El viernes volví a coger el autobús rumbo a Lerma, donde me recogerían mi marido y mis niños preciosos. ¡Que ganas tenía de hacerles el abrazo de oso! Y ellos a mí.
De nuevo me sorprendieron con un plan sorpresa. En esta ocasión se trataba de "la fiesta del mar" según Daniel. Resignada me dejé llevar, aunque yo lo único que quería era llegar a la casa y tirarme en el sofá un rato con los peques.
Nada más llegar nos llegó el sonido de la música y no tuvimos dudas de adonde teníamos que ir. Seguimos a la charanga de payasos, equilibristas y zancudos que hicieron las delicias de los chiquillos. A los míos parecía que se les iban a salir los ojos de sus cuencas de ver tantas maravillas. El mayor se lo pasaba bomba poniéndose a tiro cuando tiraban agua. ¡Menos mal que hacía calor!
De repente nos encontramos de lleno en una calle llena de peces, medusas, pulpos, algas, cangrejos... Ahora ya sabía porque mi primogénito la llamaba la fiesta del mar. Los vecinos de esa calle la habían decorado como un fondo marino a base de materiales reciclados. Les quedó impresionante: una verdadera belleza para la vista y los sentidos.
Los niños no querían abandonarla y allí permanecimos un buen rato. Paseamos por el pueblo para disfrutar del ambiente, pero siempre regresábamos a la calle submarina una y otra vez.
Cuando empezó a refrescar en serio y ya hacía un buen rato que sonaba la verbena decidimos que era hora de regresar. Todavía no habíamos cenados y estábamos hambrientos. Los niños se negaron en redondo a subir al coche. Ellos habían sido agasajados con dulces, pastas y magdalenas por los vecinos de la calle adornada, pero sus padres estábamos famélicos y fuimos inflexibles.
El resto del fin de semana transcurrió en el río, la plaza, jugando con los primos y amigos... ¡Vamos! Haciendo vida vacacional de pueblo como está mandado. La hora de marchar de nuevo a Madrid llegó demasiado pronto. Aunque en esta ocasión no partí sola. A papá se le habían acabado las vacaciones y también se despidió amargamente de Covarrubias y de los chiquitines, que nos despidieron con un gesto de la mano y un expresión impasible en sus caritas. Hay que aclarar que en ese momento se disponían a entrar a una tienda de chuches con sus primos dispuestos a comprar todo lo que pudieran cargar. Supongo que eso les endulzó la despedida.
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miércoles, 28 de agosto de 2013
martes, 20 de agosto de 2013
Reencuentro maravilloso con mis peques
El abrazo y los besos que me dieron mis pequeñajos fueron un bálsamo para curar este tiempo de soledad en casa. Los niños estaban felices... de verme a mí, de estar en el pueblo, de estar pasando un verano lleno de aventuras. Daniel me contaba mil experiencias y el bebé le coreaba con sus medias palabras, cada vez más entendibles.
Mi hijo mayor no hacía más que repetirme que me tenía que dar prisa porque teníamos que ir a la fiesta del rock&roll. "De San Roque", le corregía mi marido una y otra vez, pero el peque seguía empecinado que era de rock&roll y de ahí no le sacabas.
Con todo en orden por fin, empezamos el viaje. Mientras yo veía pasar la carretera más aburrida que aburrida. El amor de mi vida y mis adorados hijos se lo pasaban genial en el Museo de la Evolución Humana. Coincidió que habían montado una impresionante exposición temporal a base de legos con dinosaurios, trogloditas, roma, Burgos hoy en día… Debía ser una chulada. De hecho, por lo que me contaron, Daniel se lo ha pedido todo para reyes.
Estoy deseando volver con mis niños el próximo viernes.
Mi hijo mayor no hacía más que repetirme que me tenía que dar prisa porque teníamos que ir a la fiesta del rock&roll. "De San Roque", le corregía mi marido una y otra vez, pero el peque seguía empecinado que era de rock&roll y de ahí no le sacabas.
Por fin estuvimos en su fiesta. Los organizadores estaban celebrando pruebas infantiles con muchos caramelos de premio para todos los participantes y medallas para los ganadores. Daniel participó en algunas de las pruebas para los niños de su edad, pero Iván era demasiado pequeño y estuvo conmigo puente arriba y puente abajo viendo pasar el agua, tirando piedrecitas y admirando las evoluciones de los patos.
Tras las pruebas infantiles vino el chocolate, del que disfrutamos todos porque estaba especialmente bueno. Los peques incluso pidieron repetir. Se pusieron finos y nos redecoraron la ropa a los mayores con gran maestría. Fue imposible esquivar sus ataques.
Tras las pruebas infantiles vino el chocolate, del que disfrutamos todos porque estaba especialmente bueno. Los peques incluso pidieron repetir. Se pusieron finos y nos redecoraron la ropa a los mayores con gran maestría. Fue imposible esquivar sus ataques.
Ese día cayeron agotados en sus camitas. Yo me fui a tomar algo con el padre, pero estaba tan cansada también que al poco les acompañaba en los ronquidos.
Al día siguiente, fuimos al río con la barca hinchable. Se lo pasan muy bien allí. En esta ocasión le presenté una actividad diferente. ¿Que tal si me hacían unos jardines zen con piedras y palos en la arena? No creo que entendieran el concepto, pero se pusieron a la tarea encantados y yo creo que les salieron muy bonitos (amor de madre).
Al día siguiente, fuimos al río con la barca hinchable. Se lo pasan muy bien allí. En esta ocasión le presenté una actividad diferente. ¿Que tal si me hacían unos jardines zen con piedras y palos en la arena? No creo que entendieran el concepto, pero se pusieron a la tarea encantados y yo creo que les salieron muy bonitos (amor de madre).
Para comer teníamos invitados. Las chuletas salieron especialmente buenas y todos las devoramso con ansia. Daniel disfrutó jugando con una amiguita del pueblo, pero Iván se perdió gran parte de la diversión porque tuvo que irse a dormir la siesta. Luego se reenganchó con muchas ganas y estuvieron pasándoselo pipa en la piscinita hinchable.
El domingo nos apeteció pasear por el pueblo y tomar helados. Un plan perfecto. Tras la siesta de los peques nos subimos todos al coche para llevarme a la estación de autobuses. Se despidieron de mí con mil besos y abrazos. Daniel me hizo prometer que el próximo viernes vendría antes. Y me metí con la lagrimilla tonta rondando por el ojo. Aunque me tuve que bajar disparada porque mi querido marido se había llevado mi mochila en su espalda en un despiste. ¡Menos mal que me di cuenta!
El domingo nos apeteció pasear por el pueblo y tomar helados. Un plan perfecto. Tras la siesta de los peques nos subimos todos al coche para llevarme a la estación de autobuses. Se despidieron de mí con mil besos y abrazos. Daniel me hizo prometer que el próximo viernes vendría antes. Y me metí con la lagrimilla tonta rondando por el ojo. Aunque me tuve que bajar disparada porque mi querido marido se había llevado mi mochila en su espalda en un despiste. ¡Menos mal que me di cuenta!
