Tenemos montada en la casa de mi madre una guardería. Cuidamos de un bebé pequeño, un bebé grande y una niña de siete años.
La hija de mi hermano tiene un virus de estómago, así que sus padres prefieren resguardarla con la abuela a llevarla al cole y que se ponga peor. Daniel y Natalia juegan muchísimo. Se adoran, pero también se pelean. Lo bueno es que la chiquilla asume el rol de hermana mayor enseguida y se empeña en ayudarme a cuidar a los más pequeños. Una suerte. No le echa para atrás ni cambiar un pañal de Iván, ni una perreta de Daniel.
Con tanto chiquillo la mejor opción es la terraza de mi madre. Ella les ha montado la casita de plástico y yo he subido la moto y la bici para que hagan carreras. Con los cacharritos, muñecas, coches, bolsitos y gorros se lo pasan genial. A veces se les antoja el mismo juguete, pero nada que no se pueda solucionar buscando segundas opciones o apelando al sentido común de la mayor.
La niña sólo se queda con nosotras hasta el mediodía, momento en que que su madre sale de trabajar y viene a buscarla. Daniel se acuesta la siesta antes de que se vaya y más de una vez se ha levantado preguntando: ¿Natalia?
Páginas
▼
martes, 31 de enero de 2012
lunes, 30 de enero de 2012
Reencuentro familiar
El primer día lo pasamos juntos todos los hermanos y familias. Nada más llegar del aeropuerto nos subimos a la terraza de la casa a disfrutar de un desayuno al solecito. Mi cuñada Marian nos había traído un montón de manjares para la ocasión. Allí Daniel se lo pasó pipa con los juguetes de su prima e Iván disfrutó de los brazos de sus tíos.
Lo primero que hicimos después de llenar la barriga fue ir a un parque cercano para que Daniel quemara energías porque venía como una moto. Él y Natalia jugaban todo el rato. El pequeñajo estaba descontrolado, así que no me dejó tener ni cinco minutos de conversación tranquila. Mi hermano, su prima y yo le teníamos que perseguir para que no se le ocurriera salir a la carretera o tirarse de cabeza por algún lugar inconveniente. No parecía que se hubiera despertado de madrugada para viajar.
Se lo pasó genial revolcándose por la hierba y usando las pendientes como tobogán improvisado. Inexplicablemente no dudó en pisar la caca de Tapón, uno de los perros que viven en la casa de mi madre. Le reñí profusamente y le obligamos a ir por la hierba para que se limpiara un poco la planta del zapato. Cuando llegamos a casa, dónde se había quedado mi madre con el bebé, averigüé por qué había hecho eso ¡Para disimular el mal olor! Este pequeñajo es muy listo. Había ensuciado los calzoncillos y no quería que yo lo detectara. Con tanto movimiento no me quedó otra que meterlo de cabeza en la ducha para quitarle toda la porquería. Natalia estuvo ayudándome en todo momento. Me sorprendió que no le diera asco la situación.
Cuando estuvo limpito y reluciente le solté para que siguiera jugando. Comimos estupendamente y cuando llegó la hora de que Daniel durmiera la siesta... Otra sorpresa en el calzoncillo. ¡Pero bueno! ¿Es que me voy a pasar todo el día limpiando el culete de mi hijo mayor? Con unos flamantes pantalones de chandal lo metí a dormir la siesta conmigo. Estaba agotada. Mi madre se prestó a ocuparse de Iván mientras yo descansaba.
El resto de la tarde fue muy tranquila. Mi hermana Silvia y su novio llevaron al chiquitín al parque. Un poco más tarde Mi madre y Silvia se lo llevaron a pasear a los perros. Después de cenar estaba lo suficientemente agotado como para quedarse dormido casi al instante. Iván fue otra historia. Casi no me dejó pegar ojo en toda la noche.
Lo primero que hicimos después de llenar la barriga fue ir a un parque cercano para que Daniel quemara energías porque venía como una moto. Él y Natalia jugaban todo el rato. El pequeñajo estaba descontrolado, así que no me dejó tener ni cinco minutos de conversación tranquila. Mi hermano, su prima y yo le teníamos que perseguir para que no se le ocurriera salir a la carretera o tirarse de cabeza por algún lugar inconveniente. No parecía que se hubiera despertado de madrugada para viajar.
Se lo pasó genial revolcándose por la hierba y usando las pendientes como tobogán improvisado. Inexplicablemente no dudó en pisar la caca de Tapón, uno de los perros que viven en la casa de mi madre. Le reñí profusamente y le obligamos a ir por la hierba para que se limpiara un poco la planta del zapato. Cuando llegamos a casa, dónde se había quedado mi madre con el bebé, averigüé por qué había hecho eso ¡Para disimular el mal olor! Este pequeñajo es muy listo. Había ensuciado los calzoncillos y no quería que yo lo detectara. Con tanto movimiento no me quedó otra que meterlo de cabeza en la ducha para quitarle toda la porquería. Natalia estuvo ayudándome en todo momento. Me sorprendió que no le diera asco la situación.
Cuando estuvo limpito y reluciente le solté para que siguiera jugando. Comimos estupendamente y cuando llegó la hora de que Daniel durmiera la siesta... Otra sorpresa en el calzoncillo. ¡Pero bueno! ¿Es que me voy a pasar todo el día limpiando el culete de mi hijo mayor? Con unos flamantes pantalones de chandal lo metí a dormir la siesta conmigo. Estaba agotada. Mi madre se prestó a ocuparse de Iván mientras yo descansaba.
El resto de la tarde fue muy tranquila. Mi hermana Silvia y su novio llevaron al chiquitín al parque. Un poco más tarde Mi madre y Silvia se lo llevaron a pasear a los perros. Después de cenar estaba lo suficientemente agotado como para quedarse dormido casi al instante. Iván fue otra historia. Casi no me dejó pegar ojo en toda la noche.
domingo, 29 de enero de 2012
Volamos hacia Canarias
A las tres de la madrugada me sonó el despertador. No tuve problemas para despegar el ojo porque ya lo tenía despegado. Iván me había dado una noche horrorosa y el pobre Daniel no podía dormir por los nervios ante la perspectiva del viaje. Así que estábamos todos ojerosos y agotados antes de empezar la aventura. Dejé al bebé en la cuna rezando para que aguantara un poco. Mientras preparaba lo que quedaba de la maleta. Basicamente la comida, biberones, medicinas... Cuando estuvo todo preparado oí quejarse a Iván, pero cuando acudí Raúl ya estaba consolándolo. Entonces aproveché para despertar a mi madre y al pobre Danielito, que justo acababa de coger el sueño. Eran las cuatro y cuarto de la madrugada. Me costó muchísimo despertar al pequeñajo. Cuando estuvimos todos listos, limpios y preparados nos montamos en el coche con un jaleo de maletas, niños, bolsas y adultos que ni te quiero contar.
Mi madre decía que hasta que no aterrizáramos en Las Palmas de Gran Canaria no se lo creería. Daniel iba muy contento porque iba a montar en un avión a Canarias e Iván no cogía el sueño ni loco. Por fin nos despedimos de Raúl y pusimos rumbo al finger. El niño iba feliz hasta que llegamos a la puerta del avión. Entonces le debió parecer que llegábamos a la boca del infierno porque se puso a berrear que por ahí no, que por ahí no. Tuve que agarrarlo como pude después de plegar el carrito y dárselo a un auxiliar. Mi madre llevaba a Iván y su maleta. Yo hacía malabares con las mía, Daniel y un par de bolsas. Un azafato acudió en mi ayuda y una compañera suya intentó calmar a Daniel con galletas. El muy ladino cogió las galletas pero no dejó de llorar a gritos. Cuando llegué renqueando a mi sitio le ordené tajantemente a mi retoño que se sentara en su asiento, al lado de la ventana. El peque dejó de llorar instantáneamente y se sentó con una sonrisa de oreja a oreja. "Avión, vión" canturreaba. A mí me entraron las ansias asesinas, pero habían demasiados testigos como para dar rienda suelta a mi ira.
Dejando pasar el espectáculo que acababa de dar el enano me giré hacia mi compañero de viaje para pedirle que cambiara su asiento con el de mi madre. El señor no se lo pensó dos veces antes de decir que sí. Mi madre me comentó que qué amable que lo habíamos molestado mucho y aún así había accedido a cambiarnos el asiento. Yo coincidí en que el señor había sido muy amable, pero no creí que cambiar su asiento turista por uno en primera le hubiera causado muchos problemas. De hecho, alguna vez he deseado que me pasara a mí. Nunca he tenido tanta suerte.
Al principio dieron bastante lata entre los dos, pero acabaron por dormirse. Estaban agotados. Confieso que yo me dormí la primera. Era incapaz de mantener los ojos abiertos. Cuando me di cuenta ya habíamos llegado y la única que se había enterado de algo del vuelo era mi madre. El resto dormíamos como angelitos.
En el aeropuerto nos esperaban mis hermanos y mi sobrina. Daniel se emocionó al encontrarse con ellos. Le debió dar vergüenza que su prima lo viera con la chupa porque enseguida me dijo "Toma mamá" y me la puso en la mano. Se reía de forma descontrolada y daba saltitos.
Por fin estábamos en Las Palmas de Gran Canaria. Sé que no voy a descansar gran cosa con mis dos retoños a mi alrededor, pero necesitaba cambiar de aires. Mi pobre madre está agotada. Espero poder darle una tregua con estos dos salvajes.
Mi madre decía que hasta que no aterrizáramos en Las Palmas de Gran Canaria no se lo creería. Daniel iba muy contento porque iba a montar en un avión a Canarias e Iván no cogía el sueño ni loco. Por fin nos despedimos de Raúl y pusimos rumbo al finger. El niño iba feliz hasta que llegamos a la puerta del avión. Entonces le debió parecer que llegábamos a la boca del infierno porque se puso a berrear que por ahí no, que por ahí no. Tuve que agarrarlo como pude después de plegar el carrito y dárselo a un auxiliar. Mi madre llevaba a Iván y su maleta. Yo hacía malabares con las mía, Daniel y un par de bolsas. Un azafato acudió en mi ayuda y una compañera suya intentó calmar a Daniel con galletas. El muy ladino cogió las galletas pero no dejó de llorar a gritos. Cuando llegué renqueando a mi sitio le ordené tajantemente a mi retoño que se sentara en su asiento, al lado de la ventana. El peque dejó de llorar instantáneamente y se sentó con una sonrisa de oreja a oreja. "Avión, vión" canturreaba. A mí me entraron las ansias asesinas, pero habían demasiados testigos como para dar rienda suelta a mi ira.
Dejando pasar el espectáculo que acababa de dar el enano me giré hacia mi compañero de viaje para pedirle que cambiara su asiento con el de mi madre. El señor no se lo pensó dos veces antes de decir que sí. Mi madre me comentó que qué amable que lo habíamos molestado mucho y aún así había accedido a cambiarnos el asiento. Yo coincidí en que el señor había sido muy amable, pero no creí que cambiar su asiento turista por uno en primera le hubiera causado muchos problemas. De hecho, alguna vez he deseado que me pasara a mí. Nunca he tenido tanta suerte.
Al principio dieron bastante lata entre los dos, pero acabaron por dormirse. Estaban agotados. Confieso que yo me dormí la primera. Era incapaz de mantener los ojos abiertos. Cuando me di cuenta ya habíamos llegado y la única que se había enterado de algo del vuelo era mi madre. El resto dormíamos como angelitos.
En el aeropuerto nos esperaban mis hermanos y mi sobrina. Daniel se emocionó al encontrarse con ellos. Le debió dar vergüenza que su prima lo viera con la chupa porque enseguida me dijo "Toma mamá" y me la puso en la mano. Se reía de forma descontrolada y daba saltitos.
Por fin estábamos en Las Palmas de Gran Canaria. Sé que no voy a descansar gran cosa con mis dos retoños a mi alrededor, pero necesitaba cambiar de aires. Mi pobre madre está agotada. Espero poder darle una tregua con estos dos salvajes.
sábado, 28 de enero de 2012
Al final no fue tanta odisea
Después del susto, Raúl se pasó parte de la noche intentando conseguir alguno de los supuestos billetes de rescate que había pactado Spanair con Iberia, Air Europa y Vueling. Como ya nos temíamos fue misión imposible. El teléfono que daban no paraba de comunicar y en las páginas web no había creado ningún apartado para adquirir los mentados billetes.
Mientras mi marido se dejaba la piel con esto, yo veía cómo desaparecían los billetes a la velocidad de la luz en las webs de las compañías. Temiéndome lo peor anuncié a mi cónyuge que no podía esperar más para adquirir los pasajes porque al final nos quedábamos en tierra de verdad. Ni corta no perezosa me puse a comprar. En la páginas oficiales de las compañías aéreas cambiaban el precio cada minuto y ya costaban una fortuna. Logré adquirir in extremis sitio para mis pequeños y para mi en un avión de Air Europa que salía a las siete de la mañana del domingo por medio de una agencia de viajes, pero fue imposible encontrar hueco para mi madre. Temblando al pensar que iba sola con mis dos fieras, adquirí un cuarto billete en Ryanair para mi progenitora, rezando para que esta compañía de mentirosos y estafadores no se la liara de alguna manera y la dejaran en tierra. Todos me costaron bastante baratos dada la situación. En total 350 euros. Con el viaje asegurado me metí más tranquila en la cama, aunque Iván se encargó de que no pegara ojo.
En la página web y en el teléfono facilitado por Spanair echaban balones fuera. Comunicaban que pidiéramos cuentas a nuestras visas o agencias de viajes, porque ellos habían cerrado para siempre y ni dinero, ni vuelos, ni nada de nada. Raúl y yo llamamos a nuestras visas para informarnos del tema. Nos dijeron que cuando nos comunicaran que se iba a hacer el cargo llamáramos para rechazarlo, no antes.
Ni nos molestamos en ir con los chiquillos al aeropuerto por si acaso. Todo parecía indicar que no valdría para nada.
Cómo no me fiaba ni un pelo le saqué la tarjeta de embarque a mi madre por internet y yo me tuve que ir corriendo al aeropuerto, mientras ella se encargaba de cuidar a los niños, para hacer que me dieran la mía y la de mis hijos porque cuando viajas con un bebé no te dejan hacerlo desde la red. Algo que no entiendo porque precisamente para la comodidad de la madre debería poder hacerse. El caso es que en el aeropuerto no había nada de lío. Supongo que el resto de damnificados pensaron lo mismo que yo y tampoco fueron a perder su tiempo. No tuve ningún problema y volví con mis tarjetas de embarque a casa.
Cuando regresé intenté probar suerte de nuevo en mi vuelo para comprarle un billete a mi madre. Quedaba uno en una agencia de viajes!! Eso sí, carísimo. Sólo había hueco en primera. Cómo mi madre es residente canaria tenía el descuento y haciendo tripas corazón se lo compré porque se me hacía un mundo viajar sola con mis dos pequeños. Sin perder tiempo le saqué la tarjeta de embarque por Checking On Line.
