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viernes, 26 de febrero de 2010

Los cereales le gustan


Otro pequeño paso para la humanidad, pero un gran paso para Daniel: su introducción en el gran mundo de las papillas de cereales sin gluten. Había llegado el día. Porque lo había decidido yo basicamente. Daniel tenía que aprender a tragar sólidos de una vez por todas. Así que le preparé la papillita, un poco como me vino en gana, porque no encontré la caja de los cereales donde venían las instrucciones. En realidad ya llevábamos unos días introduciéndole los cereales en el biberón y habíamos utilizado un bote de leche en polvo pequeño para guardarlos porque nos resluta más cómodo. A ojímetro me salió una papilla mas bien líquida, pero muy aparente. Me armé con un delantal para cubrirme a mí, un paño de cocina grande para cubrir al pequeñajo y una cucharita de metal y me decidí a comenzar la faena con no poca emoción.

Llené escasamente la cucharita y la metí en la boquita de Daniel con decisión. La mayoría de su contenido volvió a salir pero algo entró. Y parecía que el bebé se relamía. Hasta que pedía mas: "Uuuuuuuuuh, uuuuuuuuuuuuuh, ¡UUUUUUUUUUUUUH!"

El método de la cuchara estaba resultando un poco lento para él. Bebér los cereales del biberón era muchísimo más rápido. Y mi chico comenzó a impacientarse y a lanzarse con fuerza sobre la cuchara. Sus manitas aferraban el metal con ansia con lo que el contenido terminaba desparramado sobre el paño o el delantal (y a veces sobre mi pantalón, mi pelo, las mangas de mi camiseta, en su ojo...). Cuando ya me pareció que el experimento se estaba convirtiendo en un suplicio para el enano decidí darle el biberón para saciar su hambre.

A ver si tiene menos hambre y más calma para la próxima vez.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Conjuntivitis




Estaba en el trabajo tan tranquila cuando, de repente, se me paró el corazón. Mi móvil sonaba y en su pantalla se leía claramente el nombre de la guardería de Daniel. Por mi mente pasó como el rayo una hipotética visita a urgencias con un bebé enfermísimo. De los nervios no atiné a contestar a la primera (es que lo móviles de hoy en día son muy complicados. Y los táctiles ya ni te cuento). La cuidadora me "tranquilizó" enseguida. "No, mujer. Si lo que pasa es que tiene conjuntivitis y no podemos tenerlo aquí porque es contagiosa". ¡Mi pobre niño con conjuntivitis! Y yo atrapada en mi oficina. Rápidamente llamé a Raúl, que tiene horario flexible (el típico timo para que trabajes doce horas en vez de ocho).

Por supuesto, se puso en marcha enseguida. Aunque sin el más mínimo rastro de preocupación. Me juró y perjuró que me mantendría informada, pero algo en el tono de su voz me decía que pensaba que yo estaba exagerando. Mientras él se encaminaba diligente a la guardería. Yo marqué otro número en mi movil: el del centro de salud. Milagro. Me lo cogieron a la primera. Pero no podía cantar victoria. La chica me explicó pacientemente que no podían atender al niño inmediatamente porque a las 12.00 tenían un curso en el centro de salud, así que hasta mañana no podían hacer nada (así funciona la seguridad social). Pedí cita para el día siguiente jurando en arameo y llamé a Raúl para decirle la mala nueva y preocupame por la salud de nuestro tierno retoño.

Como siempre, el papá estaba tan pancho: "El niño está estupendo. Sólo tiene unas legañitas de nada en los ojitos". Es una suerte tener un marido tan tranquilo. Si no fuera así ya me habría dado un ataque de histeria más de una vez (puede que me haya dado alguno de vez en cuando. Es cuestión de caracter).

Cuando llegué a casa, en tiempo record, me encontré al papi y al hijo jugando en la cama tan felices. Le limpié los ojos a conciencia (al niño, no a Raúl).

Al día siguiente la pediatra dijo que no tenía nada grave y que con la higiene adecuada se le iría quitando. Era una pequeña conjuntivitos derivada del resfriado. Así que al día siguiente lo tenía de vuelta con sus compañeros de clases para pegarse mutuamente todos los virus habidos y por haber.

lunes, 22 de febrero de 2010

La clase de Daniel

Me han facilitado en la guardería una foto de Daniel con todos sus compañeros durante la fiesta de carnaval. ¡Vaya juerga de bebés! Que pena que no inviten a los padres también (esto no lo he escrito en serio).