Con todo en orden por fin, empezamos el viaje. Mientras yo veía pasar la carretera más aburrida que aburrida. El amor de mi vida y mis adorados hijos se lo pasaban genial en el Museo de la Evolución Humana. Coincidió que habían montado una impresionante exposición temporal a base de legos con dinosaurios, trogloditas, roma, Burgos hoy en día… Debía ser una chulada. De hecho, por lo que me contaron, Daniel se lo ha pedido todo para reyes.
Estoy deseando volver con mis niños el próximo viernes.
sábado, 17 de agosto de 2013
Customizando pañales
Un día que estábamos bastante aburridos se me ocurrió una idea que me pareció genial. Cogí una tanda de pañales del bebé, unos fluorescentes y senté a los pequeños para que liberaran su vena artística. Y ya que tenía que ponerme con ellos a vigilar que no me la liaran me metí de lleno en la actividad con gran entusiasmo. Mientras yo dibujaba patos, soles, gatitos, lunas, estrellas... Mis hijos hacían garabatos con gran estilo. Estaban encantados.
Cuando terminamos le cambié el pañal por uno que había dibujado su hermano porque si no a Daniel le daba algo. El bebé fue corriendo por toda la casa enseñando su exclusivo pañal a todo el mundo. Se lo señalaba encantado y movía el culito con mucha gracia. Era desternillante.
La idea al final no fue tan genial porque los fluorescentes desteñían con el sudor y acababan manchando la piel del bebé. Pero a Iván le encantaban sus pañales customizados y se los puse todos para que los luciera a gusto.
Cuando terminamos le cambié el pañal por uno que había dibujado su hermano porque si no a Daniel le daba algo. El bebé fue corriendo por toda la casa enseñando su exclusivo pañal a todo el mundo. Se lo señalaba encantado y movía el culito con mucha gracia. Era desternillante.
La idea al final no fue tan genial porque los fluorescentes desteñían con el sudor y acababan manchando la piel del bebé. Pero a Iván le encantaban sus pañales customizados y se los puse todos para que los luciera a gusto.
viernes, 16 de agosto de 2013
Premio Liebster Award versión zen
Tenía este premio en borradores desde hace mucho tiempo y no lo publiqué en su momento por algún despiste. Alguna respuesta se ha quedado antigua, pero prefiero dejarlas tal y cómo las escribí. Aquí os dejo esta pobre entrada olvidada. Más vale tarde que nunca.
Merengaza, la más dulce de las blogueras, me ha regalado este premio tan armonioso y además ha pensado en sus queridas nominadas y nos ha reducido la penitencia. Muchas gracias guapa.
Esta bloguera es una repostera maravillosa que cocina en su horno 2.0 retazos de sonrisas, lágrimas, reflexiones y mucha literatura. Leerle es una delicia.
El premio trae cinco preguntas:
1. ¿Cuál es tu sabor de helado preferido?
4. ¿Qué artículo hecho a mano comprarías sin dudarlo?
5. ¿Dónde has estado este fin de semana?
Merengaza, la más dulce de las blogueras, me ha regalado este premio tan armonioso y además ha pensado en sus queridas nominadas y nos ha reducido la penitencia. Muchas gracias guapa.
Esta bloguera es una repostera maravillosa que cocina en su horno 2.0 retazos de sonrisas, lágrimas, reflexiones y mucha literatura. Leerle es una delicia.
El premio trae cinco preguntas:
1. ¿Cuál es tu sabor de helado preferido?
Chocolateeeeeee
2. ¿Si te pica un insecto, que usas?
2. ¿Si te pica un insecto, que usas?
Afterbite.
3. ¿Qué piensas de los nombres que tengo pensados para los zapatitos?
3. ¿Qué piensas de los nombres que tengo pensados para los zapatitos?
Me parecen muy tiernos. También puedes combinarlo: "Antojitos de algodón" :D
4. ¿Qué artículo hecho a mano comprarías sin dudarlo?
Todos si tuviera dinero. ¡¡¡Me encantan!!!
5. ¿Dónde has estado este fin de semana?
En el mercado medieval de Covarrubias con un pequeño caballero y un bebé pirata.
Hay que redactar cinco nuevas preguntas:
1. ¿Si te sobrara el dinero por las orejas qué capricho innombrable te darías?
2. ¿Qué te sugiere el mar?
3. ¿Te gusta la idea de dormir bajo las estrellas?
4. ¿Cual es el juego que más te gusta?
5. ¿Qué creación maravillosa ha salido de tus manitas?
Y hay que pasarlo a cinco blogs:
- Una bruja y sus dos sapitos
- El blog de bombones
- Los niños viene con un blog bajo el brazo
- Las cositas de Lucita
- Ya estoy aquí mamá!!
Y hay que pasarlo a cinco blogs:
- Una bruja y sus dos sapitos
- El blog de bombones
- Los niños viene con un blog bajo el brazo
- Las cositas de Lucita
- Ya estoy aquí mamá!!
miércoles, 14 de agosto de 2013
Desastre en el Reina Sofía y un acierto de cafetería
Las escuela para padres, que organizó en el primer trimestre el cole de Daniel sobre la iniciación de los más pequeños en el arte, me llegó hondo, así que, ni corta ni perezosa me puse manos a la obra con unas fichas para que mi primogénito aprendiera a apreciarlo a su corta edad. De repente, me di de bruces con la realidad. Hacer las fichas llevaba muchísimo tiempo: labor de documentación sobre el autor, el contexto histórico, el movimiento o estilo al que pertenece, investigar técnicas de diseño para que quedaran chulas y atractivas a los ojos de un chiquillo tan pequeño, para que fueran usables en las manos del padre y en las de un peque que todavía no sabe leer... ¡Un trabajo de chinos!
Pensaba hacer sesenta y al final quedaron en nueve. Hechas con muchísimo tiempo y esfuerzo invertido. Tres para el Reina Sofía, tres para el Prado y tres para el Thissen.
Emocionada con mi obra quedé con mi marido y mi suegra para ir al primero de los tres museos. Ellos querían asistir a la exposición temporal de Dalí y yo probar la efectividad de las fichas. El primer error fue no ir antes al lugar sin chiquillos y localizar las obras para poder ir a tiro hecho.
La primera ficha versaba sobre "Spider", de Louise Bourgeois, una de las pocas esculturas monumentales de araña que están repartidas por todo el mundo. En España es de sobra conocida la del Museo Guggenheim de Bilbao. También fue la primera decepción. Después de mirarnos el plano de arriba a abajo sin lograr situarla preguntamos en información y resulta que hacía más de un año que había pasado al almacén para dar salida a otras obras. La chica que nos atendió se lamentaba de que una obra de tanto valor artístico estuviera cogiendo polvo en vez de estar expuesta y nos recomendó una puesta en escena que iba a encantar a los niños y que pertenecía a otra exposición temporal.
