sábado, 31 de marzo de 2012

Sana sana, culito de rana...

Mi niño mayor se ha aprendido la canción de "Sana sana, culito de rana" y no pierde el tiempo en cantártela en cuanto ve la más mínima pupa en tu piel. Lo mejor es que termina la última estrofa con un sonoro "¡mañana! seguido de un beso. De hecho la segunda parte de la canción la canta a toda marcha y sin vocalizar en absoluto, pero eso no le quita encanto a la escena.

¡Vamos! Que se me cae la baba y acabo enseñándole un lunar como si fuera una pupa para que me cante la cancioncita y me regale el besito final.

viernes, 30 de marzo de 2012

Juguetes didácticos

Me gusta comprarle juguetes didácticos a mis niños, aunque sin abusar, porque no quiero que les cojan manía o empiecen a pensar que son un rollo. Sobre todo el grande, porque el pequeñito además de colores y formas sin nombre me temo que el resto del mundo todavía se le escapa.

Puzles, juguetes de colores para fomentar la psicomotricidad fina, piezas para aprender las formas, encajables... Y sobre todo muchos muchos libros.

En mi infancia y juventud devoraba libros como quien come deliciosas galletas de chocolate. Me gustaría que mis hijos tuvieran la misma maravillosa experiencia que tuve yo con la lectura. Y que volveré a tener en cuanto me dejen algo de tiempo libre. Ahora leo muchísimos blogs. Me encanta empaparme de lo que la gente tiene que decir, pero no he vuelto a disfrutar del placer de sostener un buen libro rodeada de paz y silencio desde hace mucho tiempo y, sinceramente, ambas experiencias no tiene nada que ver.

Daniel está loco con unos puzles de números que le trajeron los reyes. Son de madera y no ha tardado en astillarlos del uso. Muchas veces señala la caja y me dice "Mamá, eso" y su mamá se la alcanza muy feliz. Incluso le ayudo a buscar las piezas para que vaya montando los números uno por uno. Así aprendemos a contar, los colores y el nombre de los animalitos que adornan cada trozo.

Espero que dure para que Iván pueda disfrutarlo. No sé yo. Cuando llegue el momento es muy probable que haya que encargarle otra caja de puzles de números a los reyes magos.

jueves, 29 de marzo de 2012

Las manos sueltas

Un día llegué al colegio y me encontré a Daniel con un arañazo que le cruzaba la mejilla de lado a lado. No dije nada porque sé que son cosas de niños y hoy el perjudicado es mi hijo y mañana es él el que tiene la mano suelta. El caso es que los profes debían estar esperando una reacción por mi parte porque antes de que pudiera saludarlos me explicaron que la marca se la había hecho en el patio, aunque no sabían como. "Ah ¿sí?" dije yo y por hacerle una gracia al niño que me miraba expectante se me ocurrió preguntarle que le había pasado. Parecía que Daniel estaba esperando precisamente esa pregunta porque muy serio y entonando todas las sílabas contestó "Dani Tapias". ¡Ala! Nombre y apellidos, por si acaso no me había quedado claro. Los profesores se quedaron un poco cortados, pero a mi me entró la risa.

 Recogí al chiquillo sin darle mucha importancia al asunto, pero unos días después quedé con una amiga para tomar café (la madre de su gran amigo Hugo) y ni café, ni conversación ni nada. Daniel y Hugo se enzarzaban en continuas peleas, si no era por una cosa era por otra. Incluso una vez casi se sacan los ojos por una porquería de palo sin gracia ninguna.

Desesperadas, mi amiga y yo decidimos sacarles a la calle para ver si así templaban un poco los ánimos. Entonces los dos empezaron a llorar porque querían quedarse en casa jugando. A pesar de sus protestas les sacamos de la casa a rastras. Mientras íbamos por la acera los niños se sonreían y se hacían gestos gracioso. Antes se mataban y ahora tan amigos. Es curioso cuanto menos.

A la hora de la cena, Raúl le preguntó a su hijo por su día y Daniel le contestó "Peleado Hugo. Así". Puso sus puñitos en alto y empezó a balancearlos de atrás hacia adelante y viceversa. ¡Dónde ha aprendido eso! ¿Se peleará muy a menudo en clase? Espero que no. ¡Que peligro tienen estos niños!

La huelga

¡Día de huelga general! Para el que quiera o se lo pueda permitir. En mi caso, la empresa es pequeña y ya parece que tenemos un pie en la tumba así que si no queríamos acelerar su defunción mejor no pensar en enfadar a los pocos clientes que nos quedan en tal día señalado. Así que sin pensar en todo eso de que la huelga es un derecho de cada trabajador bla bla bla, puse mi despertador a las cinco de la mañana y me acosté como cada noche: rezando para que mis pequeños pasaran buena noche y me dejaran dormir al menos un poquito.

Como siempre apagué el despertador antes de que sonara. No había habido suerte y la noche fue toledana. Como la mayoría desde que nació Iván. Puse rumbo a la oficina encontrándome una densidad de trafico inusual para la hora que era. Se notan los servicios mínimos.

El trabajo transcurrió con tranquilidad, llegaron pocos periódicos, las chicas y yo le dábamos a la tecla sin agobios, pero dentro de mi había algo que me remordía la conciencia, algo que no me dejaba concentrarme en el trabajo al cien por cien. Cuando dieron las nueve saqué el móvil y marqué ansiosa el número de mi marido, que tampoco había podido hacer huelga por otras razones. En cuanto me lo cogió le espeté a bocajarro: "¿Los profes de Daniel e Iván han hecho huelga?" Raúl me explicó que los de Iván no, pero los de Daniel sí, pero que se había quedado muy contento porque estaban sus amiguitos. ¿Pero habían hacinado a muchos chiquillos en la misma clase? No, me tranquilizó, según él no habían muchos niños.

Con el tema tan punzante como la esclavista reforma laboral y ¿en qué estoy pensando yo? En que mis niños no noten nada extraño, ni lo pasen mal con personas desconocidas. Soy una egoísta de tomo y lomo. Por supuesto, entiendo que los profesores de guardería tiene el mismo derecho a la huelga que cualquier trabajador, pero es que no podía evitar estar preocupada por el hecho de que la falta de personal podía verse reflejada en un cuidado menos efectivo de los niños en el colegio. Me alegro de que no fuera así y que mis niños estuvieran tan sonrientes como siempre cuando fui a por ellos, pero me siento un poco "traidora" por no pensar con la misma intensidad en los derechos de los trabajadores.

Iván es malo

¡Ay! Los celillos. Pocos, pero algo hay. Era inevitable.

Daniel adora a su hermanito. Es el único de su clase que tiene un bebé en casay eso le hace sentir importante.

