viernes, 26 de mayo de 2017

Mindfullnes en la clase de Daniel

Cuando íbamos a entrar a dar el taller de mindfullnes a tercero de infantil, me encontré con la tutora de Daniel, una profesora con muchísima vocación e interés por sus alumnos. Cómo ya me había mostrado interés por el tema de las técnicas de relajación para niños le conté lo que estábamos haciendo en el colegio a esas horas y le encantó la iniciativa, así que nos invitó a repetir la actividad en segundo de primaria.

Rosa, la mami con la que hacía el taller no tenía ningún hijo en ese curso, pero es tan encantadora que no dudó ni un segundo en apuntarse a la nueva aventura. Muy ilusionadas concertamos un día para repetirlo todo aunque con un público dos años mayor. Hicimos algún cambio en las actividades, pero casi todas fueron las mismas. Volví a usar los recursos de Inés Merino que nos enseñó en su taller para familias en Yogarati.

Daniel estaba emocionado con la idea de que su madre fuera a hacer una actividad con sus compañeros. En cuanto me vio aparecer se le puso una sonrisa enorme y me pidió ser mi ayudante. Le preguntamos a su tutora qué le parecía la idea y nos dijo que lo que yo quisiera, así que el niño se puso a mi lado para ayudarme a explicar los juegos.

Comenzamos con el tarro de las emociones porque es verdad que les llama mucho la atención y es una forma muy visual para explicarles cómo las emociones y las experiencias que van viviendo durante el día se van acumulando en nuestra mente de forma desordenada y llega un momento en que la tenemos tan agitada que somos incapaces de pensar con claridad o prestar atención por mucho tiempo. Así que volví a contar el tema de papá o mamá os levanta por las mañanas y os sentís (maaaaaal), y luego os meten prisa para desayunar y vestiros porque hay que ir al cole (maaaaal), y en el cole os encontráis con vuestros amigos (bieeeeeeen. yujuuuuu) y blablablabla... blablabla... y llegáis a casa y tenéis que sentaros a hacer los deberes. Y eso os parece genial (Noooooo, maaaaal, fataaaaal). ¿Cómo? ¿Que no os gusta hacer deberes? Pero si es divertidísimo... (Noooooo. Horrible, abajo los debereeeeees. Queremos jugaaaaar). La verdad es que, al ser más mayores, hubo muchísimo más feedback y nos reímos mucho con las reacciones de los peques.

Daniel, a la vez que yo hablaba y les preguntaba a sus compañeros, echaba la purpurina de distintos colores en el bote con agua. Cuando decidimos que ya era suficiente. Cerré el tarro, lo agité y les expliqué que, después de todas esas vivencias, su cerebro estaba igual que el bote y que así era imposible concentrarse. Teníamos que calmarnos para poder pensar con claridad. A los niños les fliparon los botes y tuvimos que pasarlos de mano en mano durante un buen rato. No se cansaban nunca. Pero había que seguir, así que los recogimos y pasamos a la siguiente actividad.

Les propuse aprender la respiración de los dedos como si fuera un juego. Se ponen en parejas y se sientan frente a frente. Uno de los niños extiende las manos con los dedos separados y el otro tiene que seguir el contorno con un dedo de tal manera que cuando inspire el compañero recorremos el camino hasta la punta del dedo y cuando expire bajamos por el otro lado hasta el valle entre los dedos y así hasta recorrer el contorno de los diez dedos haciendo diez respiraciones profundas. Para lograrlo tenemos que convertirnos en detectives de nuestro cuerto y escuchar muy bien las respiraciones del compañero. Les encantó el juego.

Aprovechando que ya estaban en parejas hicimos el juego del masaje, en el que un niño le hace un masaje a su compañero siguiendo mis indicaciones. Pero a veces puede ser un poco travieso y tocar una parte del cuerpo que yo no nombre. El que recibe el masaje debe estar muy atento para darse cuenta y levantar la mano. Lo cierto es que se relajan tanto que se les olvida atender, pero alguno se lo tomó muy en serio y no se le escapaba ni una. Primero le hice yo el masaje a Daniel nombrando partes generales del cuerpo para no tardar mucho. Y luego me lo hizo Daniel a mí cómo se tiene que hacer de verdad: deteniéndose en todos los detalles, que si los pómulos, que si el mentón, las cejas, los dedos uno por uno... Le tuve que pedir que no fuera tan específico porque se nos iba el tiempo.

Entonces les propuse un juego de los sentidos. Normalmente abusamos del sentido de la vista y eso hace que confiemos poco en el resto de nuestros sentidos. Para que disfruten de una degustación de alimentos con todos los sentidos, lo primero que les pedí fue que cerraran los ojos y extendieran una mano (¡y que no hicieran trampas!).  Les puse una gominola rebozada de azúcar en las manos y les pedí que me dijeran que sentían al tacto. Para que no se convirtiera en un girigay sin orden ni concierto, el que quería hablar levantaba la mano y yo les iba dando tocando la cabeza para que hablaran. Decía cosas interesantísimas. Daniel me pidió ser él el que diera permisos para hablar y me pareció bien, pero tuve que pedirle calma en un par de ocasiones porque se aceleraba y tocaba la cabeza de un compañero antes de que otro terminara de dar su opinión. Además, quería que hablaran todos a ser posible y mi niño tocabas cabezas sin ningún orden ni cuidado. Tras tocarla, les pedí que la olieran, luego que se la llevaran al oído y la aplastaran un poco con dos dedos a ver que oían. En este punto vi que uno de los niños iba más allá y se disponía a introducir la gominola para horror mío. Impedía semejan acción y les expliqué a todos muy seria que no se metía nada en ningún agujero del cuerpo, excepto en la boca y después de determinar que ese algo es digerible y no tóxico. Tras este paréntesis de seguridad, les pedí que mordieran muy lentamente la gominola y que mantuvieran el trozo en la boca para saborearlo. Que luego lo masticaran también despacio, que lo tragarán y que notaran como iba bajando por la garganta hasta el estómago. El resto de la gominola se la podían comer como quisieran.

Terminamos con la burbuja de la paz que nos enseñó Silvia Comas. Y le tocó el turno a la otra mami para hacer la rueda de la energía. La comenzó pidiendo a los niños que se colocaran formando un círculo y en fila uno detrás de otro para poder hacer masajes en cadena. Ella nos iba dando las instrucciones: hombros, cuello, lumbares... Y después nos dábamos la vuelta y le hacíamos el masaje al otro compañero. Luego nos sentábamos todos y nos dábamos la mano para que la energía fluyera. respirábamos profundamente, nos mirábamos a los ojos, nos sonreíamos, nos estirábamos y terminábamos con un gran abrazo en el que se nos alborotaron bastante los chiquillos y alguno salió llorando. Lo intentamos una vez más, pero no había manera de que no hicieran el bruto, así que lo mejor fue decirles que hicieran abrazos colectivos en grupos más pequeños.

Al final, como nos sobraba un poco de tiempo lo invertimos para que los peques nos preguntaran todas sus dudas. La ronda de pregunta giró en torno al bote de las emociones: ¿Que si se podía hacer con arroz? ¿Con harina? ¿Con un botella en vez de con un bote? Les había gustado tanto que los dejamos a las profes para que se los quedaran en clase.

Fue otra experiencia genial. Ojalá hicieran mindfullnes en los colegios porque el interés y motivación de los niños es increíble.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me encanta saber lo que piensas.