domingo, 2 de diciembre de 2012

Loca y salvaje tarde de bolas

Una tarde quedamos con una familia que tiene dos hijos de la misma edad que los míos. El mayor es Guille, el mejor amigo de Daniel ahora mismo. Cómo hacía mucho frío decidimos visitar por primera vez una ludoteca de bolas que tenemos muy cerca de casa. Los niños iban emocionados ante tan divertida perspectiva. Desde luego a ellos no les decepcionó lo que encontraron. En cambio a los padres nos pareció la jungla.

Nuestra idea era tomar un café mientras los mayores jugaban, pero había tal cantidad de niños que era imposible sentarse ni un segundo. Daniel y Guille empezaron jugando en la zona de bebés, pero pronto descubrieron la de niños que era mucho más grande, mucho más atractiva y mucho más peligrosa. Allí se pusieron a gastar energías como locos.

Iván al ver a su hermano exigió el mismo trato, así que lo metí en la zona de bebés. Allí hizo el kamikaze todo lo que quiso. Bajaba por el tobogán gateando a toda velocidad y riéndose como un loco. Hubo un momento en que decidí quitarme las playeras e intervenir para que no se me descalabrara. El otro bebé también disfrutó de la piscina de bolas, pero de una forma más calmada. Lo metí entre las bolas y allí se quedó, sentadito, tan tranquilo, cogiendo y dejando bolas de colores.

Tras lidiar una hora entre bolas, niños, gritos y lloros, decidimos abandonar ese paraíso infantil y tomarnos el prometido café en una cafetería normal. Los niños no querían abandonar la batalla, pero la promesa de un Cola Cao calentito y unas ricas patatas los convencieron enseguida.

Por fin pudimos charlar algo sentados alrededor de una mesa y sin quitar ojo a los mayores que sorbían su cola cao entre patata y patata.

Entonces, tuve un error fatal. Para que Iván dejara de protestar y removerse en el carrito le acerqué el objeto de su deseo: la cerveza de papá. Yo la sujetaba fuertemente para que no hubieran accidentes, pero subestimé la fuerza de Iván que me arrancó la botel ansioso para llevársela a los labios. El fondo de cerveza le cayó directo a la boca. Le debió resultar de lo más desagradable porque dejó de tragar enseguida y se llenó todo el jersey de apestosa cerveza mientras hacía gestos raros con la cara. Yo ya me iba a levantar hacia urgencias pensando en comas etílicos y cosas similares, pero mis acompañantes me tranquilizaron con sus risas y sus chanzas. Me aseguraron que con lo poquito que podía haber bebido no podía pasar nada. Eso espero. El caso es que lo estuve observando de cerca y estaba igual que siempre. Menos mal.

Tras el café nos despedimos y cada uno a su casita para empezar con los baños, las cenas, los cuentos...

2 comentarios:

  1. Pero como os lo montais!! Que buena tarde! a parte del momento cerceza!! es que son terremotos!
    besotes

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    1. El momento cerveza fue desolador para mí. Vaya fallo mas tonto sniff sniff, pero lo demás fue muy divertido.

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