¡Ya estaba todo solucionado! Eso sí, ahora soy el sueldo de un mes más pobre. Ojalá mi familia viviera en la península. Siempre nos quedaría la posibilidad de tirar de coche.
Mientras mi marido se dejaba la piel con esto, yo veía cómo desaparecían los billetes a la velocidad de la luz en las webs de las compañías. Temiéndome lo peor anuncié a mi cónyuge que no podía esperar más para adquirir los pasajes porque al final nos quedábamos en tierra de verdad. Ni corta no perezosa me puse a comprar. En la páginas oficiales de las compañías aéreas cambiaban el precio cada minuto y ya costaban una fortuna. Logré adquirir in extremis sitio para mis pequeños y para mi en un avión de Air Europa que salía a las siete de la mañana del domingo por medio de una agencia de viajes, pero fue imposible encontrar hueco para mi madre. Temblando al pensar que iba sola con mis dos fieras, adquirí un cuarto billete en Ryanair para mi progenitora, rezando para que esta compañía de mentirosos y estafadores no se la liara de alguna manera y la dejaran en tierra. Todos me costaron bastante baratos dada la situación. En total 350 euros. Con el viaje asegurado me metí más tranquila en la cama, aunque Iván se encargó de que no pegara ojo.
En la página web y en el teléfono facilitado por Spanair echaban balones fuera. Comunicaban que pidiéramos cuentas a nuestras visas o agencias de viajes, porque ellos habían cerrado para siempre y ni dinero, ni vuelos, ni nada de nada. Raúl y yo llamamos a nuestras visas para informarnos del tema. Nos dijeron que cuando nos comunicaran que se iba a hacer el cargo llamáramos para rechazarlo, no antes.
Ni nos molestamos en ir con los chiquillos al aeropuerto por si acaso. Todo parecía indicar que no valdría para nada.
Cómo no me fiaba ni un pelo le saqué la tarjeta de embarque a mi madre por internet y yo me tuve que ir corriendo al aeropuerto, mientras ella se encargaba de cuidar a los niños, para hacer que me dieran la mía y la de mis hijos porque cuando viajas con un bebé no te dejan hacerlo desde la red. Algo que no entiendo porque precisamente para la comodidad de la madre debería poder hacerse. El caso es que en el aeropuerto no había nada de lío. Supongo que el resto de damnificados pensaron lo mismo que yo y tampoco fueron a perder su tiempo. No tuve ningún problema y volví con mis tarjetas de embarque a casa.
Cuando regresé intenté probar suerte de nuevo en mi vuelo para comprarle un billete a mi madre. Quedaba uno en una agencia de viajes!! Eso sí, carísimo. Sólo había hueco en primera. Cómo mi madre es residente canaria tenía el descuento y haciendo tripas corazón se lo compré porque se me hacía un mundo viajar sola con mis dos pequeños. Sin perder tiempo le saqué la tarjeta de embarque por Checking On Line.
¡Ya estaba todo solucionado! Eso sí, ahora soy el sueldo de un mes más pobre. Ojalá mi familia viviera en la península. Siempre nos quedaría la posibilidad de tirar de coche.
La ruina de Spanair, la ruina de muchos
Adivinad quien se iba mañana a Las Palmas de Gran Canaria con Spanair acompañada de sus hijos y su madreeeeee.... Pues sí. Una servidora. Pero de repente, el jarro de agua fría: Spanair está en la ruina y cancela todos sus vuelos de la noche a la mañana. Eso sí, preséntate mañana con las maletas hechas, la prole, el marido conductor y la mami deseosa de volver por fin a su tierra tras un largo destierro impulsado por su afán de ayudar a su queridísima hija y sus amadísimos nietos.
Se nos cayó el alma a los pies cuando en el telediario nos anunciaron que nos quedábamos en tierra sí o sí. ¿Y ahora qué? Pues a poner reclamaciones como locos y buscarnos otros billetes con el desembolso correspondiente del dineral. Nos va a salir más caro viajar a ver a la familia que irnos de vacaciones al caribe con toda suerte de lujos. Increíble.
El caso es que, hoy en día, lo raro es que llegues a tu destino con el plan inicial. Si no es una huelga de pilotos, es una de controladores, o el mal tiempo, o un volcán inoportuno o la quiebra de una empresa... con lo que compras el billete rezándole a todos los santos mientras clickeas resignado el botón para formalizar la compra.
No es la primera vez que mi familia se queda en tierra. El problema es que a las islas Canarias nos hay otra manera de ir. El barco no es una opción porque se tarda un día completo en el trayecto. Cómo no se arreglen pronto así cosas va a ser más difícil ir a ver a la familia canaria que realizar un viaje a Ecuador, Tailandia o Filipinas.
A ver que aventuras nos esperan mañana. Al menos Daniel se lo pasará en grande viendo despegar y aterrizar aviones desde el ventanal del aeropuerto. Lo que es seguro es que ninguno de ellos tendrá el logotipo de Spanair.
Lo cierto es que mientras me lamo mis heridas de forma egoista también pienso en las miles de personas que se han quedado sin empleo y en aquellos que viajaban por un motivo aún más importante que el mío. Que se permita a una compañía jugar con el destino de tantas personas es de vergüenza.
Se nos cayó el alma a los pies cuando en el telediario nos anunciaron que nos quedábamos en tierra sí o sí. ¿Y ahora qué? Pues a poner reclamaciones como locos y buscarnos otros billetes con el desembolso correspondiente del dineral. Nos va a salir más caro viajar a ver a la familia que irnos de vacaciones al caribe con toda suerte de lujos. Increíble.
El caso es que, hoy en día, lo raro es que llegues a tu destino con el plan inicial. Si no es una huelga de pilotos, es una de controladores, o el mal tiempo, o un volcán inoportuno o la quiebra de una empresa... con lo que compras el billete rezándole a todos los santos mientras clickeas resignado el botón para formalizar la compra.
No es la primera vez que mi familia se queda en tierra. El problema es que a las islas Canarias nos hay otra manera de ir. El barco no es una opción porque se tarda un día completo en el trayecto. Cómo no se arreglen pronto así cosas va a ser más difícil ir a ver a la familia canaria que realizar un viaje a Ecuador, Tailandia o Filipinas.
A ver que aventuras nos esperan mañana. Al menos Daniel se lo pasará en grande viendo despegar y aterrizar aviones desde el ventanal del aeropuerto. Lo que es seguro es que ninguno de ellos tendrá el logotipo de Spanair.
Lo cierto es que mientras me lamo mis heridas de forma egoista también pienso en las miles de personas que se han quedado sin empleo y en aquellos que viajaban por un motivo aún más importante que el mío. Que se permita a una compañía jugar con el destino de tantas personas es de vergüenza.
viernes, 27 de enero de 2012
Iván se ríe a carcajadas
Mi bebé ya se troncha con nuestras tonterías desde hace algún tiempo. Creo que la primera vez que oí sus carcajadas fue en manos de mi madre. Es maravilloso oirle reir. A partir de ahora confundiré las risas de mis dos hijos. ¿Hay algo más agradable de escuchar que ese loco sonido de mis dos príncipes?
Otra vez la vacuna antigripe
Pobre Iván. Ultimamente va de enfermera en enfermera a que le manipulen y le pinchen. Ahora le tocaba la vacuna especial contra los catarros y resfriados para niños de riesgo.
Pasamos enseguida a consulta y el chiquillo se despertó con una gran sonrisa en cuanto lo deposité en la camilla. Por supuesto se le borró en cuanto le inmovilicé para recibir el gran pinchazo. Menos mal que al pequeño se le pasa el disgusto enseguida y pronto estaba tan tranquilo en mis brazos. Menos mal que ya sólo queda la de marzo. Luego los meses de buen tiempo, entre comillas, no hay que ponérsela. Lo malo es que el próximo invierno ya será mayorcito y se enterará más. Entonces lloraremos los dos a dúo cada mes invernal. Tendré que pensar en algo que le consuele después de la mala experiencia.
Pasamos enseguida a consulta y el chiquillo se despertó con una gran sonrisa en cuanto lo deposité en la camilla. Por supuesto se le borró en cuanto le inmovilicé para recibir el gran pinchazo. Menos mal que al pequeño se le pasa el disgusto enseguida y pronto estaba tan tranquilo en mis brazos. Menos mal que ya sólo queda la de marzo. Luego los meses de buen tiempo, entre comillas, no hay que ponérsela. Lo malo es que el próximo invierno ya será mayorcito y se enterará más. Entonces lloraremos los dos a dúo cada mes invernal. Tendré que pensar en algo que le consuele después de la mala experiencia.
Los niños y la paz
Hoy es el día de la paz. Daniel se ha ido emocionado todo vestidito de blanco a disfrutar de la fiesta en la guardería. Su abuela Matilde le llevó a la guardería. Iba guapísimo.
Mi madre llevaba en el bolso una paloma que había coloreado y en la que los padres teníamos que escribir el valor que nosotros creyéramos que se identificaba más con el concepto de paz. Yo escribí "respeto". Me parece que es lo primero que hay inculcar a nuestros hijos.
El niño iba muy contento porque le encantan los días especiales que se celebran en su guardería. Por la tarde nos contó que había pintado con las manos una paloma, que habían cantado y que habían jugado muchísimo.
Reunión de amigos
Una tarde genial aunque agotadora. Se me ocurrió invitar a un par de amigas a mi casa con sus hijos.Los tres llegaron arrasando, como una manada de mamuts desenfrenados. Enseguida encontraron el cuarto de juegos y se encargaron de sacar y dar uso a todos los juguetes que pudieron encontrar. Mientras mi madre, mis amigas y yo disfrutábamos de un café. Al principio no se les oía ni respirar, pero pronto vino Daniel con un plato de patatas y gusanitos a exigirme mi café. Estuvo un rato hinchándose a chuches hasta que le obligué a volver al cuarto de juegos para compartir los aperitivos. Allí estaban Hugo y Luis jugando cada uno a su bola. Daniel dejó el plato en la mesa y siguió engullendo sin ni siquiera mirarles.
De pronto quisieron venir al salón, pero no se atrevían porque le tenían miedo a los gatos. Daniel se puso a chillarles que los gatos "no hacían nada, nada, nadaaaaaaa". Con un poco de control por mi parte acabaron por entrar e incluso acariciaron a Misi. La verdad es que mis gatos son enoooormes. No me extraña que les den miedo a niños pequeños.
Increiblemente casi no se pelearon por los juguetes y tuvimos que intervenir muy poco en sus juegos. De repente se oyó la puerta y entró un sorprendido Raúl. Se me había olvidado avisarle de la pequeña reunión infantil. Enseguida se hizo cargo de la situación y se puso a jugar con los pequeños. A Daniel no le hizo ninguna gracia compartir a su papá y se puso un poco tonto.
Como ya era una poco tarde las mamás decidieron que la visita debía terminar. Entonces los tres se abrazaron y empezaron a jugar juntos a lo bruto. Demasiado tarde pequeñajos. Ya era la hora de irse. Se hicieron los remolones, se agarraron a sus juguetes, protestaron un poquito, pidieron pis, pero eso no hizo más que retrasar un poco lo inevitable. Al final se fueron y Daniel se quedó echándoles de menos.
Otro día volveremos a jugar, ahora toca bañarse, cenar lo que él quiera comer después del atracón de la merienda y dormir.
De pronto quisieron venir al salón, pero no se atrevían porque le tenían miedo a los gatos. Daniel se puso a chillarles que los gatos "no hacían nada, nada, nadaaaaaaa". Con un poco de control por mi parte acabaron por entrar e incluso acariciaron a Misi. La verdad es que mis gatos son enoooormes. No me extraña que les den miedo a niños pequeños.
Increiblemente casi no se pelearon por los juguetes y tuvimos que intervenir muy poco en sus juegos. De repente se oyó la puerta y entró un sorprendido Raúl. Se me había olvidado avisarle de la pequeña reunión infantil. Enseguida se hizo cargo de la situación y se puso a jugar con los pequeños. A Daniel no le hizo ninguna gracia compartir a su papá y se puso un poco tonto.
Como ya era una poco tarde las mamás decidieron que la visita debía terminar. Entonces los tres se abrazaron y empezaron a jugar juntos a lo bruto. Demasiado tarde pequeñajos. Ya era la hora de irse. Se hicieron los remolones, se agarraron a sus juguetes, protestaron un poquito, pidieron pis, pero eso no hizo más que retrasar un poco lo inevitable. Al final se fueron y Daniel se quedó echándoles de menos.
Otro día volveremos a jugar, ahora toca bañarse, cenar lo que él quiera comer después del atracón de la merienda y dormir.
jueves, 26 de enero de 2012
Daniel el ligón
Una tarde, recogí a Daniel de la guardería y cuando estábamos saliendo por la puerta mi niño empezó a señalarme algo muy excitado. Cuando dirigí mi mirada al punto que señalaba me di cuenta que era un niñita morena de cara muy graciosa. La chiquilla se giró y con una caída de ojos le dijo "Hola Daniiiiii". Mi hijo contestó entusiasmado "Hola Carlaaaaaaa" y así estuvieron rato "Hola Dani", "Hola Carla". Conozco a la pequeña, va a su misma clase. Me pareció tremendo el comportamiento. ¡Si parecían dos adolescentes atontados. Me cansé de la situación y le dije a Daniel que le dijera adiós a Carla. "Adiós Carlaaaaaa" ronroneo, "Adiós Daniiiiii" contesto de forma pícara. Uy, uy, uy. ¿Me tengo que preocupar? Creo que no.
Sobre todo porque al día siguiente, saliendo también de la guardería, de repente, una niña le dio espontáneamente la mano a mi hijo. Esta vez se trataba de Claudia, también de su clase. Miró a su mamá y le dijo "Mamá, Dani". Supongo que les hace gracia encontrarse fuera del aula. Los chiquillos siguieron de la mano hasta que nuestros caminos se separaron. Entonces las madres nos dijimos adiós, nos giramos cada una en una dirección y empezamos a caminar... Y entonces, me di cuenta de que mi hijo no me seguía. ¡Prefería seguir a la chiquilla que a su mamá! ¡Pero ésto que es! Le agarré de un brazo y le obligué suavemente a caminar a mi lado. No se resistió ni se enfadó. Menos mal. Había sido una confusión momentánea. Hijo, que todavía quedan mucho años antes de que prefieras ir con tus amigos y novia antes que con tu madre. No me fastidies.
