jueves, 17 de enero de 2019

Parque Doramas y una situación imprevista

Otro lugar recurrente al que siempre vamos cuando paramos por Las Palmas de G.C. es el Parque Doramas. Nos encanta ir a ver las carpas, los cisnes, los jardines tan bonitos que tiene... y los columpios, claro. Mis hijos quieren ir sobre todo por éste último punto. Aquí también tenemos nuestras fotos de años tras año. Ya casi no caben en el tubo ni en el barquito, pero ellos se meten con una gran sonrisa para ser inmortalizados.

Este años nos fuimos con mi hermana y mi pequeño sobrino, que está de lo más salado y le ha cogido mucho amor a sus primos mayores. Sobre todo a Daniel, porque Iván lo ignora bastante. Lo pasamos genial. Acabamos la jornada con unos churros con chocolate en la cafetería que tienen en la parte más alta y nos dispusimos a irnos a casa porque ya se hacía tarde.

Y justo fue en ese momento cuando Daniel se sentó asegurando que el estómago le dolía tanto que no podía dar ni un paso. Horror.

Mi hermana, con toda la calma del mundo, nos ofreció el carrito de su bebé de poco más de dos años para que el ganso de mi hijo mayor no sufriera más de lo necesario. Pero estaba claro que un camino de más de media hora no lo podíamos hacer así porque el carrito se desmoronaría en cualquier momento bajo el peso de mi mostrenco de nueve añazos. Sin contar conque el pequeñajo no iba a resistir la caminata y que la espalda de Silvia corría peligro

Así que Raúl e Iván tiraron para la casa andando y el resto del grupo nos quedamos esperando la guagua (autobús). Y allí estábamos, con un niño dolorido y quejica, con otro terremoto y que no venía la guagua y que no venía. Y pasaban los minutos, y ya no se nos ocurría cómo entretener a la prole, pero ahí seguíamos cantando los cantajuegos, hablando exageradamente, preocupándonos por el enfermito y cagándonos en las muelas del transporte público gran canario.

En la pantalla, lo que en un principio era una espera de siete minutos, se cambió a 14, y luego bajó a seis, luego subió a diez, luego bajó a cuatro... Hasta dos minutos llegó a indicar. Lo dos minutos más largos de mi vida. Dos minutos que duraron media hora de reloj.

De repente atisbamos algo amarillo a lo lejos. "¡Ya viene! ¡Ya viene!" exclamé emocionada. "Por finnnnn", me secundó mi hermana. Pero vimos desconsoladas como giraba por otra calle. "¿¿¿Comoooo??? Vuelveeee, vuelveeee" grité desesperada. "Señora, eso es una ambulancia", me indicó un señor que esperaba pacientemente como nosotras. "Estoooo. Ah, sí vale... ¡Pues ya podía haber sido la guaguaaaa. Buaaaaa". Mi hermana se partía de risa y me consolaba como podía. Madre mía, en vaya follón la metí a la pobre.

Menos mal que al menos nos echamos unas risas. A todo esto. Raúl nos llamó preocupadísimo para ver dónde andábamos porque ya hacía un montón que ellos habían llegado. "En el mismo sitio. Gruaaaarl", le bramé yo.  Me deseó suerte y me indicó que nos esperaría muy muy inquieto en casita. Él sí que estaba tentando su suerte.

Por fin apareció la guagua. Y esta vez era la de verdad. Ole, ole y ole. Nos dieron ganas de dar una abrazo al conductor por venir a salvarnos, pero nos pareció muy ridículo. El susodicho nos indicó que teníamos agarrar la silla con un cinturón de seguridad, pero yo que soy super torpe no atinaba. Menos mal que había un chico piadoso que la ató por mí. Y la desató también porque yo era incapaz. ¡Diez minutos tardamos en llegar! ¡Diez! más los 45 minutos largos de la parada... Mejor ni lo pienso, que me pongo mala yo.

Daniel comenzó a encontrarse mejor en cuanto llegó a la casa (¡¿En serioooo?!). Y así acabó el día perfecto de parque. Coger la guagua en Las Palmas de G.C. un domingo es misión imposible.

2 comentarios:

  1. Jajajaja solo de acordarme de la aventura me parto🤣🤣🤣

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    1. Por mi cogemos la ambulancia y que nos lleve a casa jajaja

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