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viernes, 23 de julio de 2010

Daniel me la lía

Esa tarde era más para mi que para Daniel. O eso pensaba yo. Había quedado con celia, Mónica y Gracia para tomar café. Todas las tardes llevo al pequeñajo al parque, a la piscina, a los juegos infantiles o a cualquier otro lugar pensado para la diversión del bebé. Por un día que fuera a un lugra que me guste a mi no podía pasar nada.

Recogí a Daniel dormidito en la guardería. Perfecto. Iba a poder tomarme mi café a gusto, al menos hasta que se despertara. Corrí al centro comercial donde había quedado con mis amigas. Todas alabaron al chiquitín, que seguía durmiendo plácidamente.

Nos acomodamos en una terracita al aire libre porque ellas son fumadoras (qué vicio más odioso). Al final nos pedimos bebidas frías porque no estaba el día como para tomar café. Cuando iba a dar el segundo sorbo a mi cerveza sin alcohol, Daniel abrió los ojitos y se nos quedó mirando con desconfianza. Le alargué el patito mordedor que le acaba de regalar Celia y estuvo trasteando con él unos cuantos segundos. Duró bastante más de lo normal sentadito tranquilo en su carrito. Yo estaba sorprendidísima.

Mis amigas aseguraban que era una santo y yo me preguntaba cuando iba a empezar el espectáculo. Al rato comenzó a removerse para escapar de su prisión. No le hice esperar y lo cogí en brazos, pero sus planes eran otros. No paró hasta conseguir que le dejara en el suelo y desde esa altura no paró de coger guarrerías y yo de quitárselas con el consiguiente lloro. Celia se lo llevó a andar un ratito, pero a mi me dio cargo de conciencia que se ocupara ella del perretoso de mi hijo y no tardé en unirme a ella. Daniel se lo estaba pasando bomba gateando tras unos pajarillos y confraternizando con otro bebé, que sí permanecía tranquilito en su carrito.


La cosa fue a peor. El niño se dio cuenta de que yo iba a quitar de su camino todas las cosas interesantes que iba encontrando, así que decidió por su cuenta y riesgo escapar de la terraza. Ya me veis a mi corriendo detrás del fitipaldi gateador. Casí se sale de la cafetería. En cuanto lo agarré se puso a retorcerse y a chillar de rabia. Miré con pena lo que quedaba de mi cerveza, me aseguré de que las chicas se habían terminado sus consumisiones y les rogué que fuéramos a un parque para calmar a la fiera. Me costó un mundo sentarle en el carrito. Y no dejó de protestar hasta que éste su hubo puesto en marcha. Sólo entomnces esbozó su mejor sonrisa y se dedicó a contemplar el paisaje. me sentí totalmente manipulada.

En el parque lo dejé en el cesped en cuanto llegamos y allí se quedó él. Sentadito tan tranquilo jugando con las hojitas y el cesped. Cuando se cansó trepó por todas mis amigas, que no dudaron en hacerle monerías mientras me contaban anécdotas propias como madres que son. Estaba en la gloria. Con lo que le gustan los mimos. Daniel volvía a tener el poder. Al final se salió con la suya. Fuimos al parque como él quería y mi cerveza se quedó olvidada en la mesa de la cafetería.

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