Sobre todo porque al día siguiente, saliendo también de la guardería, de repente, una niña le dio espontáneamente la mano a mi hijo. Esta vez se trataba de Claudia, también de su clase. Miró a su mamá y le dijo "Mamá, Dani". Supongo que les hace gracia encontrarse fuera del aula. Los chiquillos siguieron de la mano hasta que nuestros caminos se separaron. Entonces las madres nos dijimos adiós, nos giramos cada una en una dirección y empezamos a caminar... Y entonces, me di cuenta de que mi hijo no me seguía. ¡Prefería seguir a la chiquilla que a su mamá! ¡Pero ésto que es! Le agarré de un brazo y le obligué suavemente a caminar a mi lado. No se resistió ni se enfadó. Menos mal. Había sido una confusión momentánea. Hijo, que todavía quedan mucho años antes de que prefieras ir con tus amigos y novia antes que con tu madre. No me fastidies.
miércoles, 25 de enero de 2012
A la piscina con sus amiguitos
Esta tarde tocaba ir a la piscina. Aprovechando que mi madre sigue aquí acepté la invitación de unas amigas para pasar la tarde en la piscina pública. Quedé con una de ellas en la puerta de la guardería. De ahí fuimos a su casa a buscar la bolsa de las toallas porque venía directa del trabajo. Casi no salimos de allí. Entre arrancar a los chiquillos de la habitación de los juguetes, que se empeñaron los dos en beber zumo, que Daniel lo tiró tres veces, que si no la liaba uno la liaba el otro... Parecía imposible que fuéramos a llegar antes de la hora de cierre. Por fin nos plantamos en la puerta. Yo llegué sin aliento porque había cargado con el peque casi todo el camino para ir más deprisa.
La tercera amiga se estaba retrasando y los chiquitines amenzaban con tirar la puerta abajo, asó que la llamamos y le dijimos que la esperábamos dentro. En los vestuarios fue un poco locura, pero al final nos vimos las dos en la piscina con nuestros pequeñines de la mano. Eso sí, ella con un collar en cuello y yo sin toallas. Volví sobre mis pasos para arreglar el desaguisado y regresé corriendo porque mi pobre compañera se había quedado con los dos energúmenos.
Nos lo pasamos muy bien en la piscina, los dos pequeñajos jugaron juntos y separados muy emocionados. Al poco llegó la tercera amiga con su hijo. Una fiesta para Daniel y Hugo porque había llegado Luis por fin. Chapoteamos, subimos y bajamos la escalera, corrimos por el borde de la piscina y..., como no, Daniel se cayó dentro seguido por su sufrida madre.
Cuando mi niño empezó a temblar de frío decidí que se había acabado la maravillosa experiencia y me despedí de la jauría para arrancar a mi retoño del agua a la fuerza.
Otra vez en el vestuario, otro lío tremendo. Mi chico no paraba quieto. Tenía que vestirle deprisa porque estaba muerto de frío, luego tenía que secarme y vestirme yo sin que se me escapara. Se metió en una taquilla y pensé que así estaría entretenido, pero se pegó un golpazo terrible en la nariz y empezó a sangrar. Aquello parecía un capítulo de "Dexter": sangre en mi camiseta, sangre en toda su ropa, sangre en el clinex y los lloros de Daniel a todo volumen. Cuando se cansó de llorar terminé de vestirme a toda velocidad y, sin ganas ni siquiera de secarme el pelo en los secadores del pasillo, salí el frío invernal con la seguridad de que se me habían quedado la mitad de las cosas en el vestuario. Afortunadamente, luego comprobé que me lo había llevado todo. Llevé a mi niño casi a volandas con unas ganas terribles de llegar a casa. Estaba exahusta.
En mi hogar me esperaban mi marido y las abuelas, que me ayudaron mucho para que yo ya me olvidara un poco de los niños. ¡Menos mal! A las nueve y media estaba soñando con los angelitos. Antes incluso que mis dos hijos.
La tercera amiga se estaba retrasando y los chiquitines amenzaban con tirar la puerta abajo, asó que la llamamos y le dijimos que la esperábamos dentro. En los vestuarios fue un poco locura, pero al final nos vimos las dos en la piscina con nuestros pequeñines de la mano. Eso sí, ella con un collar en cuello y yo sin toallas. Volví sobre mis pasos para arreglar el desaguisado y regresé corriendo porque mi pobre compañera se había quedado con los dos energúmenos.
Nos lo pasamos muy bien en la piscina, los dos pequeñajos jugaron juntos y separados muy emocionados. Al poco llegó la tercera amiga con su hijo. Una fiesta para Daniel y Hugo porque había llegado Luis por fin. Chapoteamos, subimos y bajamos la escalera, corrimos por el borde de la piscina y..., como no, Daniel se cayó dentro seguido por su sufrida madre.
Cuando mi niño empezó a temblar de frío decidí que se había acabado la maravillosa experiencia y me despedí de la jauría para arrancar a mi retoño del agua a la fuerza.
Otra vez en el vestuario, otro lío tremendo. Mi chico no paraba quieto. Tenía que vestirle deprisa porque estaba muerto de frío, luego tenía que secarme y vestirme yo sin que se me escapara. Se metió en una taquilla y pensé que así estaría entretenido, pero se pegó un golpazo terrible en la nariz y empezó a sangrar. Aquello parecía un capítulo de "Dexter": sangre en mi camiseta, sangre en toda su ropa, sangre en el clinex y los lloros de Daniel a todo volumen. Cuando se cansó de llorar terminé de vestirme a toda velocidad y, sin ganas ni siquiera de secarme el pelo en los secadores del pasillo, salí el frío invernal con la seguridad de que se me habían quedado la mitad de las cosas en el vestuario. Afortunadamente, luego comprobé que me lo había llevado todo. Llevé a mi niño casi a volandas con unas ganas terribles de llegar a casa. Estaba exahusta.
En mi hogar me esperaban mi marido y las abuelas, que me ayudaron mucho para que yo ya me olvidara un poco de los niños. ¡Menos mal! A las nueve y media estaba soñando con los angelitos. Antes incluso que mis dos hijos.
Adios a las grapas con mejor humor
Iba con el alma encogida a la consulta de la enfermera. Mi niño estaba dormidito y no quería ni imaginarme el despertar que le esperaba. Cogí al chiquitín y lo deposité con mucha suavidad en la camilla mientras éste empezaba a revolverse un poco. Le quité los corchetes del pijama y el body (le puse unos de cierre por delante para mayor comodidad y no tener que desnudarle entero). El bebé hacía muecas con la boca, pero no acababa de despertarse.
Cuando la enfermera cogió las pinzas para quitarle las siete grapas que le quedaban de las quince originales abrió los ojitos. Nos miró un momento desorientado y, entonces, nos dedicó una maravillosa sonrisa. Yo le decía cositas y él se reía mientras la sanitaria le quitaba las grapas. Hasta que topamos con una que estaba más enterrada de lo normal y empezaron los lloros. Afortunadamente, quedaban pocas y el sufrimiento no duró mucho. Nada más terminar comenzó a sonreir de nuevo. Qué diferencia con la otra vez. Tan contenta salí del centro de salud que me lo llevé a dar una vuelta para que le diera el solecito. Hacía un día estupendo.
Cuando la enfermera cogió las pinzas para quitarle las siete grapas que le quedaban de las quince originales abrió los ojitos. Nos miró un momento desorientado y, entonces, nos dedicó una maravillosa sonrisa. Yo le decía cositas y él se reía mientras la sanitaria le quitaba las grapas. Hasta que topamos con una que estaba más enterrada de lo normal y empezaron los lloros. Afortunadamente, quedaban pocas y el sufrimiento no duró mucho. Nada más terminar comenzó a sonreir de nuevo. Qué diferencia con la otra vez. Tan contenta salí del centro de salud que me lo llevé a dar una vuelta para que le diera el solecito. Hacía un día estupendo.
Hugo ¿mejor amigo?
Esta tarde fui con mi madre e Iván a recoger a Daniel. Nos sentamos en la cafetería de al lado del cole a merendar y allí nos encontramos con Silvia, la mamá de Hugo, la primera amiga de parque que hice en el barrio. Su hijo y el mío han gateado juntos en el cesped y se tienen un cariño especial. O eso creo. Al menos los dos se llaman a gritos en cuanto se vislumbran. Mi niño me pregunta por su amiguito muchas veces y me dice Silvia, que el suyo hace lo mismo.
Se sentaron con nosotros un ratito antes de encaminarse al parque. A Hugo también le gustó la experiencia cafetería. Sobre todo ir al baño, como a Daniel. Afortunadamente deben ir pocas mujeres a ese bar y lo tienen inmaculado. Así que no hay nada que le emocione más a mi pequeño que subir las angostas escaleras hasta el vater. Ni siquiera el "cau" (Cola Cao) calentito. Cuando ya le vuelvo a tener sentado frente a mí, me mira y exclama "Mamá pis", "Si acabas de ir" le replico, "Un poquito más de pis, un poquito mas de piiiiis" grita mientras me señala las escaleras que dan al baño. Por supuesto, soy inflexible. De otra manera me tendría todo el rato subiendo y bajando para nada. Ya me engañó la primera vez. Hugo le hizo la misma a mi amiga. Quería más pis solamente para volver a repetir la experiencia. A estos niños les llama la atención cualquier cosa.
Daniel decidió que quería ir al parque con Hugo, así que la abuela Matilde agarró el carrito de su otro nieto y puso rumbo a casa mientras nosotros nos dirigíamos al parque con una paradita corta en el coche de monedas.
Se lo pasaron bomba los dos: corrieron, se persiguieron, subieron al castillito, se columpiaron, se gritaron, se pegaron... Lo típico. Al final les compramos unos churros y a casa. Daniel me estuvo preguntando por su amigo todo el camino. "¿Hugo?" "En su casa" "¿Casa Hugo?" "No, nosotros a la nuestra" "¿Hugo?".
Una tarde muy completa.
Se sentaron con nosotros un ratito antes de encaminarse al parque. A Hugo también le gustó la experiencia cafetería. Sobre todo ir al baño, como a Daniel. Afortunadamente deben ir pocas mujeres a ese bar y lo tienen inmaculado. Así que no hay nada que le emocione más a mi pequeño que subir las angostas escaleras hasta el vater. Ni siquiera el "cau" (Cola Cao) calentito. Cuando ya le vuelvo a tener sentado frente a mí, me mira y exclama "Mamá pis", "Si acabas de ir" le replico, "Un poquito más de pis, un poquito mas de piiiiis" grita mientras me señala las escaleras que dan al baño. Por supuesto, soy inflexible. De otra manera me tendría todo el rato subiendo y bajando para nada. Ya me engañó la primera vez. Hugo le hizo la misma a mi amiga. Quería más pis solamente para volver a repetir la experiencia. A estos niños les llama la atención cualquier cosa.
Daniel decidió que quería ir al parque con Hugo, así que la abuela Matilde agarró el carrito de su otro nieto y puso rumbo a casa mientras nosotros nos dirigíamos al parque con una paradita corta en el coche de monedas.
Se lo pasaron bomba los dos: corrieron, se persiguieron, subieron al castillito, se columpiaron, se gritaron, se pegaron... Lo típico. Al final les compramos unos churros y a casa. Daniel me estuvo preguntando por su amigo todo el camino. "¿Hugo?" "En su casa" "¿Casa Hugo?" "No, nosotros a la nuestra" "¿Hugo?".
Una tarde muy completa.
martes, 24 de enero de 2012
Reunión con la futura profesora de Iván
Hoy me he reunido con la que será la profesora de Iván. Me ha explicado el método que siguen en la guardería aunque yo ya sabía algo al respecto porque ya tengo al hermano mayor metido en ella. Me encanta este colegio. Tratan con mucho amor a los niños y preparan múltiples y variadas actividades para los niños.
En un principio, le quería aclarar que, aunque al niño le hubieran operado del corazón, iba a hacer vida normal, así que había que tratarle como a cualquier otro bebé. Afortunadamente, ella tenía claro que así es cómo se debía hacer para que el pequeño no se sintiera discriminado ni diferente a tan temprana edad. A veces las buenas intenciones hacen más daño que bien.
La cuidadora me explicó que a cada niño se le trataba según las costumbres que tenía en casa y las especificaciones que daba cada padre. Paulatinamente se le iba introduciendo en la dinámica y horarios de clase, hasta que se integraba plenamente. Para lograr una mejor adaptación del bebé y teniendo en cuenta que me lo puedo permitir porque aún me dura la baja, a la que he añadido una semana de vacaciones y los quince días de lactancia, la primera semana Iván iría dos horas a clase, la segunda cuatro y la tercera toda la jornada completa (ya las ocho horas).
La verdad es que me dejó muy tranquila. Me aseguró que, al menos al principio de la incorporación, le gustaba llamar a los padres para darles un pequeño informe de cómo estaba pasando el día su hijo. A mí al principio me costará alguna que otra taquicardia porque cada vez que veo el número de la guardería en la pantalla de mi móvil me imagino a mi bebé mayor ardiendo en fiebre y pasándolo mal.
En un principio, le quería aclarar que, aunque al niño le hubieran operado del corazón, iba a hacer vida normal, así que había que tratarle como a cualquier otro bebé. Afortunadamente, ella tenía claro que así es cómo se debía hacer para que el pequeño no se sintiera discriminado ni diferente a tan temprana edad. A veces las buenas intenciones hacen más daño que bien.
La cuidadora me explicó que a cada niño se le trataba según las costumbres que tenía en casa y las especificaciones que daba cada padre. Paulatinamente se le iba introduciendo en la dinámica y horarios de clase, hasta que se integraba plenamente. Para lograr una mejor adaptación del bebé y teniendo en cuenta que me lo puedo permitir porque aún me dura la baja, a la que he añadido una semana de vacaciones y los quince días de lactancia, la primera semana Iván iría dos horas a clase, la segunda cuatro y la tercera toda la jornada completa (ya las ocho horas).
La verdad es que me dejó muy tranquila. Me aseguró que, al menos al principio de la incorporación, le gustaba llamar a los padres para darles un pequeño informe de cómo estaba pasando el día su hijo. A mí al principio me costará alguna que otra taquicardia porque cada vez que veo el número de la guardería en la pantalla de mi móvil me imagino a mi bebé mayor ardiendo en fiebre y pasándolo mal.
lunes, 23 de enero de 2012
La mitad de los puntos ¡fuera!
Hoy hemos ido Iván y yo a visitar a su pediatra y a la enfermera para ponerlas al día en su historial médico y para que le quiten la mitad de las grapas y los dos puntos que le habían puesto en los agujerillos de los tubos de drenaje. Las dos le han tratado con mucho cariño, pero nada pudo evitar que se pusiera histérico cuando la enfermera procedió a quitar las grapas de forma alterna. Lo pasé realmente mal oyéndole berrear como un loco mientras le sujetaba para que no se moviera. Me dijeron que no le molestaba tanto como para tener esa reacción, que seguramente lloraba así por la inmovilización.
Tras la tortura médica cogí a mi bebé en brazos y lo calmé meciéndolo. Enseguida se tranquilizó.
La pediatra se quedó a cuadros con la medicación que decían en el hospital que me tenía que mandar con receta. No tenía ni idea de qué era y cuando se enteró que era una fórmula magistral me mandó a la farmacéutica para recabar más información. A la farmacéutica, al menos, le sonaba, pero no la había hecho nunca, así que tuvo que llamar a no se qué sitio a preguntar.