Además, los adultos que me rodean han tenido mucho cuidado con este tema y siempre le han hecho mucho caso. Si alguien regalaba algo al pequeño también le daba un detalle al mayor. Algo que al final ha resultado del todo innecesario porque el primogénito se quedaba con lo suyo y lo del otro. Con la edad de Iván poco se protesta a la hora de pelear por juguetes. Incluso las cremitsa se las apropió el muy sinvergüenza.

Le encanta jugar con su bebé de carne y hueso, cambiarle al pañal, bañarlo, bañarse con él, pero supongo que aún así y todo, compartir el amor de tus padres con otra persona no debe ser nada fácil. Así que ahora le he dado por decir que Iván es malo y él es bueno. De hecho, en los últimos días ha extendido esta etiqueta malvadaa casi todos los que le rodeamos. Todos somos malos menos él. ¿Estará peleado con el mundo?

Menos mal que a la vez sigue tan sonriente y trasto como siempre.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Los juguetes de papá

A veces me pregunto quien es más niño en mi casa. Y... ¡gana el padre por goleada! Mi casa está a reventar de juguetes. No sólo porque aquí viven niños y a la madre le encantan las cocinitas, los coches, las pelotas, los puzles, la plastilina, los animalitos de plástico, los libros infantiles... Más que a mis propios hijos. pero siempre pensando en ellos.

En el caso de mi marido, también le encantan los juguetes, pero aquí llegamos al episodio de "Estos juguetes son de papá". Como mi marido adora a su hijo hace tripas corazón  y le deja espachurrar un poco a sus adorados Daleks (Unos malos de la serie "El Doctor Who"), o sobetear ligeramente si Spiderman o su Hulk. Cada piecita que se desprende de sus muñecos es un sufrimiento para él. Lo sé. Pero aún así es incapaz de hacer oidos sordos a los requerimientos de su primogénito: "Lo quiero, lo quiero, lo quierooooooo".

Hace poco me echó la bronca porque en su opinión compraba juguetes que no equivalían a la edad de mis hijos. Al día siguiente llegó a casa con una bolsa del Alcampo llena de legos que había encontrado a un precio irresistible. Mirando bien la caja advertí que no eran duplo y que advertían que no podían jugar niños menores de cinco años. Cuando se lo hice ver me aseguró que no se lo daría al chiquillo hasta que cumpliera la edad indicada, pero que mientras los iría montando él para comprobar que no había ninguna pieza defectuosa.

Eso no quita que un día le diera a su hijito como premio por su buen comportamiento uno de los vehículos espaciales que compró. "Hay que vigilarle bien cuando juegue con esto" me soltó a mí. Está claro que en esta casa están los juguetes de Iván, los de Daniel y los de Raúl.

La primera reunión de la clase de Iván

Por fin hemos tenido al primera reunión de la clase de Iván. Disfruto como una enana de estas reuniones. No sólo porque nos hablan de los maravillosos que son nuestros hijos en general, sino porque además te dan pautas de cómo educarles en casa.

En esta ocasión los discursos de las profesoras fueron muy generales porque en la clase tenemos desde niños de cuatro meses a uno de once. Una gama demasiado amplia para poder concretar. En definitiva nos han recomendado que trabajemos con los cinco sentidos del bebé: hablándoles y cantándoles mucho, gesticulando exageradamente, poniendo diferentes objetos en sus manos, pasando trocitos de comida bajo su nariz y, dependiendo de la edad, dándoselos a probar. Me temo que el mío aún es un poco bebé ameba, así que me conformaré con cantarle y gesticular ante sus ojitos. Lo más que he hecho ha sido ponerle algún juguete duro en sus manitas para que variara de los peluchitos que le suelo dar y ampliara sus sensaciones táctiles. Fue un sonoro fracaso. Todas las veces se dio golpes a si mismo en la carita con el objeto y acabó llorando. Creo que con ese dominio del movimiento de sus manitas y bracitos será mejor que sigamos en el capítulo de objetos blanditos.

También nos explicaron las rutinas diarias. Dicen que siguen unidades didácticas para enseñar a los peques, pero entre las siestas, los biberones (o papillas), los cambios de pañal... No sé que tiempo les queda para enseñarles nada. De todas formas tengo confianza ciega en estas chicas, que tratan con tanto cariño a mi bebé. Si ellas dicen que les da tiempo de ir uno por uno pasándoles la pelota, yo me lo creo a pie juntillas.

martes, 27 de marzo de 2012

Y no vuelvas

Cómo no veía que el bebé mejorase y encontré dos granitos sospechosos en el cuerpo de Daniel (una compañera de mi trabajo tiene paperas y me han dicho que hay una verdadera pandemia en las guarderías) decidí exponerme a las iras de mi pediatra y pedir cita.

En la sala de espera Daniel se encontró con su amiguito Luis, lo que me vino a mi de perlas porque así olvidó su irracional miedo a la médico y se pasó todo el rato jugando y peleándose con el chiquillo. Cuando nos tocó pasar entró en la consulta tan feliz. ¡Increíble!

La doctora me miró sorprendida de verme allí tan pronto. Le comenté mis temores con Iván y exhaló un largo suspiro como queriendo decirse a si misma "¡Paciencia!". Me explicó muy despacio que ya me había dicho el viernes que la tos todavía perduraría un tiempo. "Sí" contesté yo, "pero es que es la misma. No ha mejorado nada". "¡Exacto!" contestó ella y dio el asunto por zanjado.

Pensé que Daniel me la liaría más a la hora de tumbarlo en la camilla, pero la promesa de un buen trozo del huevo gigante de chocolate calmó sus ánimos enseguida. Se dejó examinar más o menos calmado. Cuando la pediatra vio los granito que yo le señalaba preocupada me miró como diciendo "¿Me tomas el pelo?". ¡"Por Dios!, exclamó, "Eso no es nada. No te quiero ver por mi consulta en una buena temporada. Tráeme a los niños cuando realmente me necesiten" y me despachó tranquilamente diciendo adiós con la mano a mi hijo mayor y regalando una carantoña el pequeñajo.

Salí de la consulta pensando "Lo siento querida, pero yo soy de esas madre agonías y no creo que tardemos mucho en volvernos a encontrar". En cuestión de la salud de mis hijos nada ni nadie puede desanimarme.

Papá cuida de mamá

Cuando le conté a Raúl como me vine abajo con Daniel esa noche tomó una decisión drástica. Esa noche se encargaba él de los niños para que yo pudiera descansar. Tiene muy buena voluntad, pero la realidad es otra. Por mucho que él se esfuerce yo tengo el oído demasiado fino.

Se quedó en el salón hasta las dos y media de la madrugada con el bebé. Hora en la que le pedí que se metiera en la cama. Al día siguiente teníamos que trabajar y a partir de las cinco y media de la madrugada  yo ya no estoy en casa y se tiene que ocupar él de los niños.

