Parecen calcetines doblados pero son nuestras Hacky Shack
Un día llegó Iván muy emocionado con una propuesta que le habían sugerido en el colegio para hacer con la familia. Se trataba de una manualidad para hacer unas chulísimas pelotas de malabares Hacky Shack. Papi Primerizo ya me había hablado de ellas, pero en cuanto vi que había que coser me desinflé bastante. Lo de la aguja no se me da.
El tema es que al peque le brillaban los ojillos y ya casi podía saborear todos esos momentos de disfrute con su Hacky Shack, así que su madre hizo tripas corazón y desempolvó su kit de costura de los chinos (como lo odio). Los peques se sentaron expectantes para comenzar su producción en masa de pelotas de tela rellenas de arroz. ¡Que ingenuos!
Tras cortar el calcetín siguiendo las instrucciones del vídeo que nos facilitó el profesor de Iván llegó lo más tedioso: mirar como su madre cosía y juraba en arameo. En el tutorial parece muy fácil, pero la calidad del hilo influye y la mía es lo siguiente a baja. No paraba de desenredar malditos nudos que se formaban de la nada. Y se rompía de mirarlo, con que tocaba volver a enhebrar (que se me da fatal) rematar, empezar de nuevo... ¡otro nudo! ¡Noooo!
Total, que para verme sufrir, se fueron a entretenerse con sus cosas hasta que yo acabara. Momento culmen y emocionante en el que les tocó dar la vuelta al calcetín y rellenar su interior de arroz con un embudo. Cuando ya estuvieron bien gorditos, se suponía que sólo era tirar del hilo para cerrar y rematar. Error. Fue imposible tirar de ese hilo, que, de repente, se había llenado de nudos imposible. No me preguntéis cómo. Así que me tocó recoser por fuera, aunque no quedara tan bonito.
Más juramentos y maldiciones después, llamé a los churumbeles y les presenté sus pelotas de malabares Hacky Shack un poco deformes. ¡Les encantaron! Se pegaron toda la tarde jugando con ellas y les han cogido una cariño tremendo. Se prestan la de cada uno para hacer malabares con dos pelotas (me niego a hacer más. Que se las pidan a los reyes), les han cogido tanto cariño que les han puesto nombre, se las llevan por donde van para estrujarlas a gusto tipo bola antiestrés...
¡Vamos! Que valió la pena cada sufrimiento y pinchazo. Eso sí, mi casa se está convirtiendo en una arrozal porque, no sabemos por dónde, pero pierden relleno de vez en cuando y a cuentagotas.
En fin, que a día de hoy (cuatro días han pasado), es su juguete analógico favorito por encima de los carísimos muñecos de Fortnite o el mogollón de superzings, pero no las quieren compradas porque no es lo mismo (ainsss). Me niego a hacer más.
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