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viernes, 13 de septiembre de 2013

Baile de celos

Esto de convertirme en madre me ha traído muchas maravillosas amigas del "gremio". Desde que Daniel empezó el cole de mayores hay una con la coincido más por compatibilidad de nuestros horarios y solemos acabar siempre juntas en el parque con nuestros retoños.

Desde el principio, se hizo patente el triángulo amor odio que existían entre los chiquillos. Los tres se quieren muchísimo: juegan juntos, se chinchan, se pelean, ríen, intentan llamar la atención del otro, se imitan, se hacen cariños... Pero hay algo por encima de todo que no soportan. Que SU madre le haga un mimo al hijo de la otra. De repente, aparecen unos celos tremendos que superan los que sienten los dos hermanos entre sí. En cuanto le hago demasiado caso a su amigo, Daniel e Iván se ponen tontísimos y viceversa.

Visto lo visto, mi amiga y yo tratamos de tener mucho cuidado y derrochar tacto con los tres. Así mantenemos a raya al fantasma de los celos casi todo el tiempo.

Pero el otro día, sucedió algo que no me esperaba. Estaba en un corrillo de madres cuando Iván se levantó de la arena abandonando sus juguetes, me cogió de la mano y me obligó a sentarme a su lado. Como continuó con su juego, le hice unos mimitos y volví a la conversación desde mi nueva posición. En cuanto el peque se dio cuenta, volvió a cogerme de la mano y me alejó hacia unos columpios. Como mis amigas insistían en reunirse conmigo, se hizo con una pelota no sé de donde y me la tiró insistentemente. Me puse a patear el balón con él encantada. Y ahí fue cuando me di cuenta.

Si el balón se acercaba, por casualidades de la vida, a las madres que me acompañaban gritaba de frustración, corría tras él y lo alejaba lo más rápido que le permitían sus cortas piernas. ¡Estaba celoso! Celoso de la atención que le prestaba a mis amigas. Me temo que este Iván es demasiado posesivo.

Lo cierto es que últimamente ha desarrollado una mamitis terrible. Supongo que la razón fue que he pasado el verano trabajando en Madrid mientras él disfrutaba de sus vacaciones en el pueblo. Así que ahora que hemos vuelto a estar juntos no me suelta ni a sol ni a sombra.

Espero que se normalice la situación gracias a la rutina, porque a veces me desborda tener un bebé agarrado cual lapa a mi pierna. También me siento culpable por no haber estado a su lado durante tantos días y eso se traduce en una sobreatención hacia los dos pequeñajos de la casa, que no sé si les está haciendo más mal que bien, pero que a mí me tranquiliza el alma. Estoy segura que muy pronto, todo será como antes del verano.

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