Todas las noches él se ocupa de Iván hasta las doce. Se lo lleva consigo al salón y allí lo entretiene o lo duerme mientras ve una serie en la televisión. Pero a partir de las doce el chiquitín se va a la cuna y su padre ronca plácidamente sin enterarse de la misa la mitad. Raúl hace lo que puede para descargarme y regalarme algunos minutos de descanso, pero él también tiene sus obligaciones con el trabajo y no es tan fácil (las "maravillas" del horario flexible). Los fines de semana me arropa en la cama en cuanto Daniel cierra el ojito para que los dos durmamos la siesta mientras él juega con Iván, que va por libre todavía.

La verdad es que necesitos unas vacaciones de mi vida. Un  par de días. pero no para irme de juerga, ni para pasármelo bien. Lo que necesito es dormir a pata suelta esas cuarenta y ocho horas. Y ahora volvamos a la realidad y pensemos donde voy a llevar a los niños esta tarde para que se lo pasen pipa y se cansen. Cuanto más energías gasten más probabilidades de que duerman por la noche.

Entrando en barrena

Cuando no es uno es otro, pero siempre hay alguien reclamando mi atención por las noches. El sábado entré en barrena. Llevaba dos horas explicando a Daniel que se tenía que dormir. Desde las cuatro de la madrugada. Y antes había estado atendiendo a Iván. Al final le dijeí que mamá estaba cansada, agotada, que necesitaba dormir y que por favor se durmiera él.

De repente me entró un ataque de desesperación causado por la falta continuada de sueño y me puse a llorar como un bebé clamando por un poco de tranquilidad. Daniel dejó de berrear en el acto y de repente me dijo "Mamá no llores, mamá aquí, aquí" mientras señalaba su cama.

Un poco más calmada me acosté a su lado. Hacía unos minutos que se había quedado como un tronco cuando oí gimotear a su hermano. Sacando fuerzas de donde ya no tenía me levanté a darle el biberón. Eran las siete de la mañana y aún no había podido descansar ni un ratito. Más dormida que despierta le enchufé la leche al pequeño y lo tumbé en su cunita en cuanto soltó la tetina. Me dispuse a conciliar por fin el sueño cuando noté que el bebé se removía. Llegando ya al límite, y ahora de verdad, desperté a Raúl y le solté a nuestro hijo sin contemplaciones. "Atiéndele tú que yo necesito dormir". Le costó un poco hacerse cargo de la situación, pero por fin arrancó y se hizo cargo del chiquillo. Yo pude desmayarme en la cama hasta las once. Hora en la que oí cómo se despertaba el mayor. Me levanté sin fuerzas, pero dispuesta a enfrentar otro día agotador.

Raúl tenía que trabajar así que me ocupé  de los dos. Me encanta estar con mis hijos. Disfruto jugando con ellos, pero también necesito recuperar algo de sueño... y pronto.

domingo, 25 de marzo de 2012

Tomando el té

Como se supone que los dos chiquitines estaban pachuchillos, aunque al cien por cien de sus energías, me quedé con ellos en casita casi todo el fin de semana. El domingo les saqué un ratito para que les diera el aire y porque Daniel se puso a llorar como un poseso porque quería ir al parque.

Durante nuestros encierro tuve que arreglármelas para que no se aburrieran. La mayor parte del tiempo lo pasaron conmigo porque el padre tenía que trabajar y se encerraba en el estudio durante horas. Así que eché mano de todas mis armas para que mis dos bebés se lo pasaran bien. Tarea difícil porque uno es muy pequeño para la mayoría de los juegos y el otro es demasiado mayor para divertirse con los juegos del hermano. Confieso que en más de una ocasión recurrí a los Cantajuegos para entretenerlos. Iván se queda tranquilito en la hamaquita con sus ojillos pegados a la pantalla de la televisión un ratito. Tan pequeño y ya predispuesto a la teleadicción.

Lo mejor es jugar a las cocinitas porque pueden participar los dos. Cada uno a su nivel. Daniel cocina y nosotros nos comemos lo que hace. En esta ocasión nos preparó la mesa con café y chocolate. Estuvimos un buen rato comiendo y rellenando la taza de ese té imaginario. El mayor le pasaba los alimentos de plástico al pequeñajo, que los baboseaba con fruicción bajo la atenta mirada materna. Por si acaso alguna pieza me parecía demasiado pequeña o peligrosa.

Cuando se cansó mi primogénito, le sugerí que pintara. Acogió la idea con entusiasmo. Le preparé las ceras, papeles y un dibujo para colorear en pocos minutos. Cuando ya estaba todo preparado me di cuenta de que Iván necesitaba un cambio urgente de pañal. Una contariedad teniendo en cuenta que si no vigilo a su hermano es capaz de pintarme las paredes, el sofá, los gatos... A la velocidad de la luz aseé al pequeño y volví al lado del mayor antes de que se pudiera ocurrir hacer cualquier trastada.

Entonces le monté a Iván un parque infantil con su mantita de actividades y varios juguetes. El peque estaba encantado moviéndose de un lado a otro para pescar los sonajeros, animalitos de peluche, cubos blanditos... Tan bien se lo estaba pasando que al hermano le dio envidia y en un momento dado se empeñó en tumbarse el también como si fuera un bebé.

Raúl también contribuyó a la diversión. Cuando salía del despacho se dedicaba a sus dos hijos. Cocinó pizza con Daniel y dejó que le ayudara a desmontar un mueble que nos quitaba  mucho espacio en el salón. El chiquillo estaba encantado de ser útil a su papá. Aunque la mayoría de las veces oía gritar a mi matrido. "Noooo, no cojas eso", "No, eso no no", "Daniel, ¡suelta eso!".


Recogidos en casa

El viernes a las cuatro menos diez me sonaba el móvil con el número de la guardería reflejado en la pantallita. Mi primer pensamiento fue Iván porque se había pasado toda la noche tosiendo y llorando, pero me equivocaba. Me llamaban porque Daniel estaba con cuarenta de fiebre. Me pidieron permiso para darle al Apiretal y me conminaron a acudir veloz como el rayo a recogerlo.

Llamé a mi suegra nada mas colgar porque el carro que tengo es para Iván. Daniel va en el patín, pero con cuarenta de fiebre no creí que pudiera caminar. Chari estaba igual o peor que mi hijo. Con un mal cuerpo tremendo. Le dije que no se preocupara y llamé a Raúl. El pobre me dijo que acudiría raudo y veloz, aunque los dos sabíamos que eso significaba reservar horas del fin de semana al trabajo.

Corrí hacia el colegio y me encontré al niño desnudo, tapado con una sabana y tumbado en su colchoneta de la siesta. Tenía la cara demacrada y temblaba un poco. Daba mucha pena verlo. Una de las profesoras le ponía pañitos húmedos en la frente y le daba agua de vez en cuando.