Nos acercamos con curiosidad y nos encontramos con el suelo lleno de arena, un camino de piedrecitas, una jaula con preciosos loros, una casita a la que los peques podían acceder y encontrar una televisión encendida, pero sin señal. Les encantó y me hicieron prometer que volveríamos al acabar la visita. Soltamos a Iván porque no aguantaba en el carrito ni un segundo más. Teníamos que vigilarlo estrechamente para evitar que tocara algo indebido, pero se portó bastante bien.
En el museo había unas obras en concreto que les llamaron muchísimo la atención. Una de ellas era una manilla con un ojo en su extremos más alto que iba de un lado a otro. El ojo se abría y se cerraba como con las tarjetas de hologramas que vienen en las bolsas de patatas fritas. Los chiquillos estuvieron un buen rato clavados allí observando los guiños del ojo.
Daniel se quedó con ganas de la araña, así que saqué los limpiapipas para realizar la actividad de todas formas. Entre todos hicimos tres simpáticas arañitas llenas de color, le conté el cuento sobre la obra y continuamos nuestro recorrido más contentos.
La siguiente obra era el Guernica. Una apuesta segura, porque nunca iba a ir a parar al almacén. Nos sentamos en un rinconcito para no molestar y nos dispusimos a hacer la ficha. Las tenía en la tablet porque la impresora se negó a imprimir y a Raúl se le ocurrió la feliz idea de usar la tecnología para salvar el imprevisto. Daniel estaba encantado. Le conté el cuento sobre el cuadro, buscamos al toro, al caballo, la espada rota y el candil, me señaló que imágenes de acciones eran violentas y cuales pacíficas, buscamos las diferencias entre dos imágenes del cuadro... La ficha fue todo un éxito, a pesar de que hubo un momento en que tuvimos que buscar a papá, que se había ido a dar una vuelta con Iván, porque mamá no se aclaraba con la tablet y otro en el que la vigilante, muy amablemente, nos pidió que nos levantáramos porque no estaba permitido sentarse en el suelo.
Ahora tocaba Mujer, pájaro y estrella de Miró, un autor que habían dado en clase este curso. Para evitar peregrinar de nuevo por el museo y cansar más a los ya cansados pequeñines decididí preguntar directamente a una bedel por la ubicación de la obra. La respuesta fue bastante amplia. Podía estar en un extremo del museo, en el otro, en una sala de la quinta planta o en el almacén por rotación de obras. Con estas indicaciones preferí abandonar el proyecto "Iniciación al arte" y encaminarme a una cafetería con ludoteca que había conocido a través de una revista de decoración.
Es curioso la poca cultura de "niños en el museo" que tenemos en este país. Para empezar no encontramos ninguna salita dedicada a los más pequeños, algo que de lo que se puede disfrutar en casi cualquier museo europeo importante. La gente nos miraba mal en general por haber llevado a los peques allí. Supongo que en su fuero interno pensaban que estarían mejor en el parque.
El caso es que nos encaminamos a la cafetería para dar una respiro a los pequeños y hacer un tentempié. En cuanto llegamos se tiraron de cabeza a la zona de ludoteca, que era completísima: Dos casitas, zona de construcciones Lego, un carrito de muñecos, juguetes a millones, cojines, libros... Un paraíso.
Raúl, Chari y yo pudimos tomarnos una café acompañado de tarta con relativa tranquilidad. Intenté dar el puré a Iván, pero estaba más interesado en nuestros dulces.
Tras el ágape, mi marido y mi suegra volvieron al museo a ver la exposición de Dalí y yo me quedé con los pequeñajos. Aproveché la oportunidad de hacerles la actividad de la última ficha. Saqué los triángulos y círculos de cartón y nos construimos una pájaro muy parecido al del cuadro de Miró. Luego los forramos con cartulinas de colores con diferentes formas que yo había recortado previamente. Tendríamos que haberlos hecho al revés: primero forrar las figuras geométricas y luego montar el pájaro, pero no caí, así que se deformó bastante la figura. Nada que no pudiéramos arreglar con unas tijeras. Las camareras nos miraban con curiosidad mal disimulada. Los peques estaban encantados con la actividad. A Daniel le quedó un pájaro precioso e Iván se dedicaba a despegar las figuras que yo pegaba en el suyo.
Cuando terminamos volvieron al juego. Construyeron con el Lego, jugaron con los coches, con la tetera y las tazas, leímos cuentos... Allí permanecimos en total dos horas y media. Un café con tarta muy amortizado.
Por cierto, si a alguien le interesan las fichas aquí las dejo:
https://dl.dropboxusercontent.com/u/37042142/PDF%20Paseo%20de%20los%20museos.7z
Copiad y pegad en la pestaña de direcciones del navegador y os descargareis las fichas.
Pensaba hacer sesenta y al final quedaron en nueve. Hechas con muchísimo tiempo y esfuerzo invertido. Tres para el Reina Sofía, tres para el Prado y tres para el Thissen.
Emocionada con mi obra quedé con mi marido y mi suegra para ir al primero de los tres museos. Ellos querían asistir a la exposición temporal de Dalí y yo probar la efectividad de las fichas. El primer error fue no ir antes al lugar sin chiquillos y localizar las obras para poder ir a tiro hecho.
La primera ficha versaba sobre "Spider", de Louise Bourgeois, una de las pocas esculturas monumentales de araña que están repartidas por todo el mundo. En España es de sobra conocida la del Museo Guggenheim de Bilbao. También fue la primera decepción. Después de mirarnos el plano de arriba a abajo sin lograr situarla preguntamos en información y resulta que hacía más de un año que había pasado al almacén para dar salida a otras obras. La chica que nos atendió se lamentaba de que una obra de tanto valor artístico estuviera cogiendo polvo en vez de estar expuesta y nos recomendó una puesta en escena que iba a encantar a los niños y que pertenecía a otra exposición temporal.
Nos acercamos con curiosidad y nos encontramos con el suelo lleno de arena, un camino de piedrecitas, una jaula con preciosos loros, una casita a la que los peques podían acceder y encontrar una televisión encendida, pero sin señal. Les encantó y me hicieron prometer que volveríamos al acabar la visita. Soltamos a Iván porque no aguantaba en el carrito ni un segundo más. Teníamos que vigilarlo estrechamente para evitar que tocara algo indebido, pero se portó bastante bien.
En el museo había unas obras en concreto que les llamaron muchísimo la atención. Una de ellas era una manilla con un ojo en su extremos más alto que iba de un lado a otro. El ojo se abría y se cerraba como con las tarjetas de hologramas que vienen en las bolsas de patatas fritas. Los chiquillos estuvieron un buen rato clavados allí observando los guiños del ojo.
