El miércoles el más pequeño de nuestra casa saltó, correteó y se lo pasó pipa jugando en el parque con su hermano y los amigos.
El momento estrella de la tarde fue cuando mis dos vastagos se dieron cuenta que sentarse en el cartel de "No perros" que se encuentra en el cesped que rodea los juegos infantiles y dejarse caer hacia el terreno blandito era la bomba. Al principio me entró la risa al verles jugar así. Pero luego me di cuenta de los posibles riesgos y les convencí para que dejaran de hacer el cabra.
De todas formas el frío empezaba a apretar demasiado, así que nos fuimos a casa, dónde pensaba pasar el reto de la tarde tranquila delante de la tele con mis peques a ambos lados. Lo que se suele llamar tarde de tele y mantita.
Daniel, como siempre, era incapaz de estarse quieto. Daba botes en el asiento, cambiaba de postura mil veces, reptaba por el sofá... Pero Iván estaba inusualmente quieto. ¡Hasta me pidió su almohada y su tete! Su carita era un poema. Oda al agotamiento la podríamos llamar. Ese día cenamos pronto y lo dos a la camita tempranito.
Al día siguiente, llevé al pequeñín al parque, mientras su hermano quemaba energías en judo. Se le veía un poco irritable. Tan pronto saltaba y se reía, como aseguraba que le dolía la barriga y se acurrucaba en mis brazos. Cuando fuimos a buscar al hermano exigía volver al parque inmediatamente para jugar en el castillo. Pero una vez en el cole volvió a quejarse del dolor de barriga. Le acurruqué de nuevo entre mis brazos, en una postura que alivia ese tipo de dolores (con las rodillas pegadas al estómago) y le hice los masajitos que me enseñó Marta de Atempra para que liberara gases. Pues en esas estábamos cuando se me quedó totalmente frito. Menos mal que una mamá me ayudó muchísimo con el mayo cuando salió, porque me vi un poco apurada.
Llegué a casa como pude con Iván, que daba la impresión de que pesaba tres veces más que esa misma mañana, y Daniel, que andaba descontrolado, seguramente por la situación. Menos mal que una amiga, Mari Carmen, me abrió el portal y la puerta de mi casa. Si no es por ella no sé qué equilibrios hubiera tenido que hacer. Y total para depositar al enano en su cama y ¡plin! abra los ojitos. Le quité el abrigo, le puse un pañal preventivo, lo arropé, le cerré la puerta y a los cinco minutos volvía a caer.
Daniel también tenía cara de cansado, así que tocó tarde tranquilita delante de la tele de nuevo (a veces viene tan bien desconectar) durante las dos horas que durmió el pequeño.
Como ya me esperaba, Iván se levantó llorando y de mal humor. No quiso ni oír hablar de sumarse al juego de su padre y su hermano y me exigió atención absoluta. Así que decidí retrasar la cena media hora para jugar con él ese rato hasta que se encontrara más tranquilo. Y funcionó.
Cuando entré en la cocina para atender mis labores había recuperado la alegría y las energías.
Durante la cena se portaron fatal, así que acabamos los tres enfadados. Tan harta estaba que decid´di seguir el consejo de una amiga y les puse un reloj analítico enorme delante que les avisara de cuando se les acaba el tiempo de estar despiertos. "Cuando la manilla grande del reloj llegué a este punto (las nueve y cuarto y eran las ocho y media) os vais a lavar los dientes y a la cama estéis como estéis". Al contrario de l que pensé, los chiquillos estaban encantados con el nuevo juego y se lo tomaron a risas. De hecho, Daniel me ha pedido que no quite el reloj de ahí "en toda la vida".
El resultado fue que Daniel tuvo cinco minutos de cuento al menos, y que Iván se fue a la cama si haber podido acabarse la fruta ni tomado el yogurt de galleta que tanto anhelaba. No me montó la perreta porque escribí su nombre en la tapa antes de meterlo en la nevera asegurando que se lo guardaba para mañana.
Pensé que, tras la inesperada siesta, el chiquitín daría mucha guerra, pero se quedó dormido tan rápido como su hermano.
El pobre Daniel se despertó de madrugada llamandome angustiado. "Mami ¿me ayudas a quitar los bichos que han venido a la cama porque me he portado mal?" me rogó. "¿Bichos? ¿Que te has portado mal?" contesté yo mientras le acariciaba el pelo, "Eso es imposible, porque tú siempre te portas muy bien. ¡Si eres el niño más bueno del mundo! No me creo la suerte que tengo de ser tu mamá..." Estó bastó para hacerle sonreir, volver a apoyar la cabecita en la almohada y quedarse frito al segundo. Y a mí me sirvió para reflexionar y tratarle de un forma más positiva al día siguiente. Aunque reñirle le tengo que reñir, porque ya le puedes pedir las cosas treinta veces, que todas se despistará con una mosca y no realizará la tarea.
Ay que estrés. Tus nenes no tienen botón de apagado ;)
ResponderEliminarBesos guapa
Ya te digo!!! Aunque el cuerpo del pobre Iván sí que dijo "ya basta"
EliminarBesos!!
Si es que viven al límite y, claro, luego caen como moscas. Jajajaja. Besotes!!!
ResponderEliminarA ver si bajamos el ritmo, porque la culpa también es de su papá y de su mamá :_(
EliminarLos míos de esas siestas raras se levantan de muy mal humor...
ResponderEliminarHasta yo me levanto de mal humor!! Si es que les entiendo. Se levanta una con muy mal cuerpo :_(
EliminarSi yo jugase a su nivel todo el día caería fulminada en la cama antes de hacer la cena, jejejejejeje...
ResponderEliminarBesotes!
Jajaja Yo estoy derrotada, pero me pongo delante del ordenador y me desvelo :(
EliminarLa noche que me acuesto directamente duermo mucho mejor.
Que curioso
Si es que como no van a caer, si pasan todo el dia de un lado a otro sin parar y corriendo!!!!!!! solo de pensarlo me canso yo jajja
ResponderEliminarTienes razón. Vamos a bajarles el ritmo a los pobres...
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