viernes, 31 de agosto de 2012

Santander

Reyes fue la perfecta cicerone para visitar la ciudad de Santander en una mañana. Eligió El Sardinero y sus alrededores como lugar más emblemático y creo que no se equivocó porque me resulto una lugar precioso.

Los niños se lo pasaron en grande persiguiéndose unos a otros, recogiendo hojas del suelo y jugando a todo lo que se les ocurría.

La ciudad tiene unas playas de arena blanca maravillosas, unos jardines llenos de color que alegran la vista, un horizonte claro para perder la mirada, unas calles bellísimas y unas casas lujosas de caerte de espaldas.

Nuestra anfitriona nos contó que, durante los años cuarenta, un incendio asoló la ciudad destruyendo la mayoría de los edificios antiguos que se conservaban, por lo que el paisaje urbano es moderno. Por lo visto cambió gran parte de la configuración de la ciudad. Tristemente se perdió mucha arquitectura histórica, pero puedo asegurar que lo que vi me encantó.

En el paseo marítimo tuvimos una grata sorpresa. Me encontré con mi primo Alejandro. Al que no veía desde hacía muchísimo tiempo. Lo que es la casualidad.

Agotados por el recorrido nos fuimos a un club deportivo a comer. Un lugar ideal porque los niños podían jugar a sus anchas sin ponerse en peligro. Pasamos una velada muy divertida con esta familia y un amigo de Raúl que se nos unió en el último momento.

Cuando llegó el momento de despedirse lo hicimos con pena. Los niños estaban agotados y se quedaron dormidos al instante. Nos la prometíamos muy felices pensando que no se despertarían hasta que pusiéramos pie en Covarrubias, hasta que un camión descontrolado se cruzó en nuestro destino y en la autopista cerrándo todos los carriles de golpe y porrillo. Tras una larga, larguísima, hora de espera, la guardia civil nos hizo dar la vuelta y avanzar en dirección contraria hasta llegar a un desvía que nos llevó de nuevo a la autopista más allá del lugar del accidente.

Dos horas después de lo previsto nos pusimos en ruta. Como era de esperar se nos despertaron los dos angelitos antes de llegar e Iván hizo gala de unos estupendos pulmones durante más de la mitad del recorrido.

Cuando casi estábamos llegando al pueblo Daniel preguntó de repente. "¿Ese coche de ahí son los Reyes?". "No, mi cielo" le respondí, "los Reyes se han quedado en Santander". "¿Por queeeeeee?" Clamó mi hijo angustiado. Todavía estuvo unos cuantos días preguntando por ellos. Por lo visto le calaron muy hondo.

jueves, 30 de agosto de 2012

Los Reyes: de una madre a otra

Cuando nos encontramos con Reyes y sus tres pequeños en Santander (la familia de amigos que nos invitaron a pasar la noche con ellos), lo primero que le soltó Daniel fue "¡Vamos a tu casa!". Por si acaso a alguien se le ocurría la idea de ir a cualquier otro lado. La verdad es que el chiquitín estaba realmente cansado.

Una vez en la casa, Victor, uno de los niños, le prestó un estupendo camión lleno de coches y ya no se le oyó en toda la tarde. No podemos decir lo mismo de Iván, que no perdió la oportunidad de explorar y meter mano en todos los rincones. Menos mal que la anfitriona, con tres hijos (una niña de seis años y los gemelos de cuatro) ya estaba curada de espanto.

Los niños se cayeron bien en seguida y en unos minutos estaban los cinco revolucionados y jugando alegremente. Reyes les compró unos regalos preciosos a mis hijos. Para Daniel unas fichas puzle de Dora la mar de interesantes y para el bebé un libro de crías de animales muy manejable para sus manitas.

Mi chico mayor se quedó muy sorprendido con el nombre de la mamá que acababa de conocer. "¿Dónde están los Reyes?" me preguntó al oirme llamarla. "No hay ningún rey" le contesté "Es que ella se llama así: Reyes. Es su nombre". No sé si me entendió muy bien porque a partir de entonces llamaba "Los Reyes" a todo el conjunto familiar. A lo mejor se pensaba que eran todos soberanos.