Daniel se quedó con ganas de la araña, así que saqué los limpiapipas para realizar la actividad de todas formas. Entre todos hicimos tres simpáticas arañitas llenas de color, le conté el cuento sobre la obra y continuamos nuestro recorrido más contentos.
La siguiente obra era el Guernica. Una apuesta segura, porque nunca iba a ir a parar al almacén. Nos sentamos en un rinconcito para no molestar y nos dispusimos a hacer la ficha. Las tenía en la tablet porque la impresora se negó a imprimir y a Raúl se le ocurrió la feliz idea de usar la tecnología para salvar el imprevisto. Daniel estaba encantado. Le conté el cuento sobre el cuadro, buscamos al toro, al caballo, la espada rota y el candil, me señaló que imágenes de acciones eran violentas y cuales pacíficas, buscamos las diferencias entre dos imágenes del cuadro... La ficha fue todo un éxito, a pesar de que hubo un momento en que tuvimos que buscar a papá, que se había ido a dar una vuelta con Iván, porque mamá no se aclaraba con la tablet y otro en el que la vigilante, muy amablemente, nos pidió que nos levantáramos porque no estaba permitido sentarse en el suelo.
Ahora tocaba Mujer, pájaro y estrella de Miró, un autor que habían dado en clase este curso. Para evitar peregrinar de nuevo por el museo y cansar más a los ya cansados pequeñines decididí preguntar directamente a una bedel por la ubicación de la obra. La respuesta fue bastante amplia. Podía estar en un extremo del museo, en el otro, en una sala de la quinta planta o en el almacén por rotación de obras. Con estas indicaciones preferí abandonar el proyecto "Iniciación al arte" y encaminarme a una cafetería con ludoteca que había conocido a través de una revista de decoración.
Es curioso la poca cultura de "niños en el museo" que tenemos en este país. Para empezar no encontramos ninguna salita dedicada a los más pequeños, algo que de lo que se puede disfrutar en casi cualquier museo europeo importante. La gente nos miraba mal en general por haber llevado a los peques allí. Supongo que en su fuero interno pensaban que estarían mejor en el parque.
El caso es que nos encaminamos a la cafetería para dar una respiro a los pequeños y hacer un tentempié. En cuanto llegamos se tiraron de cabeza a la zona de ludoteca, que era completísima: Dos casitas, zona de construcciones Lego, un carrito de muñecos, juguetes a millones, cojines, libros... Un paraíso.
Raúl, Chari y yo pudimos tomarnos una café acompañado de tarta con relativa tranquilidad. Intenté dar el puré a Iván, pero estaba más interesado en nuestros dulces.
Tras el ágape, mi marido y mi suegra volvieron al museo a ver la exposición de Dalí y yo me quedé con los pequeñajos. Aproveché la oportunidad de hacerles la actividad de la última ficha. Saqué los triángulos y círculos de cartón y nos construimos una pájaro muy parecido al del cuadro de Miró. Luego los forramos con cartulinas de colores con diferentes formas que yo había recortado previamente. Tendríamos que haberlos hecho al revés: primero forrar las figuras geométricas y luego montar el pájaro, pero no caí, así que se deformó bastante la figura. Nada que no pudiéramos arreglar con unas tijeras. Las camareras nos miraban con curiosidad mal disimulada. Los peques estaban encantados con la actividad. A Daniel le quedó un pájaro precioso e Iván se dedicaba a despegar las figuras que yo pegaba en el suyo.
Cuando terminamos volvieron al juego. Construyeron con el Lego, jugaron con los coches, con la tetera y las tazas, leímos cuentos... Allí permanecimos en total dos horas y media. Un café con tarta muy amortizado.
Por cierto, si a alguien le interesan las fichas aquí las dejo:
https://dl.dropboxusercontent.com/u/37042142/PDF%20Paseo%20de%20los%20museos.7z
Copiad y pegad en la pestaña de direcciones del navegador y os descargareis las fichas.
lunes, 12 de agosto de 2013
Único fin de semana en Elda
Cómo sigo trabajando sólo hemos podido pasar los días de este fin de semana en mi pueblo de Alicante. En cuanto llegué a casa recogimos los detalles de última hora y nos subimos al coche. Yo me acoplé como pude entre las sillas de los niños, y mi marido y mi madre se pusieron en la parte delantera rodeados de bolsas, maletas y trastos.
Los niños no pararon de liarla en todo el trayecto porque iban descansaditos y con pocas ganas de estar atados en un asiento. Llevábamos buen ritmo. Ni rastro de atasco. Sin los peques hubiéramos hecho el viaje del tirón, pero tuvimos que parar para que merendaran y estiraran las piernas. La hora escasa que nos quedaba para llegar a nuestro destino fue horrorosa por parte de Iván, que no entendía por qué le volvían a atar de nuevo.
Pero todo tiene su fin y llegamos a casa de mi abuela armando un buen follón. Los chiquitines se portaron como los pequeños salvajes que son, pero mi abuela encantada, porque estaba deseando vernos. Esa noche nos costó muchísimo que se acostaran y se nos hizo tardísimo.
Al día siguiente pensábamos ir temprano a la playa. Antes de que el sol calentara mucho, pero Iván se quedó torrado hasta más allá de las nueve y salimos tarde. Menos mal que la playa está muy cerquita y a eso de las once menos cuarto ya estábamos con el campamento instalado y disfrutando del mar y la arena.
Nos hizo un día buenísimo. El viento era fresco con lo que se estaba a gusto. Los niños lo pasaron bomba en la extensísima orilla (porque para que te cubriera algo el agua había que recorrer kilómetros), jugando con la arena, corriendo y dando brincos de gigante, haciendo castillos... Una pena que vaya a ser su único día de playa en todo el verano. Les pusimos crema hasta las orejas, pero aún así Iván se quemó un poquito y luego le picaba la piel a pesar de la crema hidratante que le apliqué para que le aliviara.
Cuando se cansaron de rebozarse recogimos todo y nos pusimos rumbo a casa de mi abuela para comer. Fue imposible que llegaran al coche limpitos. En cuanto te despistabas ya se habían puesto perdidos de arena otra vez. Al final me conformé con quitarles lo que pude con la toalla y acabar la faena en casa debajo de la ducha.
Encargamos unas paellas buenísimas para comer y así no hubo que molestarse en cocinar.
Después de una merecida y larga siesta del bebé y su mami, no quedó más remedio que hacer una parada en el parque infantil, porque Daniel estaba deseando ir desde que llegó. La verdad es que es un niño muy sociable y enseguida se buscó amiguitos. Cuando llegó el momento de volver protestó muchísimo y sólo accedió a venir a casa con la promesa de que volveríamos al día siguiente.