Por fin me dieron los datos que estábamos buscando. Entre ellos que la medicina tenía que estar en la nevera. Un poco demasiado tarde para enterarme de un dato tan importante. Mas vale tarde que nunca. Por fin la pediatra me hizo la receta y me tocó volver a la farmacia para encargarla. Total: una hora y pico dando vueltas de la consulta a la farmacia. Resultado: Iván profundamente dormido. Daños colaterales: mientras esperaba a que la farmacéutica hiciera la consulta telefónica se me ocurrió pesarme. ¡65 kilos! Diez kilos por encima de mi peso ideal. Mi régimen empieza ¡ya!
La herida de Iván está evolucionando muy bien, así que el miércoles le quitan el resto de los puntos. Luego me dijo una amiga que le compre una crema de rosa mosqueta para quitarle la cicatriz o, al menos, atenuársela.
Tras la tortura médica cogí a mi bebé en brazos y lo calmé meciéndolo. Enseguida se tranquilizó.
La pediatra se quedó a cuadros con la medicación que decían en el hospital que me tenía que mandar con receta. No tenía ni idea de qué era y cuando se enteró que era una fórmula magistral me mandó a la farmacéutica para recabar más información. A la farmacéutica, al menos, le sonaba, pero no la había hecho nunca, así que tuvo que llamar a no se qué sitio a preguntar.
Por fin me dieron los datos que estábamos buscando. Entre ellos que la medicina tenía que estar en la nevera. Un poco demasiado tarde para enterarme de un dato tan importante. Mas vale tarde que nunca. Por fin la pediatra me hizo la receta y me tocó volver a la farmacia para encargarla. Total: una hora y pico dando vueltas de la consulta a la farmacia. Resultado: Iván profundamente dormido. Daños colaterales: mientras esperaba a que la farmacéutica hiciera la consulta telefónica se me ocurrió pesarme. ¡65 kilos! Diez kilos por encima de mi peso ideal. Mi régimen empieza ¡ya!
La herida de Iván está evolucionando muy bien, así que el miércoles le quitan el resto de los puntos. Luego me dijo una amiga que le compre una crema de rosa mosqueta para quitarle la cicatriz o, al menos, atenuársela.
domingo, 22 de enero de 2012
Alimentando la llama
Este sábado yo quería llevar a Daniel a una función de teatro de la que leí muy buena crítica en el blog de Menos de 1000 y más de 30, pero mi marido tenía otros planes, el muy ladino. Sin consultarme nada se puso de acuerdo con mi madre para dejarle a mis dos príncipes y raptarme toda la tarde. De nada me valió explicarle que era el único día que podíamos llevar al peque a algo así porque el domingo venía a verme una amiga Mexicana que sólo iba a estar unos días en Madrid y el próximo sábado volamos a Las Palmas. Sólo mi madre, los niños y yo, aunque Raúl vendrá un fin de semana también. Pienso que después de todo lo que hemos pasado hay que relajarse y cambiar un poco de aires.
El caso es que se aliaron contra mí y el pobre Daniel se quedó sin teatro. Otro día será, que hay más días que longanizas. Mi marido me sacó de casa entre protestas y quejas. Estuvo aguantándome todo el viaje en metro hasta el centro: Que si era mejor una salida con los niños, que con mis hijos los paso mejor, que si cómo estarán los chiquillos, le darán mucha lata a mi madre, se estarán portando bien... Lo típico.
Una vez en el centro decidí darle una oportunidad. No quería chafarle toda la cita de pareja con mis lamentaciones. Así que nos pusimos a hablar de muchas cosas, entre ellas los niños, es imposible se padres y no hablar de tus hijos en toda ocasión.
Nos recorrimos Sol, la plaza Mayor, la zona del Palacio Real, las callejuelas de la Latina, estuvimos en un bar precioso y bastante pijo tomando unos vinos él y unas cervezas sin alcohol yo (es que entre los embarazos y las lactancias estoy muy poco acostumbrada al alcohol). Finalmente me invitó a un restaurante ruso de bastante renombre, pero que ahora no soy capaz de recordar su nombre. Nos hinchamos a blinis (creps con salmón, nata y salsa agria), Stroganoff de buey, pato confitado... Ummmmm.
Y nada más cenar corriendo a casa que mis pilas no daban para más. Allí me esperaba mi madre que los dos peques ya dormiditos y en medio de la gloria.
Cómo la ley de Murphy existe y se cumple al cien por cien. En cuanto pequé el ojo Iván lo abrió y ya no lo cerró en toda la noche. A las siete de la mañana se lo llevó su padre al salón para que yo pudiera dormir al menos dos horitas.
Me lo pasé genial, pero hoy estoy agotada. La próxima vez que salgamos nos iremos a un hotel a pasar la noche.
El caso es que se aliaron contra mí y el pobre Daniel se quedó sin teatro. Otro día será, que hay más días que longanizas. Mi marido me sacó de casa entre protestas y quejas. Estuvo aguantándome todo el viaje en metro hasta el centro: Que si era mejor una salida con los niños, que con mis hijos los paso mejor, que si cómo estarán los chiquillos, le darán mucha lata a mi madre, se estarán portando bien... Lo típico.
Una vez en el centro decidí darle una oportunidad. No quería chafarle toda la cita de pareja con mis lamentaciones. Así que nos pusimos a hablar de muchas cosas, entre ellas los niños, es imposible se padres y no hablar de tus hijos en toda ocasión.
Nos recorrimos Sol, la plaza Mayor, la zona del Palacio Real, las callejuelas de la Latina, estuvimos en un bar precioso y bastante pijo tomando unos vinos él y unas cervezas sin alcohol yo (es que entre los embarazos y las lactancias estoy muy poco acostumbrada al alcohol). Finalmente me invitó a un restaurante ruso de bastante renombre, pero que ahora no soy capaz de recordar su nombre. Nos hinchamos a blinis (creps con salmón, nata y salsa agria), Stroganoff de buey, pato confitado... Ummmmm.
Y nada más cenar corriendo a casa que mis pilas no daban para más. Allí me esperaba mi madre que los dos peques ya dormiditos y en medio de la gloria.
Cómo la ley de Murphy existe y se cumple al cien por cien. En cuanto pequé el ojo Iván lo abrió y ya no lo cerró en toda la noche. A las siete de la mañana se lo llevó su padre al salón para que yo pudiera dormir al menos dos horitas.
Me lo pasé genial, pero hoy estoy agotada. La próxima vez que salgamos nos iremos a un hotel a pasar la noche.
sábado, 21 de enero de 2012
Las largas noches sin dormir
Pobre Iván. Cómo efecto secundario de la operación tiene los órganos internos un poco machacados de moverlos de un sitio a otro y una retaíla de grapas que le cruzan el pecho sin piedad. Esto se traduce en que volvemos a tener problemas para gestionar los gases y las grapas le molestan. Esto hace que el pequeño se haya vuelto un poco llorón. Poco para lo que ha pasado, pero lo suficiente para martirizar a su madre por las noches.
Lo curioso es que el día lo pasa bastante bien. Sonríe mucho y siempre tiene ganas de juerga. Antes le dejabas en la cuna y se dormía. Ahora se le salén lo ojos de las órbitas y llora hasta que le vuelves a poner al hombro. No basta con cogerlo, tiene que estar en posición cotilla. Hasta que se le cierran los ojitos y se rinde al sueño apoyando la cabecita en mi hombro.
Por las noches el pobre lo intenta. Se mete en la cuna bostezando y chupando el chupete a toda máquina, pero, de repente, la piel le tira de un lado o le da un pinchazo en el estómago y empieza el concierto. Entonces hay que cogerle, mecerle, pasearle... A veces echa un erupto impropio para un bebé tan pequeño que hace temblar las paredes y puedo volver a dejarle en la cuna para que siga descansando. O se queda plácidamente dormido en los bracitos. Pero esto no dura mucho y enseguida volverá a quejarse. Hambre, dolor, molestias...
El caso es que no duerme una hora seguida y luego Raúl se queja de que estoy todo el día de mal humor. Al pobre también le toca lo suyo porque cuando ya llevo mucho tiempo despierta empiezan mis lamentaciones, quejas, maldiciones, palabrotas... Mi marido confiesa que cuando me transformo teme por su vida. "Me siento trasladado a una secuencia de Pulp Fiction" asegura. Yo le ladro que eso es el mal menor y que dé gracias que soy yo la que me desvelo por el chiquillo. Y así seguiremos hasta que todo se normalice. Estoy deseando que el organismo de mi pequeñín vuelva a su estado original por fin y que le quiten las grapas.
Lo curioso es que el día lo pasa bastante bien. Sonríe mucho y siempre tiene ganas de juerga. Antes le dejabas en la cuna y se dormía. Ahora se le salén lo ojos de las órbitas y llora hasta que le vuelves a poner al hombro. No basta con cogerlo, tiene que estar en posición cotilla. Hasta que se le cierran los ojitos y se rinde al sueño apoyando la cabecita en mi hombro.
Por las noches el pobre lo intenta. Se mete en la cuna bostezando y chupando el chupete a toda máquina, pero, de repente, la piel le tira de un lado o le da un pinchazo en el estómago y empieza el concierto. Entonces hay que cogerle, mecerle, pasearle... A veces echa un erupto impropio para un bebé tan pequeño que hace temblar las paredes y puedo volver a dejarle en la cuna para que siga descansando. O se queda plácidamente dormido en los bracitos. Pero esto no dura mucho y enseguida volverá a quejarse. Hambre, dolor, molestias...
El caso es que no duerme una hora seguida y luego Raúl se queja de que estoy todo el día de mal humor. Al pobre también le toca lo suyo porque cuando ya llevo mucho tiempo despierta empiezan mis lamentaciones, quejas, maldiciones, palabrotas... Mi marido confiesa que cuando me transformo teme por su vida. "Me siento trasladado a una secuencia de Pulp Fiction" asegura. Yo le ladro que eso es el mal menor y que dé gracias que soy yo la que me desvelo por el chiquillo. Y así seguiremos hasta que todo se normalice. Estoy deseando que el organismo de mi pequeñín vuelva a su estado original por fin y que le quiten las grapas.
viernes, 20 de enero de 2012
Daniel quiere mucho a Iván
Dejando a un lado pelusillas y pelusones, Daniel está encantado con su hermanito. Le da unos besos espontáneos que ya me gustaría que me diera a mí, le acaricia con entusiasmo (a veces demasiado). En cuanto está un rato sin verle pregunta por él.
A veces, el bebé está plácidamente dormido y Daniel no puede evitar gritar a su oído "Iván pieta" con la consiguiente perreta del pequeñajo y el monumenal enfado de la mami.
Mi niño mayor siempre está dispuesto a ayudarme en el cuidado de Iván. No tiene problema en pasar la toallita húmeda por el culito del hermano, ni en llenárselo de crema o intentar ajustarle el pañal. O en pasarle la esponja en el baño. El biberón, curiosamente, le da asco y le provoca arcadas, así que no puede ayudarme a dárselo, pero muy frecuentemente pide coger a Iván en brazos. A veces al grito de "Yo olito" (qué miedo). Cuando se cansa lo empuja hacia a mí "Y'asta" anuncia y se va a jugar con sus juguetes.
El otro día me dijo que una de las muñecas rusas que adornan nuestro salón era el biberón del bebé y se lo ponía en los labios al peque mientras hacía ruiditos con la boca. "Glugluglu" decía Daniel. E Iván se reía. Tres meses de su nacimiento y ya se puede decir que juegan juntos.
El papá le ha explicado que el bebé tiene una herida en el pecho que no se puede tocar y Daniel lo ha entendido perfectamente, aunque a veces se le olvida. No podemos pedirle peras al olmo. después de todo sólo tiene dos años y medio.
A veces, el bebé está plácidamente dormido y Daniel no puede evitar gritar a su oído "Iván pieta" con la consiguiente perreta del pequeñajo y el monumenal enfado de la mami.
Mi niño mayor siempre está dispuesto a ayudarme en el cuidado de Iván. No tiene problema en pasar la toallita húmeda por el culito del hermano, ni en llenárselo de crema o intentar ajustarle el pañal. O en pasarle la esponja en el baño. El biberón, curiosamente, le da asco y le provoca arcadas, así que no puede ayudarme a dárselo, pero muy frecuentemente pide coger a Iván en brazos. A veces al grito de "Yo olito" (qué miedo). Cuando se cansa lo empuja hacia a mí "Y'asta" anuncia y se va a jugar con sus juguetes.
El otro día me dijo que una de las muñecas rusas que adornan nuestro salón era el biberón del bebé y se lo ponía en los labios al peque mientras hacía ruiditos con la boca. "Glugluglu" decía Daniel. E Iván se reía. Tres meses de su nacimiento y ya se puede decir que juegan juntos.
El papá le ha explicado que el bebé tiene una herida en el pecho que no se puede tocar y Daniel lo ha entendido perfectamente, aunque a veces se le olvida. No podemos pedirle peras al olmo. después de todo sólo tiene dos años y medio.
jueves, 19 de enero de 2012
Gracias por tu amistad!!!
Por fin encuentro tiempo para ponerme al día con los mil blogs que me encanta leer. Son como un vía de escape. Cuando me pongo mi colacao calentito y me siento delante del ordenador para pasar de uno a otro cómo si me estuviera leyendo las cartas de unos amigos me relajo y me olvido del mundo. A veces demasiado. Muchas veces he tenido que salir corriendo porque se me hacía un poco tarde para recoger a Daniel de la guardería.
El caso es que me estaba empapando de las vivencias de nuevos y viejos amigos cuando me he encontrado con una más que agradable sorpresa en el blog de Mamá de Parrulín. Hace poco que nos conocemos y ya me concede un premio, ¡y uno en el que me llama nada menos que amiga! Sabe que lo he pasado mal últimamente y quiso animarme así. Confieso que lo ha conseguido. Animarme y emocionarme con un gesto tan bonito.
Desde mi pequeño espacio en Internet quiero felicitarla por su embarazo. Es maravilloso gestar una nueva vida en tu interior. Y el mejor regalo que le puede dar a Parrulín. Su hermanito o hermanita Parrulinchi. Se me ha escapado una lagrimita leyendo sus post acerca de su nueva concepción. Me ha recordado al emocionante momento en que vi el predictor y me anunció que Iván estaba en camino. La felicidad que me invadió y que no me ha abandonado nunca. Estoy encantada de tener a mi dos soles, por mucho trabajo que den. Tendría mas niños si la situación fuera diferente. Pero ya no me enrollo más que hay que responder unas cuantas preguntas.
El caso es que me estaba empapando de las vivencias de nuevos y viejos amigos cuando me he encontrado con una más que agradable sorpresa en el blog de Mamá de Parrulín. Hace poco que nos conocemos y ya me concede un premio, ¡y uno en el que me llama nada menos que amiga! Sabe que lo he pasado mal últimamente y quiso animarme así. Confieso que lo ha conseguido. Animarme y emocionarme con un gesto tan bonito.