Estuve cogiéndole de la mano hasta que le bajó un poco la fiebre y decidió que mis brazos eran más cómodos que la colchoneta. Así esperamos a su padre los dos juntos. En ese ratito le conté que por el camino me había encontrado con un hada que me había dicho que si se portaba bien en casa aparecería un regalo para él y otro para Iván. Sendos huevos de pascua enormes que no pude resistir comprar, a pesar de que mi sentido común me decía que no lo hiciera. Desde que cerró el periódico chino en el que trabajaba mi economía se ha visto enormemente mermada.

En cuanto llegó Raúl lo cogió en brazos y se lo llevó al coche mientras yo corría a por el bebé. Fu al encuentro de mi marido y salimos pitando al médico. La doctora me miró un poco mal por haber pedido hora para uno y pedirle que me revisara a los dos, pero accedió a hacerlo. Nos dijo sólo con oir la tos de Iván que tenía laringitis. Nos mandó Fortecortín y nos facilitó dos pastilla, una era la dosis y la otra por si vomitaba la primera. En cuanto a Daniel, nos dijo que no nos preocupáramos, que a lo mejor le subía de nuevo la fiebre durante el fin de semana, pero nada que no se pudiera arreglar con Dalsy o Apiretal. Cuando salimos de la consulta Daniel ya no tenía fiebre y cómo había llorado poco decidimos darle el huevo. El peque se había resistido un poco durante la exploración, pero no se le había olvidado pedirle el palito a la doctora. Con carita pintada y todo.

Se puso loco de contento cuando le enseñé el colorido paquete con la golosina. Parecía que su episodio febril sólo había sido un mal sueño. Por si acaso, Raúl y yo decidimos pasar el fin de semana recogidos en casa.

sábado, 24 de marzo de 2012

Cinco preguntas

M@rta, de El blog de Marta y su familia, me ha concedido un premio genial. Uno de esos que van mutando a la vez que pasan de mano en mano. Se hace llamar "Las cinco preguntas" y consiste, como indica el nombre, en responder a cinco preguntas y nominar a cinco blogs para que, a su vez, respondan otras cinco preguntas de mi propia cosecha.

Que puedo de decir del blog de Marta: que tiene una familia preciosa, que cuenta las cosas con una naturalidad pasmosa, que te hace sentir como un miembro más de su tribu... Es estupendo seguir sus vivencias.

Paso a responder a las cinco preguntas aunque podría enrollarme mucho más.

 - Hijos, ¿cuanto te gustaría que se llevaran de diferencia?
Cuanto menos mejor. Me da la impresión de que van a jugar más entre ellos.
- ¿Crees que con niños ya no se puede volver a salir por la noche con tu pareja?
Claro que se puede, pero ya que nos hemos convertido en una familia, prefiero las salidas en familia y los momentos románticos con mi pareja en casita cuando los niños duermen.
- ¿Que crees que es mejor ser Padres jóvenes o mas maduros?
¡Jovenes! Estos críos tienen mucha energía. A mi me tienen agotada y sólo tengo 34 años. Supongo que también depende de la persona porque hay gente de 64 que está en mejor forma que yo.
-¿Si no pudieras tener hijos audoptarías?
No lo sé. No asumí lo que era ser madre hasta que Daniel nació. En mi primer embarazo hasta se me olvidaba que estaba en cinta. No llegué a creérmelo hasta que tuve al niño en brazos. Entonces cambié mucho. Yo no era muy maternal por aquel entonces.
 - ¿Animales y niños en la misma casa?
Claro que sí. Los niños están encantados con los gatos. Lo malo es que los gatos están horrorizados con los niños.

Estas son las mis preguntas:

- ¿Una tentación irresistible?
- ¿Un deseo concedido?
- ¿Un lugar maravilloso?
- ¿La ilusión de tu vida?
- ¿El refugioen las horas malas?

Y se las paso a:

Merengaza y otros dulces
El Espejo de la entrada
Menos de 1000 y más de 30
My points of view
Tersina y sus cosas

viernes, 23 de marzo de 2012

Bracitis aguda

A pesar de la guardería el bebé está aquejado de una bracitis aguda insoportable. Lo peor es que una vez en brazos tampoco está conforme. Deja de llorar, pero no para de moverse. Tengo que ir muchísimo cuidado porque hace movimientos bruscos e impredecibles que le ponen en serio peligro a veces. Le agarro con todas mis fuerzas pero sin apretarle y pongo mis cinco sentidos en averiguar hacia donde va a apuntar su cabezón. Alguna vez ha acabado boca abajo o en extrañas posturas, pero afortunadamente nunca se me ha caído. Me da un poco de miedo dárselo a otra persona para que lo coja. A Daniel lo pasaba de brazo en brazo con toda la tranquilidad, pero éste es puro nervio.

El caso es que le dejas un segundo en cualquier superficie y le falta tiempo para ponerse a berrear. Raúl dice que hay que dejarlo llorar un poco, pero yo estoy demasiado agotada y con los nervios de punta como para escuchar su llanto cinco minutos seguidos. Es que el corazón se me arruga y acaba pareciéndose a una pasa. Prefiero sufrir su bracitis. Soy una blanda. Lo sé.

jueves, 22 de marzo de 2012

La plancha maquinera

Un día, estaba comprando el regalo de cumple de un amiguito de Daniel cuando vi una plancha de juguete de oferta, rosa, como no podía ser de otra manera. En la caja ponía que tenía luz y sonido al módico precio de cinco euros. Sé que a mi chico le pirran los juguetes que emulan nlas tareas del hogar así que bno me lo pensé y la adquirí junto con un maletín de herramientas para su amiguito.

Una tarde en la que Daniel empezaba a dar muestras de aburrimiento se me ocurrió sacársela. Cómo ya imaginaba el chiquillo se volvió loco con el regalo. La primera desilusión fue que no incluia las pilas, menos mal que el padre subsanó el escollo en menos que canta un gallo. De repente empecé a oir una música maquinera infernal. "Go, go, baby go, go" ¡¡¿Pero que es eso?!! Pues la plancha. Cuando le dabas al botón no sonaba un realista "Ssssssssh", no. Sonaba una música discotequera insufrible. Por supuesto a Daniel le encantó este valor añadido del juguete y se puso a correr por toda la casa dándole al botón. Esperé a que se despistara un momentito y aproveché para esconder el juguetito un rato. ¡Qué descanso!Aunque sé que me quedan muchos entrañables momentos con la planchita de las narices. Lo errores se pagan.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Con las manos en la masa

Daniel ve a su padre meterse en la cocina y allá que va él también. Le encanta ayudar a su papá a mezclar ingredientes, amasar, remover... Y lo más divertido de todo probar el producto final. Cuando él ha aportado su granito de arena a la preparación del plato come muchísimo mejor.