La verdad es que me da mucha pena tener que cambiar al niño de guardería porque en ésta las chicas son encantadoras y le tratan con todo el cariño. Se nota que se preocupan por él. No me digáis como lo noto, porque Daniel aún no habla, sólo emite graciosos sonidos guturales, pero el niño sale siempre de la guardería muy tranquilito. Conmigo nunca está tranquilo. En cuanto llegamos a casa se rebela y sólo quiere bracitos y movimiento. Para arriba, para abajo, coctelera, besito y vuelta a empezar. Y como se me ocurra intentar dormirle ya la tenemos montada. Sus berridos se oyen por toda la comunidad.

domingo, 21 de febrero de 2010

A Daniel le gusta el movimiento

Este enanito no para. Ha descubierto como darse la vuelta y ahora no quiere hacer otra cosa. hay que tener muchísimo cuidado con él.

Sobre todo cuando llega la hora de ponerle en el cambiador. Quitarle el pañal se ha convertido en una lucha y ponérselo ni te cuento. Acabo agotada de tanto apartar piernas y brazos. La caja de las toallitas está más tiempo en el suelo que sobre el cambiador. Este niño se ha convertido en una anguila. En cuanto le sueltas en una superficie empieza con el balanceo.

Ya no me quedo tranquila ni cuando le dejo durmiendo en el centro de la cama de matrimonio. Lo dejo ahí cuando está berreando en la cuna y yo estoy haciendo cosas en la habitación. Me lo traigo conmigo para que se distraiga mirándome.

Cuando empiece a gatear se va a convertir en mi pesadilla personal. No quiero ni imaginármelo.

sábado, 20 de febrero de 2010

Sensibilidad a flor de piel

No sé por qué. Desde que tengo a Daniel conmigo me he vuelto más sensible. Puede que sea el sueño que llevo acumulando desde la fase final del embarazo. Eso es lo único que me estorba en mi relación con el pequeño. Si no fuera porque cuando parece que ya la cosa va bien y el enano pega el ojo un buen rato llega algo que estropea esta idílica situación. En este caso un batallón de mocos despierta al bebé a las horas más intempestivas y el ronroneo de su pequeña naricilla me tiene en vela toda la noche.

Así que tengo los nervios de punta y la sensibilidad a flor de piel. Hay días que en vez de hablar bufo y otros que se me cae la lagrimita por cualquier tontería. En el trabajo cada vez que leo alguna noticia donde el protagonista es un niño se me encoge el alma (Y en mi trabajo se leen muuuuchos periódicos). Ya no puedo ver películas en las que oiga llorar a un bebé. El otro día me quedé con el tenedor en suspenso en media cena porque un niño berreaba en la calle.

Supongo que mi vida se normalizara poco a poco cuando empiece a dormir mejor. Y deje de preocuparme por todo lo que rodea a mi bebé.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Daniel pide más comida



Ayer llegué casa con el bebé tras recogerle en la guardería y pasó algo inaudito: Daniel tenía hambre, mucha hambre. Empezó chupándose nerviosamente la mano, continuó con unos leves lloriqueos y acabó berreando. Extrañada me lo colgué del pecho pensando que sería suficiente, pero... ¡Que va! Cuando terminó volvió a lloriquear.

Así que le hice un biberón de 120 mililitros (normalmente le damos 210). Y tampoco le bastó. Se bebió tranquilamente otros 120 mililitros como si nada. Yo alucinaba. Aquí pasaba algo y había que buscar una solución rápida.

Me fui a la farmacia y compré un caja de papillas de cereales sin gluten especiales para Danielitos hambrientos. El enano me estaba pidiendo a gritos más enjundia en su soso biberón. Así que como madre atenta que soy hice caso de las señales y le metí los cereales en el biberón esa misma noche (acoplando la correspondiente tetina, por supuesto, que para hacer buenos biberones hay que ser ingenieros en alimentación de bebés).

Además, Raúl puso su granito de arena sugiriendo que le diéramos hasta 240 mililitros. El niño se lo bebió a toda velocidad. Como si fuera agua. Pues sí que está creciendo rápido el enano. Dentro de nada estará comiendo cordero asado con patatas.

martes, 16 de febrero de 2010

¡Qué niño más despierto!

Lo normal es que la gente exclame "¡Qué niño más guapo!" cuando ve a un bebé. Pero en mi caso exclaman: "¡Qué niño más despierto!", "¡Vaya ojos más abiertos que tiene!" Y no sé si tomármelo como algo bueno o como algo malo.

Por un lado, parece que a los demás les gustan más los bebés inquietos, pero por otro lado a las madres nos gustan más tranquilitos. Cómo soy yo la que está con él la mayor parte del tiempo (miento. Sus cuidadoras de las guardería están con él más tiempo) mi opinión es la que vale.

