Siguiendo la ruta en Burgos: Santo Domingo de Silos

Tras luchar con orcos, los niños, y disfrutar del paseo por el desfiladero, los adultos, nos encaminamos al emblemático pueblo Santo Domingo de Silos, muy famoso por su monasterio. Según Daniel, habíamos aterrizado en Rivendel.

Desde el punto de vista de los niños nos metimos en el santuario élfico, el monasterio, lleno de tumbas de grandes héroes. Daniel nos explicó que gracias a unos los caballeros que ahí descansaba ahora existe El Cid, pero no nos explicó por qué. Antes de que pudiera hacerlo, otra tumba llamó poderosamente su atención y corrió hacia ella para hacernos saber que allí estaban los restos de Elrond, el rey de los elfos.

Por lo visto, los elfos deben ser expertos en hacer medicina con alambique e instrumentos propios de alquimistas. Y tiene una biblioteca de libros de medicina medievales impresionantes. Eso fue lo que encontramos en el museo del monasterio, tras cruzar su impresionante claustro.

Al mayor le llamó muchísimo la atención las antiguas ilustraciones de la anatomía humana. Y al más pequeño los libros adornados con pan de oro. "Quiero tinta dorada. ¿Me la compras porfiiiii?", exclamó en cuanto vio las páginas centenarias. "¡Ya tienes!" le contesté yo, pensando en los tubos de témpera sólida dorada y plateada que tenemos en casa para manualidades. Lo próximo que tenemos que hacer en casa es un libro al estilo medieval.

Salimos del monasterio y pasamos por el lavadero para visitar el vía crucis. Daniel salió despepitado hacia el agua y casi me una mal pensando en el baño improvisado que se iba a dar cuando frenó en seco cogió un enorme palo y se dedicó a sacar unos globos naranjas del agua, que debían ser de la boda que se estaba celebrando en ese momento.

Muy contentos con sus globitos y la sesión de equilibrio sobre los maderos que cruzan el lavadero, nos encaminamos hacia el vía crucis, que los peques se tomaron como un círculo de tumbas de grandes guerreros elfos. Enseguida se prestaron a explorar el mágico lugar seguidos de los adultos.

En su exploración se toparon con unos columpios más humanos que elfos y ahí nos tuvimos que quedar una buen rato mientras hacían el cabra. Otra vez pudimos ser testigo de sus habilidades equilibristas, porque uno de los juegos se componía de un palo cilíndrico que rodaba entre dos palos y una cuerda a la que sujetarse para pasar de un lado a otro. ¡Les encantó! Se lo pasaron bomba mostrando sus habilidades y boicoteándose uno al otro muertos de la risa. Menos mal que la hierba era blandita.

Agotados dejamos Rivend... estoooo... Silos para recuperar fuerzas con una deliciosa comida que nos tenía preparada la madre de Raúl y una corta siesta. La siesta me la eché yo. Muy corta porque los peques se negaron a dormir y la liaron parda de puro cansancio al poco de tumbarme. Y eso que aún nos quedaban muchas aventuras que correr.