domingo, 30 de septiembre de 2012

Aparatosos tortazos en el parque

Pobrecito Iván. Estaba tan feliz en el castillito del parque cuando se me cruzó Daniel durante unos segundos. Eso bastó para que mi bebé se tropezara y se diera un gran leñazo en la boca y la nariz. Se puso a berrear como un loco y yo lo recogí preocupada. La sangre manaba exageradamente. Le puse agua, le limpié con clinex, le tuve abrazado un buen rato hasta que se calmó. Cuando le observé más detenidamente me di cuenta de que también le sangraba una heridita en el labio, que empezaba a hincharse un poco.

Los padres que acompañaban a sus hijos se acercaron a preocuparse por el pequeñajo. Por un momento pensé en recoger e irme a casa, pero Daniel se lo estaba pasando tan bien que me quedé un rato más. Al principio, Iván estaba un poco parado y mimoso, pero enseguida volvió a las andadas.

Al rato, recogimos los juguetes y fingimos que metíamos al bebé en un carrito ambulancia, pusimos la sirena vocal y corrimos a nuestra casa hospital para que papá (el médico) atendiera a nuestro enfermito.

Al día siguiente le tocó el turno a Daniel. Se tropezó y se dio directo en la nariz. Más sangre, más lloros, mimos y más mimos. Otro espectáculo sangriento. Afortunadamente esta vez estaba papá con nosotros y me lo tomé con mucha más calma. Al peque se le pasó el susto en cuanto logramos cortar la hemorragia y siguió dando botes como si tal cosa. La gente se volvía a mirarlo asombrada porque dio la casualidad de que no llevábamos ni un triste clinex y el pobre parecía un zombie de la serie "Walking Dead".

sábado, 29 de septiembre de 2012

Un cumpleaños interminable

Y como no hay dos sin tres, ¡celebramos el cumpleaños con la familia el sábado! Desde luego se está cumpliendo el deseo de mi peque de que todos los días sea su cumpleaños.


En realidad fue una comida íntima a la que iban a venir la abuela Chari y el tío Luis, pero al tío Luis se le fue la cabeza y llegó deprisa y corriendo a los postres porque algo en su cerebro le hizo creer que la celebración era por la tarde. Menos mal que pudo degustar la tarta baclava de chocolate que hizo Raúl con todo su esmero.

A Daniel no le importó en absoluto que su tío se equivocara. Él era feliz con su tarta, su corona y los mimos.

También quedó encantado de recibir más regalos. La abuela Chari le dio el suyo y el de la abuel Paca. Primero le entregó unos libros preciosos que le maravillaron. No podía dejar de pasar páginas. Tanto era así que no se dignó a abrir ningún regalo más hasta que no le amenacé con devolverlos. Es que el peque necesita su tiempo con cada paquete. Hay abrirlos y jugar antes de seguir con el siguiente. Una costumbre que me encanta, pero mi suegra tiene alergia a los gatos y teníamos que salir a dar una vuelta para que tomara aire fresco urgentemente.

La abuela le entregó también una especie de ordenador con láminas que nos encantó a todos. El juego consiste en buscar cosas en las láminas y dar al botón adecuado.

El tío Luis le regaló un puzzle gigante de letras y dibujo. El chiquitín se empeñó en hacerlo antes de irse a la cama.

Creo que esta va a ser la último celebración de los tres años ¡gracias a dios! Aunque el cumpleaños de Iván se acerca peligrosamente y hay que empezar a repararlo ¡ya!








viernes, 28 de septiembre de 2012

Celebrando el cumpleaños en el cole

Este año el cumpleaños de Daniel se está alargando hasta el infinito. Resulta que en el cole de mayores celebran todos los cumple de cada mes el  último viernes del mismo. Supongo que porque resulta más fácil. En la clase de mi primogénito cumplen otros dos niños en septiembre. Así que me puse de acuerdo con las madres para organizarnos. En realidad no contaba con ellas y ya me había hecho mi plan, así que les informé de mi idea, propuse que la cambiaran como gustasen y como estuvieron de acuerdo en todo lo que dije, me encargué de todo.

Eso en teoría, porque la realidad fue que me puse mala y las galletas de huevo caseras que quería llevar se quedaron en compradas. Las cajas de galletas de chocolate, los gusanitos y los zumos los compró Raúl, porque yo no podía mover un dedo.