A la hora de la cena, Reyes organizó a los niños con cariño y mano firme. Enseguida tuvo a los cuatro perfectamente sentados y comiendo sin protestar, ni decir esta boca es mía, mientras ella les leía un cuento. Me pareció una idea buenísima que pienso poner en práctica. Leerles un cuento mientras comen es mucho mejor que engancharles a la tele. Y puedo asegurar que más efectivo. Daniel se lo comió todo con gusto y apetito.

Tan agotado acabó mi hijo mayor de ese día tan emocionante que se fue a la cama sin liarla. Nos dijo buenas noches, se dio la vuelta y se durmió. En cambio, Iván estaba sobrexcitado y le costó muchísimo cerrar el ojito.

Carlos y Reyes nos habían cedido su habitación y le habían hecho una camita a Daniel al lado de la de matrimonio. Cómo la excursión fue bastante improvisada no contábamos con la cuna de viaje, pero un poco de colecho nos solucionó la papeleta.

Cuando por fin el bebé se quedó frito pudimos disfrutar de una cena muy agradable entre charlas de padres, gambones y deliciosa quesada.

Reyes me explicó sus métodos de crianza y me encantaron. Tomé nota mental de sus comentarios para realizarlos en casa. Tan interesada me vio que me acabó regalando un libro del que había sacado muchas ideas: "El secreto de tener bebés tranquilos y felices".

Me gustó mucho lo que ella llamó "El método de la media hora". Los niños demandan constantemente la atención materna y se frustran cuando esta no les puede dedicar su tiempo. Lo ideal es que la madre le dedique media hora de juego a los chiquillos (a ser posible, media hora a cada hijo). Para ellos media hora es muchísimo tiempo, así que cuando les digas que mamá tiene que irse a fregar los platos lo normal es que sigan jugando solos un rato mientras tu te dedicas a otras labores.

También me explicó "El método de coger al niño". Cuando el bebé llora hay que acudir a su lado cogerle en brazos, hacerle unos mimos rapidos y volverle a dejar en la cuna. Así todo el tiempo que sea necesario. Sin tiempos de espera, ni restricciones. Lo único que pide este método es que lo vuelvas a dejar en la cuna aunque siga llorando, le dejes un ratito pequeño y lo vuelvas a coger. Así hasta que se canse y se duerma tranquilo porque sabe que tú estás ahí a su lado. Se lo he hecho a Iván y las siestas las duerme mucho mejor (las noches siguen siendo malas).

Para finalizar me contó una anécdota sobre una situación que la traía de cabeza y cómo la solucionó. Una de sus niñas, la menor, tuvo un brote de rebeldía a los dos años, con unas perretas terribles y malas contestaciones. Reyes intentó muchas cosas sin éxito. De repente un día, se le ocurrió grabar a su hija en plena furia. Luego le puso el vídeo a la chiquilla. A la pobre no le debió gustar mucho lo que veía porque no volvió a tener esos comportamientos tan extremos.

La verdad es que Reyes me pareció una madre increíblemente buena. A ver si tomo ejemplo y domo un poco a mis fierecillas.

Cada niño es un mundo y lo que funciona con unos no funciona con el otro, aún así hay cosas que vale la pena intentar si no significa un coste emocional para el pequeño.

martes, 28 de agosto de 2012

Cabarceno

Llevo todo el verano pensando en visitar Cabarceno. Una amiga me comentó que era precioso y que a su hijo le había encantado y desde entonces tengo la idea metida en la cabeza. Cuando Raúl me dijo que unos amigos nos habían invitado a pasar la noche en Santander no lo dudamos ni un segundo. Era una paliza ir desde Covarrubias, pero también una oportunidad. Llenamos el coche hasta arriba, cogimos a los chiquillos y nos fuimos muy ilusionados la parque natural.

