martes, 21 de agosto de 2012

El Palmeral de Elche: un jardín de cuento

Aprovechando que Elche era uno de los puntos dónde se sellaba el carnet no perdimos la oportunidad de visitar el Palmeral, el más grande de Europa y Patrimonio de la Humanidad desde el año 2000.

Desde fuera prometía muchísimo. Enormes palmeras despuntaban sobre la valla. Nada más entrar nos topamos con una extensa zona de juegos infantiles. Barcos pirata, castillos, camellos, burros y coches de carreras se mezclaban en una amalgama de toboganes, columpios y balancines. A mi hijo mayor se le salían los ojos. Se subía y bajaba de unos y de otros dando risotadas y grititos de emoción. Mientras, yo ayudaba a Iván a jugar con los columpios porque todavía es muy pequeño. Estaba encantada de que se lo estuvieran pasando tan bien, pero me comían las ganas de pasear por el vergel de palmeras.

Una palmera que se dividía en dos troncos que daban con sus raíces en el suelo me dio una idea. Parecía un gigante palmera. "Daniel, ¿Quieres que te cuente el cuento del gigante palmera? Sucedió aquí mismo, en este Jardín", el niño se mostró interesado al instante y accedió un poco mohíno a apartarse de sus adorados juegos para visitar el recinto.

"Había una vez un rey que vivía en una castillo muy grande y precioso con altas torres redondas, puertas acabadas en punta o en herradura, enormes ventanales que dejaban pasar la luz, inmensas fuentes hechas con piedras preciosas... Este rey era muy malo y se pasaba el día dando patadas a la gente. Los campesinos, cansados de recibir sus golpes se quejaron a la bruja del pueblo".

En ese momento nos cruzamos con un bello palomar que siguió alimentando mi imaginación. "La bruja le dijo a todos que no se preocuparan que ella solucionaría el problema. Enseguida fue  su palomar y, eligiendo la paloma más rápida, la mandó a casa de su amigo el gigante con un papelito atado a la pata. El gigante leyó la carta, que decía: "Necesitamos tu ayuda. El rey es muy malo y no para de dar patadas a todo el mundo. Tienes que venir y darle su merecido". Al instante el gigante se puso en marcha. Llegó al castillo y de una patada en el culo echó al rey de su castillo y le cerró la puerta en las narices. El rey malo se quedó llorando cerca de su palacio. "Voy a ser bueno, no lo voy a hacer más, quiero volver a mi castillooooo...".

En ese momento, un niño que estaba dando de comer a los patos oyó su lamento. "¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?" Le preguntó. El rey se lo contó todo al niño. El chiquillo se apiadó del monarca y tras hacerle prometer que se enmendaría decidió ayudarle. "Soy el hijo de un jardinero muy famoso que además es mago. Aquí tengo unas semillas mágicas. Si se las echas a los pies al gigante lo convertirás en una palmera". El niño le entregó las semillas al rey, pero éste redobló sus lamentos y aseguró que le daba mucho miedo enfrentarse con el gigante. Suspirando el niño accedió a entrar el mismo en el castillo. Cómo era muy pequeñito se encaramó a una ventana y se coló sin problemas. Encontró al gigante en el jardín. Estaba rompiendo las palmeras. Este gigante tampoco era muy bueno, así que no le dio pena tirarle las semillas a los pies y convertirlo en una palmera enorme. Muy contento fue en busca del rey para dejarle entrar en el castillo. En cuanto el monarca estuvo de nuevo dentro del palacio se olvidó de sus buenos propósitos y empezó otra vez a dar patadas a todo el mundo, incluso al niño que le había ayudado. El chiquillo enfadado le tiró otras semillas mágicas que tenía y lo convirtió en una estatua pensante. "Ahora te vas a quedar quieto y pensando en este rincón del jardín hasta que te portes bien".

Justo en ese momento llegábamos a los pies de una estatua de un hombre que permanecía en actitud pensativa, con lo que me vino muy bien para ilustrar el cuento.

"Al final el que se quedó viviendo en el palacio maravilloso fue el hijo del jardinero mago, porque fue el único que se había portado bien. Colorín colorado, este cuento se ha acabado". Le gustó tanto la historia que me la hizo repetir muchísimas veces, incluso cuando ya estábamos fuera del parque.

No pudimos recorrerlo entero porque los niños se cansaron y decidimos parar en una terracita a refrescarnos con una horchata y recuperar fuerzas.

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