Pero cuando llegó el momento de volver el calor era tan sofocante que hasta él mismo desistió de seguir jugando en los columpios. Como compensación les compramos un helado de cucurucho. Craso error. La próxima vez les encasquetamos sendas tarrinas porque fue milagroso que no pringaran todo con su manera alocada de manejar el cucurucho.
Desgraciadamente, llegó la hora de partir y las abuelitas se quedaron muy tristes porque sus dos terremotos se iban de nuevo para Madrid.
Los niños no pararon de liarla en todo el trayecto porque iban descansaditos y con pocas ganas de estar atados en un asiento. Llevábamos buen ritmo. Ni rastro de atasco. Sin los peques hubiéramos hecho el viaje del tirón, pero tuvimos que parar para que merendaran y estiraran las piernas. La hora escasa que nos quedaba para llegar a nuestro destino fue horrorosa por parte de Iván, que no entendía por qué le volvían a atar de nuevo.
Pero todo tiene su fin y llegamos a casa de mi abuela armando un buen follón. Los chiquitines se portaron como los pequeños salvajes que son, pero mi abuela encantada, porque estaba deseando vernos. Esa noche nos costó muchísimo que se acostaran y se nos hizo tardísimo.
Nos hizo un día buenísimo. El viento era fresco con lo que se estaba a gusto. Los niños lo pasaron bomba en la extensísima orilla (porque para que te cubriera algo el agua había que recorrer kilómetros), jugando con la arena, corriendo y dando brincos de gigante, haciendo castillos... Una pena que vaya a ser su único día de playa en todo el verano. Les pusimos crema hasta las orejas, pero aún así Iván se quemó un poquito y luego le picaba la piel a pesar de la crema hidratante que le apliqué para que le aliviara.
Cuando se cansaron de rebozarse recogimos todo y nos pusimos rumbo a casa de mi abuela para comer. Fue imposible que llegaran al coche limpitos. En cuanto te despistabas ya se habían puesto perdidos de arena otra vez. Al final me conformé con quitarles lo que pude con la toalla y acabar la faena en casa debajo de la ducha.
Encargamos unas paellas buenísimas para comer y así no hubo que molestarse en cocinar.
Después de una merecida y larga siesta del bebé y su mami, no quedó más remedio que hacer una parada en el parque infantil, porque Daniel estaba deseando ir desde que llegó. La verdad es que es un niño muy sociable y enseguida se buscó amiguitos. Cuando llegó el momento de volver protestó muchísimo y sólo accedió a venir a casa con la promesa de que volveríamos al día siguiente.
Pero cuando llegó el momento de volver el calor era tan sofocante que hasta él mismo desistió de seguir jugando en los columpios. Como compensación les compramos un helado de cucurucho. Craso error. La próxima vez les encasquetamos sendas tarrinas porque fue milagroso que no pringaran todo con su manera alocada de manejar el cucurucho.
Desgraciadamente, llegó la hora de partir y las abuelitas se quedaron muy tristes porque sus dos terremotos se iban de nuevo para Madrid.
viernes, 9 de agosto de 2013
La extraña tarde
Todo estaba planeado al milímetro. Daniel iba a ir a un taller de Doraemon, una ludoteca gratuita en la que te cuidan al niño una hora, Iván se lo iba a pasar pipa en los juegos infantiles del Mc Donalds y mi madre y yo íbamos a disfrutar de un delicioso café acompañado de una charla sobre nuestras cosas. Nada podía fallar, pero falló todo.
Llegamos al lugar demasiado pronto, así que nos metimos todos en el Mc Donalds. Mi madre se fue a pedir los cafés mientras los peques se recorrían el castillito de juegos. De repente, Daniel salió por la puerta como un cohete al grito de "Mami, me hago piiiiiiis". Me quedé noqueada un par de segundos, pero reaccioné enseguida. El carrito de lo endosé a mi vecina de mesa, cogí a los dos peques de la mano y volé hacia los aseos. Mi madre me vio pasar pasmada.
Encontrar el baño era misión imposible, cuando pregunté por ellos resulta que los tenían cerrados por obras y tenía que usar los comunes del centro comercial. Peregrinamos a los de fuera rezando porque Daniel aguantara. ¡Aguantó! Misión cumplida. Sin bajar el ritmo volvimos a nuestra mesa donde mi madre ya se había hecho cargo del carrito liberando a la señora que tan amablemente aceptó mi encargo.
Aliviada solté a las fieras, pero Iván ya no quería separarse de mí y me hizo levantarme doscientas veces, mientras la charla amigable de nuestras cosas con mi madre se la llevaba la vecina de mesa. Le recordé a Daniel lo del taller y le entraron unas ganas terribles de acudir a él. Dejé a mi madre con el bebé y llevé al mayor a la ludoteca que estaba en la misma puerta del restaurante de comida rápida.
Cuando volví a la mesa, me llegó un olor característico a la nariz, pero ¡a lo bestia! Lo que tenía Iván en el pañal no tenía ni nombre, así que dejé a mi madre tomándose otro café y atenta por si la llamaban al móvil desde la ludoteca, y yo volé a casa a arreglar el desastre escatológico.
Una vez limpito el peque volví de nuevo junto a mi madre para ver si por fin me podía tomar ese café que ya estaba tardando en llegar, pero tampoco pudo ser porque mi progenitora había cambiado el Mc Donalds por una cafetería al uso y se había sentado al ladito del lugar dónde tienen montadas las atracciones de feria todo el año. El bebé no tardó en escaparse puertas adentro para ver de cerca las lucecitas. Intenté convencerle para que cambiara el lugar de pago por el parque infantil gratuito que hay al lado, pero ¡Oh, sorpresa! Lo habían cerrado porque se había roto la casita de madera.
Cedí a la tentación infantil y compré las fichas de turno. A Ivan le encantó el trenecito típico y no paraba de pedir subir en uno u otro vehículo para dar vueltas y más vuelta saludándonos entusiasmado. Cuando llegó el momento de recoger a Daniel éste se sumó encantado a la diversión. Coches de choque, caballitos, el castillo hinchable, la piscina de bolas... Se nos fue una buena pasta en la tontería pero los peques salieron de allí con una sonrisa de oreja a oreja. Y lo que es más extraño, sin montarla parda. Debían estar agotados. Aunque he de reconocer que cuando llegó el momento de partir tuve que entrar en la piscina de bolas a buscar al bebé, que se escapaba de mí cómo podía y pataleaba rabioso para que su mami no le aguara la diversión.
Al final, ni café, ni paz, ni conversación...
Llegamos al lugar demasiado pronto, así que nos metimos todos en el Mc Donalds. Mi madre se fue a pedir los cafés mientras los peques se recorrían el castillito de juegos. De repente, Daniel salió por la puerta como un cohete al grito de "Mami, me hago piiiiiiis". Me quedé noqueada un par de segundos, pero reaccioné enseguida. El carrito de lo endosé a mi vecina de mesa, cogí a los dos peques de la mano y volé hacia los aseos. Mi madre me vio pasar pasmada.