Sí, es un niño muy despierto. No le gusta dormir. Y en cuanto nota que tienes intenciones de mecerlo o ponerle en una postura demasiado horizontal empieza a lloriquear como si se sintiera traicionado.

Le encanta la juerga y ser el centro de atención (creo que esto les suele pasar a todos los bebés). Sobre todo si se trata de mucha gente y se lo pasan de unos a otros. Para él es un auténtico placer probar brazos nuevos.

De hecho, se ríe muchísimo con todo el mundo, menos con su madre. Debe ser que me tiene muy vista. Conmigo acaba aburriéndose y llorando de sueño hasta que cansado de retorcerse como un enérgumeno termina durmiéndose en mis brazos por fin. Eso sí, en cuanto su cuerpecito toca la cuna vuelve a abrir los ojos de una forma digna del final de una película de terror. Y vuelve a tener los ojos bien abiertos y ganas de juerga.

lunes, 15 de febrero de 2010

¿Cómo sobreviven las madres a esto?

Es agotador. Ser madre me tiene baldada. Sobre todo la espalda. Coger siete kilos todos los días varias veces me está pasando factura, sobre todo por la forma en que se menean esos kilazos de bebé.

Ahora las cosas son más fáciles, aunque el niño pese mucho más. Al principio era una esclavitud. Había que alimentarlo a todas horas, cambiarle el pañal cada dos por tres, mimarlo mucho porque estaba traumatizado por su paso al mundo exterior... Y de dormir nada. Ni una horita. ni de moche ni de día. Menos mal que ha cogido un poco el sueño. Aunque, desde que he empezado a trabajar estoy durmiendo poquísimo.

Ultimamente lo pongo un rato en el suelo para ver si aprende poco a poco a gatear. Sólo de pensar en la época en la que esté aprendiendo a andar a costa de mis riñones me echo a temblar.

Por otro lado, es muy gratificando ver como cada día me sorprende con un nuevo gesto o con alguna pequeña cosa que ha aprendido. A nosotras las madres nos parece un enorme logro. Por lo menos a esta madre.

domingo, 14 de febrero de 2010

Vivir con miedo al teléfono

Cuando tienes un hijo que duerme poco y mal aprendes a vivir con miedo a los ruidos. Sobre todo si el insomnio involuntario recae casi siempre sobre ti. Al principio Raúl estaba frito con mis "Sssssssssssshh", "Habla más bajo", "No hagas tanto ruido", pero ahora creo que se ha dado cuenta de que mis temores no son infundados. Y eso que ahora el niño coge mejor el sueño.

Antes de Daniel ni me daba cuenta del pitidito del microondas, ni de los maullidos de mis pobres gatos, ni del ruido que hace un vaso al posarse sobre la mesa, ni siquiera del ligero raspado entre maderas que se produce al cerrar una puerta. Eran situaciones tan normales que mi oído simplemente las ignoraba. Esto todavía le pasa a Raúl. Pero mis percepciones han cambiado. Casi podría decir que puedo oir volar una mosca y que mi corazón deja de latir hasta que el infortunado bicho sale del campo de acción de mis oídos y la respiración de Daniel sigue siendo regular.

Mi pobre madre dice que no se atreve a llamarme ni de noche ni de día por si acaso da la casualidad que justo ese es el momento elegido por Daniel para cerrar sus ojillos unos minutos. Por que encima el enano no tiene horarios de sueño diurno y se echa las siestas cuando le da la gana. Por el día ya me he resignado a los ruidos. Si suena el teléfono y despierta al niño, mala suerte. Pero no puedo estar incomunicada.

Por la noche es otra historia. Los ruidos se intensifican y suenan el doble de fuertes. Si Daniel coge bien el sueño no pasa nada. Me dará una buena noche y yo también podré descansar un poco. Pero si no logra dormirse a gusto o lo despierta algo por sorpresa ya tenemos el lío montado y me puedo ir olvidando de pegar ojo esa noche.

Esta misma noche algo debió pasar que me pasó desapercibido (vamos, que estaba roncando a pata suelta hasta que oí al pequeñajo llorar) que Daniel ya no se quiso dormir desde las 5.30 de la madrugada. Así que me puse a trabajar en el ordenador mientras él se entretenía viendo la tele y reclamando mi atención de vez en cuando. Si no puedo dormir, al menos adelanto algo. Hay que ser positiva.

sábado, 13 de febrero de 2010

Los últimos coletazos de la lactancia materna

Cómo ya he empezado a trabajar no puedo alimentar a mi hijo en todas sus tomas, así que el pobre se tiene que olvidar de tomar pecho en la mayoría de las ocasiones. Entre semana sólo le doy por la noche. Del resto se encargan Raúl y sus cuidadoras.