Al principio nos llevamos un chasco porque las indicaciones nos parecieron un poco liosas, pero en cuanto Raúl se hizo con el sistema de señales todo fue rodado. Es un poco rollo tener que estar cogiendo al coche cada cinco minutos, pero ver a los animales en esas extensas praderas no tiene precio. El parque en sí es precioso, con su paisaje kárstico y su cuidada flora.

Daniel volvió a dejar patente que un tractor le llamaba mucho más la atención que cualquier animal salvaje, por mucho que nos empeñemos en llevarle a zoos, pero tampoco le hizo ascos a los lobos, las jirafas, los canguros y demás animales que pululaban por el parque.

El espectáculo de las aves rapaces le impresionó sobremanera. Sobre todo, porque, cómo llegamos casi a la hora nos tocó sentarnos junto al palo donde se posaban los pajaritos y estaban todo el tiempo haciendo vuelos rasantes sobre nuestras cabezas.

Los peques lo pasaron muy bien, pero acabaron para el arrastre. Al final Daniel no quería ni oír hablar de los elefantes o los rinocerontes. Él quería hacer una pequeña en la tienda de recuerdos e ir a la casa de los amigos de sus padres a descansar.

Le dimos el gusto a nuestro primogénito y salió de la tienda con una maravillosa serpiente de cascabel de peluche entre los brazos. Nos gustó tanto que les compramos lo mismo a los hijos de nuestros amigos. La serpiente que se iba con nosotros a casa la tenían que compartir los dos hermanos porque me pareció una tontería doblar el gasto si Iván todavía no se entera de la cuestión de la propiedad.

"A casa de los amigos" gritó mi niño entusiasmado con su flamante serpiente en brazos.







Oda al helado








lunes, 27 de agosto de 2012

Y ahora toca Covarrubias

Después de Elda, tocaba Covarubias. Hay que repartirse entre las dos familias, así que otra vez coche, carretera y manta.

En el pueblo de Raúl los peques también lo pasaron muy bien. Daniel se reunió con sus queridos primitos del alma: Miguel, Luis y Amaya. Y pudieron hacer el bruto todo lo que quisieron y más. Fuimos a ver las cabritas, a echar a volar la cometa, al río, pusimos la piscinita en el patio, les montamos la caseta familiar del Ikea para que jugaran e hicimos muchas excursiones. La verdad es que no paramos la pata en todo el verano. Los niños han acabado agotados.

Un día, hasta nos lo llevamos a un pub de fiesta. Era tan temprano que estábamos solos en las mesas.



sábado, 25 de agosto de 2012

Los tíos y los cuentos para Daniel

A Daniel le encanta que le cuenten cuentos. Podría pasarse horas y horas oyéndote contar historias, así que no perdió la oportunidad de enganchar a sus tíos como perfectos cuentacuentos.

Mi hermano le prometió contarle un cuento sobre el animal que él eligiera cada noche que estuviera en Elda. Mi hijo se lo recordaba cada noche ansioso porque empezara su cuento. La primera noche eligió una ardilla.

"Había una vez una ardillita que, cuando era pequeña, se cayó de una rama, se hizo daño y desde entonces le asustaba subirse a los árboles. Sus amigas le decían: "Sube, sube, ardillita. Ven a jugar con nosotras". La ardillita intentaba subir, pero enseguida volvía a bajar muy asustada. Pronto se hizo a miga de los animales del suelo: un conejito, una ratoncito, un erizo... Un día un pajarito le contó que las ardillas tenían una cola muy esponjosa y suave que impedía que se hicieran daño al caer. "Si te caes, te das la vuelta y caes sobre tu cola. Vas a ver que no te haces ningún daño". La ardilla intentó subir a un árbol, pero fue imposible. Le daba mucho miedo. El pajarito le dio una idea genial. "Te vendaremos los ojos y así no verás cuanto subes". Así lo hicieron. Le vendaron los ojos y la ardillita subió y subió y subió. Sus amiguitas las ardillas le animaban desde los alto. Y la ardillita siguió subiendo. Sus amigas empezaron a asustarse. "No subas más ardillita" le gritaban, pero la ardillita seguía subiendo y subiendo porque no veía lo alto que estaba llegando. Hasta que llegó a lo más alto del árbol más alto. Entonces se quitó la venda y tanto se asustó que se cayó en ese mismo instante. En el aire se acordó de lo que le había dicho el pajarito y se dio la vuelta para caer de cola. Efectivamente rebotó y no se hizo ningún daño. Desde entonces pudo estar con sus amiguitas las ardillas, aunque nunca se olvidó de sus otros amigos. Un día se casó con un ardillo, tuvo ardillitas y les enseñó a caer con la cola para que no les asustara nunca subir a los árboles."