Encontrar el baño era misión imposible, cuando pregunté por ellos resulta que los tenían cerrados por obras y tenía que usar los comunes del centro comercial. Peregrinamos a los de fuera rezando porque Daniel aguantara. ¡Aguantó! Misión cumplida. Sin bajar el ritmo volvimos a nuestra mesa donde mi madre ya se había hecho cargo del carrito liberando a la señora que tan amablemente aceptó mi encargo.
Aliviada solté a las fieras, pero Iván ya no quería separarse de mí y me hizo levantarme doscientas veces, mientras la charla amigable de nuestras cosas con mi madre se la llevaba la vecina de mesa. Le recordé a Daniel lo del taller y le entraron unas ganas terribles de acudir a él. Dejé a mi madre con el bebé y llevé al mayor a la ludoteca que estaba en la misma puerta del restaurante de comida rápida.
Cuando volví a la mesa, me llegó un olor característico a la nariz, pero ¡a lo bestia! Lo que tenía Iván en el pañal no tenía ni nombre, así que dejé a mi madre tomándose otro café y atenta por si la llamaban al móvil desde la ludoteca, y yo volé a casa a arreglar el desastre escatológico.
Una vez limpito el peque volví de nuevo junto a mi madre para ver si por fin me podía tomar ese café que ya estaba tardando en llegar, pero tampoco pudo ser porque mi progenitora había cambiado el Mc Donalds por una cafetería al uso y se había sentado al ladito del lugar dónde tienen montadas las atracciones de feria todo el año. El bebé no tardó en escaparse puertas adentro para ver de cerca las lucecitas. Intenté convencerle para que cambiara el lugar de pago por el parque infantil gratuito que hay al lado, pero ¡Oh, sorpresa! Lo habían cerrado porque se había roto la casita de madera.
Cedí a la tentación infantil y compré las fichas de turno. A Ivan le encantó el trenecito típico y no paraba de pedir subir en uno u otro vehículo para dar vueltas y más vuelta saludándonos entusiasmado. Cuando llegó el momento de recoger a Daniel éste se sumó encantado a la diversión. Coches de choque, caballitos, el castillo hinchable, la piscina de bolas... Se nos fue una buena pasta en la tontería pero los peques salieron de allí con una sonrisa de oreja a oreja. Y lo que es más extraño, sin montarla parda. Debían estar agotados. Aunque he de reconocer que cuando llegó el momento de partir tuve que entrar en la piscina de bolas a buscar al bebé, que se escapaba de mí cómo podía y pataleaba rabioso para que su mami no le aguara la diversión.
Al final, ni café, ni paz, ni conversación...
jueves, 8 de agosto de 2013
Iván domina la pinza digital
Así como a Daniel todavía le cuesta coger correctamente un lápiz, cera, boli o rotulador, a pesar del truco del elástico en la muñeca, su hermano pequeño parece ser un aventajado en el tema. Cuando aún no andaba cogió una cera de una forma tan impecable que nos llamó poderosamente la atención a su abuela Chari y a mi, únicos testigos de su aislada hazaña. Seguramente fruto de la casualidad.
Hace poco, el bebé me pidió in libro que viene con su propio rotulador para pintar y luego borrar (Aunque se borra regular). Se lo pasó pipa pintarrajeándolo. Se pasaba el rotulador de una mano a otra como si fuera ambidiestro y siempre lo cogía bien, haciendo la pinza dactilar sin esfuerzo para orgullo de su madre.
Tendrá otros puntos débiles cuando llegue al cole de mayores, pero no podrán decir que no coge bien el boli.
Tendrá otros puntos débiles cuando llegue al cole de mayores, pero no podrán decir que no coge bien el boli.
martes, 6 de agosto de 2013
Generación multimedia
Hablando con una de las monitoras del campamento de Daniel sobre los golpes y chichones de los pequeños, me soltó algo que me descolocó: "A estos niños no se les puede dar palos para jugar". "Hay que tener cuidado", le contesté yo, "pero que jueguen con palos fomenta su imaginación". Y ahí fue cuando lo remató. "Son niños de ciudad", aseguró muy seria, "Cuando vamos a las excursiones nos faltan manos para sujetarlos y que no se caigan mil veces en el camino". Le pregunté a qué se refería con 'niños de ciudad' y confirmó mis sospechas: Niños a una consola pegados.
Lo negué enérgicamente. "Los padres de hoy en día se preocupan por la crianza de sus hijos" afirmé categorica. Me miró con cara de '¿en qué mundo vives?' y me echó un par de jarros de agua sobre mis bonitas ideas.
Una madre con la que había quedado para tomar café y que acababa de incorporarse a la conversación se puso del lado de la monitora. "Mi hijo mayor aún no tiene cinco años y no piensa en otro cosa que en el videojuego de turno. Nosotros no lo fomentamos, pero todos sus amiguitos del cole lo tienen y juegan con él. No comprárselo era condenarle a la discriminación. El que no juega no es guay" explicó con tristeza.
Me fui a su casa rumiando toda esa información. Una vez allí el hijo mayor no paró de pedir a su madre que le pusieran la consola. "Para enseñársela a Daniel" aseguraba zalamero. Al final la madre cedió y no había quien le quitara los mandos al pequeño. Por fin cedió su tesoro a la fuerza, con lloros y un enfado descomunal. Daniel se vició enseguida y sólo salió de la casa con la promesa de que papi le pusiera un juego de guerras en la tele de casa. Miedo me dio el asunto. Hasta lo pelos de la nuca se me erizaron.
Daniel estuvo un semana larga pidiendo el juego todos los días. Le dejaba jugar en compañía de su padre y sólo lo que tardaba yo en hacer la cena y servirla. Cuando le tocaba a Raúl hacer la cena no tocaba jugar a la consola. El peque torcía el morro, pero acababa conformándose con la tele a secas. Ahora parece que se le ha pasado un poco el vicio.
Lo negué enérgicamente. "Los padres de hoy en día se preocupan por la crianza de sus hijos" afirmé categorica. Me miró con cara de '¿en qué mundo vives?' y me echó un par de jarros de agua sobre mis bonitas ideas.
Una madre con la que había quedado para tomar café y que acababa de incorporarse a la conversación se puso del lado de la monitora. "Mi hijo mayor aún no tiene cinco años y no piensa en otro cosa que en el videojuego de turno. Nosotros no lo fomentamos, pero todos sus amiguitos del cole lo tienen y juegan con él. No comprárselo era condenarle a la discriminación. El que no juega no es guay" explicó con tristeza.
Me fui a su casa rumiando toda esa información. Una vez allí el hijo mayor no paró de pedir a su madre que le pusieran la consola. "Para enseñársela a Daniel" aseguraba zalamero. Al final la madre cedió y no había quien le quitara los mandos al pequeño. Por fin cedió su tesoro a la fuerza, con lloros y un enfado descomunal. Daniel se vició enseguida y sólo salió de la casa con la promesa de que papi le pusiera un juego de guerras en la tele de casa. Miedo me dio el asunto. Hasta lo pelos de la nuca se me erizaron.