Al principio fue bastante incómodo, porque sentía mucha presión y un poco de dolor a causa de la subida de la leche, pero poco a poco la cantidad ha ido bajando y adecuándose a las necesidades actuales. La naturaleza es muy sabia y se amolda a todo tipo de situaciones.

Ahora mismo, Daniel sólo toma pecho de forma simbólica. Para calmar realmente su hambre acudimos a un enorme biberón. Da un poco de pena porque sí que es cierto que cuando el niño todavía mama parece que se establece un vínculo especial. O por lo menos que pasas un rato tranquilo y muy cercano con tu hijo. Pero Daniel se está haciendo mayor a mucha velocidad y ya hemos pasado la siguiente etapa de su vida como bebé grande que es.

viernes, 12 de febrero de 2010

Carnavales: el increíble Daniel

Empecé a olerme que hoy sería la fiesta de canavales en la guardería de Daniel cuando las compañeras de la oficina empezaron a hablar del tema con respecto a sus hijos o sobrinos. Sus cuidadoras me habían pedido una camiseta roja que le viniera grande para hacerle un disfraz sorpresa. Cuando llegué a la guardería y vi en la entrada un enorme cartel de los Increíbles adiviné de inmediato de qué me lo había disfrazado, a pesar de mi nivel de empanamiento.

Pero aún así puse la misma cara de "¡Ooooooooooh! ¡Qué mono!" que el resto de los padres cuando lo sacaron para que lo viera. la verdad que estaba muy gracioso con la camiseta roja de Los Increíbles. Por detrás habían plasmado sus piececitos y habían escrito su nombre. La verdad es que Daniel está guapo con cualquier cosa que le pongas, pero es que con este disfraz estaba más lindo que nunca. ¡Ay! mis babas. Si sigo así me ahogaré.

jueves, 11 de febrero de 2010

Mi hijo no me hace ni caso

Daniel es un niño de sonrisa fácil. No hay que hacer mucho para que comience a hacer alegres muecas, pero hay que estimularle. No empieza a sonreír cuando te ve. Vamos, que los gatos me hacen más fiestas cuando llego a casa que él cuando voy a recogerle a la guardería. Se limita a mirarme muy serio desde su sillita. Y si le hago alguna caricia se pone a chupar su chupete con más ansia, pero nada más. Hasta que no llegamos a casa, le saco del carro, le quito el abriguito y me refiero a él con grandes aspavientos, besitos y voces tontas no se digna a dedicarme ni una pequeña sonrisita.

El otro día le tocó a Raúl ir a buscarle a la guardería porque yo tenía que ir a la nueva guardería a reservar plaza. Cuando regresé de hacer la gestión me los encontré a los dos sentados en el salón viendo la tele (conmigo no hace eso ni en broma. Se retuerce y hace ruiditos hasta que me levanto para pasearle por toda la casa). Muy contenta de verle me dirigí a Daniel como cualquier otra madre emocionada con su bebé. Pero el muy borde sólo apartó la mirada de la televisión un segundo con cara de “qué hace esta loca” y luego la volvió a fijar en la caja tonta. No me hizo ni caso. Después de dejar las cosas y ponerme cómoda le cogí para darle un apretón cariñoso y ahí sí que reaccionó. Menos mal.

A veces me da la impresión que a este niño le da igual quien le coja o le haga las gracias. Lo de haberlo llevado nueve meses en la barriguita no es determinante para él. A lo mejor me tiene un poco de rencor por haber sido tan dinámica durante el embarazo. Quién sabe.

miércoles, 10 de febrero de 2010

La nueva guardería

Raúl y yo hemos decidido mudarnos al barrio donde vive Chari, mi suegra. La razón es Daniel, por supuesto. Con lo que viaja mi pareja necesito que me echen una mano. Yo tengo que entrar a trabajar a las 6.45 y ese horario no hay guardería que lo resista. Así que estamos preparando todo para cambiarnos de casa.

Uno de los asuntos pendientes más importantes es el cambio de guardería de Daniel. No me hace ninguna gracia ahora que se ha acostumbrado a la suya, pero no queda más remedio. Además, va a ser un traslado muy radical, porque va a empezar las ocho horas desde el primer día. Lo papis ya estamos trabajando y no podemos hacer otra cosa.