Las siguientes noches eligió un ciervo y un león, pero yo no estuve presente para poder contarlo aquí.

Cuando el tío Fernando se fue Daniel no quiso renunciar a nuevas formas de contar cuentos y acudió a su tía Silvia. Mi hermana le contó cómo llegaron Tapón y Apple a la familia. Un día la escuché contar una historia que me pareció muy bonita:

"Había una vez un cocodrilo de ojos saltones y dientes muy afilados que se llamada Jocus Pokus. Todos los animalitos le tenían miedo y salían huyendo en cuanto le veían. Mucho se reían de él mientras corrían. "Que feo eres Jocus Pokus", le decían. El cocodrilo muy enfadado les amenazaba con comérselos. Un día Jocus Pokus llegó a su cueva y ¡sorpresa! Dentro se encontró con un huevo. "¡Qué bonito huevo!" Exclamó. Voy a cuidarlo mucho. Un pajarito se acercó y le dijo que se quería llevar el huevo porque era suyo. "No te lo doy" le contestó Jocus Pokus. "Es que es mío y lo quiero" replicó el pajarito. "Te he dicho que no te lo doy y como sigas molestándome te como". El pajarito renunció al huevo ante la perspectiva de ser engullido por el cocodrilo y Jocus Pokus siguió cuidando y mimando el huevito. Pasado un tiempo el huevito comenzó a romperse y de su interior salió un precioso cocodrilito. Jocus Pokus se puso muy contento. "Ya tengo un amigo para jugar" Exclamó emocionado. Y los dos cocodrilos fueron inseparables desde ese momento".

La pobre Silvia tuvo que repetir sus cuentos cientos y cientos de veces para satisfacer al insaciable sobrino que no paraba de pedir: "¿Me lo cuentas otra veeeeeez?" poniendo unos ojitos irresistibles.

viernes, 24 de agosto de 2012

¿Quien manda aquí?

Los berridos de Iván interrumpen mi sueño. Corro a su lado, le doy agua, le alcanzo el chupete, le mezo en mis brazos... Nada funciona y yo estoy tan cansada...

¡Ale! a la cama de los papis de cabeza. Raúl se remueve, se da la vuelta y se topa con la cabecita pelona de su hijo. "¿Que hace éste aquí?" me pregunta en susurros. "No se dormía ni a tiros" le contestó en el mismo tono. "Pues ya está sopitas. Lo puedes devolver a la cuna". De mala gana agarro al bebé y me dirijo a su lecho. A medio camino el niño abre un ojillo, después el otro, mueve la cabeza a un lado y a otro, me mira muy serio, levanta su dedito y me señala sin lugar a dudas mi cama. Está claro lo que quiere.

Lo vuelvo a tumbar a mi ladito. Raúl me mira sorprendido. "¿Que ha pasado?" exclama bajito. "Me ha dicho que quería dormir aquí" le respondo. "¡¿Que un bebé de once meses te ha dicho que quiere dormir aquí?!" sube el volumen escandalizado, "¡¿Pero quien manda aquí?!" Con un dedo le pido silencio y con el otro señalo al pequeño, que es claramente el que está imponiendo su voluntad.  Poniendo los ojos en blanco mi marido me pide firmemente que lleve a Iván a la cuna. Me niego y es él el que acaba cargando al chiquitín a su lugar de descanso.

Vuelve victorioso, se tumba a mi lado y no han pasado ni cinco minutos cuando ya se ha quedado profundamente dormido con una sonrisa en la comisura de la boca.