Pasa lo mismo cuando mi marido decide meterse a manitas. Mi hijo quiere ayudarle en todo.

Supongo que yo no tengo tanta paciencia y admito que acabo echándolo de la cocina, pero no debe tomárselo a mal porque hago lo mismo con Raúl. Cuando veo que están metiendo demasiada baza y estoy a punto de estallar les grito "¡Fuera de mi cocina!". Y más vale que hagan caso.

martes, 20 de marzo de 2012

Segunda toma de la vacuna del rotavirus

El día doce encargué en la farmacia la vacuna del Rotavirus para Iván. Era su segunda toma y tenía que dársela el día 14, un mes después de la primera. La fui a buscar el 14. Tan feliz de la vida la metí en la nevera para administrársela al día siguiente. Y dos días después me sonaron las alarmas. Finalmente se la di el viernes dieciséis en plena marcha hacia Elda. ¡Qué desastre! Cómo se me pudo olvidar algo tan importante. Menos mal que me acordé finalmente. Espero que la tercera toma no se tan accidentada.

lunes, 19 de marzo de 2012

El día del padre

Mi niño mayor salió el viernes de clase muy emocionado y con un paquete azul en las manos. "Regalo papá" exclamó dando saltitos. "Abrir" añadió y se dispuso a rasgar el papel con mucho ahinco. Menos mal que le paré a tiempo. Le expliqué que el regalo de papá lo tenía que abrir papá. Asumió que no le iba a dejar terminar lo que había empezado y se puso a buscar a su padre como un desesperado.

Afortunadamente su progenitor no estaba lejos. Estaba esperándome en el coche listo para salir pitando hacia Elda. "Papá. papá, abrir" chillo mi chiquitín en cuanto llegó a su lado. Mi marido recogió el paquete y el beso de su hijo muy feliz, pero el gozo de Daniel se vió abocado a un pozo porque el cabeza de familia le ató a la silla del coche prometiendo abrir el paquete en cuanto llegáramos a nuestro destino.

Por supuesto, ni el niño ni yo resistimos tan larga espera y en la parada que hicimos para cenar le acosamos hasta que por fin le convencimos. Era un precioso vaso para los lápices. Lo había hecho con un rollo de papel higiénico, masa de modelar, pegatinas... Venía con una par de lápices de esos que son la mitad azules y la mitad rojos en el interior. Una monada. Nos encantó.

"¿Regalo de papá mío?" me preguntó el chiquitín. "¿Todo es mío?" Prosiguió. Eché un jarro de agua fría a sus esperanzas. No, todo no es suyo. Y el regalo de papá era de papá porque él se lo había regalado, pero podía usarlo cuando quisiera. No se lo tuve que repetir dos veces. En un pis pas se había hecho con los lápices y estaba dibujando en un papel.

 El regalo estuvo guardando mientras estuvimos en casa de mis abuelos. Cuando lo saqué una vez ya en Madrid estaba un poco tocado. Me dio mucha pena. Lo hemos puesto en el escritorio. ¿Dónde si no?

Al regreso a mi marido le esperaba otra sorpresa. Este año no he tenido tiempo de hacer nada personalizado, así que le compré una lamparita de leds de esas que sirven para leer, teclear en el ordenador, e iluminar el camino. Se puede enganchar incluso del cuello. Es un detallito tonto, pero es que da rabia gastarme el pastón en un día comercial. Se lo dió Daniel, al que también le gustó mucho. En cuanto pudo hacerse con ella se puso a jugar tan contento.

Los bisabuelos conocen a Iván

Nos hemos liado la manta a la cabeza y en una decisión de última hora hemos hecho las maletas, subido a los niños al coche y hemos puesto rumbo a Elda para que los bisabuelos conozcan a Iván. En mi trabajo puedo aprovechar muy pocos días de fiesta porque los trabajamos por turnos, así que no podía dejar pasar este fin de semana largo gracias al lunes festivo.

Mis abuelos estaban deseando ver al bebé, más aún tras conocer su dolencia cardíaca. Aunque también querían volver a disfrutar del mayor, que los tiene enamorados. Ya me habían dicho y repetido que les hiciera una visita, pero es que está lo suficientemente lejos como para que me de pereza preparar toda la infraestructura que requiere el viaje con dos enanos. Además de que no había tenido oportunidad.

El viaje fue horroroso. A la hora de salir sólo habíamos recorrido treinta kilómetros. Nos habíamos olvidado de las fallas de Valencia y que con el tiempo tan bueno que hacía todo Madrid querría bañarse en las playas de Alicante. Salimos a las cinco de la guardería rumbo la casa de mi abuelos y llegamos a nuestro destino a las doce menos cuarto de la noche. ¡Un palizón! Paramos una horita para cenar y para que los peques descansaran de tanto coche.

Me senté detrás entre la maxicosi y el sillón de Daniel. Para entrar tuve que hacer malabares desde el asiento delantero y no fue fácil encajar mi voluminoso trasero, pero lo logré y allí estaba yo con todo mi repertorio de los Cantajuegos y moviendo las manos de uno a otro retoño. Menos mal que el último tramo lo hicieron dormidos, porque acabé agotada.

Una vez en casa de mis abuelos los dos chiquillos se despejaron. Daniel gimoteaba sin saber ni donde estaba. Quisimos acostarlo lo antes posible, pero para cuando estuvo preparada su cama ya tenía los ojos abiertos como un buho y jugaba con mi abuelo tan feliz. Mi abuela nos preparó tres camas en una habitación y allí mismo montó Raúl la cuna de viaje. Huelga decir que me dieron una noche infernal.

Mis abuelos estuvieron encantados con los dos biznietos aunque acabaron agotados. Daniel jugaba con ellos, les daba besos y trepaba hasta sus brazos. Para tener 94 años se defendían bastante bien con el terremoto de mi hijo. A Iván lo cogieron en brazos y los achucharon muchas veces. Tanto por la mañana, como por la tarde sacábamos a las fieras a pasear para que pudieran descansar.

Cuando llegó la hora de la despedida estaban muy triste de tener que separarse de los dos diablillos. El camino de vuelta fue bastante mejor porque no cogimos tanta caravana. Salimos el lunes por la mañana en vez de por la tarde para no pillar la hora punta. Llegamos en cinco horas parando para comer.

Los cuatro estábamos agotados, pero mis hijos aun tenían mecha para jugar. Son incansables.

domingo, 18 de marzo de 2012

El 'bibi' de la noche

Daniel sigue pidiendo biberones a altas horas de la madrugada. Llegó un momento en que la situación era ridícula y empecé a pensar que lo hacía por celos. Si mi hermano se hincha a 'bibis' nocturno, yo también.