Lo único que realmente hice fue llevarlo todo a la clase. Había que tener mucho cuidado porque tenemos un alérgico al huevo y un alérgico a los frutos secos.

En este colegio no te permiten llevar chuches, excepto los maravillosos gusanitos bolsa verde que deben ser de aire porque son aptos para cualquier alergia que se tercie. ¡Menos mal!

El peque salió dando saltitos de clase ese día. Llevaba la cabeza bien alta porque le habían puesto una esplendorosa corona de cartulina verde que no se quiso quitar en toda la tarde. Una pena que no cuente casi nada de lo que le pasa en el cole, porque me quedé sin saber cómo fue el cumpleaños. Por su sonrisa intuyo que se lo pasó muy bien.

En el camino a la puerta de salida se enganchó a su amigo Guille y los dos se pusieron a dar saltos en los charcos como locos. Afortunadamente ambos llevaban sus botas de agua. A la cuidadora del amigo de Daniel y a mí nos costó muchísimo convencerles de que nos teníamos que ir a casa (llovía bastante). Cambién el camino a casa para que coincidiera con el de su amigo y así pudieran empaparse a gusto un poco más.

En cuanto llegamos a casa le cambié la ropa de arriba a abajo.

Estallido

La noche ha sido toledana, Iván no para de llorar, Daniel no quiere desayunar, ni vestirse, ni ir al cole... Me doy golpes tontos con las esquinas de los muebles, con las puertas... No me da tiempo a desayunar... Daniel quiere ver Peppa Pig en la web de Clan e Internet no va... ¡Funciona! ¡¡Funciona!!, ¡¡¡Funcionaaaaaa!!!

"¡¡¡Se acabaron las tonterías!!! ¡¡¡Me da igual que no quieras ir al cole ni desayunar!!! ¡¡¡Te vas al cole y punto!!! ¡¡¡Iván, llora lo que quieras!!! Yo ya no puedo hacer más ¡¡¡Sólo tengo dos manos!!! ¡¡¡Sólo hay una madre aquiiiiiiiii!!!"

Los tonos agudos llegan a su máximo, la histeria toma posesión de mi cuerpo, la ira corre por mis venas... De repente noto un tironcito en mi camiseta. Daniel me está mirando muy serio.

"¿Mami? ¿Por qué hablas así?" Me pregunta inocentemente.

Me tapo la cara unos segundos, cuento hasta a diez y me enfrento a mi hijo de tres años recién cumplidos.

"Mamá, está un poco nerviosa, cariño. Perdona" Le explico.

"Te perdono. Muuuuuuacs". Me da un beso baboso y un abrazo. "¿Y ahora me pones Peppa Pig?"

Tranquila, respira, respira...

"No cielo, ahora nos vamos al cole".

Algo debe haber en mi tono porque no me replica como antes. Les pongo los abrigos. El bebé sigue berreando hasta que cruzamos el umbral de la puerta.

En la calle los dos parecen unos santos. En cuanto les deje en sus respectivos colegios empezaré a limpiar, recoger, tender la ropa mojada...

jueves, 27 de septiembre de 2012

El virus peludo

La misma noche del día en que Daniel cumplió los tres años empezó Iván con una gastroenteritis heredada en su clase. Tocó limpiar la vomitona de la cuna, el pijama, el suelo... a las cinco de la mañana. Hasta entonces el chiquitín había dormido estupendamente. Y después... también. Se despertó muy contento. Es increíble lo bien que encajan las enfermedades mis hijos.

Cuando me la pegó a mí, al día siguiente, no me fue tan bien. Vomité muchísimo y por la mañana no tenía fuerzas para levantarme. Raúl tuvo que llevar a los chiquillos a clase.

Cuando volvieron y Daniel se abalanzó a mis brazos. Le tuve que explicar que también se lo podía contagiar y la mejor manera fue a través de un cuento.