No pasan otros cinco minutos cuando oigo los lloriqueos de Iván. Se acaba de dar cuenta de la jugada que le ha hecho su padre. Decidida me levanto, cojo al chiquillo y lo vuelvo a tumbar a mi lado. El pequeño se remueve un poco y al rato se queda roque tan a gusto al ladito de mamá.

jueves, 23 de agosto de 2012

Desayunando en familia

A mi familia de Las Palmas les encanta quedar para desayunar. A mí también, pero con los niños la cosa se complica. Todods los días que estuvimos en Elda fueron a una cafetería famosa por sus inmensos cruasanes de chocolate. Nosotros sólo nos apuntamos dos veces y fue suficiente para los trabajadores de la cafetería. Godzilla y Daniel el travieso no se cortaron ni un pelo. Llenos de café hasta las orejas y dando gracias porque la taza finalmente no se rompió salíamos al poco rato para dar con nuestros huesos en el parque de Pocoyó que estaba al lado. Allí los niños se lo pasaban genial y eran libres de hacer el bruto todo lo que quisieran.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Barbacoas en familia

Cuando mi hermano llegó a Elda nos propuso irnos a cenar fuera esa noche para celebrar que estábamos todos juntos, pero Raúl y yo rechazamos la idea pensando en que los niños aún son muy pequeños. Así que mi hermana tuvo una idea mejor. Organizamos una barbacoa en el campo, así podíamos acostar a los niños cuando quisiéramos y seguir disfrutando de la velada. Nos pareció una idea maravillosa.

Cómo viene siendo tradición los aguerridos chicos se encargaron del fuego y las chicas de poner la mesa. Qué engañados los tenemos.

En realidad, de poner la mesa se encargaron mi hermana y Raúl porque yo estaba cuidando de Iván, que tiene una mamitis horrorosa y no me deja vivir.

Mi hermano sirvió primero las hamburguesas, después las salchichas, los chorizos y finalmente las chuletitas. Como no hay crimen perfecto porque el criminal siempre cae en la tentación de confesarlo para asombrar al mundo, Fernando nos descubrió la primera norma del encargado de la barbacoa: "Saca primero lo peor para que cuando saques lo bueno la gente ya no tenga hambre y te puedas hinchar a gusto". ¡Qué pillo! Y nosotros caímos.

La verdad es que los pasamos muy bien comiendo a dos carrillos y charlando. Iván no se portó del todo mal en la cuna y Daniel disfrutó de lo lindo con sus tíos y acostándose tarde.

Hubo una segunda barbacoa con Mábel y su familia, pero esa me la perdí casi entera porque Iván se negaba a dormirse si no era con su mami al lado.

El temible óxido

-¡Daniel! ¡No juegues en el transportín de los perros!- Reñí a mi niño mayor.
- ¿Por queeeeee?- Me preguntó lastimero.
- Ven que te lo voy a contar.- Lo arrastré conmigo al sofá y comencé mi explicación.
- Porque la puerta tiene óxido. Cuando algo de hierro se moja se oxida y se vuelve marrón brillante. Si te haces una heridita el óxido se mete dentro y es un monstruo muy grande y temible. Los caballeros normales no pueden nada contra él. Entonces hay que mandarles refuerzos. Hay que llevarte al hospital para que te pongan la inyección antitetánica, que está llena de caballeros buenos a caballo. Los caballeros entran galopando en la batalla y acaban con le óxido. ¡Fuera óxido y no vuelvas nunca más! Por eso no puedes jugar con el transportín de los perros.- Finalicé.
-¿Me lo cuentas otra vez?- Lo cierto es que perdí la cuenta de las veces que le conté este cuento esa tarde.

martes, 21 de agosto de 2012

El Palmeral de Elche: un jardín de cuento

Aprovechando que Elche era uno de los puntos dónde se sellaba el carnet no perdimos la oportunidad de visitar el Palmeral, el más grande de Europa y Patrimonio de la Humanidad desde el año 2000.