Desde mi pequeño espacio en Internet quiero felicitarla por su embarazo. Es maravilloso gestar una nueva vida en tu interior. Y el mejor regalo que le puede dar a Parrulín. Su hermanito o hermanita Parrulinchi. Se me ha escapado una lagrimita leyendo sus post acerca de su nueva concepción. Me ha recordado al emocionante momento en que vi el predictor y me anunció que Iván estaba en camino. La felicidad que me invadió y que no me ha abandonado nunca. Estoy encantada de tener a mi dos soles, por mucho trabajo que den. Tendría mas niños si la situación fuera diferente. Pero ya no me enrollo más que hay que responder unas cuantas preguntas.
1. Elige un momento de tu vida muy importante, sólo uno.
Desde luego, cuando el cirujano me dijo que la operación de Iván había salido todo lo bien que podía salir. Luego vino el momento en el que vi a mi bebé por primera vez después de salir del quirófanos. O cuando le vi sonreir de nuevo... Pero la noticia de que todo había salido bien fue la que hizo que mi corazón volviera a latir de nuevo.
2. Qué lugar del mundo te gustaría visitar y no conoces?
China. Lo tengo claro. Colaboro en un periódico con artículos sobre turismo en China sin haber pisado jamás este maravilloso país. Conozco hasta sus rincones más perdidos gracias a internet, pero yo quiero vivirlos en primera persona. Cuando Raúl y yo decidimos casarnos nuestra luna de miel iba a ser en el gigante asiático. No lo dudamos. Pero Daniel se interpuso en mi camino. De repente, me quedé embarazada y cambiamos China por Portugal (un viaje precioso que disfrutamos hasta el último día y que recomiendo). Cuando tuve a mi primogénito en brazos le dije: "Cariño, me debes un viaje a China". Aún a veces sigo con la broma.
3. Haz un menú con tu comida favorita, 1º plato, 2º y postre.
Cocido madrileño. ¡Me encantaaaaa! Por si sólo es un primero y un segundo. De postre se me ocurren mil posibilidades, pero cómo el último restaurante al que fui fue un italiano me he quedado con el regustillo del Tiramisú y me gustaría repetirlo pronto.
4. Si al trabajo se refiere. ¿Cuál sería tu trabajo perfecto o profesión sin pensar en salarios?
Periodismo. Me encanta este oficio. Las entrevistas con gente interesante, los reportajes sobre temas que enganchan, las reseñas, ser la primera en ver un espectáculo, una exposición, probar un nuevo producto, viajar a un lugar para luego escribir sobre él, las charlas, los cafés informales, los desayunos informativos... Pero todo eso lo dejo de lado sin pena ni nostalgia para dedicarme todo lo que pueda a la crianza de mis dos soles.
5. ¿Recuerdas cuándo y por qué reíste la última vez? Cuéntalo si lo recuerdas.
Ayer en la cena. Mi madre y Daniel juegan muchas veces a que ella es Dora y él Botas. Entonces tienen que hacer un recorrido. Durante la cena empezaron con el juego. "Vamos Botas" le decía mi madre, "Tenemos que llegar al postre, primero nos comeremos las sopa, luego el pollo y al final la pera" Mi hijo estaba encantado. Entonces irrumpí en el juego, puede que por celos irracionales o porque yo también quería participar en la diversión. "Pues yo soy Swiper y te voy a robar la cucharaaaa" Exclamé. Mi hijo se puso a dar gritos como un poseso. No acertaba a decir "Swiper no robes", que es lo que dicen en los dibujos animados para defenderse del pícaro zorrito. "¡Robes! ¡Nooooo! ¡Siper, siper, sipeeeeeeer!", por supuesto, le robé la cuchara. Se puso histérico. "Mio, miooooo, siper nooooo", "¿A quien le pides ayuda para recuperar la cuchara?" le pregunté. "A Dora, a Dora", se giró espectante a mi madre. "Hay que seguir la flecha" se inventó mi progenitora "sigue la flecha, sigue la flechaaaaa y aquí está la cuchara". Se la entregó a un emocionado niño que no podía parar de dar botes en la trona. "¡Más, más!" chillaba. Lo repetimos un millón de veces para su disfrute. Llegado un momento, el padre que nos estaba mirando a todos cómo si estuviéramos locos, le devolvió la cuchara al chiquillo al grito de "Ahora el que te ayuda es... ¡El mapa!". Con niños en casa es muy difícil no volver a la infancia de vez en cuando.
Ahora tengo que premiar a cinco blogs. ¡Sólo cinco! Es taaan difícil. Si se me ocurren mil. Sé que al final este premio llegará a todos de una manera u otra, porque a todos os considero mis amigos por volcar vuestras vidas, vivencias y pensamientos más intimos en vuestros blogs y compartirlos conmigo.
- El espejo de la entrada, Mayte, por la confianza que me has dado en todo momento.
- Descubriendo un nuevo mundo, Aurelia, mi primera ciberamiga
- Cómo ser madre y no morir en el intento, Rachel, contagias tu buen humor
- Mi mundo de cristal, Faith, me has dado mucha fuerza
- Azul Celeste, OR2, por sentirte tan cerca.
De verdad que hay muchos más que han estado ahí en lo malos y en los buenos momentos para arrancarme una sonrisa o ponerme la piel de gallina.
- Azul Celeste, OR2, por sentirte tan cerca.
De verdad que hay muchos más que han estado ahí en lo malos y en los buenos momentos para arrancarme una sonrisa o ponerme la piel de gallina.
martes, 17 de enero de 2012
Por fin en casa
Ya estamos en casa. El médico le dió el alta a Iván el lunes, aunque casi tenemos que quedarnos hasta hoy porque hubo un malentendido. El doctor pensó que el cirujano no había dado el alta y el cirujano nos la había dado incompleta, así que las enfermeras tuvieron la amabilidad de llamarle al móvil para fuera a darnos el alta válida. Afortunadamente vivía cerca y pudo volver sobre sus pasos. Pensábamos que estaríamos en casa para las dos y al final llegamos a las cinco.
Yo estaba agotada, pero nada más ponerme cómoda apareció mi hijo mayor deseando estar con su mami. Mi marido tenía que irse a trabajar, así que me quedé con mi madre y los dos chiquillos. Iván durmió mucho. Se nota que el ruido del hospital le había robado mucho sueño y la paz de su casa le invitaba a recuperarlo. Daniel se dedicó a dar saltos de alegría en mi tripa mientras yo vegetaba en el sofá. Mi madre se ocupó de la casa.
Cuando, por fin, Iván dio señales de vida se lo acerqué a Daniel. Estaba deseando verlo, e incluso me pidió cogerlo. Le dejé que lo abrazara con mucho cuidado. Su padre ya la había explicado que Iván tiene una herida en el pecho que no se puede tocar. A pesar de las advertencias Daniel tocó la zona en cuestión con mucha delicadeza.
Me fui muy temprano a la cama porque no podía con mi alma, aunque Iván no tenía ningunai ntención de dejarme descansar. Fue una noche bastante movida.
Yo estaba agotada, pero nada más ponerme cómoda apareció mi hijo mayor deseando estar con su mami. Mi marido tenía que irse a trabajar, así que me quedé con mi madre y los dos chiquillos. Iván durmió mucho. Se nota que el ruido del hospital le había robado mucho sueño y la paz de su casa le invitaba a recuperarlo. Daniel se dedicó a dar saltos de alegría en mi tripa mientras yo vegetaba en el sofá. Mi madre se ocupó de la casa.
Cuando, por fin, Iván dio señales de vida se lo acerqué a Daniel. Estaba deseando verlo, e incluso me pidió cogerlo. Le dejé que lo abrazara con mucho cuidado. Su padre ya la había explicado que Iván tiene una herida en el pecho que no se puede tocar. A pesar de las advertencias Daniel tocó la zona en cuestión con mucha delicadeza.
Me fui muy temprano a la cama porque no podía con mi alma, aunque Iván no tenía ningunai ntención de dejarme descansar. Fue una noche bastante movida.
lunes, 16 de enero de 2012
El fantasma de mi futuro
Entré en la habitación y me encontré cara a cara con una madre de ojos enrojecidos y su hijo de unos nueve años vestido con el pijama del hospital. ya sabía que teníamos compañeros nuevos en la habitación. Mi marido me había puesto al corriente por el móvil. Les saludé educadamente y corrí a verle la carita a mi hijo y dar un beso fugaz a Raúl. Mi intención era ponerme el pijama y las zapatillas antes de que se fuera mi cónyuge porque luego no quería separarme de lado de mi bebé más que lo estrictamente imprescindible.
Una vez acomodada, Raúl se fue a descansar. Miré con mas detenimiento a la pareja que tenía al lado. El niño no era capaz de mirarme a los ojos. Sería tímido. Su madre me sonrío y me contó con pocas palabras que a su hijo le iban a hacer un cateterismo al día siguiente. Eso le hubieran hecho a Iván si hubiera tenído una obstrucción más leve. Por mi parte, les comenté, que mi niño también tenía una lesión de corazón. A los pocos minutos la conversación murió. No parecía que ninguno de los dos tuviera muchas ganas de hablar, aunque de vez en cuando ella me preguntaba o comentaba cosas sobre mi bebé. Se notaba que tanto su sonrisa como su voz amable eran forzadas. Trataba de ser amable. El niño hablaba poco.
Me salí de la habitación varias veces porque Iván tenía noche mala y no paraba de llorar. Alguna enfermera se acercó para intentar ayudarme, pero no hubo manera. Las horas pasaban lentamente. A mi me pesaban los párpados, me dolía la espalda y mis riñones estaban a punto de rendirse. El bebé gimoteó un poco y acabó por dormirse. Aliviada volví a la habitación- pensé que mis compañeros de habitación dormirían ya plácidamente, puesto que nos habíamos adentrado en la madrugada, pero me equivocaba. En cuanto entré, la madre se interesó por mi niño. Intercambiamos unas pocas palabras vanales y me dispuse a meter al chiquillo en la cuna para intentar coger el sueño yo en el incómodo sillón reclinable que nos ofrecía el hospital a los acompañantes nocturnos.
En la oscuridad oía el teclear del niño en la PSP. "Duermete ya" le chistó su madre. "Un poco más" rogó el crío. La madre fue implacable. En el silencio relativo del hospital le oía removerse entre las sábanas. La madre no se movía pero estoy segura de que tampoco dormía.
Iván me dio una noche horrible, así que yo tampoco dormí. No dejaba que llorara para no molestar. Mi método consistía en dormirle en brazos y mantenerle en ellos durante unos minutos antes de dejarle de nuevo en la cuna. La mayoría de las veces me vencía el cansancio y yo también me quedaba dormida en posturas imposibles para mi cuello.
Por la mañana llegó el padre del niño. Era una señor con mucha energía positiva. Me saludó alegremente, piropeó a Iván y se dedicó a animar a su hijo cariñosamente. La madre asistía a toda la escena en sielncio. Se notaba que contenía el llanto. Por fin vinieron a por el niño. El pobre tenía un ligero temblor en las manos cuando se lo llevaron. Al poco de irse la madre volvió para recoger algunas cosas de la habitación. Entonces y sólo entonces me confesó que estaba sufriendo como una condenada. Supongo que se abrió porque yo era una madre en la misma situación que ella. Mis palabras de aliento sonaron vacías para las dos. "No te molestes" me dijo "sabes que nada de lo que me digas me va a aliviar. Pasar por esto siempre va a ser el mayor de los sufrimientos para mí". Me sentí inmensamente triste. Tenía razón. Cuando se fue intenté concentrarme sólo en las buenas noticias. Es mejor ir pensando en el presente. Si tiene que intervenir a Iván en el futuro ya lo pasaremos mal en ese momento y no ahora.
Tras un buen rato devolvieron al niño a la habitación. Estaba llorando. "¿Ya te han operado?" le pregunté sin poder contenerme. "No" susurró, "soy alérgico al latex y se les había olvidado. Han tenido que suspender la operación". Anonadada intenté encajar lo que me estaba contando. "¡¿Pero eso no lo sabían ellos?!" Exclamé incrédula. "Sí" contestó mirando al suelo. No quise seguir con el interrogatorio. El chiquillo ya lo estaba pasando bastante mal. Más adelante, Raúl me contó que, efectivamente, lo padres de la criatura no habían dejado de repetir hasta la saciedad que su niño era alérgico al latex.
El pequeño permaneció sólo en la habitación unas media hora larga mientras las enfermeras intentaban localizar a sus padres, que seguían pensando que su hijo estaba en el quirófano. Probablemente les dirían como a Raúl y a mí, que se fueran a tomar una café para que la espera no se les hiciera tan larga y que volvieran en una media hora y por eso ahora no los encontraban. Intenté animar al niño, distraerle con mi tablet, con la tele... todas mis tácticas chocaron contra el muro de su tristeza. Finalmente decidí dejarle sólo. Cogí al bebé y me fui a pasear por el pasillo. Al rato llegaron sus padres, desolados. Ni siquiera el padre tenía ganas de ya de sonreir. Intenté quitar hierro a su situación contándoles mi caso. Les conté que a nosotros nos habían cancelado la fecha de la operación ni sé cuantas veces durante dos meses. "¡Dos meses!" rió amargamente el padre "Nosotros llevábamos esperando dos años. En enero de 2010 iban a operar a nuestro hijo y se detectó su alergia al latex. Y ahora meten a pata y otra vez para casa". No es justo. Se fueron por la puerta. Una analítica, una noche infernal, el niño ya en quirófano pasando nervios... Y todo para nada.
Me sentí frustrada. Cuando llegó Raúl se extrañó de mi estado de ánimo. Iban a dar de alta a nuestro pequeño hoy. No se correspondía mi actitud con las buenas noticias. Le conté lo que había pasado. "No es justo" murmuró coincidiendo con mis pensamientos.
Cada caso es distinto, pero... Habré abierto una ventana a mi futuro con Iván. ¿Estará mi niño tan asustado en su próxima operación? Espero que no. Espero poder transmitirle tranquilidad para enfrentarse a su malformación cardíaca con serenidad y normalidad.
Una vez acomodada, Raúl se fue a descansar. Miré con mas detenimiento a la pareja que tenía al lado. El niño no era capaz de mirarme a los ojos. Sería tímido. Su madre me sonrío y me contó con pocas palabras que a su hijo le iban a hacer un cateterismo al día siguiente. Eso le hubieran hecho a Iván si hubiera tenído una obstrucción más leve. Por mi parte, les comenté, que mi niño también tenía una lesión de corazón. A los pocos minutos la conversación murió. No parecía que ninguno de los dos tuviera muchas ganas de hablar, aunque de vez en cuando ella me preguntaba o comentaba cosas sobre mi bebé. Se notaba que tanto su sonrisa como su voz amable eran forzadas. Trataba de ser amable. El niño hablaba poco.