"Ten cuidado cariño. Mamá tiene un virus peludo en el estómago que le está mordiendo, pegando patadas, saltando y haciendo mil perrerías" Comencé.
"¿Me lo cuentas, mamiiii?" Me interrogó encantado mi chico.
"Claro que sí, mi cielo. Resulta que un niño de la clase de Iván tenía el virus en el estómago, pero lo soltó en un juguete que rechupeteaba. Dio la casualidad de que Iván fue a babear ese mismo juguete y el virus se coló en su estómago. Entonces empezó a saltar, a morder, a pegar patadas... hasta que Iván lo vomitó la noche de tu cumpleaños. ¿Y quien limpió el desaguisado? Pues mamá. Así que el virus aprovechó para meterse en mi estómago. Ahora lo tengo saltando, mordiendo y pegando patadas en mi barriguita y por mucho que he vomitado aún no se ha ido. No quiero que te acerques mucho para que no salte a tu estómago y te pongas malito". Concluí.

"¿Me lo cuentas otra veeeeez?" Exclamó el peque.

En cuanto se lo repetí unas cuantas veces me preguntó si me encontraba mejor y me aseguró que me iba a cuidar. Mi niño es un sol.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Días de lluvia

Por fin llegaron las lluvias de septiembre. Se han hecho de rogar. ¡Casi estamos en octubre! Pero ya están aquí para gran alegría de Daniel que no veía la hora de ponerse sus botas de agua y dar saltos en los charcos como un loco.

Este año hemos añadido una novedad a la diversión. Mi hijo mayor estaba deseoso de tener entre sus manos un ¡paraguas! No ha parado hasta que le he dejado el mío. Se ha pasado todo el camino hacia el cole de su hermano pavoneándose con él abierto de un lado al otro mientras yo permanecía ojo avizor para que no hubieran heridos en su camino.

Ha tenido muchísima suerte porque su vecinito Jorge le ha regalado una pedazo de paraguas de Spiderman para su cumpleaños. Un regalito extra que no se esperaba y que le ha hecho muchísima ilusión. Ya no me tiene que quitar el mío.

martes, 25 de septiembre de 2012

Tercer cumpleaños: una odisea en el espacio

Daniel se levantó de un salto y con una sonrisa de oreja a oreja el día de su cumpleaños. "¡Felicidades!" exclamó. "Felicidades guapísimo" le contestamos sus padres. Mi peque me regaló un abrazo de oso que imitó su hermanito no ser menos. Empezábamos bien el día.

De camino al cole no paraba de repetirme que tenía que preparar la fiesta para cuando él volviera. Le aseguré que así sería. Nada más llegar a la puerta de su clase su amiguito Luis corrió a felicitarlo. Fue un detalle precioso que Daniel agradeció con muchos besos y abrazos.

Después de dejar al bebé berreando en su clase, corrí a casa para prepararlo todo: colgar la galaxia, preparar el mantel espacial (con papel plata y pegatinas de estrellas), montar el cuadro de mandos, ultimar las tartas que había hecho el día anterior... Casi muero en el intento.

Corriendo porque se me había hecho un poco tarde llegué sin aliento al colegio. Desde la puerta del mismo llamamos a la tía Ana porque habíamos quedado en que venía a felicitarlo cuando saliera de clase. La hermana de Raúl tenía una sorpresa gigante para su sobrino. ¡Un chupa chups enorme! A Daniel se le salían los ojos. "Me gusta, me gusta, muchísimo. Me viene bien" Y ya no hubo manera de arrancárselo de las manos. En cuanto llegamos a casa hubo que abrirlo y darle uno de los chupa chups que contenía la chuche gigante.

Cuando se hubo ido la hermana de Raúl ya no hubo manera de convencer al pequeñín para que durmiera la siesta. Él quería jugar con su tren. Mi madre y mi hermana llamaron para felicitarle y aproveché para darle al regalo de Silvia en vivo y en directo vía teléfono. Eran una piezas de madera de diferentes formas y tamaños acorde con el tren del Ikea para hacer pueblos, árboles, torres o lo que quisiera. Le encantó. Enseguida usó los bloques para cortar la vía y empezar una gran obra.

La prima Natalia y sus padres habían intentado felicitarle por teléfono el día antes, pero Iván tenía un mal día y sus lloros estropearon un poco la comunicación. Aún así, Danielillo se enteró de qué iba la película después porque yo se lo conté. Con el bebé berreando no oía nada de lo que si `rima le decía.

Me costó muchísimo despegarle de los juguetes para ir a recoger a su hermanito. A la vuelta nos encontramos con papá que no se quería perder la fiesta por nada del mundo. Daniel se echó literalmente en sus brazos.

