sábado, 4 de febrero de 2012

En el centro comercial

El sábado quedamos con mi hermano, mi cuñada Marian y su hija Natalia en un centro comercial cercano a su casa. Dejé a Daniel en una ludoteca de bolas con su prima y me fui a tomar un café con los ya nombrados más mi hermana e Iván. No habían pasado diez minutos cuando me estaban llamando del castillo de bolas. Ipso fcto me personé en el mostrador. "Se había puesto a llorar un poquito, pero ya está jugando de nuevo como si nada" me explicó la empleada. En ese instante mi primogénito alzó la mirada y me vio. no tardó ni un segundo en ponerse a berrear. La chica me alcanzó a mi gimoteante pequeñín me perdonó la cuenta. Con el enano en brazos y llenándolo de besos me dirigí hacia mi café. Me sentía un poco culpable por haberlo dejado sólo tan pequeño, aunque otras veces se había metido en castillos de bolas y se había olvidado por completo de sus padres. Con Daniel haciendo el loco entre las mesas de los establecimientos me tuve que tomar mi bebida rápida como el rayo para cambiar de escenario. Marian se tuvo que ir para preparar la comida que degustaríamos después, mi hermana se ausentó un momento bajo la llamada de las rebajas y mi hermano y yo nos acercamos con los niños a un helicóptero de monedas.

Les dejamos disfrutar un poco subiendo y bajando del cacharro y luego Fernando sugirió que fuéramos a un parque cercano. Silvia le había dicho a Daniel durante todo el camino que iban a ver patos, pero se refería a otro parque y cuando llegó a los juegos infantiles y no vió aves en la fuente se decepcionó mucho. Mi hermano le explicó que se los había comido. El pequeñajo estaba horrorizado. "Nooooo, comer patos nooooo" le chillaba a su tío. Se lo pasó bomba en los columpios y cuando mi hermana y su novio volvieron a nuestro lado nos dispusimos a ver a los patos por fin. Una lástima que un hermoso y gigante castillo de juegos infantiles se cruzara en nuestro camino. Daniel no pudo resistir la tentación de subirse tras su prima. Allí estuvimos un buen rato hasta la hora de comer. Entonces nos dirigimos a la casa de mi hermano. "Patos, patos, patoooos" decía mi hijo de vez en cuando. De nada valía explicarle que no se puede tener todo. Era o los patos o el castillo y el había hecho su elección.

En casa de Fernando y Marian también se lo pasó estupendamente. El bebé iba de mano en mano y su hermano no paró de jugar con coche teledirigido que le acabaron regalando. Lo mal fue cuando a mi hermano se le ocurrió enseñarle sus "juguetes" a el novio de mi hermana: Coches y tanques teledirigidos que suponían una gran tentación para mi chiquitín pero que estaban fuera de su alcance por ser muy delicados. Al final le rogué a mi hermano que no sacara más vehículos si no quería que alguno feneciera en las manos de mi niño. En una ocasión casi agarra el coche pulga que Fernando dirigía con el mando a toda velocidad. Qué tensión.

Comimos con gusto los manjares que nos sirvieron. Mi cuñada cocina muy bien. Cuando llegó la hora de irnos Daniel no quería ni oir hablar de abandonar la casa. Conseguimos que nos siguiera a la puerta, pero mientras esperábamos a que mi hermana acercara el coche que había dejado en el centro comercial se me ocurrió preguntarle si quería volver a casa de su tío otra vez. El enano se pensó que me refería a ahora mismo y no otro día y se agarró con todas sus fuerzas a la reja del portal gritando "Otra vez, otra veeeez". Finalmente logramos meterle en el coche de mi hermana y despedirnos de mi hermano y su familia. Este chiquillo siempre tiene que liar alguna.

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