Me salí de la habitación varias veces porque Iván tenía noche mala y no paraba de llorar. Alguna enfermera se acercó para intentar ayudarme, pero no hubo manera. Las horas pasaban lentamente. A mi me pesaban los párpados, me dolía la espalda y mis riñones estaban a punto de rendirse. El bebé gimoteó un poco y acabó por dormirse. Aliviada volví a la habitación- pensé que mis compañeros de habitación dormirían ya plácidamente, puesto que nos habíamos adentrado en la madrugada, pero me equivocaba. En cuanto entré, la madre se interesó por mi niño. Intercambiamos unas pocas palabras vanales y me dispuse a meter al chiquillo en la cuna para intentar coger el sueño yo en el incómodo sillón reclinable que nos ofrecía el hospital a los acompañantes nocturnos.
En la oscuridad oía el teclear del niño en la PSP. "Duermete ya" le chistó su madre. "Un poco más" rogó el crío. La madre fue implacable. En el silencio relativo del hospital le oía removerse entre las sábanas. La madre no se movía pero estoy segura de que tampoco dormía.
Iván me dio una noche horrible, así que yo tampoco dormí. No dejaba que llorara para no molestar. Mi método consistía en dormirle en brazos y mantenerle en ellos durante unos minutos antes de dejarle de nuevo en la cuna. La mayoría de las veces me vencía el cansancio y yo también me quedaba dormida en posturas imposibles para mi cuello.
Por la mañana llegó el padre del niño. Era una señor con mucha energía positiva. Me saludó alegremente, piropeó a Iván y se dedicó a animar a su hijo cariñosamente. La madre asistía a toda la escena en sielncio. Se notaba que contenía el llanto. Por fin vinieron a por el niño. El pobre tenía un ligero temblor en las manos cuando se lo llevaron. Al poco de irse la madre volvió para recoger algunas cosas de la habitación. Entonces y sólo entonces me confesó que estaba sufriendo como una condenada. Supongo que se abrió porque yo era una madre en la misma situación que ella. Mis palabras de aliento sonaron vacías para las dos. "No te molestes" me dijo "sabes que nada de lo que me digas me va a aliviar. Pasar por esto siempre va a ser el mayor de los sufrimientos para mí". Me sentí inmensamente triste. Tenía razón. Cuando se fue intenté concentrarme sólo en las buenas noticias. Es mejor ir pensando en el presente. Si tiene que intervenir a Iván en el futuro ya lo pasaremos mal en ese momento y no ahora.
Tras un buen rato devolvieron al niño a la habitación. Estaba llorando. "¿Ya te han operado?" le pregunté sin poder contenerme. "No" susurró, "soy alérgico al latex y se les había olvidado. Han tenido que suspender la operación". Anonadada intenté encajar lo que me estaba contando. "¡¿Pero eso no lo sabían ellos?!" Exclamé incrédula. "Sí" contestó mirando al suelo. No quise seguir con el interrogatorio. El chiquillo ya lo estaba pasando bastante mal. Más adelante, Raúl me contó que, efectivamente, lo padres de la criatura no habían dejado de repetir hasta la saciedad que su niño era alérgico al latex.
El pequeño permaneció sólo en la habitación unas media hora larga mientras las enfermeras intentaban localizar a sus padres, que seguían pensando que su hijo estaba en el quirófano. Probablemente les dirían como a Raúl y a mí, que se fueran a tomar una café para que la espera no se les hiciera tan larga y que volvieran en una media hora y por eso ahora no los encontraban. Intenté animar al niño, distraerle con mi tablet, con la tele... todas mis tácticas chocaron contra el muro de su tristeza. Finalmente decidí dejarle sólo. Cogí al bebé y me fui a pasear por el pasillo. Al rato llegaron sus padres, desolados. Ni siquiera el padre tenía ganas de ya de sonreir. Intenté quitar hierro a su situación contándoles mi caso. Les conté que a nosotros nos habían cancelado la fecha de la operación ni sé cuantas veces durante dos meses. "¡Dos meses!" rió amargamente el padre "Nosotros llevábamos esperando dos años. En enero de 2010 iban a operar a nuestro hijo y se detectó su alergia al latex. Y ahora meten a pata y otra vez para casa". No es justo. Se fueron por la puerta. Una analítica, una noche infernal, el niño ya en quirófano pasando nervios... Y todo para nada.
Me sentí frustrada. Cuando llegó Raúl se extrañó de mi estado de ánimo. Iban a dar de alta a nuestro pequeño hoy. No se correspondía mi actitud con las buenas noticias. Le conté lo que había pasado. "No es justo" murmuró coincidiendo con mis pensamientos.
Cada caso es distinto, pero... Habré abierto una ventana a mi futuro con Iván. ¿Estará mi niño tan asustado en su próxima operación? Espero que no. Espero poder transmitirle tranquilidad para enfrentarse a su malformación cardíaca con serenidad y normalidad.
El ecocardiograma
Vinieron pronto para hacerle la prueba definitiva que nos diría si ya se había acabado nuestra odisea hospitalaria. Es raro porque me tienen acostumbrada a retrasos y más retrasos. El peque se portó muy bien durante la espera, pero, a la hora de la verdad, se puso a berrear como un loco.
Era imposible examinarle. La cardióloga sentenció que lo que necesitaba este pequeñín era un jugosos biberón, aunque yo sabía que no. Últimamente no come muy bien y hacía menos de dos horas que se había malcomido el último. Pidieron un bibe de urgencia a las enfermeras mientras yo mecía al energúmeno. Cuando quisieron llegar ya roncaba plácidamente.
La ecógrafa me pidió que lo sujetara mientras ella procedía a hacerle la prueba. Le midió las constantes del corazón dormidito entre mis brazos.
El cirujano que le operó vino a interesarse por su el resultado. la verdad es que no nos podemos quejar de este hombre. Nos ha tratado de maravilla. Me dijo que los resultados eran buenos y que ya nos podíamos ir en cuanto nos dieran los papeles del alta.
Cloqué con cuidadito a mi bebé en la cuna con ruedas. Estaba exultante de alegría. La celadora le llevó con todo su mimo, para que no se despertara, de nuevo a su habitación.
Ahora sólo quedaba esperar el papelito de marras y... ¡a casa!
Era imposible examinarle. La cardióloga sentenció que lo que necesitaba este pequeñín era un jugosos biberón, aunque yo sabía que no. Últimamente no come muy bien y hacía menos de dos horas que se había malcomido el último. Pidieron un bibe de urgencia a las enfermeras mientras yo mecía al energúmeno. Cuando quisieron llegar ya roncaba plácidamente.
La ecógrafa me pidió que lo sujetara mientras ella procedía a hacerle la prueba. Le midió las constantes del corazón dormidito entre mis brazos.
El cirujano que le operó vino a interesarse por su el resultado. la verdad es que no nos podemos quejar de este hombre. Nos ha tratado de maravilla. Me dijo que los resultados eran buenos y que ya nos podíamos ir en cuanto nos dieran los papeles del alta.
Cloqué con cuidadito a mi bebé en la cuna con ruedas. Estaba exultante de alegría. La celadora le llevó con todo su mimo, para que no se despertara, de nuevo a su habitación.
Ahora sólo quedaba esperar el papelito de marras y... ¡a casa!
domingo, 15 de enero de 2012
Rutina hospitalaria
El día a día en el hospital es muy monótono. La mañana empieza cuando la enfermera entra intempestivamente en la habitación despertando al bebé que acabas de dormir por fin y te deja una bandeja llena de jeringuillas con medicamentos en la mesa y el aerosol preparado para que abras el oxígeno, o lo que sea el tubo ese, y le coloques la mascarilla al niño sobre la nariz y la boca. Con la pataleta consiguiente del interesado. Luego te piden amablemente con ese tono que tienen ellas de "en realidad es una orden" que bañes al niño.
Me visto a toda velocidad mientras Iván lloriquea en su cuna. Para pasar la noche me pongo pijama y zapatillas. Hay que intentar estar lo más cómoda posible.
Yo le enchufo el aerosol lo primero, luego voy inyectando en su boquita las medicinas una por una y finalmente le desnudo para que la enfermera proceda a pesarle. Casi seis kilos. El mismo peso siempre. Lo bueno es que no perdió peso, que es lo más normal en estos casos.
Ahora viene la parte agradable: el baño del bebé. Le encanta. Lleno la pila con agua calentita y lo introduzco lentamente para que no le dé impresión. El niño patalea encantado. Le echo agua jabonosa con la esponja áspera del hospital. No se la paso por el cuerpo porque pienso que le va a dejar marca. Limpio muy bien la herida del pecho. Ya no me impresiona. Me he acostumbrado a verla. Luego le seco con cuidado con una toalla que parece papel de lija. Iván lloriquea un poco. Echará de menos las mulliditas que tenemos en casa para él. Por fin le pongo el pañal que me facilitan allí y que es más grande que él, y la camiseta sin cierres que le deja al aire toda la espaldita y a la que llaman pijama. Le envuelvo en la sábana y ya está listo para recibir el biberón que tengo que pedirle a la auxiliar.
Suelen tardar un poco en traer la pitanza, pero no me importa porque Iván está desganado y no llora desesperado para que le llenes la barriga. En cuanto engulle sus sesenta o setenta mililitros (antes de la operación eran 150 en cada toma) nos vamos a dar un paseo por el pasillo. Es muy entretenido porque las paredes están pintadas con paisajes fantásticos llenos de animalitos humanizados. Tenemos un cine, un bar donde sirven zumos de naranja, la floristería, una tienda de deportes, otra de guitarras, la modista... y mil comercios más e instantáneas llenas de imaginación y pequeños detalles. Un mundo hecho para los niños por la asociación Paint a Smile. Me parece una labor maravillosa.
En el camino, Iván recibe mimos y piropos de enfermeras, visitantes y niños.
No suele durar mucho con los ojos abiertos. Cuando me doy cuenta de que está roque vuelvo a la habitación, lo dejo en la cuna y me tumbo en el sillón reclinable para aprovechar la coyuntura y echar un sueñecito. No muy largo porque enseguida viene el médico a examinarlo o un ruido inoportuno me lo despierta.
El doctor tiene asumido que los niños le ven como al hombre malo de la bata blanca, a pesar de poner todo su empeño para caerles bien. No se inmuta con los lloros de mi pequeño y se dedica a elogiar sus ojos azules. Siempre dice lo mismo en sus visitas. "Está evolucionando muy bien, probablemente el lunes le demos el alta según lo que veamos en la ecografía, la herida tiene buen aspecto, le vamos a quitar este o este otro medicamento, no come muy bien, pero eso no me preocupa demasiado... ¡Qué ojos más bonitos tiene este niño!" y con una sonrisa se va a atender a otro niño, que lo recibirá con lloros y gritos.
Entonces toca biberón. Iván no lo pide, pero ya han pasado otras tres horas desde el último. bebe sus sesenta o setenta mililitros de nuevo y escupe la tetina sin ganas empujándola con la lengua. No sé de donde saca las chichas este niño, pero, a pesar de la mala alimentación, está gordito y da gusto verle.
Suele volver a dormirse, vuelvo a tumbarme yo un rato o aprovecho para desayunar algo. Damos otro paseo, le hago carantoñas tumbado en su cunita. Luego otro biberón, otra siestita del niño, más paseos, más mimos. No me doy cuenta y Raúl ya está aquí para relevarme. Me cuesta irme, pero acabo despidiéndome de mis dos hombres y me marcho a casa a comer y a disfrutar de mi otro hombrecito y de mi madre.
Seis o siete horas después estoy de nuevo en el hospital. Ahora soy yo la que releva a Raúl. Me cambio la ropa de calle por el pijama y libero a mi cónyuge, que se va muerto de hambre deseando encontrarse con su cena.
A Iván y a mí nos queda por delante más biberones, más medicinas, otra vez el aerosol, más paseos... No suele dormirse hasta las doce o más tarde y yo me derrumbo agotada en mi sillón para dormir una hora o una hora y media. No me da más tiempo este bebé. Se despierta, lloriquea... toca mecerle, darle el biberón, acunarlo.., Y otra vez a intentar descansar. Así hasta que la enfermera vuelva irrumpir cargada de medicinas, aerosol e indicaciones. ¿Ya es de día? Tan pronto... Ya falta menos para volver a casa.
Me visto a toda velocidad mientras Iván lloriquea en su cuna. Para pasar la noche me pongo pijama y zapatillas. Hay que intentar estar lo más cómoda posible.
Yo le enchufo el aerosol lo primero, luego voy inyectando en su boquita las medicinas una por una y finalmente le desnudo para que la enfermera proceda a pesarle. Casi seis kilos. El mismo peso siempre. Lo bueno es que no perdió peso, que es lo más normal en estos casos.
Ahora viene la parte agradable: el baño del bebé. Le encanta. Lleno la pila con agua calentita y lo introduzco lentamente para que no le dé impresión. El niño patalea encantado. Le echo agua jabonosa con la esponja áspera del hospital. No se la paso por el cuerpo porque pienso que le va a dejar marca. Limpio muy bien la herida del pecho. Ya no me impresiona. Me he acostumbrado a verla. Luego le seco con cuidado con una toalla que parece papel de lija. Iván lloriquea un poco. Echará de menos las mulliditas que tenemos en casa para él. Por fin le pongo el pañal que me facilitan allí y que es más grande que él, y la camiseta sin cierres que le deja al aire toda la espaldita y a la que llaman pijama. Le envuelvo en la sábana y ya está listo para recibir el biberón que tengo que pedirle a la auxiliar.
Suelen tardar un poco en traer la pitanza, pero no me importa porque Iván está desganado y no llora desesperado para que le llenes la barriga. En cuanto engulle sus sesenta o setenta mililitros (antes de la operación eran 150 en cada toma) nos vamos a dar un paseo por el pasillo. Es muy entretenido porque las paredes están pintadas con paisajes fantásticos llenos de animalitos humanizados. Tenemos un cine, un bar donde sirven zumos de naranja, la floristería, una tienda de deportes, otra de guitarras, la modista... y mil comercios más e instantáneas llenas de imaginación y pequeños detalles. Un mundo hecho para los niños por la asociación Paint a Smile. Me parece una labor maravillosa.
En el camino, Iván recibe mimos y piropos de enfermeras, visitantes y niños.
No suele durar mucho con los ojos abiertos. Cuando me doy cuenta de que está roque vuelvo a la habitación, lo dejo en la cuna y me tumbo en el sillón reclinable para aprovechar la coyuntura y echar un sueñecito. No muy largo porque enseguida viene el médico a examinarlo o un ruido inoportuno me lo despierta.
El doctor tiene asumido que los niños le ven como al hombre malo de la bata blanca, a pesar de poner todo su empeño para caerles bien. No se inmuta con los lloros de mi pequeño y se dedica a elogiar sus ojos azules. Siempre dice lo mismo en sus visitas. "Está evolucionando muy bien, probablemente el lunes le demos el alta según lo que veamos en la ecografía, la herida tiene buen aspecto, le vamos a quitar este o este otro medicamento, no come muy bien, pero eso no me preocupa demasiado... ¡Qué ojos más bonitos tiene este niño!" y con una sonrisa se va a atender a otro niño, que lo recibirá con lloros y gritos.