Ayer fui a ver la nueva morada de mi bebé y me quedé alucinada. Era bastante pija. Las esquinas estaban redondeadas, los enchufes estaban altos y con medidas de seguridad, las ventanas sólo se podían abrir a una altura a la que no pudiera llegar un niño subido en una silla, las puertas de los baños tenían un sistema para que los pequeños no se pudieran pillar las manitas… vamos un despliegue de seguridad infantil nunca visto por esta inexperta madre. Pero eso no fue lo más sorprendente. Resulta que por petición de los padres que ya tiene allí a sus hijos tengo que lavar las sábanas de la cuna del mío, llevar un biberón para cada toma y lavarlos en mi casa cada día, los pañales de mi hijo llevarán sus iniciales… y toda una serie de medidas hechas al gusto del padre más tiquismiquis y desconfiado del mundo. Esto beneficia enormemente a la guardería que se ahorra un montón de trabajo, pero me fastidia profundamente a mí que soy la que se va a hacer cargo de ese trabajo.

De todas formas, como la guardería estaba bien y encima está al lado de la nueva casa transigí con tanta tontería pijo paternal y decidí reservar la matrícula. Se lo comunico a la directora y me dice que no sabe si quedan plazas. Entonces ¡para qué me haces el paseíllo y me metes el rollo! Además de que el día anterior me había dicho que sí me admitían al niño. ¡Uuuuuy! Creo que no le he parecido lo suficientemente pija para el centro. Aún así, como insistí e insistí por el bien de mi hijo, y la cercanía de la guardería, finalmente me reservó la plaza. La suerte está echada. Espero que mi hijo no me venga un día diciéndome: “ O sea, mami, Borja María me mordió”.

martes, 9 de febrero de 2010

Los dientes

Al niño le están saliendo los dientes. Yo pensaba que esto era algo que ocurría más adelante, pero ese babeo constante y su obsesión por chuparse el puñito (o lo que pille en su camino) parece ser un indicativo indiscutible. Por lo visto le duele y le molesta con lo que tiene momentos más tontos que otros.

Maribel, una compañera del trabajo, me ha comentado que el momento de la salida de dientes depende muchas veces de las ganas de comer que tenga el bebé. En mi caso no puedo negar que Daniel se comporta como un niño glotón en la mayoría de las ocasiones y que cuando quiere comer quiere su alimento… ¡yaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

Otra compañera, Bárbara, me ha dicho que cuando les están saliendo los dientes es normal que se les ponga el culo rojo como un tomate. Así que ahora cada vez que le cambio el pañal observo con un poco de obsesión el pandero de mi hijo. No vaya a ser que se esté poniendo rojito. Poco después de que Bárbara me hiciera partícipe del mal de los traseros escocidos leí que esto era debido a que las babas que tragaba el niño producían cacas ácidas. La solución definitiva es cambiarle el pañal contaminado lo antes posible. Que en mi caso es un poco difícil ya que va a la guardería ocho horas y con tanto niño alrededor no sé si se darán cuenta enseguida del mal olor.

Cuantas teclas tienen los bebés.

lunes, 8 de febrero de 2010

El primer día de trabajo

Hoy tocaba incorporarse al trabajo. Este día tenía que llegar en algún momento. Así que esta mañana me levanté con mucha energía para coger al toro por los cuernos. Mi ánimo flaqueó en cuanto me enfrenté cara a cara a Danielillo. Tanto tiempo juntos… Mano a mano en la rutina diaria… Vale que he echado pestes de este periodo de mi vida, pero ya nos llevábamos muy bien los dos. Incluso ya se entretenía solito un rato en su cunita de viaje. Y justo ahora que teníamos tan buena relación llega el día de incorporarse a trabajar. Y eso que llevaba deseando volver a la oficina desde que nació. Yo no sirvo para ama de casa. Es un trabajo muy duro y sacrificado. Mucho peor que levantarse a las cinco de la mañana para ir al trabajo.

Mi jefa me dejó entrar hoy más tarde, así que pude aleccionar a Raúl para que cuidara apropiadamente al niño antes de dejarlo en la guardería. Por lo menos en cómo me gustaría que lo cuidara. Luego el hará lo que quiera. Y no le guardo rencor. Cada uno tiene su método y el suyo será tan bueno como el mío.

No pude evitar enjugarme alguna esporádica lagrimita antes de dejarlos solos al padre y al hijo. Pensé que este día iba a ser para mí como una liberación, pero la verdad es que lo pasé echando muchísimo de menos a Daniel.