Daniel estuvo un semana larga pidiendo el juego todos los días. Le dejaba jugar en compañía de su padre y sólo lo que tardaba yo en hacer la cena y servirla. Cuando le tocaba a Raúl hacer la cena no tocaba jugar a la consola. El peque torcía el morro, pero acababa conformándose con la tele a secas. Ahora parece que se le ha pasado un poco el vicio.
lunes, 5 de agosto de 2013
La deseada visita de la abuela Matilde
Cómo este año estoy sin vacaciones me quedo sin viaje a Las Palmas para ver a la familia. Tan sólo iremos un fin de semana a Elda a ver a mi abuela, porque el resto de los findes me iré a estar con mis hijos al pueblo de Raúl, donde permanecerán tres laaaargas semanas.
Así que me hacía mucha ilusión encontrarme con mi madre, que venía a hacerse cargo de las fieras la primera semana de sus vacaciones. Los niños también estaban emocionados con la perspectiva de tener a su abuelita canaria con ellos.
Nuestra invitada de honor apareció en la casa como un ciclón. Entregó regalos y ricos manjares de las islas y repartió besos a diestro y siniestro. Los niños quisieron disfrutar de sus nuevos juguetes desde el minuto uno, así que hubo que hacer una visita de urgencia al parque, porque uno de los paquetes incluía unos cohetes de gomaeva y un lanzador para usar en espacios abierto. Nos lo pasamos bomba todos lanzándolos lo más alto posible. Tristemente, Iván se cargó los alerones de dos de los cohetes, menos mal que se pueden pegar con pegamento y que sin los alerones también funcionan.
Cuando nos cansamos de los lanzamientos espaciales nos sentamos en una terracita a coger fuerzas y a ponernos al día. Los chiquillos nos dieron tregua hasta que se les acabó la comida. Entonces llegó la hora de regresar a casa.
Allí abrimos el segundo regalo; un juego chulísimo de formas que encajan por igual en huecos redondos, triangulares y cuadrados. Daniel le cogió el truco enseguida, no cómo la torpe de su madre que se empeñó en encajar el cuadrado al revés. Jugamos un par de veces siguiendo las reglas (Incluso Iván se portó relativamente bien y se encargaba de tirar mi dado cuando me tocaba), pero enseguida, Daniel decidió que las piezas en golosinas que había que hornear y le dio otro uso al juego.
Mi madre no paraba de comentar lo grandes y guapísimos que están los peques y yo, cómo no podía ser de otra forma, babeando a más no poder hinchada de orgullo materno.
Lo mejor del día fue cuando mi madre y Raúl se hicieron cargo de los niños y yo me pude echar una siesta en condiciones. Creí estar en el paraíso.
Así que me hacía mucha ilusión encontrarme con mi madre, que venía a hacerse cargo de las fieras la primera semana de sus vacaciones. Los niños también estaban emocionados con la perspectiva de tener a su abuelita canaria con ellos.
Nuestra invitada de honor apareció en la casa como un ciclón. Entregó regalos y ricos manjares de las islas y repartió besos a diestro y siniestro. Los niños quisieron disfrutar de sus nuevos juguetes desde el minuto uno, así que hubo que hacer una visita de urgencia al parque, porque uno de los paquetes incluía unos cohetes de gomaeva y un lanzador para usar en espacios abierto. Nos lo pasamos bomba todos lanzándolos lo más alto posible. Tristemente, Iván se cargó los alerones de dos de los cohetes, menos mal que se pueden pegar con pegamento y que sin los alerones también funcionan.
Cuando nos cansamos de los lanzamientos espaciales nos sentamos en una terracita a coger fuerzas y a ponernos al día. Los chiquillos nos dieron tregua hasta que se les acabó la comida. Entonces llegó la hora de regresar a casa.
Allí abrimos el segundo regalo; un juego chulísimo de formas que encajan por igual en huecos redondos, triangulares y cuadrados. Daniel le cogió el truco enseguida, no cómo la torpe de su madre que se empeñó en encajar el cuadrado al revés. Jugamos un par de veces siguiendo las reglas (Incluso Iván se portó relativamente bien y se encargaba de tirar mi dado cuando me tocaba), pero enseguida, Daniel decidió que las piezas en golosinas que había que hornear y le dio otro uso al juego.
Mi madre no paraba de comentar lo grandes y guapísimos que están los peques y yo, cómo no podía ser de otra forma, babeando a más no poder hinchada de orgullo materno.
Lo mejor del día fue cuando mi madre y Raúl se hicieron cargo de los niños y yo me pude echar una siesta en condiciones. Creí estar en el paraíso.
sábado, 3 de agosto de 2013
Un robot improvisado
El primer día de vacaciones los peques disfrutaron de su abuela Chari. Ésta los llevó a a su piscina y me aseguró, cuando fui a buscarles, que les había cansado muchísimo. Mientras hablábamos, Iván se echaba una estupenda siesta y Daniel saltaba por lo sofás. Tuvimos que reñir al mayor un millón de veces y amenazarle con una o otra cosa para que dejara de portarse tan mal.
Salí de casa de mi suegra con dos peques muy activos. Una vez en el hogar parecía que les habían puesto pilas alcalinas. Mareada y ya desesperada llegué a la conclusión de que necesitábamos urgentemente una actividad dirigida. ¡La que fuera! Me devanaba los sesos, pero no se me ocurría nada. Cómo se nota que ya no tengo tanto tiempo para navegar en busca de ideas brillantes.
Cuando los niños comenzaban a "subirse por las paredes" se me encendió una bombillita. En una tienda vi un pack con instrucciones para construir tu propio robot reciclando envases y en ese momentó pasó por mi mente que eso podía hacerlo yo un día sin tener que comprar el carísimo paquete. Pues ese era el día. Daba igual que no hubiera tenido tiempo de planear cómo hacerlo, ni qué materiales usar... Era ideal para mantener su atención.
"¡Vamos a hacer un robot!" Exclamé entusiasmada. Al segundo los tenía en mi falda. Atraqué mi papelera para reciclar, limpié los materiales, me avituallé con los instrumentos de papelería que pensé que me harían falta (pegamento, tijeras, papel, unas cosas redondas que sirven para unir cosas sin pegarlas y con posibilidad de movimiento...)... Y nos pusimos a ello. Con dos pillos por medio con ganas de tocarlo todo (Incluso comérselo, en el caso de Iván) tenía que tener mil ojos y doscientos millones de manos. Las dificultades se multiplican por mil.