Entonces toca biberón. Iván no lo pide, pero ya han pasado otras tres horas desde el último. bebe sus sesenta o setenta mililitros de nuevo y escupe la tetina sin ganas empujándola con la lengua. No sé de donde saca las chichas este niño, pero, a pesar de la mala alimentación, está gordito y da gusto verle.
Suele volver a dormirse, vuelvo a tumbarme yo un rato o aprovecho para desayunar algo. Damos otro paseo, le hago carantoñas tumbado en su cunita. Luego otro biberón, otra siestita del niño, más paseos, más mimos. No me doy cuenta y Raúl ya está aquí para relevarme. Me cuesta irme, pero acabo despidiéndome de mis dos hombres y me marcho a casa a comer y a disfrutar de mi otro hombrecito y de mi madre.
Seis o siete horas después estoy de nuevo en el hospital. Ahora soy yo la que releva a Raúl. Me cambio la ropa de calle por el pijama y libero a mi cónyuge, que se va muerto de hambre deseando encontrarse con su cena.
A Iván y a mí nos queda por delante más biberones, más medicinas, otra vez el aerosol, más paseos... No suele dormirse hasta las doce o más tarde y yo me derrumbo agotada en mi sillón para dormir una hora o una hora y media. No me da más tiempo este bebé. Se despierta, lloriquea... toca mecerle, darle el biberón, acunarlo.., Y otra vez a intentar descansar. Así hasta que la enfermera vuelva irrumpir cargada de medicinas, aerosol e indicaciones. ¿Ya es de día? Tan pronto... Ya falta menos para volver a casa.
viernes, 13 de enero de 2012
Una tarde con Daniel
A la hora de comer vino a relevarme Raúl. Yo no podía esperar para contarle con detalle las nuevas noticias que ya le había adelantado por el móvil. Los dos estabamos contentísimos con las perspectivas del alta el lunes y porque el niño estaba evolucionando tan bien.
Le di un beso y me fui directa a casa para asearme, comer e ir a buscar a Daniel a la guardería. Mi madre y yo salimos con tiempo de sobra para que nos diera tiempo a disfrutar de un café antes de ir a por el niño. Nos lo tomamos tranquilamente en una cafetería ubicada al lado de la puerta de la guaredría y cuando me iba a levantar mi madre cayó en la cuenta de que con las prisas se nos había olvidado la merienda del peque. Le pedí que le fuera pidiendo un sandwich mixto bien calentito mientras iba a por él.
El niño se alegró de que su mami fuera a por él. Me preguntó por la abuela "Tilde" y le dije que nos esperaba en una cafetería. "Fetería, fetería" coreó encantado. En cuanto la vió corrió a una de las sillas y se sentó si darnos tiempo a reaccionar. "Cau, cau" pidió, "Cau fetería". Nos hizo tanta gracia que le pedimos el cola cao. El pequeñajo se había acomodado tan a gusto en la terracita a pesar del frío. Estábamos sentadas fuera porque mi madre fuma. Ella ha ido un montón de veces a ese bar a desayunar, así que la camarera ya la conoce. Y le debe habver caído en gracia porque no dudó en regalarle al chiquillo una galleta de chocolate con una pinta buenísima.
Daniel disfrutó de su "cau", su sandwich mixto y su galleta. Incluso hizo pis en el baño de la cafetería. Curiosamente muy limpio. Cuando terminó de merendar nos levantamos y pusimos rumbo a casa. En el camino, el peque se empeñó, como siempre en subirse a uno de los muchos coches de echar dinero que hay. Cómo la abuela no le niega nada el chiquillo se encaramó al primero que vió y consiguió el ansiado euros. "Ya subimos ayer a este coche y no dura nada, me comentó mi madre" Enseguida me di cuenta de por qué. Era uno de esos que te dan dos viajes por dos euros. Si no lo sabes te crees que ha acabado y te marchas dejando dinero para el siguiente niño. Mi madre se rió con mi explicación y se alegró de haber hecho feliz a otro niño aquella vez. Cuando se terminó la segunda tanda de balanceos, Daniel se bajó del coche y se subió corriendo a una moto. "Más, mas, maaas dinero" exigía. Yo le decía que no, que ya no quedaba más dinero para maquinitas. De repente, el niño tocó un botón y la moto se puso en marcha. Se quedó alucinado. A otra persona le había pasado lo mismo que a mi madre. No sabía lo de los dos viajes por un euro y había bajado a su niño a la mitad. "Mira, al final te han devuelto los cincuenta céntimos" le comenté.
Volvimos a casa paseando. El niño iba encantado. Al final llegamos casi a la hora del baño. Daniel estaba cansadísimo y nos pidió la cena enseguida. Tampoco tardamos mucho en meterlo en la cama.
Le di un beso y me fui directa a casa para asearme, comer e ir a buscar a Daniel a la guardería. Mi madre y yo salimos con tiempo de sobra para que nos diera tiempo a disfrutar de un café antes de ir a por el niño. Nos lo tomamos tranquilamente en una cafetería ubicada al lado de la puerta de la guaredría y cuando me iba a levantar mi madre cayó en la cuenta de que con las prisas se nos había olvidado la merienda del peque. Le pedí que le fuera pidiendo un sandwich mixto bien calentito mientras iba a por él.
El niño se alegró de que su mami fuera a por él. Me preguntó por la abuela "Tilde" y le dije que nos esperaba en una cafetería. "Fetería, fetería" coreó encantado. En cuanto la vió corrió a una de las sillas y se sentó si darnos tiempo a reaccionar. "Cau, cau" pidió, "Cau fetería". Nos hizo tanta gracia que le pedimos el cola cao. El pequeñajo se había acomodado tan a gusto en la terracita a pesar del frío. Estábamos sentadas fuera porque mi madre fuma. Ella ha ido un montón de veces a ese bar a desayunar, así que la camarera ya la conoce. Y le debe habver caído en gracia porque no dudó en regalarle al chiquillo una galleta de chocolate con una pinta buenísima.
Daniel disfrutó de su "cau", su sandwich mixto y su galleta. Incluso hizo pis en el baño de la cafetería. Curiosamente muy limpio. Cuando terminó de merendar nos levantamos y pusimos rumbo a casa. En el camino, el peque se empeñó, como siempre en subirse a uno de los muchos coches de echar dinero que hay. Cómo la abuela no le niega nada el chiquillo se encaramó al primero que vió y consiguió el ansiado euros. "Ya subimos ayer a este coche y no dura nada, me comentó mi madre" Enseguida me di cuenta de por qué. Era uno de esos que te dan dos viajes por dos euros. Si no lo sabes te crees que ha acabado y te marchas dejando dinero para el siguiente niño. Mi madre se rió con mi explicación y se alegró de haber hecho feliz a otro niño aquella vez. Cuando se terminó la segunda tanda de balanceos, Daniel se bajó del coche y se subió corriendo a una moto. "Más, mas, maaas dinero" exigía. Yo le decía que no, que ya no quedaba más dinero para maquinitas. De repente, el niño tocó un botón y la moto se puso en marcha. Se quedó alucinado. A otra persona le había pasado lo mismo que a mi madre. No sabía lo de los dos viajes por un euro y había bajado a su niño a la mitad. "Mira, al final te han devuelto los cincuenta céntimos" le comenté.
Volvimos a casa paseando. El niño iba encantado. Al final llegamos casi a la hora del baño. Daniel estaba cansadísimo y nos pidió la cena enseguida. Tampoco tardamos mucho en meterlo en la cama.
Más buenas noticias
Esta mañana ha venido el médico a visitar a Iván y ha decidido que... fuera drenajes! Y fuera la vía! Por fin el peque se ha visto fuera de cables. Cuando lo he visto con la herida de la operación cruzándole el pecho y los dos agujeros de los drenajes al aire casi me da un mareo, pero cuando lo he cogido en brazos se me han quitado todos los males. Aún así la enfermera no me dejó bañarlo a mí por si me impresionaba. Me ha dicho que mañana ya podré hacerlo yo sola.
Nada me ha importado porque después lo he tenido en brazos todo el tiempo. Nos hemos ido a dar una vuelta fuera de la habitación y lo he mecido contra mi pecho. El peque estaba encantado y yo más. Para colmo de bienes, el doctor me ha dicho que el lunes le hacen una ecografía al corazón y si todo va como debe nos dan el alta. Ojalá.
Cómo le han quitado la vía todas las medicinas hay que dárselas en la boca con una jeringuilla sin aguja. Son tantas que el pobre luego no quiere el biberón. Menos mal que sigue gordito. El médico dice que mientras haga alguna toma bien no es preocupante. Le haremos caso.
A cruzar otra vez los dedos para que el lunes podamos levantar el campamento del hospital y volver a la normalidad en casa.
Nada me ha importado porque después lo he tenido en brazos todo el tiempo. Nos hemos ido a dar una vuelta fuera de la habitación y lo he mecido contra mi pecho. El peque estaba encantado y yo más. Para colmo de bienes, el doctor me ha dicho que el lunes le hacen una ecografía al corazón y si todo va como debe nos dan el alta. Ojalá.
Cómo le han quitado la vía todas las medicinas hay que dárselas en la boca con una jeringuilla sin aguja. Son tantas que el pobre luego no quiere el biberón. Menos mal que sigue gordito. El médico dice que mientras haga alguna toma bien no es preocupante. Le haremos caso.
A cruzar otra vez los dedos para que el lunes podamos levantar el campamento del hospital y volver a la normalidad en casa.
jueves, 12 de enero de 2012
A planta con mil sonrisas
Cuando llegamos a Reanimacion esta mañana nos esperaba una maravillosa sorpresa. Ivan subía a planta. Nos tuvieron esperando un buen rato mientras quedaba libre un celador para que nos llevara al chiquillo a su nueva habitación. Iván durmió todo ese rato. Le habían pegado el chupete con esparadrapo. No sabía si reirme o llorar con este detalle. Cuando le dejaron en su nueva cama las celadoras se lo quitaron y criticaron el procedimiento, pero cuando el chiquillo se puso a berrear empezaron a comprender a su cuidador.
No estuvo mucho tiempo llorando. Muy pronto nuestras sonrisas se mezclaron con las suyas. Estaba muy risueño, gordito y con buen color. No le podían poner en cuna porque todavía tenía los drenajes, así que estaba escarranchado en una cama enorme. Estuvo toda la tarde y toda la noche muy contento.
Al poco rato mandé a mi marido a casa. No quería, pero tenemos que repartirnos. Es una tontería que estemos los dos aquí. Tenemos que hacer turnos para decansar.
Mi madre me trajo la mochila con las cosas para pasar la noche y me mandó a casa a cenar. Antes de que me diera tiempo a irme llegó Chari. Dejé al niño en buenas manos y me fui a casa. Allí me esperaban mi marido y mi hijo mayor. Pasé un rato muy agradable con los dos, cené y subí escopetada al hospital. No quería que Matilde y Chari se fueran muy tarde a casa. Las abuelas estaban tan encantadas como yo con su nieto. Al poquito llegó el tío Luis para llenar a su sobrino de carantoñas. Fue providencial porque así las bajo en coche y me dejaron ya acomodada para pasar la noceh con mi pequeñín. Por fin juntos.
No estuvo mucho tiempo llorando. Muy pronto nuestras sonrisas se mezclaron con las suyas. Estaba muy risueño, gordito y con buen color. No le podían poner en cuna porque todavía tenía los drenajes, así que estaba escarranchado en una cama enorme. Estuvo toda la tarde y toda la noche muy contento.
Al poco rato mandé a mi marido a casa. No quería, pero tenemos que repartirnos. Es una tontería que estemos los dos aquí. Tenemos que hacer turnos para decansar.
Mi madre me trajo la mochila con las cosas para pasar la noche y me mandó a casa a cenar. Antes de que me diera tiempo a irme llegó Chari. Dejé al niño en buenas manos y me fui a casa. Allí me esperaban mi marido y mi hijo mayor. Pasé un rato muy agradable con los dos, cené y subí escopetada al hospital. No quería que Matilde y Chari se fueran muy tarde a casa. Las abuelas estaban tan encantadas como yo con su nieto. Al poquito llegó el tío Luis para llenar a su sobrino de carantoñas. Fue providencial porque así las bajo en coche y me dejaron ya acomodada para pasar la noceh con mi pequeñín. Por fin juntos.
miércoles, 11 de enero de 2012
Un rayo de luz
Dormí fatal pensando en Iván. Sólo disfruté el momento que estuve con Daniel de camino a la guardería. Aunque debo confirmar que el café con mi madre también me relajó un poco. Estaba deseando que dieran las doce y media para ir e ver a mi bebé. Para colmo de males nos abrieron la puerta de Reanimación casi media hora tarde. Yo estaba que me comía las uñas.
Por fin abrieron y nos llamaron para entrar. Casi no podía esperara quieta en la cola de padres para lavarnos las manos antes de ir al encuentro de nuestros respectivos hijos. Allí estaba Iván, dormidito. Y allí había otra enfermera, tan simpática como nos tenían acostumbrados antes del encuentro con la estúpida. El médico nos dijo que el bebé tenía el riñón y el intestino inflamado como consecuencia de la operación, pero todo dentro de la normalidad. Esperaban que se le pasara entre hoy y mañana.
Estuve todo el rato acariciando la cabeza y las manitas del bebé. Iván se removía de vez en cuando, pero parecía muy a gusto con mi mano. Yo estaba encantada. Pensé que al entrar media hora tarde nos dejarían salir media hora más tarde, pero sólo nos "regalaron" quince minutos más allá de la hora.
Esa tarde llevamos a Daniel a la piscina otra vez. Estaba encantado de volver. Se la pasó bomba y nos costó muchísimo sacarle de allí. Lo mejor del polideportivo es que ponen a tu disposición pelotas, rulos, flotadores, manguitos, tablas... y un montón de cosas para que los niños se diviertan. Al final logré arrastrarlo a los vestuarios mientras clamaba por volver al agua. Estaba más arrugado que una pasa de tanto estar a remojo.
Le llevamos a casa y le dejamos viendo Dora la Exploradora mientras nos encaminábamos al hospital.
Encontramos a Iván dormidito, cómo no. El enfermero nos dijo que ya evacuaba muy bien y que se había comido un biberón como un campeón para luego dar un erupto digno de adulto. Todo eso me tranquiliza, porque significa que el riñón está volviendo a la normalidad.
El chiquillo se removió inquieto unas cuantas veces, pero se calmaba enseguida cuando le ponía la mano en la cabecita. Verlo tan tranquilo y relajado ha sido cómo un bálsamo para mi corazón. Ya falta menos para que me lo suban a planta.
Por fin abrieron y nos llamaron para entrar. Casi no podía esperara quieta en la cola de padres para lavarnos las manos antes de ir al encuentro de nuestros respectivos hijos. Allí estaba Iván, dormidito. Y allí había otra enfermera, tan simpática como nos tenían acostumbrados antes del encuentro con la estúpida. El médico nos dijo que el bebé tenía el riñón y el intestino inflamado como consecuencia de la operación, pero todo dentro de la normalidad. Esperaban que se le pasara entre hoy y mañana.