Cuando volví de la oficina, comí, fregué, recogí lo más rápido que pude y salí pitando hacia la guardería. Llegué a las hora de recogida (cinco de la tarde), porque por mucha prisa que me dé, en el trabajo siempre se sale tarde y no da tiempo para nada. Allí estaba Daniel. Tan pancho como siempre. Se quedó dormido en el paseo de vuelta a casa. Le di más abrazos y mimitos que nunca, pero para él parecía una día como otro cualquiera. Antes de las ocho ya estaba roncando en su cunita.

domingo, 7 de febrero de 2010

Apelativos cariñosos

Cuando veía a los adultos volverse tontos con los niños no lo entendía. A mí no me pasaba, cuando veía a un pequeñajo me esforzaba por usar un lenguaje básico y hablar más despacio, porque sé perfectamente que están aprendiendo y que no podemos pedir peras al olmo, pero de ahí a balbucear tonterías... Hasta que llegó Daniel a mi vida. Ahora tengo palabras como “mi vida, tesoro, guapetón, solecito de primavera” en los labios siempre que él está cerca.

Pero es aún peor. Cuando me emociono las palabras se transforman en sonidos sin sentido como “polosito, cacholito, panbufin, chanchurrio”, que para el que no sea fan de los bebés diré que equivale a algo así como “guapo, precioso, simpático, listo” pero llevado al súmmum de su significado.

Antes estas cosas sólo me pasaba con los perros y algún que otro gato (mis “canchorrios peluditos”), ahora también me pasa con mi enano. Alguien me dijo que cuando pares se te va el cerebro por el mismo sitio que el niño. Y parece que es verdad. No sólo porque empiezas a olvidar cosas con facilidad, tiene más despistes que nunca (debido seguramente a la falta de sueño), sino también porque haces una regresión a tu infancia y acabas poniéndote al nivel de tu hijo, quizás un poco más alto, teniendo en cuenta que tu hijo todavía es un bebé ameba y su repertorio de sonidos todavía es muy limitado (ayer empezó a dominar “ka”).

Supongo que este comportamiento inusitado tiene que ver con que la naturaleza es sabia y te convierte en un ser babeante ante tu hijo para que le cuides y le protejas mejor.

sábado, 6 de febrero de 2010

Daniel es un niño buenísimo

De este blog puede que haya quien saque la conclusión de que Daniel es un bebé llorón, manipulador e insomne. Y algo de verdad hay en todo eso. Pero también es un niño simpático, risueño y cariñoso. Es un bebé, que esperamos de él.

Los bebés lloran. Es un hecho. Y si tienes la suerte (o mala suerte) de tener un bebé curioso que no se quiere perder ni jota, pues sabes que no va a querer pegar el ojito. Cuanto te quedas embarazada asumes todos estos riesgos. Y hay bebés mucho peores. Mi hermano sí que era insomne. Tenía a mi madre y a su oreja, que le gustaba estrujar, desesperados. Fernando, espero que no te importe que desvele este trapo sucio. Afortunadamente, al poco tiempo se volvió una marmotilla (como todos en mi familia).

De todas formas, tampoco creo que Daniel llore mucho. Cuando le toca más o menos. Cómo no le gusta dormir, llora cuando tiene sueño. En el fondo tiene su lógica. Además, últimamente el pobre está muy frustrado porque quiere moverse ya y no puede. ¡Ése es un buen motivo para llorar!

Así que, analizados estos aspectos, podemos llegar a la conclusión de que Daniel es un niño más bueno que el pan, con inquietudes en la vida y con muchas ganas de aprender y moverse. Y todo esto lo sacamos de un bebé que todavía puede compararse con una ameba. ¡Qué bonita es la investigación basada en la observación y la interpretación!

viernes, 5 de febrero de 2010

Cada noche una sorpresa

Con este niño nunca se sabe, de repente se duerme siete horas por la noche como una o media. No te puedes hacer ilusiones pensando que ya ha cogido el sueño porque de repente le oyes llorar y te destroza tus expectativas de dormir más de tres horas seguidas.

Encima se suman el destino y la casualidad. El día que duerme siete horas decides quedarte a trabajar o a hacer otras cosas, también urgentes. Con lo que acabas acostándote a las doce y el niño te despierta a las tres de la madrugada como muy tarde. Y el día que decides irte a la cama prontito para aprovechar ya le tienes berreando desde las once o doce.

