sábado, 15 de febrero de 2020

¡En el último segundo!

Recreación libre de los sucesos
A veces no hay tiempo para pensar. Cada segundo cuenta y el instinto arrasa con la razón para ponerse a los mandos.

Justo eso fue lo que pasó una tarde cualquiera de la semana pasada. Hubo que tomar una decisión rápida. Y no me arrepiento de mis actos. Aunque mi cuerpo vapuleado diga lo contrario. Tuve que arriesgarme.

Pero comencemos por el principio. Iván y yo regresábamos de una visita a su dentista. La tarde no era muy fría e íbamos distraídos en un juego hablado en el que yo llevaba todas las de perder. Él, creador del juego, por el contrario era un proazo y ganaba todos los niveles.

He de reconocer que, a pesar de lo que aconsejan todos los textos para padres sobre la paciencia y permanecer impasible ante estas pequeñas injusticias infantiles, yo empezaba a enfadarme. ¡Jolín! Que yo también quería ganar. ¿Que pasa? ¿Que por tener 34 años más tengo que conformarme con la skin noob?

En fin, a lo que íbamos. El caso es que estábamos ensimismados en nuestra lucha épica imaginaria cuando, de repente, un elemento tóxico entró en mi campo de visión justo cuando el pié de mi hijo se cernía peligrosamente sobre él. ¡Una caca!

No me dio tiempo a pensar. Al grito de "Cuuuuiiiidaaaadoooooo" (así en cámara lenta) le metí tal empujón al chiquillo que al segundo siguiente se vió empotrado en un seto lateral sin comerlo ni beberlo. Su cara de pasmo era para enmarcar.

Os describiré el cuadro: Caca entera en la acera, niño despatarrado en el seto, madre descojonada en un incontrolable ataque de risa.

Iván no tardó en hacerse una idea... equivocada... de la situación y cargó contra mí maullando a altos niveles de decibelios (porque en mi casa los niños tienen múltiples personalidades y una de ellas es felina). Probablemente pensó que todo formaba parte de una venganza por machacarme y humillarme en el juego (¿Después de una batalla épica con cañones de protones, me quedo a uno de vida y me mata uno con un tirachinas? ¡Venga ya!). Evidentemente, en estas condiciones yo era incapaz de darle una explicación. Sólo podía doblarme de la risa e intentar no acabar en la carretera de los empellones que me estaba dando.

El que nos viera estaba flipando seguro.

Por cierto, a día de hoy el peque asegura que no había caca alguna en la acera y que, una de dos, o fue producto de mi imaginación o una mala excusa para empotrarle contra un seto.

4 comentarios:

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