Así que decidí cortar por lo sano antes de que me volvieran loca. Al mayor le conté una milonga sobre que le sentaban mal biberones tan seguidos porque su leche era la normal que tomaban papá y mamá y la de Iván era especial para bebés pequeñitos. Sabía que no me iba a pedir biberones de bebé pequeñito porque le dan un asco que se muere. Y eso que a simple vista a mi me parecen iguales que los de Daniel.

Por ahora cuela, pero a  mitad de la noche hay que embutirle el biberón sí o sí, porque se pone histérico si le digo que no.


viernes, 16 de marzo de 2012

¡Ya dice mamá!... O algo parecido

El otro día solté a mi hijo pequeño en la cama para hacer alguna cosa que requería de mis dos manos cuando, de repente, oigo "Mama mama mama mama agua agua agua". ¡Que emoción! Ha dicho mamá.

Vale, también ha dicho agua, pero eso es que me da mas igual. Está claro que lo ha soltado sin conocimiento de causa ni significado, pero es que a Daniel le costó un montón. El "Papapapapapa" lo pilló enseguida, pero a mí con pegarme un grito ya obtenía toda mi atención.

Me hacía ilusión que Iván dijera mamá lo antes posible. A ver cuando se arranca a decir papá.

jueves, 15 de marzo de 2012

Tarde de juegos

Cómo Daniel tenía cara de cansado decidí llevarle a casa esa tarde. Por el camino se nos durmió Iván. Normalmente me lo despierta el mayor, pero milagrosamente esta vez  logré depositarlo en la cuna con el sueño intacto. Con el bebé fuera de combate pude permitirme el lujo de jugar con mi hijo mayor durante una divertida hora.

Saqué las casi intactas pinturas de carnaval y nos dedicamos a pintarnos la cara mutuamente. Mi peque me hacía rayas en las mejillas muy concentrado. De vez en cuando cambiaba de color y pintaba sobre los pintado. Yo le pintaba figuras geométricas con mejor o peor tino.

Cuando se cansó del juego saqué la cámara de fotos para inmortalizar el momento. Él se empeñó en hacer fotos así que le dejé la maquina con un poco de miedo por si se la cargaba. Afortunadamente supo manejarla con bastante maestría, aunque lo de apuntar no es su fuerte. Tuve que borrar unos cuantos suelos y techos cuando pude volver a hacerme con la cámara.

 Después de la sesión de fotos decidí sacarles las marioneta de dedos y estuvimos jugando un buen rato a meter en la carcel a los animalitos que se portaban mal.

Pero de eso también se cansó rápido, así que le saqué la pizarrita y las tizas. En ese momento los gritos de Iván me avisaron de que ya se había despertado. Me lo traje a la salita de juegos y lo tumbé sobre una mantita para que nos viera todo el rato. Daniel le hacía carantoñas de vez en cuando.

"Mira mamá, círculos" me decía mientras señalaba a la pizarrita. Le alabé las figuras y le dije que yo no sabía hacerlos. A mi sólo me salían bien las rayas, así que estuvimos dibujando juntos un buen rato.

En un momento dado, el niño alzó la cabeza y me pidió Caillú. "Claro Daniel, vamos al salón y te pongo un rato la tele. Antes de que me diera cuenta ya le había pisado la cabeza a Iván que lloraba como un loco. Maldecí para mis adentros mi poca precaución y cogí al bebé rápidamente para consolarlo. Cuando me giré para reñir a Daniel le vi desolado. "Pupa Iván mamá" gimió. "Sí, tienes que tener más cuidado. Le has hecho mucha pupa a Iván". "Mira mamá. Yo también pupa" me dijo golpeándose la cabeza con la mano. "Nooooo" le grité "Pupa nadie. No hay que hacer pupa a nadie. A ti tampoco".

Es la primera vez que le veo lamentar el haberle hecho daño a su hermano. Espero que no le dé por autolastimarse nunca más. Cómo era de esperar se le quitaron todas las penas delante de la pantalla de la televisión. Iván lloró un ratito, pero enseguida también se le olvidó el accidente. En la cara se le quedó una marca roja que impidió que yo lo olvidara en toda la tarde.

Vivo sin vivir en mi

No duermo, no vivo, no paro... Esto no es vida. Tengo ganas de irme un par de días y dejarlo todo. Luego pienso en lo malvada que soy sólo por tener semejante idea un segundo en mi cabeza. Mis niños me necesitan. Mi marido me quiere. No me puedo quejar de nuestra situación. Pero es que estoy taaaaan cansada.

La falta de sueño y el exceso de cafés me llevan por el camino de la amargura. La ansiedad que me crea el agotamiento me lleva a comer dulces y chocolate sin medida con lo que los kilos suben a una velocidad de vértigo. Ojerosa, gordita, sin tono muscular... Un cuadro. ¡Cómo para tener la autoestima por las nubes!

Menos mal que también tengo momentos muy buenos. Sobre todo, las noches que estamos los cuatro juntos en el salón y me viene a la mente "¡Qué familia tan bonita tenemos!".

miércoles, 14 de marzo de 2012

Mal Iván, muy mal

Siempre estoy riñendo a Daniel y, como no quiero que piense que la cosa sólo va con él, he empezado a echar broncas simbólicas al bebé. Sin levantar el tono pero con cara seria.

Mi primogénito está encantado. "Mal Iván, muy mal" le dice cuando se cae algo de sus torpes manitas o le tira del pelo gozoso. Lo normal es que el bebé se ría como un loco e intente repetir la hazaña, por eso no me preocupa traumatizarle ocn esta medida.

En circunstancias normales ni se me ocurriría reprocharle nada a un niño tan pequeño, pero como sé que se lo toma como un juego y al mayor le hace bien ya me ves a mi recriminándole tonterías "Iván no le pegues patadas a tu hermano, no le tires del pelo al gato, no tires el chupeteeee..." "Uuuuuuh, uuuh, uuuuh" me contesta el pequeñín. MientrasDaniel sonríe porque él no es el único que se porta mal en casa.

martes, 13 de marzo de 2012

Yo no he sido

Además de rebelde, mentiroso. ¿Estará celoso de Iván y me está reclamando atención desesperadamente? Me extraña, porque le presto muchísima, pero los niños son muy exigentes y es probable que le sepa a poco.

Ayer se portó extremadamente mal. Ya desde el cole venía apuntando maneras, aunque pude controlarlo, pero una vez en el parque todo se me fue de las manos. El chiquillo se empeñó en aplastar cariñosamente a su hermano, que tenía yo en brazos. En vista de que estaba muy bien protegido por mami la emprendió con el carrito.