Es que no hay manera. Todo se confabula para que yo no duerma. Y así tengo este humor de perros todo el día. Y no logro concentrarme. Si antes era despistada ahora ni te cuento. Estoy segura de que las chicas de la guardería creen que cualquier día me dejo el niño.

jueves, 4 de febrero de 2010

Superpapá


Mi padre es un superhéroe. Como Batman o Spiderman. Es un superpapá. Es muy fuerte y cuando me coge me sube muy alto como si fuera una pluma. A veces se hace el duro conmigo, pero yo sé que le encanta jugar conmigo y tenerme en sus brazos.

Mi madre es la señora que me cuida y que puedo mangonear como quiera. Sólo tengo que ponerme a berrear y ya la tengo a mis pies. Últimamente se resiste un poco, pero voy minando su determinación poco a poco y al final la tengo otra vez a mis pies. Cuando me coge le noto falta de fuerza. Le cuesta cada vez más. Y no me sube muy alto.

Mi superpapá se va muchas veces y no vuelve hasta la noche. Seguro que se va a salvar el mundo. Antes de irse y cuando vuelve (si no estoy ya dormido) me hace gracias para que me ría. El otro día se fue a una reunión de doctores (porque, además de ser superpapá, es Doctor en Informática) y le dieron un anillo del poder. Dejó que lo cogiera y todo. ¡Pesaba un montón! Pero yo lo aferré muy fuerte con mis deditos para que no se me cayera. Cuando por fin iba a lograr chupetearlo, me lo quitó. No lloré ni nada, porque con papá casi nunca lloro. Eso lo dejo para cuando estoy con mami.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Bracitos

¡Qué duro se me está haciendo curar de “bracitis” a Daniel! Supongo que para él es mucho peor. Seguro que no entiende por qué de repente su mami le deja llorar en la cuna unos minutos cuando antes acudía inmediatamente a su lado. Y al principio acudo. Me quedo a su lado tocándole la carita un rato, pero él insiste en que le coja estirando sus bracitos hacia mi todo lo que puede, contorneándose bruscamente y redoblando sus lloros. Así que al final lo dejo desesperarse un ratito más en la cuna. No mucho porque me da pena. Y vuelvo de nuevo a asomarme a la cuna para que me vea. Él sigue llora que te llora hasta que flaqueo y finalmente le cojo. Soy una blanda.

Muchas veces acabo agachada en horribles posturas para calmar a Daniel sin sacarlo de la cuna con lo que tengo la espalda hecha cuadritos.

En la guardería me han dicho que es mejor para él que empiece ahora a quitarle este vicio porque cuanto mayor se haga menos va a entender por qué ya no le cojo tanto como antes. Y llegará un momento en que no pueda con él porque pese mucho. Así que es mejor empezar ahora poco a poco. Aunque, visto desde fuera, parece que lo estén torturando.

martes, 2 de febrero de 2010

Promesas sin cumplir

Recuerdo cuando yo no era madre como algo muy lejano (y eso que sólo han pasado cuatro meses y unos días). Decía cosas como: “yo nunca metería a un bebé a dormir conmigo. Es peligroso”. No sabía hasta qué grado de desesperación puede llegar una madre cuando su hijo tiene problemillas para coger el sueño. Tampoco sabía que era capaz de estar tantas horas sin dormir. Ese tipo de afirmaciones que se hacen sin conocer el tema son las que me estoy tragando ahora sin sal y a palo seco.
Al principio me resistí a meterlo conmigo, al poco tiempo me quedaba dormida dándole de mamar, con lo que ya dormía conmigo en la cama en contra de mi voluntad y con gran dolor de mi espalda por la mala postura. No pasaron muchos más días hasta que decidí en favor a mi salud mental que eso de dormir con tu hijo en la misma cama era algo del todo aconsejable a la par que entrañable. Qué mejor manera de estrechar lazos con el bebé y al mismo tiempo descansar un poco por fin. ¡Vamos! Que o lo metía en mi cama o me podía despedir de pegar ojo en toda la noche.

Otra gran afirmación: “los niños de hoy se pasan todo el día viendo la tele en vez de jugando y estimulando su imaginación. Los míos sólo verán los vídeos que yo crea conveniente para su edad y jugarán mucho”. Teniendo en cuenta que a los dos meses Daniel ya era un teleadicto… Y no creáis que ve Pocoyó. Ve el telediario y lo que pongan en ese momento con tal de que me dure unos minutos tranquilito en la cuna. Calmo mi conciencia diciéndome que todavía no se entera de lo que ve, pero será mejor que me enteré pronto de a qué edad empiezan a discernir.