Al doblar la esquina le esperaba otra sorpresa. Mari Carmen, Yoli, Fátima y Ángela (las chicas de lo viernes del bizcocho) le habían preparado un palo lleno de globos y piruletas. El pobre ya no sabía cómo actuar con tantas emociones. Daba besos y abrazos a diestro y siniestro, corría de un lado a otro, saltaba como un loco, se tiraba por el suelo...

Tuvimos que cortar tanta efusividad porque vimos aparecer a los primero invitados y tuvimos que subir a casa.

A los niños les encantó la improvisada nave espacial. Les regalé diademas con antenitas para crear más ambiente. Algunos se las pusieron encantados y otros se las quitaron cómo si quemaran. Así son los peques. Totalmente impredecibles. La fiesta fue un éxito. En general los chiquillos se lo pasaron muy bien con la nave, los globos, el tren, los coches, los disfraces... Desde luego, hubo peleas, gritos, lloros, accidentes pequeñitos... Pero en general, también se oyeron muchas risas.

Las tartas gustaron muchísimo. Tanto, que los niños no pudieron esperar a que un adulto repartiera trozos y empezaron a comérsela con sus manitas ante los horrorizados ojos de la madres (yo incluida, aunque he de reconocer que me hacía gracia verlos disfrutar con las piedrecitas de nubes, los lacasitos y los maltesser).


De repente, se reunieron todos y le hicieron entrega al protagonista del día de un regalo conjunto que hizo que se iluminaran sus ojos... Y los de su padre. Nada menos que una caja de Lego de un establo, con coche remolque y todo. Por supuesto, hubo que sacarlo y montarlo para que jugaran todos. Aunque, he de admitir que Daniel no prestó el coche con remolque a nadie. Incluso buscó un rinconcito apartado para jugar con él a gusto. No le dije nada porque ya había prestado sin ningún problema el resto de los juguetes y tampoco le puedo pedir peras al olmo.

Como colofón, la abuelita Chari hizo su aparición estelar para alegría de su nieto cumpleañero y de Iván, que no dudó en usarla de apoyo para correr por toda la casa dando grititos.

Desgraciadamente, todo tiene un final y los amigos se fueron a sus casas a regañadientes. Recogieron todo con ayuda de las mamis y se despidieron con más besos y abrazos. Daniel estaba tan contento que quería que todos los días fueran su cumpleaños.

El tío Luis también se pasó a última hora para felicitar a su sobrino antes de que se fuera a dormir.

Los dos niños cayeron agotados en sus camas, aunque a Daniel costó mucho acostarlo porque no quería más que jugar con el establo de Lego. Su papá le contó un cuento de astronautas mientras nuestro chico mayor agitaba los palos luminosos de las antenitas.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Animales y cubos para hacer un zoo

La verdad es que se me ocurren muchas más cosas que hacer con Daniel que con Iván por cuestiones de edad. Cuando el mayor era un bebé tampoco se me ocurrían muchos juegos más allá que las cosquillas, el cucutrás y las rodillas caballito. Pero me apetecía mcho salir de esa dinámica con el pequeñín de la familia.

Se me ocurrió sacarle nos animales de plástico para que jugara. El cogía uno y yo lo nombraba e imitaba el sonido que emitía o exclamaba alguna característica (He de admitir que no tengo ni idea de lo que hace la Jirafa, así que gritaba entusiasmada ¡Jirafa altaaa!). Le encantó. Cogía y soltaba animales mientras me miraba para ver que hacía en esa ocasión. Cuando se cansó le saqué unos cubos encajables. Estuvo mucho tiempo golpeándolos, apilándolos e, incluso encajándolos, aunque no en orden, como es de suponer.

Al final le mezclé los dos juegos para ver que hacía. Se dedicó a meter y sacar los animales de las cajas. Estuvo entretenido muchísimo tiempo.

Cuando acosté al bebé. Daniel se encontró todo el tinglado en la habitación de juegos y se empeñó en jugar él también. Hicimos un zoo chulísimo. Con los cubos pequeños construimos unas escaleras. Los cubos grandes los pusimos alrededor y finalmente añadimos las personas de Lego para que lo visitaran subiendo las escaleras y asomándose por los cubos grandes.

