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lunes, 28 de junio de 2010

Qué pereza la belleza

Cuidar de un bebé es algo que puede acabar siendo muy absorbente. El peque chupa todo tu tiempo y, en mi caso, yo se lo doy gustosa, aunque a veces noto que me falta mi rincón personal. La vida de Daniel casi es un reflejo de la mía.

También se da el caso de que yo soy una persona muy exagerada y no tengo término medio, así que seguramente debería dejar que el niño se entretenga sólo durante un rato. Pero lo veo tan chiquitín que me da la impresión de que necesita de mí en todo momento. Aunque los bebés son más duros de lo que nosotros creemos.

El caso es que cuando se trata de preservar la juventud, o lo que queda de ella, me entra una pereza mortal. Cuando el niño se duerme, me enfrento a las cremitas, alineadas en su estante y cogiendo capas y capas de polvo, y sin tocarlas me meto en la cama o me dedico a hacer cosas que me parecen más urgentes. Una compañera del trabajo me dijo una vez que sus hermanas (todas madres) tiene un mismo lema: nunca descuidarse. Ni siquiera después del parto.

La verdad es que creo que te tiene que gustar mucho el mundo del potingueo o ser muy presumida para sacar las ganas de untarte el cuerpo para mejorar la imagen. Supongo que cuando Daniel sea más mayor y autónomo la cosa será diferente. Seguramente mis arruguillas ya no tendrán arreglo, pero seguro que me dan una aire más interesante.

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