Desde fuera prometía muchísimo. Enormes palmeras despuntaban sobre la valla. Nada más entrar nos topamos con una extensa zona de juegos infantiles. Barcos pirata, castillos, camellos, burros y coches de carreras se mezclaban en una amalgama de toboganes, columpios y balancines. A mi hijo mayor se le salían los ojos. Se subía y bajaba de unos y de otros dando risotadas y grititos de emoción. Mientras, yo ayudaba a Iván a jugar con los columpios porque todavía es muy pequeño. Estaba encantada de que se lo estuvieran pasando tan bien, pero me comían las ganas de pasear por el vergel de palmeras.

Una palmera que se dividía en dos troncos que daban con sus raíces en el suelo me dio una idea. Parecía un gigante palmera. "Daniel, ¿Quieres que te cuente el cuento del gigante palmera? Sucedió aquí mismo, en este Jardín", el niño se mostró interesado al instante y accedió un poco mohíno a apartarse de sus adorados juegos para visitar el recinto.

"Había una vez un rey que vivía en una castillo muy grande y precioso con altas torres redondas, puertas acabadas en punta o en herradura, enormes ventanales que dejaban pasar la luz, inmensas fuentes hechas con piedras preciosas... Este rey era muy malo y se pasaba el día dando patadas a la gente. Los campesinos, cansados de recibir sus golpes se quejaron a la bruja del pueblo".

En ese momento nos cruzamos con un bello palomar que siguió alimentando mi imaginación. "La bruja le dijo a todos que no se preocuparan que ella solucionaría el problema. Enseguida fue  su palomar y, eligiendo la paloma más rápida, la mandó a casa de su amigo el gigante con un papelito atado a la pata. El gigante leyó la carta, que decía: "Necesitamos tu ayuda. El rey es muy malo y no para de dar patadas a todo el mundo. Tienes que venir y darle su merecido". Al instante el gigante se puso en marcha. Llegó al castillo y de una patada en el culo echó al rey de su castillo y le cerró la puerta en las narices. El rey malo se quedó llorando cerca de su palacio. "Voy a ser bueno, no lo voy a hacer más, quiero volver a mi castillooooo...".

En ese momento, un niño que estaba dando de comer a los patos oyó su lamento. "¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?" Le preguntó. El rey se lo contó todo al niño. El chiquillo se apiadó del monarca y tras hacerle prometer que se enmendaría decidió ayudarle. "Soy el hijo de un jardinero muy famoso que además es mago. Aquí tengo unas semillas mágicas. Si se las echas a los pies al gigante lo convertirás en una palmera". El niño le entregó las semillas al rey, pero éste redobló sus lamentos y aseguró que le daba mucho miedo enfrentarse con el gigante. Suspirando el niño accedió a entrar el mismo en el castillo. Cómo era muy pequeñito se encaramó a una ventana y se coló sin problemas. Encontró al gigante en el jardín. Estaba rompiendo las palmeras. Este gigante tampoco era muy bueno, así que no le dio pena tirarle las semillas a los pies y convertirlo en una palmera enorme. Muy contento fue en busca del rey para dejarle entrar en el castillo. En cuanto el monarca estuvo de nuevo dentro del palacio se olvidó de sus buenos propósitos y empezó otra vez a dar patadas a todo el mundo, incluso al niño que le había ayudado. El chiquillo enfadado le tiró otras semillas mágicas que tenía y lo convirtió en una estatua pensante. "Ahora te vas a quedar quieto y pensando en este rincón del jardín hasta que te portes bien".

Justo en ese momento llegábamos a los pies de una estatua de un hombre que permanecía en actitud pensativa, con lo que me vino muy bien para ilustrar el cuento.

"Al final el que se quedó viviendo en el palacio maravilloso fue el hijo del jardinero mago, porque fue el único que se había portado bien. Colorín colorado, este cuento se ha acabado". Le gustó tanto la historia que me la hizo repetir muchísimas veces, incluso cuando ya estábamos fuera del parque.

No pudimos recorrerlo entero porque los niños se cansaron y decidimos parar en una terracita a refrescarnos con una horchata y recuperar fuerzas.