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martes, 29 de junio de 2010

La espalda me está matando

El dolor de espalda se está convirtiendo en algo crónico. Nunca imaginé cuando me quedé embarazada que tener un hijo repercutía tanto en la salud de los riñones, pero es una realidad desde el primer día.

Ahora que no quiere más que le cojas de los bracitos para echarse a andar se agudiza el problema. Yo lo dejo en el suelo con la esperanza de que gatee y él viene directo a mis piernas para que le ayude a ponerse de pie y guiarme por toda la casa en una posición poco anatómica.


Pero eso no es todo. Por las noches, a la hora de dormir, la mayoría de las veces no se queda dormido al instante, sino que está un ratito llorando porque se resiste a cerrar los ojitos. Berrea con tanto sentimiento que normalmente acabo recostándome sobre la cuna para acariciarle la carita hasta que se duerme. Eso también pasa factura.

Cuando hay que bañarle también me agacho. Lo más cómodo es meter su bañerita en la bañera normal, así que ya hay que arrodillarse para quedar a su altura. Si además el niño te ha salito movidito ni te cuento las posturas que hay que adoptar para que no se te descalabre.

Jugar con él es muy divertido, pero la espalda puede llegar a crujirte de tanto que te levantas, le sientas, lo coges el vuelo, lo levantas a él, lo sigues gateando por toda la casa, le mantienes de pié mientras curiosea algo y un sinfin de posibilidades, todas malas para los riñones.

Por no hablar de las veces que no hay manera de evitar coger el carrito a peso para subir o bajar unas escaleras. O cuando el niño está mimoso y quiere que le tengas en brazos todo el rato. A veces ni siquiera le gusta que te sientes y te lo hace saber a su manera. Con lo que hay que mecerle de pié. Mecer más de nueve kilos de peso. Aunque, eso sí, con mucho gusto, porque es tu hijo, le quieres, y te encanta que se ponga mimoso.








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