Trepó con una facilidad pasmosa y se tumbó en la maxicosi. Le reñí y le bajé como pude con miedo a que se cargara el cochecito. Cuando desistió en el empeño de cargarse el medio de locomoción de Iván, se lió a tortas con el carrito de otro niño. Desesperada lo separé a rastras de su objeto deseo. No perdió un segundo en agarrar una pala y llenar mi carrito de arena de arriba a abajo.

En vista del panorama recogí los juguetes con Daniel colgando de un brazo para evitar más desastres. A Iván lo dejé debatiéndose en la sillita, a la que ha cogido un poco de asco. Si va despierto se queja y gimotea para que le saques.

Con todo en orden de nuevo me encaminé hacia casa riñendo de paso a mi primogénito durante todo el trayecto. El peque no dejaba de gritar "Mamá, yo no he sido, yo no he sidooooo". "Pero si te he visto Daniel. Como puedes mentirme si te he visto hacerlo" le repetía yo una y otra vez.

Por el camino parecía conforme con la idea de portarse bien el resto de la tarde. Una vez en casa jugamos los tres juntos a cuidar del osito bebé. Le cambiamos el pañal, le dimos el biberón, le cantamos, le metimos en la cuna... Jugamos con los coches, con los cuadraditos de trapo con ventanitas... Parecía que la cosa iba a mejor. Pero a la hora de la cena le volvió a salir la vena malvada al chiquitín.

No me hacía caso en nada. Si le decía que no hiciera algo le faltaba tiempo para hacerlo. Una de las veces que me di la vuelta para ponerle el chupete al bebé aprovechó para clavarme el tenedor a traición  en la espalda y hacerme ver las estrellas. Le reñí muchísimo e hice como si me enfadara con él (en realidad sí que estaba enfadada).

Su respuesta fue tirarme una cucharada de la paella en el pelo. Si mediar palabra me levanté, lo saqué de la trona con malos modos, le quité el babero, lo metí en la cama, le embutí el chupete y lo dejé llorar un buen rato mientras me calmaba. Estuve a punto de cruzarle la cara de un bofetón. Menos mal que me paré a pensar unos segundos y no lo hice.

Al rato entré en la habitación para reñirle por lo que había hecho. Le dejé llorando de nuevo y fui a pedirle al padre que hiciera de "poli bueno" porque me daba pena verlo así. Cómo oía que el chiquillo cada vez se ponía más histérico acudí yo misma a la habitación. Abracé a Daniel y le expliqué que mamá le quería siempre, aunque se portara mal, pero que me había hecho enfadar muchísimo porque me había manchado y hecho daño. En esta ocasión se había portado fatal, así que se había quedado sin la fruta, sin el postre y sin el cuento de ir a dormir.

"Valeeee" me contestaba él a todo. Le preparé un biberón y se puso a berrear cuando se dio cuenta de no tenía cacao. "No te mereces el cacao" le dije yo. "Por lo mal que te has portado" insistí. Al final se calmó con una par de chupetes más en sus manos.

Le di el beso de buenas noches y me fui. Estaba muy deprimida por la situación. ¡Mi hijo me había clavado un tenedor con toda su mala idea! Es para entristecerse...

El peque me ha dado una noche horrible. Y yo he acudido a su lado como si no hubiera pasado nada porque no creo que haya que hacer sangre del asunto.

También puede que se porte tan mal porque la tos no le deja descansar lo que debería y eso afecta a su carácter. No lo sé. Pero lo que sí sé es que mi niño es un pequeñajo bueno, dulce y cariñoso. Aunque también bruto, travieso y cabezota. Pero no malo.

Lo que más me molesta es que se está volviendo un embustero. No sólo repite lo de "Yo no he sido", sino que cuando alguien le cae mal o se enfada con él dice que le ha hecho pupa. Sé que miente porque las dos veces que ha asegurado tamaña aseveración estaba yo delante y vi que no era verdad. Según él, la doctora le hace pupa cada vez que va a verla. Y hoy insistía en que mi portera le había hecho pupa. Imposible, porque siempre estoy yo delante. Además de que la chica es un cielo que juega con él, le da mil besos y abrazos y le regala chocolate siempre que tiene.

lunes, 12 de marzo de 2012

La pediatra cura a Iván

Como la tos de los niños iba a más decidí llevarlos a la pediatra. No es tarea fácil porque Daniel le tiene un pavor injustificado, así que puse la cita a nombre de Iván. Desde el día anterior le metí en la cabeza machaconamente a mi hijo mayor que íbamos a acompañar al hermanito al médico. "Médico Iván" repetíe él entusiasmado. La tarde en cuestión me acompañó muy contento al centro de salud porque la cosa no iba con él. A medida que se acercaba la hora de que nos llamaran a consulta me miraba y me recalcaba "Curar a Iván Yo no". Le tranquilicé asegurándole por h y por b que estábamos allí sólo y únicamente por la tos del bebé.

Accedió a entrar en la consulta si quejarse, pero se quedó muy cerca de la puerta por si acaso. La doctora empezó a examinar al pequeñín y yo le susurré por lo bajini que el mayor tenía lo mismo. Entre las dos intentamos que se acercara a la camilla. "Ven cariño, mira como curan a Iván" le decíamos. "¡Nooooooo! Iván, Iván. Yo no!" Nos gritaba él desde su rincón sin moverse ni un ápice y tosiendo como un condenado.

La pediatra intentó engatusarlo con juguetesm promesas, juegos, chistes... No hubo manera. El niño seguía en sus trece de que a él no le tocaban ni un pelo. La pobre facultativa estaba asombrada con el temor que le tiene mi hijo. Finalmente me dijo que de oído me podía asegurar que la tos era buena y de vías altas. Al grande le tenía que dar Flutox y al pequeño nada de nada. Apiretal si lo veía con fiebre o molesto.

Antes de que pudiera despedirme Daniel ya estaba en el pasillo del centro. Es increible. Espero que se le pase pronto esta ridícula fobia.

Mami, ¿Soy malo?

Este hijo mayor mio está cada día más rebelde. Yo ya no se que hacer. Lo peor que llevo es que sea desobediente. Me parece un peligro para él mismo. Cuando se echa acorrer y hace oídos sordos a mi orden tajante para que pare se me mete un miedo en el cuerpo... Cualquier día se me tira a la carretera. Espero que no. Él sabe perfectamente que los coches hacen "pupa gorda".

Últimamente me paso el día riñéndole por una cosa u otra. La tarta de chuches se nos va a fosilizar a este paso porque todos los días pierde el derecho a la golosina por perpetrar múltiples trastadas.

