martes, 14 de julio de 2020

El colchón viejo

Un día me tumbé a dormir una siesta en la cama de Daniel, porque la mía estaba ocupada por dos salvajes haciendo el cafre, y me di cuenta de que ya era hora de jubilar ese colchón. No entendía como Daniel no había dicho nada sobre el tema y como podía dormir como un ceporro en él. Tenía bultos muy muy molestos.

El caso es que fuimos a comprar otro a una tienda y lo trajimos a casa lo más rápido posible. El siguiente paso fue contactar con el ayuntamiento para que vinieran a por el viejo. Los pasos a seguir fueron avisarles por twitter de lo que necesitábamos y seguir sus instrucciones: 

entrar en la página de avisos de Madrid, crear un usuario, pinchar en el símbolo de ! con una +, que es nuevo reporte, pinchar en Tengo un problema con un elemento de la calle-Aviso y facilitar todos los datos que te piden. Entonces, eliges la opción de recogida de muebles y te llaman posteriormente para decirte la hora a la que lo tienes que bajar para que se pasen a por él.

Mientras esperábamos respuesta, embutimos el colchón como pudimos en nuestra miniterracita.

A los pocos días nos llamaron y nos avisaron que irían a por él ese mismo domingo de nueve a once de la noche. ¡Genial! Informé de la feliz noticia a la familia y los churumbeles me preguntaron si podían jugar con él durante los pocos días que les quedaban juntos. 

Evidentemente, dije que sí. Aunque al padre no le hizo mucha gracia convivir esos días con una colchón tirado en el suelo del salón.

Se convirtió en una cama elástica, en el suelo de una tienda de campaña hecha de sábanas y sillas, en el tatami ideal para dar grandes volteretas, en un ring de boxeo (por poco tiempo porque corté el juego antes de que alguien se hiciera daño de verdad)... Tan bien se lo pasaron con él que, cuando llegó el domingo,  casi se encadenan al colchón para evitar que lo bajáramos.

Pero viendo que era una decisión irrevocable por parte de sus mayores, no les quedó otra que aceptarlo, aunque pusieron una condición: Ellos ayudaban a bajarlo a la calle.

No me pareció mal hacerles esa concesión aunque incluyó bastante teatro por parte de los churumbeles. ¡Incluso quisieron darle un besito de despedida al colchón! Por ahí ya no pasé que se había rozado con un montón de paredes y suelo.

Un pelín malhumorados volvieron al hogar dejando atrás uno de los "juguetes" que más satisfacciones les había dado últimamente. En un principio, planearon sacar al salón sus colchones funcionales, pero les quité esa loca idea de la cabeza bajo amenaza de castigo fulminante. Eso sí, me hicieron prometer que, cuando hubiera que jubilar el colchón de Iván, les dejaría el antiguo unos cuantos días para jugar antes de avisar al ayuntamiento.

2 comentarios:

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