lógico, el globito le estalló en sus mismisimas narices. Según testigos presenciales (a abuela Matilde, para ser exactos). Se quedó boquiabierto y patidifuso, pero luego volvió a pedir guerra. Alargaba las manitas en busca de otro globo que destrozar. Así son los bebés. Totalmente destructivos.
La verdad es que yo no estaba allí y no puedo asegurar que esto ocurriera exáctamente así, pero lo que es cierto es que cuando volví al salón el enano tenía otro globito entre sus zarpas.

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