Y la mejor de todas: “Yo a mi hijo le dejaré llorar que es bueno para los pulmones e imprime carácter”. En cuanto el niño berrea a Dácil se le encoge el estómago, se le saltan las lagrimitas de ver sufrir a su hijito y hace el pino si hace falta para que vuelva a sonreír. Si es que para criar a un niño hay que tener una voluntad de hierro. Y ya me puedo poner las pilas si no quiero ser esclava de un pigmeo mandón.

lunes, 1 de febrero de 2010

Las vacunas del cuarto mes

No me gusta llevar a mi niño a la enfermera para que le pongan vacunas. Lo paso muy mal porque él lo pasa mal. Pero es necesario, así que hoy le he sacado de la guardería y con bastante resignación he llevado a Daniel a la boca del lobo. El pobre incauto se ha dormido por el camino sin sospechar nada. Una vez en el centro de salud se ha despertado el solito antes de entrar a la consulta.

La enfermera me ha soltado de buenas a primeras que a lo mejor no le podía vacunar porque su ordenador tenía fallos informáticos y le daba problemas. Yo he hecho un gesto significativo para indicarle que la comprendía y amablemente le he preguntado por el problema. ¿Se ha caído el servidor, un virus infomático, se ha borrado algún fichero importante... Pues no, nada de eso. El problema venía por el ratón. No le funcionaba el ratón. Así que no podía acceder ni a las citas del día, ni a los informes, ni a nada. Debía haberlo adivinado. Así son en la empresa pública. No tienen ni un ratón de repuesto para estos casos. Le deseé suerte a la enfermera para que le proporcionaran el dichoso ratón antes del próximo año y le rogué que le pusiera las vacunas al niño, porque ya que me había armado de valor... Y, sobre todo, que ya estaba allí y no es cuestión de perder el poco tiempo que tengo (aunque ahora mismo lo esté perdiendo en este blog).

El caso es que se apiadó de mi y me ordenó que desvistiera al enano de cintura para abajo. Así lo hice y Daniel no dejaba de sonreir y de chupar las patitas de su pijama. Hasta que llegó el pinchazo. Entonces empezó a berrear y a cogerse con fuerza a mis manos. Y yo empecé a hacer esfuerzos para no llorar con él. Mi niño pobrecito.
Afortunadamente esta vez fue mejor que la anterior, hace dos meses. Daniel se calmó en cuanto la enfermera sacó la aguja de su piernecita. Fue casi milagroso. Le di unos besitos y volvió a sonreir como si nada.

Ahora a estar atenta por si le sube la fiebre. Tengo el Apiretal a mano. Para aquellos que aun no son padres les diré que el Apiretal es el medicamento estrella para bajar las fiebre de los bebés. ¡Ala! Id aprendiendo por si acaso.

La dura vida del bebé

Antes pensaba que los bebés tenían una vida regalada. Dormir y comer, dormir y comer. Que más quieres Baldomero. Esa es una vida relajada. Y no la de los adultos. Todo el día de aquí para allá. Con mil obligaciones y sin parar de darle a la materia gris por una cosa o por otra.

Pero ahora que tengo un pequeñajo en casa me he dado cuenta que es todo lo contrario. La vida del bebé es durísima. Y si no lo creeis voy a poner un ejemplo. De repente el niño nota algo pegajoso en su pañal que le incomoda y empieza a llorar como un loco. La madre inexperta acude al lado de la cuna y el observa un momento antes de desaparecer. El enano pensará “¿Dónde vas? ¡Ayúdame! Yo solo no puedo”. Acto seguido aparece un hermoso biberón ante su vista. “Que no quiero comeeer, que no. Que me cambies el pañal... glops glup groamf…Bueno, nunca hay que despreciar un buen biberón glup glup. Que gusto, que calentito, que estaba pensando…¡Ah sí! El pañal. Buaaaaaaaaaaaa”. Y tiene que llorar como un loco hasta que la madre cumple con todos los posibles motivos y llega al pañal. Que puede ser lo primero que mires o no. A veces es obvio por lo mal que huele, pero no siempre.
De todas formas hay algo peor. El niño no se puede mover por si mismo. Debe ser frustante querer ir hacia un punto y que tu madre te lleve justo en la dirección contraria. O querer coger algo y que te lo quiten de las manos con tanta facilidad.

O el problema que ahora mismo acucia a mi niño: "Mamá, sácame de la cuna. Quiero que me cojas y me lleves en bracitos por toda la casa. Mamá, que me saques de la cunaaaaaaaaaaa". Y mamá le entiende perfectamente, pero no lo saca porque lo tiene que desacostumbrar a los bracitos. Así que el bebé está llora que te llora.

Lo dicho. Ser bebé es horrible. Espero que Daniel crezca pronto y disfrute de todo lo que se está perdiendo ahora.