Estuve todo el rato acariciando la cabeza y las manitas del bebé. Iván se removía de vez en cuando, pero parecía muy a gusto con mi mano. Yo estaba encantada. Pensé que al entrar media hora tarde nos dejarían salir media hora más tarde, pero sólo nos "regalaron" quince minutos más allá de la hora.
Esa tarde llevamos a Daniel a la piscina otra vez. Estaba encantado de volver. Se la pasó bomba y nos costó muchísimo sacarle de allí. Lo mejor del polideportivo es que ponen a tu disposición pelotas, rulos, flotadores, manguitos, tablas... y un montón de cosas para que los niños se diviertan. Al final logré arrastrarlo a los vestuarios mientras clamaba por volver al agua. Estaba más arrugado que una pasa de tanto estar a remojo.
Le llevamos a casa y le dejamos viendo Dora la Exploradora mientras nos encaminábamos al hospital.
Encontramos a Iván dormidito, cómo no. El enfermero nos dijo que ya evacuaba muy bien y que se había comido un biberón como un campeón para luego dar un erupto digno de adulto. Todo eso me tranquiliza, porque significa que el riñón está volviendo a la normalidad.
El chiquillo se removió inquieto unas cuantas veces, pero se calmaba enseguida cuando le ponía la mano en la cabecita. Verlo tan tranquilo y relajado ha sido cómo un bálsamo para mi corazón. Ya falta menos para que me lo suban a planta.
Mi príncipe
Cuando nació Daniel cayeron regalos de todas partes. Muchos quisieron contribuir a aumentar el armario del bebe y me entregaron verdaderas maravillas de la moda infantil. La realidad es que esos conjuntitos solo se los puse una o dos veces. Al menos una vez porque me hacia ilusión. La mayoria de las veces lo tenia empijamado. Incluso para salir a la calle porque era lo mas comodo. Tanto para él como para mí.
En vista del resultado, esta vez le han caído a Ivan pijamas preciosos que han contribuido a resaltar su belleza (babas, babas). Entre todos ellos, el de biberones de la hermana de Raul, el de rayas rojo y gris de Mara, una amiga de Chari, el de las tortugas de la tía Lola... Me gustaría destacar el de Ana, una amiga de mi madre, no solo porque con él puesto mi niño parece un príncipe (para deleite de las abuelas) sino porque lo acompañaba una nota de animos para mí que me emocionó. También le regaló un abrigo blanco monísimo que combina con el pijama.
A pesar de mi preferencia por los pijamas, todavía algunos familiares y amigos han insistido en comprarle ropa elegante para ocasiones especiales, que le voy poniendo, aunque con menos regularidad que los mentados pijamitas.
Otra preciosidad que le ha caído a mi chiquitín son unas chaquetitas hechas a mano tanto por parte de una amiga de mi suegra como de su abuela politica. Ambas son prodigiosas tejiendo. Y un abriguito rojo que tambien le regalo una amiga de mi suegra... Bueno y otras mil cosas. La verdad es que si me pongo a enumerar todas las prendas maravillosas que han venido a engrosar el armario de mi bebe no acabo. Y eso que este niño ya estaba surtido gracias a su hermano. Tiene más ropa que yo.
martes, 10 de enero de 2012
La enfermera estúpida
Después de llevar a Daniel a la piscina jugamos un poquito con él y nos despedimos con muchos besos para irnos a ver a su hermanito al hospital. Cuando llegamos estaba dormido, cómo siempre. La enfermera nos dijo que había estado muy bien.
Al ratito se despertó. Estuvimos jugando un ratito con él. Parecía un poco contento, pero estaba embotado por los sedantes y le costaba mucho enfocar la mirada y hacer ruidos con la garganta. Se acabó agobiando y empezó a llorar. Fui a pedirle un biberón a la enfermera porque parecía hambriento. Me lo trajeron muy rápido. Cómo esta mañana me lo había vomitado se lo dí calmadamente. El peque intentaba succionar como un loco, pero tenía la lengua torpe. De vez en cuando se lo retiraba y se ponía a lloriquear. Finalmente acabó vomitando otra vez. Pero esta vez, la enfermera que acudió no me trató amablemente. Me acusó de agobiar al niño y de obligarle a comer sin ganas con un tono de voz recriminatorio. Cuando logré salir de mi asombro me puse a llorar sin poder evitarlo. La estúpida en cuestión pareció arrepentirse un poco de sus modos, pero no tuvo ningún reparo en echarme del lado de mi hijo para limpiarlo. Con la escasa media hora que me dejan acompañarlo y encima esto. No entiendo por qué no podíamos estar a su como esta mañana.
Mi llanto cada vez se hacía más incontrolable. Me llamaron cuando hubieron terminado de cambiarlo. Mi hijo lloraba desconsolado. Intenté calmarlo, pero se me echó al hora encima y la misma enfermera vino a decirnos que nos despidiéramos de él. Yo seguía llorando sin poder controlarme. La chica estuvo intentando consolarme todo el trayecto hasta la puerta, pero ya era demasiado tarde. Ya la había etiquetado como la enfermera estúpida que espero que no me vuelva a tocar jamás.
Llegué a mi casa con los ojos todavía llenos de lágrimas. Raúl intentó animarme en todo momento, pero yo no me pude quitar de la cabeza la imagen de Iván llorando. Espero que mañana todo vaya mejor.
Al ratito se despertó. Estuvimos jugando un ratito con él. Parecía un poco contento, pero estaba embotado por los sedantes y le costaba mucho enfocar la mirada y hacer ruidos con la garganta. Se acabó agobiando y empezó a llorar. Fui a pedirle un biberón a la enfermera porque parecía hambriento. Me lo trajeron muy rápido. Cómo esta mañana me lo había vomitado se lo dí calmadamente. El peque intentaba succionar como un loco, pero tenía la lengua torpe. De vez en cuando se lo retiraba y se ponía a lloriquear. Finalmente acabó vomitando otra vez. Pero esta vez, la enfermera que acudió no me trató amablemente. Me acusó de agobiar al niño y de obligarle a comer sin ganas con un tono de voz recriminatorio. Cuando logré salir de mi asombro me puse a llorar sin poder evitarlo. La estúpida en cuestión pareció arrepentirse un poco de sus modos, pero no tuvo ningún reparo en echarme del lado de mi hijo para limpiarlo. Con la escasa media hora que me dejan acompañarlo y encima esto. No entiendo por qué no podíamos estar a su como esta mañana.
Mi llanto cada vez se hacía más incontrolable. Me llamaron cuando hubieron terminado de cambiarlo. Mi hijo lloraba desconsolado. Intenté calmarlo, pero se me echó al hora encima y la misma enfermera vino a decirnos que nos despidiéramos de él. Yo seguía llorando sin poder controlarme. La chica estuvo intentando consolarme todo el trayecto hasta la puerta, pero ya era demasiado tarde. Ya la había etiquetado como la enfermera estúpida que espero que no me vuelva a tocar jamás.
Llegué a mi casa con los ojos todavía llenos de lágrimas. Raúl intentó animarme en todo momento, pero yo no me pude quitar de la cabeza la imagen de Iván llorando. Espero que mañana todo vaya mejor.
Un corazón musculoso
Estoy aprovechando que no me dejan estar con mi bebé para hacer cosas con Daniel. Así que le estoy llevando yo a la guardería por las mañanas, luego me tomo un café con mi madre, que también voy a desatender totalmente cuando me dejen estar con Iván todo el tiempo, y luego me dedico a organizar cosas.
Esta mañana hemos ido a ver a Iván. Por fin lo hemos visto despierto. Me han dejado darle el biberón, pero el pobre lo ha vomitado. La enfermera fue muy amable porque enseguida le cambió las sábanas y me dijo que no me preocupara, que era normal. El pequeñajo lloraba con su voz ronca por el tubo de respiración artificial que le quitaron el primer día. Afortunadamente se calmó con el chupete y volvió a dormirse.
Cómo está con calmantes muy fuertes para el dolor, tenía los ojos desenfocados y los labios caídos. Da mucha penita, pero, como dicen, es lo normal en estos casos y no me puedo dejar llevar por las apariencias.
El médico nos ha dicho que con el sobreesfuerzo que ha hecho el bebé con el corazón se le había endurecido demasiado. Cómo cuando trabajas mucho un músculo. Ahora tiene que volver a reblandecerse para que pueda llenarse bien de sangre y volver a bombear con normalidad. Por lo demás el chiquillo está muy bien.
Tengo unas ganas tremendas de que lo pasen a planta para poder estar todo el tiempo con él y cogerle en brazos.
Esta mañana hemos ido a ver a Iván. Por fin lo hemos visto despierto. Me han dejado darle el biberón, pero el pobre lo ha vomitado. La enfermera fue muy amable porque enseguida le cambió las sábanas y me dijo que no me preocupara, que era normal. El pequeñajo lloraba con su voz ronca por el tubo de respiración artificial que le quitaron el primer día. Afortunadamente se calmó con el chupete y volvió a dormirse.
Cómo está con calmantes muy fuertes para el dolor, tenía los ojos desenfocados y los labios caídos. Da mucha penita, pero, como dicen, es lo normal en estos casos y no me puedo dejar llevar por las apariencias.
El médico nos ha dicho que con el sobreesfuerzo que ha hecho el bebé con el corazón se le había endurecido demasiado. Cómo cuando trabajas mucho un músculo. Ahora tiene que volver a reblandecerse para que pueda llenarse bien de sangre y volver a bombear con normalidad. Por lo demás el chiquillo está muy bien.
Tengo unas ganas tremendas de que lo pasen a planta para poder estar todo el tiempo con él y cogerle en brazos.
La piscina cubierta
Daniel lleva pidiéndome un tiempo que le lleve a la piscina. A la cubierta, evidentemente. Con este tiempo invernal cualquiera se atreve con la otra. Pero yo no podía darle el capricho porque veía imposible a excursión con los dos hermanos.
Ayer Raúl me dijo que podíamos llevarle hoy mientras no estuviéramos con Iván. Me pareció una idea estupenda. Así el peque disfrutaría de sus papás enormemente antes de que pasen al bebé a planta y desaparezcan durante un tiempo.
Le contamos el plan cuando le recogimos de la guardería y se emocionó. Fue dando saltitos todo el camino. Llegado un momento se impacientó. "No veo pitina, no hay pitinaaaaaa" se quejaba lastimeramente. Raúl y yo le decíamos que sí, que en el edificio del fondo estaba la piscina.
Por fin llegamos, con el movimiento y el estrés de los últimos días no tengo la cabeza donde debería y se me olvidaron los gorros y las zapatillas. El recepcionista se portó genial, nos prestó tres gorros y nos orientó en las normas de la piscina. Incluso nos dijo dónde había otra piscina cubierta infantil que sí habría el fin de semana para ir con Daniel. Ellos sólo abren de lunes a domingo.
Raúl se fue al vestuario para chicos y yo me llevé a Daniel conmigo. Le desnudé lo más rápido que pude y me puse el bañador a la velocidad del rayo porque el crío estaba deseando meterse en el agua.
La verdad es que la piscina es ideal para niños. Mi peque hacía pie y quería ir solito de un lado para otro. A veces se resbalaba o tropezaba y tragaba agua. Menos mal que aprendió a ir con la boca cerrada. Intentamos enseñarle a nadar. Conseguimos que moviera los bracitos y las piernitas un rato, pero pronto se aburrió. Las monitoras de un curso nos prestaron un rulito de esos que usan los niños hoy en día y se lo pasó en grande.
Estuvimos allí una hora larga. Hasta que Daniel empezó a sentir frío. Entonces lo envolví en su toalla y la mía y me lo llevé al vestuario para vestirlo. En cuanto entró en calor quiso volver al agua, pero ya no le dejé. En un momento dado se miró la pupa que se había hecho en el horno en nochevieja. Asustado me enseñó el dedito gritando "Se ha roto, se ha rotoooo". Con el agua el dedo se había arrugado y se había caído parte de la piel de la ampolla. El agujerito le había impresionado. Le expliqué que era normal y que se arreglaría sólo, pero no quedó muy convencido.
A la salida no hubo manera de convencerle para que se dejara secar el pelo con el secador, así que se lo secamos como pudimos con la toalla y le pusimos en verdugo para que no nos cogiera un pulmonía.
Tan agotado estaba que cuando salimos para ir a ver a Iván él ya estaba pidiendo la cena para irse a dormir temprano.
Ayer Raúl me dijo que podíamos llevarle hoy mientras no estuviéramos con Iván. Me pareció una idea estupenda. Así el peque disfrutaría de sus papás enormemente antes de que pasen al bebé a planta y desaparezcan durante un tiempo.
Le contamos el plan cuando le recogimos de la guardería y se emocionó. Fue dando saltitos todo el camino. Llegado un momento se impacientó. "No veo pitina, no hay pitinaaaaaa" se quejaba lastimeramente. Raúl y yo le decíamos que sí, que en el edificio del fondo estaba la piscina.
Por fin llegamos, con el movimiento y el estrés de los últimos días no tengo la cabeza donde debería y se me olvidaron los gorros y las zapatillas. El recepcionista se portó genial, nos prestó tres gorros y nos orientó en las normas de la piscina. Incluso nos dijo dónde había otra piscina cubierta infantil que sí habría el fin de semana para ir con Daniel. Ellos sólo abren de lunes a domingo.
Raúl se fue al vestuario para chicos y yo me llevé a Daniel conmigo. Le desnudé lo más rápido que pude y me puse el bañador a la velocidad del rayo porque el crío estaba deseando meterse en el agua.
La verdad es que la piscina es ideal para niños. Mi peque hacía pie y quería ir solito de un lado para otro. A veces se resbalaba o tropezaba y tragaba agua. Menos mal que aprendió a ir con la boca cerrada. Intentamos enseñarle a nadar. Conseguimos que moviera los bracitos y las piernitas un rato, pero pronto se aburrió. Las monitoras de un curso nos prestaron un rulito de esos que usan los niños hoy en día y se lo pasó en grande.
Estuvimos allí una hora larga. Hasta que Daniel empezó a sentir frío. Entonces lo envolví en su toalla y la mía y me lo llevé al vestuario para vestirlo. En cuanto entró en calor quiso volver al agua, pero ya no le dejé. En un momento dado se miró la pupa que se había hecho en el horno en nochevieja. Asustado me enseñó el dedito gritando "Se ha roto, se ha rotoooo". Con el agua el dedo se había arrugado y se había caído parte de la piel de la ampolla. El agujerito le había impresionado. Le expliqué que era normal y que se arreglaría sólo, pero no quedó muy convencido.
A la salida no hubo manera de convencerle para que se dejara secar el pelo con el secador, así que se lo secamos como pudimos con la toalla y le pusimos en verdugo para que no nos cogiera un pulmonía.
Tan agotado estaba que cuando salimos para ir a ver a Iván él ya estaba pidiendo la cena para irse a dormir temprano.