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martes, 18 de enero de 2011

Errores que se cometen a sabiendas

Antes de Daniel pensaba que con los niños había que tener manos dura en todo momento por el bien de su educación y su futuro como personas adultas. Ahora que tengo al niño comprendo hasta cierto punto la dejadez de algunos padres. La falta de sueño, el agotamiento y los estragos que van causando los virus que te pega tu hijo te llevan a una situación en la que a veces te da igual si tu hijo está haciendo lo que no debe, siempre y cuando no conlleve un peligro real para él.

Yo tengo mucha imaginación y enseguida vienen a mi mente imágenes muy vívidas de los que le puede pasar a mi chiquitín si le dejo seguir jugando, por ejemplo, con esos tarros de cristal. Pero si se trata de algo que no quiero que haga porque puede romper algo o porque es de mala educación y habría que corregirlo, entonces todo depende del día, la situación y el cansancio.


También hago excepciones si es el niño el que está malito. No me gusta reñirle cuando sé que lo está pasando mal. Pero intento reñirle suavemente o alejarle del lugar prohibido para él.


Tampoco me considero una madre particularmente permisiva. Cuando se pone tonto yo también me pongo tonta. Y cuando le meto en el carrito o en la cuna en contra de su voluntad, le dejo allí el tiempo necesario. Sacarle sería darle demasiado poder a este peque. La verdad es que es muy difícil llegar al punto exacto y adecuado entre la permisividad y la disciplina. Yo diría que imposible, así que reconozco que hay veces que me paso y otras que no llego. Espero no estar haciendo un lío tremendo en la cabecita de Daniel.

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