Me lo pasé en grande con los dos.

domingo, 23 de septiembre de 2012

¡Todos al treeeen!

Ayer le puse a Daniel capítulos del Dinotrén en la tele de la página web de clan, en uno de ellos explicaba como funciona una locomotora a vapor, y también hicimos una ficha de la unidad didáctica que te proporciona, si lo pides, el museo que fuimos a visitar hoy: Nada más y nada menos que el Museo del Ferrocarril.

Quedamos con Hugo y su mamá para ir todos juntos a disfrutar de la visita. Daniel estaba encantado de que viniera su gran amigo. Para comenzar la aventura nada mejor que llegar hasta allí en metro. Al mi chico le encanta viajar en este medio de locomoción.

En la puerta del Museo había una locomotora antigua que fascinó a los más pequeños. Supongo que no se esperaban encontrar la retahíla de trenes que les esperaba tras el umbral. El Museo se ubica en una antigua estación ya sin uso, que conserva las vías y trenes de verdad. Para delicia de los niños te podías subir a la cabina de un tren a vapor y a un vagón de pasajeros de los años setenta. Daniel se metió en la piel de un conductor de trenes en el primero y de un revisor bastante exigente en el segundo. También encontramos una pequeña locomotora que podían manipular en un rincón del espacio expositivo.

Ivan sólo quería caminar entre tanta maquinaria. Cuando intentabas sentarle en el carrito se debatía ferozmente. Le dejé incluso gatear a sus anchas un ratito, pero sólo conseguí que se emporcara aún más y salvarle en el último segundo de dar con su cabeza en las vías.

Las detalladas maquetas también maravillaron a los pequeños visitantes. No se cansaban de ver a los trenes dar vueltas y de buscar detalles curiosos. Fuentes, casa y edificios con luces, estaciones enteras, bases militares, grúas, todo tipo de trenes... Todo eso y mucho más encontrábamos en las maquetas. Eran realmente impresionantes.

Otra grata sorpresa nos la llevamos con el rincón de lectura para niños. Un cordón delimitaba una zona con mesas y sillas de Ikea, estanterías cómoda para pequeños lectores y una grandiosa selección de libros donde los protagonistas eran los trenes, lógicamente. También tenían ceras y dibujos para colorear.

Cansados de tanto deambular hicimos una parada en el vagón cafetería que tienen adecuado al efecto. Los niños estaban encantados de tomarse su batido en un tren, aunque estaban deseando que se pusiera en marcha, algo que no iba a ocurrir de ningún modo. Fue imposible que entendieran que la cafetería del museo no se podía ir a ningún sitio. Aproveché para darle de comer a Iván. Daniel y Hugo se habían hinchado a las galletas de chocolate que había traído Silvia y en la cafetería dieron buena cuenta de las patatas, así que ya estaban servidos hasta que llegara cada unos a su casa a comer.

Cuando salimos, descubrimos un pequeño tren infantil que se recorría el patio de la estación. No dudamos un segundo en montarnos con los mayores. El camino nos llevaba por una estación, por túneles, estrechos pasos de arbustos... Lo peques no se perdían ni un detalle.

A la salida Daniel lloró un poquito porque no le compramos uno de los trenes de madera que se exponían en la tienda. Para consolarlo, le prometimos que le daríamos su regalo de cumpleaños cuando se despertara de la siesta.

Comió estupendamente y durmió como un bendito. Igual que su hermano que, a pesar de la siesta que se pegó en el viaje de vuelta, todavía le quedaba sueño para roncar ratito en la cuna.

Cuando se levantaron los chiquitines les dimos de merendar y Daniel recibió sus primeros regalos de cumpleaños. "¡Mi tren de madera!" Exclamó cuando vio los paquetes. Exacto. La sorpresa se había chafado porque lo que contenían los paquetes eran diferentes piezas del tren de madera que venden en el Ikea. Nosotros le regalábamos unos y su abuela Matilde otro. En el paquete de su abuelita ponía "Viene de Canarias" junto con el dibujo de un avión, por deseo expreso de mi madre.

Su cara de felicidad recompensó con creces que se hubiera estropeado la sorpresa. Estuvo jugando con su tren y el circuito que le montó su padre muchísimo rato. Fue la guinda de un día perfecto para mi niños mayor.