Mis hijos ya son unos gansos de tomo y lomo, pero ello no quita que les encante el chocolate. Y cualquier excusa es buena si el premio es chocolate, así que ya esperaban la búsqueda de Huevos de Pascua como agüita de mayo.
Como aún no estamos en mayo, pero sí en abril, aguas mil, adelantamos la búsqueda para que nos coincidiera con un tramo de meteorología no lluviosa. No fue el domingo de Ramos, pero, qué más da.
Tampoco escondía los huevos con saña, que se diga, porque a estas alturas no están aquí por la emoción de la búsqueda y el juego, sino por el delicioso chocolate, que quieren obtener cuando más rápido y menos esfuerzo, mejor.
Aunque pensándolo bien, creo que siempre ha sido así. Estas búsquedas siempre han estado teñidas de ansia e inmediatez. Alguna vez, incluso han empezado a buscar antes de que me diera tiempo a soltar todos donde fuera.
Luego se quejan porque no me acuerdo donde los metí y alguno queda abandonado a su suerte.
Aparecen mucho después, pero sólo sirven para ir a la basura. ¡Como les fastidia!
En fin, que cogí los chocolates y los distribuí sin mucho ahínco por el salón y el patio para que los encontraran estos dos golosos.
Aún así les costó la vida encontrar algunos. ¡Venga a pedirme pistas! ¡Venga a pedirme pistas!
Y yo buscando también, porque, ¡cómo me voy a acordar de donde he puesto más de veinte huevos!
Menos mal que se quedaron conformes con los que encontramos (espero que todos).
La norma es poner todos en común y repartirlos equitativamente entre los niños y con mucha desventaja entre los adultos. Ahora sólo hay dos "niños", pero hubo un tiempo que venían un montón a por lo huevos de chocolate. Me huelo que seguirían viniendo si lo supieran, pero lo de compartir puede que aún no lo hayan pillado del todo estas fieras.
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