Para el cuerpo usé una botella de leche de plástico. Sudé la gota gorda para hacer agujeros y cortarla a mi gusto. ¡Era durísima!. Para los pies cartulina y rollos de papel higiénicos gastados. La cabeza iba a hacerla con papel de aluminio, pero, por casualidades de la vida no quedaba, así que un vaso de plástico me pareció una opción excelente. Los brazos los salvamos con los maravillosos churritos de Guille. Incluso le encasqueté un sombrero muy estiloso hecho con un envase de papel para las magdalenas. Al final hubo que añadirle una cola (con otro rollo de papel higiénico) porque nuestra creación se mantenía en pié de una forma muy precaria.
El mejor momento fue cuando los chiquillos se armaron de fluorescentes y le dieron el toque final pintándolo. Nos quedó una cutrez, pero los peques estaban enamorados de su nuevo juguete porque lo habían hecho ellos. A lo tonto había llegado el momento de los baños. Me llevé al bebé a la bañera y dejé al mayor jugando con su robot.
Milagrosamente los dos estuvieron entretenidos muchísimo tiempo, cada uno a lo suyo. El Robot ha dado para mucho. Daniel se inventa unas historias increíbles con él. Me encanta que tenga tanta imaginación.
Salí de casa de mi suegra con dos peques muy activos. Una vez en el hogar parecía que les habían puesto pilas alcalinas. Mareada y ya desesperada llegué a la conclusión de que necesitábamos urgentemente una actividad dirigida. ¡La que fuera! Me devanaba los sesos, pero no se me ocurría nada. Cómo se nota que ya no tengo tanto tiempo para navegar en busca de ideas brillantes.
Cuando los niños comenzaban a "subirse por las paredes" se me encendió una bombillita. En una tienda vi un pack con instrucciones para construir tu propio robot reciclando envases y en ese momentó pasó por mi mente que eso podía hacerlo yo un día sin tener que comprar el carísimo paquete. Pues ese era el día. Daba igual que no hubiera tenido tiempo de planear cómo hacerlo, ni qué materiales usar... Era ideal para mantener su atención.
"¡Vamos a hacer un robot!" Exclamé entusiasmada. Al segundo los tenía en mi falda. Atraqué mi papelera para reciclar, limpié los materiales, me avituallé con los instrumentos de papelería que pensé que me harían falta (pegamento, tijeras, papel, unas cosas redondas que sirven para unir cosas sin pegarlas y con posibilidad de movimiento...)... Y nos pusimos a ello. Con dos pillos por medio con ganas de tocarlo todo (Incluso comérselo, en el caso de Iván) tenía que tener mil ojos y doscientos millones de manos. Las dificultades se multiplican por mil.
Para el cuerpo usé una botella de leche de plástico. Sudé la gota gorda para hacer agujeros y cortarla a mi gusto. ¡Era durísima!. Para los pies cartulina y rollos de papel higiénicos gastados. La cabeza iba a hacerla con papel de aluminio, pero, por casualidades de la vida no quedaba, así que un vaso de plástico me pareció una opción excelente. Los brazos los salvamos con los maravillosos churritos de Guille. Incluso le encasqueté un sombrero muy estiloso hecho con un envase de papel para las magdalenas. Al final hubo que añadirle una cola (con otro rollo de papel higiénico) porque nuestra creación se mantenía en pié de una forma muy precaria.
El mejor momento fue cuando los chiquillos se armaron de fluorescentes y le dieron el toque final pintándolo. Nos quedó una cutrez, pero los peques estaban enamorados de su nuevo juguete porque lo habían hecho ellos. A lo tonto había llegado el momento de los baños. Me llevé al bebé a la bañera y dejé al mayor jugando con su robot.
Milagrosamente los dos estuvieron entretenidos muchísimo tiempo, cada uno a lo suyo. El Robot ha dado para mucho. Daniel se inventa unas historias increíbles con él. Me encanta que tenga tanta imaginación.
jueves, 1 de agosto de 2013
Niños de vacaciones, padres trabajando ¡S.O.S. Abuelas!
Mal que bien los padres trabajadores van parcheando el año y bregando para atender sus obligaciones con el trabajo y para con sus hijos. Pero llega una época del año en la que la precaria conciliación laboral se estrella contra la realidad: los niños, lo mires por donde lo mires, tienen sustancialmente más vacaciones que sus padres.
Una vez agotados los recursos de campamentos nos enfrentamos con el MES de vacaciones de todo niño. Insalvable y necesario, porque, vamos a ser sinceros, el peque lo necesita como respirar. E incluso más días de asueto si las necesidades familiares no lo hicieran imposible. Llegan a él agotados de tantas actividades maravillosas lejos del hogar y la familia; de tantos madrugones y de tanto lidiar con monitores.
Entonces es cuando llega el momento de hacer horarios, tablas, cáculos, encaje de bolillos para que el niños esté tutorizado en todo momento. Pasa de una mano a otra. Un día con el padre, otro con la madre, uno suelto con una persona contratada para la ocasión y si no... ¡con los abuelos! (que son la opción gratis y que da más paz de espíritu).
Ayer tuvieron en el campamento de Daniel una fiesta Hawaina en la piscina de despedida. Bailaron, cantaron y se lo pasaron pipa. En la guardería de Iván también organizaron muchas actividades para despedirse hasta septiembre. En mi casa ha llegado el momento de decir hola a las abuelas hasta que lleguen las vacaciones de papá. Y cuando se agoten los días libres paternos volverán a las manos de una u otra abuela.
¿Y mamá? Mamá se quedará en Madrid, trabajando todo el verano, feliz de cobrar un sueldo y rezando porque le dure el trabajo muchos meses más.
Una vez agotados los recursos de campamentos nos enfrentamos con el MES de vacaciones de todo niño. Insalvable y necesario, porque, vamos a ser sinceros, el peque lo necesita como respirar. E incluso más días de asueto si las necesidades familiares no lo hicieran imposible. Llegan a él agotados de tantas actividades maravillosas lejos del hogar y la familia; de tantos madrugones y de tanto lidiar con monitores.
Entonces es cuando llega el momento de hacer horarios, tablas, cáculos, encaje de bolillos para que el niños esté tutorizado en todo momento. Pasa de una mano a otra. Un día con el padre, otro con la madre, uno suelto con una persona contratada para la ocasión y si no... ¡con los abuelos! (que son la opción gratis y que da más paz de espíritu).
Ayer tuvieron en el campamento de Daniel una fiesta Hawaina en la piscina de despedida. Bailaron, cantaron y se lo pasaron pipa. En la guardería de Iván también organizaron muchas actividades para despedirse hasta septiembre. En mi casa ha llegado el momento de decir hola a las abuelas hasta que lleguen las vacaciones de papá. Y cuando se agoten los días libres paternos volverán a las manos de una u otra abuela.
¿Y mamá? Mamá se quedará en Madrid, trabajando todo el verano, feliz de cobrar un sueldo y rezando porque le dure el trabajo muchos meses más.