Ayer me miró con sus ojitos de bambi y me preguntó "Mami, ¿Soy malo?". Se me cayó el alma a los pies. Le contesté que era un niño muy bueno, pero que a veces se portaba mal y le tenía que reñir. En realidad es muy bueno, pero tiene dos años y no le puedo pedir peras al olmo. Está en la edad de tirar de la cuerda para que le pongamos los límites. Así que él seguirá haciendo de las suyas y yo riñéndole. Ley de vida.


domingo, 11 de marzo de 2012

Tarta de chuches

El sábado quedamos con unos amigos para pasar el día. Tienen un niño de un año muy lindo, Iker. Daniel lo miraba y miraba su hermano. "¡Bebés!" dictamino. Ahora él es mayor (cuando le conviene).

Se portó bastante bien prestando sus juguetes al invitado, aunque algunas veces hubo que llamarle al atención para que siguiera "dejándoselos". Todo se solucionó cuando los invitados sacaron tres voluminosos paquetes. Uno para Daniel y dos para Iván. Los del bebé eran unos simpáticos piano y guitarra llenos de teclas de colores, luces y música. Al hermano se le salían los ojos y no tardó en apoderarse de tan portentosos juguetes.

Le obligué a prestar uno a cualquiera de los dos bebés mientras él usaba el otro. A ver si se va acostumbrando a que el hermano también va a jugar con todo lo que hay en la habitación de juegos.

El tercer paquete tenía una deliciosa y sorprendente tarta de gominolas. El peque no podía esperar para comérselas todas, aunque al final se conformo con tomarse tres de postre después de comer. La verdad es que David y Laura, nuestros amigos, tuvieron una idea estupenda al pensar también en Daniel. Aunque no conraban con que el chiquitín se está apropiando de todos los juguetes que le regalan a su hermanito. Está encantado.

Lo cierto es que pasamos un día divertido. Nos tomamos unas cervezas en el parque (Daniel unas patatas), dimos un paseo con los peques, tuvimos una tranquila tarde delante de un café en casa y hablamos de lo difícil que resulta a veces ser padres.

Ikea, ideal para niños

Este fin de semana nos ha surgido la necesidad de ir a Ikea a por unas cosillas para el hogar. No solemos pasar por ese templo de la decoración nórdica y cuando vamos tampoco compramos mucho. Aunque la sección niños es una delicia.

En esta ocasión se me ocurrió que Daniel podría disfrutar de su rincón para niños. Una ludoteca a la que llaman Smarland y en la que te cuidan al chiquillo gratis por una hora, pero mi hijo tenía otros planes. "No, sin mamá" parece que pensó, así que se conformó con jugar en un zueco gigante que tienen en la entrada.

El sitio es genial. Tienen muchísimos juguetes y zonas de diversión, aunque me parece que ya no tiene la piscina de bolas que yo pensé que tenían todos los Ikea. Cuando era pequeña me lo pasé muy bien en ese recinto.

Por lo visto, Las Palmas de Gran Canaria fue el primer lugar español que acogió esta macrotienda, aunque en aquellos tiempos era poco más que un almacén al que se podía ir a comprar. ¡Cómo han cambiado las cosas!

Además de la ludoteca cuentan con diferentes espacios con juegos para lo más pequeños y dejan desempaquetados algunos juguetes en la sección infantil para que jueguen. ¡Una maravilla!

La cafetería también está adecuada para estos locos bajitos y es muy cómodo comer con ellos allí. Tiene cubiertos de colores, baberos de papel plastificado, un menú infantil muy baratito...

En nuestro paseo por la exposición Raúl hizo un descubrimiento genial. Una tienda de campaña de esas que se montan solas con sacarlas de su funda y que tanto te sirve para proteger a tus retoños del sol y la arena de una playa como del viento de la montaña. ¡Me encantó! Pero ya iremos otro día a por ella porque por ahora no vamos a salir a ningún lado donde la necesitemos y no es cuestión de acumular más trastos. Mejor nos deshacemos de algo primero. Como, por ejemplo, el cuco.

sábado, 10 de marzo de 2012

Tarde agridulce

Raúl me propuso ir a un restaurante hindú al mediodía que le había recomendado en Plaza de España. Yo, a mi vez, sugerí que le preguntáramos a mi suegra si podía ir a recoger a los niños, pero mi marido no quiso ni oir hablar del asunto. "Nos da tiempo" Aseguró. La experiencia fue divertida, aunque el restaurante dejaba bastante que desear. Y al final llegamos a las menos cinco a la guardería y con la lengua fuera. ¡Que estrés!

Cómo íbamos sin merienda para Daniel le compré agua, una empanadilla de atún (de la que comió muy poquito) y una bolsa de gusanitos (que intentó zamparse íntegramente).

Con los dos pequeñines nos acercamos a un parque para que el mayor se lo pasara bien. Estaba contentísimo de que sus dos progenitores hubieran ido a buscarlo al cole.

A mí se me cerraban los ojillos en el banco del parque así que decidí acercarme a un puesto de churros a comprarme un café. Daniel quiso acompañarme y se encaprichó en comerse una salchicha de las que vio en el comercio. Como había comido poco cedí y le compré un perrito caliente sin nada. El peque devoró lo de dentro y tiró el pan a la basura sin contemplaciones.

Cuando nos cansamos del parque nos acercamos a la biblioteca, que siempre es un éxito asegurado con el niño. Como era de esperar se lo pasó bomba entre los libros. Busqué lecturas adecuadas para Iván, pero no encontraba nada, así que pregunté al bibliotecario. Al señor le entró la risa cuando le enseñé para quien quería los libros. "Cualquiera de los que hay aquí te sirve" me soltó. ¡Pues vaya bebeteca más pobre! ¡Y vaya birria de Plan de Fomento a la Lectura! Tanto insistir en que le metamos los libros por los ojos desde que nacen y luego esa biblioteca carece de un triste libro de trapo.

El caso es que nos los pasamos muy bien los cuatro. Daniel se llevó a casa dos libros didácticos para aprender a irse a la cama sin armar follón y para quitarse el pañal. Estuvo muy bien.

Agotados llegamos a casa y nos preparamos para bañar a los chiquillos, cenar y todos a la cama en tropel. A eso de las doce Daniel vomitó todo lo que tenía en la barriguita, con tan mala suerte que manchó el colchón. Hice lo que puede para limpiar el desaguisado mientras el chiquitín descansaba en mi cama, pero no hubo manera de quitar el olor. Daniel estaba tan cansado que se durmió en la camita de debajo de su cama sin importarle la peste. No se despertó en el resto de la noche. Yo achaco el malestar a las flemas que tiene el pobre, que no le dejan disfrutar de ninguna comida ni dormir bien ni jugar tranquilo ni nada.

Al día siguiente, Raúl y yo buscamos por Internet soluciones para arreglar el desaguisado y encontramos que con un spray para tapicerías se iba la mancha y el olor. ¡Genial! El truco dio resultado. ¡Menos mal! Por que el colchón no tiene ni un año.